LA HISTORIA PERTENECE A LOS INTERCESORES

“…La oración eficaz del justo puede mucho. (Santiago 5:16)

La oración es un privilegio que Dios concede, por Su gracia, a los hombres. Agustín de Hipona dijo que “la verdadera y completa oración no es otra cosa sino amor”. No obstante, la oración también es una responsabilidad que debemos abrazar por la gracia y elevarla al nivel de intercesión. Necesitamos comprender que es la oración intercesora la que hace girar las ruedas de la obra de Dios.

En el Antiguo Testamento, aunque millares de personas sirviesen a Dios en el tabernáculo, sólo el sumo sacerdote tenía el privilegio de entrar en el Lugar Santísimo, una vez al año solamente, y allí interceder por él y por los hombres. Había un velo que separaba al hombre del Lugar Santísimo. Nadie más tenía este privilegio. Pero ahora, en el tiempo de la gracia, podemos entrar con confianza en el santuario de la presencia de Dios por la sangre de Jesús. Cuando Jesús murió en la cruz, Su carne fue traspasada, y así se rasgó el velo que nos separaba de Dios. Ahora, en Cristo, un nuevo y vivo camino fue abierto para tener comunión ininterrumpida con Dios, como Padre (He. 10:19-20).

La oración es un privilegio inmerecido. Por el Evangelio, Dios transforma a enemigos destinados a la condenación eterna, en amigos, y nos extiende a nosotros, por gracia, Su comunión. No obstante, la oración es también una responsabilidad, porque, como dijo John Wesley (teólogo): “Dios nada hace, a no ser en respuesta a la oración”. La obra de Dios avanza cuando Sus hijos interceden. Dios es Todopoderoso, pero decidió que Sus hijos sean Sus colaboradores por medio de la intercesión.

El teólogo William Blake afirmó que la tarea de la vida es aprender a soportar las “cargas de amor de Dios”. Es lamentable que la mayoría del pueblo de Dios conozca solamente la oración como un privilegio, pero descuiden su responsabilidad como intercesores. Según el teólogo Richard Foster, “al pasar de la petición hacia la intercesión, estamos transfiriendo nuestro centro de gravedad, antes situado en aquello que precisábamos, hacia la necesidad y la preocupación del prójimo. La oración de intercesión es la oración altruista… En la obra continua de Dios, nada es más importante que la oración de intercesión”.

La mayoría disfruta de los privilegios de la oración, pero huye de la responsabilidad de llevar el peso de la causa del Señor por la agonía de la intercesión. Su momento de oración está perfumado con el aroma suave de la alabanza; pero, ¿dónde está el sudor y el llanto de un corazón desgarrado por los gemidos del Espíritu Santo?

La oración es un privilegio que Dios concede, por Su gracia, a los hombres. Agustín de Hipona dijo que “la verdadera y completa oración no es otra cosa sino amor”. No obstante, la oración también es una responsabilidad que debemos abrazar por la gracia y elevarla al nivel de intercesión.

Es una bendición disfrutar del privilegio de la oración, pero debes aprender a golpear las ventanas del Cielo con tormentas de intercesión, para que ellas se abran y se rompan en olas de avivamientos en la Tierra. Los hombres y mujeres que cambiaron la historia aprendieron a ir más allá de la oración como privilegio, al punto de transformarla en intercesión por el peso de la responsabilidad espiritual. El teólogo francés Juan Calvino aprendió que “debemos repetir una súplica no dos o tres veces, sino cuantas veces precisemos, centenas, millares de veces… No podemos cansarnos de esperar la ayuda de Dios”.

Toda la Iglesia debería comprender que fue llamada para el ministerio de la oración intercesora. Dice Jesús: “Mi casa será llamada casa de oración” (Mr. 11:17). En palabras del teólogo Dietrich Bonhoeffer: “La oración de intercesión es el baño purificador en el cual el individuo y la comunidad de- ben pasar todo el día”.

Nuestro mayor ejemplo de vida de oración: Jesús 

Jesús mismo es nuestro mayor ejemplo. Aun siendo Dios, ejerció Su ministerio como Hijo del Hombre, por eso vivía en oración. Al ser introducido en el ministerio, Lucas, en su Evangelio, resalta que Él oraba mientras era bautizado y, mientras oraba, el cielo se abrió. A continuación, fue conducido por el Espíritu hacia el desierto, donde ayunó y oró por cuarenta días. Hacía parte de su estilo de vida retirarse hacia lugares desiertos y pasar horas en oración (Mr. 1:35; Lc. 5:16). Él pasó una noche en oración antes de elegir a Sus doce discípulos (Lc. 6:12-13). También oró por los niños (Mt. 19:13-15). Llevó Sus tres discípulos más íntimos al Monte de la Transfiguración con el propósito de orar y, mientras oraba, se transfiguró delante de ellos (Lc. 9:28-29). Él intercedió por Pedro ante la embestida de Satanás (Lc. 22:31-32); oró para resucitar a Lázaro (Jn. 11:41-42); intercedió por Sí mismo, por los discípulos y por todos los que, posteriormente, vendrían a creer en Él (Jn. 17:20). En el Monte de los Olivos, antes de ir a la cruz, intercedió tan intensamente que, en profunda angustia, Su sudor caía en la tierra como gotas de sangre (Lc. 22:39-44). Él intercedió mientras estaba en la cruz (Lc. 23:34), cumpliendo la profecía de que intercedería por los transgresores (Is. 53:12). Él comienza y termina Su ministerio en profunda oración; e incluso en la gloria, vive para interceder por los suyos, y por eso estamos de pie.

Hombres que cambiaron la historia debido a la intercesión 

Todos los hombres y mujeres que anduvieron con Dios hicieron de la oración la cosa más importante de su vida. E. M. Bounds, el llamado ‘apóstol de la oración’, escribió: “Mucha oración es la señal y sello de los grandes líderes de Dios”.

Martín Lutero (1483-1546) declaró: “Tengo tanto que hacer que no consigo continuar sin pasar tres horas diarias en oración”. Él mantenía el lema: “Aquel que ora bien, estudia bien”.

John Knox (1514-1572) acostumbraba a pasar noches en oración intercediendo a Dios: “¡Dame Escocia, si no moriré!” La reina María, “la sangrienta”, temía más a sus oraciones que a un ejército con diez mil hombres armados. Dios entregó Escocia a Knox. Dios cambió la historia de Escocia usando a Knox como Su intercesor por ella.

John Wesley (1703-1791) anotó en su diario, el día 01/01/1739: “Alrededor de las tres de la mañana, mientras continuaba en oración, el poder de Dios vino poderosamente sobre nosotros, de tal manera que muchos gritaban de excesiva alegría y muchos cayeron al suelo. Tan pronto como nos recuperamos un poco de tal desconcierto en la presencia de Su Majestad, irrumpimos a una sola voz: Nosotros oramos a Ti, oh, Dios; reconocemos que Tú eres el Señor”.Wesley era un hombre de oración. Por medio de su encendida predicación se inició un fuerte avivamiento que arrastró a Inglaterra hacia Dios, y la libró del paganismo.

Todos los grandes ganadores de almas fueron personas de mucha oración… ¡Y de oración poderosa! Y todos los grandes avivamientos fueron precedidos y llevados a cabo por la perseverancia de aquellos que prevalecieron en oración.

Todos los hombres y mujeres que anduvieron con Dios hicieron de la oración la cosa más importante de su vida. E. M. Bounds, el llamado ‘apóstol de la oración’, escribió: “Mucha oración es la señal y sello de los grandes líderes de Dios”.

David Brainerd (1718-1747), que padecía tuberculosis, acostumbraba a acostarse de noche en el frío suelo, envuelto en una piel de oso, escupiendo sangre a causa de su enfermedad, intercediendo ante Dios para salvar a los indios. Él oró: “Oh, que pueda ser yo una llama ardiente al servicio del Señor. Heme aquí, Señor, envíame a mí; envíame a los confines de la tierra… Envíame lejos de todo lo que pueda ser llamado consuelo terrenal; envíame hacia la propia muerte si fuere a tu servicio y para promover tu Reino”. Dios lo oyó y lo envió a los indios; él convirtió criaturas paganas por millares. Su suegro, Jonathan Edwards, publicó su biografía, la cual merece ser leída de rodillas, ya que sirvió de inspiración a innumerables misioneros, tales como Willian Carey y Jim Elliot.

Jonathan Edwards (1703-1758) fue reconocido como el principal filósofo nacido en los EEUU, y reputado como uno de los mayores pensadores cristianos de la historia de la Iglesia. Él reunía erudición y piedad, y fue, al lado de Wesley, un instrumento poderoso en el período del Gran Despertar en la Inglaterra del siglo XVIII. La historia nos cuenta que la noche anterior al maravilloso sermón que dio inicio al avivamiento que sacudió grandemente a Nueva Inglaterra, él y algunos otros pasaron la noche en oración. Desde el día en que comenzó a predicar, cuando muchacho, hasta la hora de su muerte, él no conoció un decaimiento de la pasión. Hasta el fin de su notable carrera, su alma fue un horno de celo ardiente por la salvación de los hombres. El teólogo Richard Foster dice de ellos: “Para estos descubridores de la frontera de la fe, la oración no era un hábito menor, anexado a la periferia de la vida: era la vida de ellos. Era el trabajo más importante de sus años más productivos”.

Charles Finney (1792-1875) acostumbraba a orar hasta que comunidades enteras fuesen tocadas por el Espíritu de Dios y los hombres no pudiesen resistir más la poderosa influencia. Cierta vez, quedó tan abatido por su trabajo, que sus amigos lo enviaron al Mar Mediterráneo para descansar. Pero él estaba tan preocupado por la salvación de los hombres que no consiguió descansar y, a la vuelta, su alma llegó a angustiarse orando por la evangelización del mundo. Finalmente, la angustia de su alma se volvió tan grande que él oraba todo el día, y sólo paraba por la noche cuando recibía una seguridad profunda de que Dios efectuaría la obra.

Al llegar a Nueva York, Finney predicó sus “Discursos sobre Avivamiento”, que fueron publicados en su País y en el extranjero, y resultaron en avivamientos por todo el mundo. Después, sus escritos fueron a parar a manos de Cathe- rine Booth (1829-1890), cofundadora del “Ejército de Salvación” (junto a su marido William Booth), y la influenciaron poderosamente, tanto que el “Ejército de Salvación” fue, en parte, una respuesta de Dios a sus intercesiones.

Andrew Murray (1828-1917), pastor y escritor cristiano, resaltó: “Jesús no enseñó a Sus discípulos cómo predicar, sino cómo orar”. Murray creció oyendo a su padre intercediendo para que Dios enviara un avivamiento a África del Sur. Su padre no le enseñó a predicar, pero heredó su vida de oración como estilo de vida. Él también pasó a orar por un avivamiento. En 1860, Dios envió un avivamiento a la iglesia donde Murray pastoreaba, y el fuego se propagó por muchas partes. Millares de personas fueron salvas. Él sintió el peso de la palabra del Maestro cuando experimentó que: “La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos…” (Lc. 10:2). Entonces, Murray pasó a orar y trabajar para que Dios enviase obreros. Él creció bajo la línea teológica reformada holandesa, pero su ministerio fue transformado y avivado después de ser curado de una enfermedad en la garganta que lo tuvo callado cerca de dos años, y también después de haber experimentado avivamientos. Él escribió cerca de 240 obras de forma devocional para ayudar a los cristianos a conocer y a buscar a Dios. Su obra “Con Cristo en la Escuela de Oración” es reconocida como uno de los clásicos sobre la oración.

John Hyde (1865-1912), además de tímido y débil, no tenía talento para ser un gran predicador. No obstante, adoptó la vida de oración como su ministerio de forma tan intensa, que fue reconocido como ‘el hombre que oraba. Él dejó el confort de los Estados Unidos, y fue misionero cerca de veinte años en la India. En 1910, su ministerio de intercesión trajo un avivamiento, y cerca de cien mil almas entregadas a Cristo coronaron su carrera.

El teólogo Richard Foster dice de ellos: “Para estos descubridores de la frontera de la fe, la oración no era un hábito menor, anexado a la periferia de la vida: era la vida de ellos. Era el trabajo más importante de sus años más productivos”.

Yo casi no me acuerdo de las predicaciones que oí en mi juventud, pero me acuerdo del frescor de la unción de Dios cada vez que leí (cerca de veinte veces), la pequeña biografía de John Hyde. Así fui inspirado a practicar la oración, y eso me sustentó en mis primeros años de fe.

Rees Howells (1879-1950) es reconocido como ‘El Intercesor’, título de su maravillosa biografía escrita por Norman P. Grubb. Rees no fue un predicador famoso, no obstante, por medio de su ministerio de intercesión, Dios realizó intervenciones milagrosas en su generación. Después de volver de África, donde fue intercesor por los avivamientos, Dios lo dirigió (sin tener Howells dinero) a comprar varias propiedades, para inaugurar un instituto bíblico, un hogar para hijos de misioneros y una escuela para la educación de dichos niños. Dios colocó sobre sus hombros el peso de naciones y la visión de llevar el Evangelio a toda criatura. Habiendo luchado en solitario en la intercesión, ahora Dios lo llamaba para levantar una compañía de intercesores.

En uno de los períodos más oscuros de la humanidad, un grupo de casi cien personas intercedió diariamente durante la Segunda Guerra Mundial (1939 a 1945). El objetivo era resistir al espíritu maligno que, usando a Hitler, quería cerrar el mundo al Evangelio. Ellos creían que Dios iba a juzgar a Hitler, como lo hizo a Faraón en Egipto. “Señor, dobla la voluntad de Hitler”, oraban. La historia nos cuenta que la fuerza aérea alemana ya había hundido varios buques de guerra, y la expectativa de los ingleses era conseguir retirar apenas hombres antes del asedio final de las fuerzas terrestres. Así que, el primer ministro francés afirmó que “sólo un milagro podría salvarlos”. Ante el pánico que asolaba Europa, cuando los ingleses no tenían ya más reservas para resistir a los ataques alemanes, Hitler y su ejército, sin explicación lógica, se retiraron. Winston Churchill, Primer Ministro del Reino Unido, reconoció que tal liberación fue, de hecho, una intervención divina.

La vida de intercesión de Howells, y sus colaboradores, demuestra que la historia del mundo está en manos de los intercesores, y eso es un estímulo para todos nosotros. Como bien dijo Hudson Taylor: “Cuando trabajamos, nosotros trabajamos; cuando oramos, Dios trabaja”.

Evans Robert (1878-1951) fue el instrumento usado por Dios para iniciar el reavivamiento de Gales entre 1904 y 1905. En 1891, con apenas trece años, Roberts comenzó a orar por dos cosas importantes: para que Dios lo llenase con Su Espíritu y para que enviase el reavivamiento al país de Gales. Él invirtió toda su vida en el banco de oración. Dios respondió rompiendo las ventanas del cielo. De acuerdo con algunos estudiosos, el avivamiento en Gales fue uno de los mayores en la historia, dado el corto tiempo de duración y el impacto que causó, no sólo en las regiones circunvecinas, sino también alrededor del mundo. Sin duda, fue uno de los grandes acontecimientos que vinieron a marcar significativamente el inicio del siglo XX.

Evans Roberts era un joven de 26 años cuando el avivamiento inició. El misionero Wesley Duewel (1916-2016), nos dice en su libro “El Fuego del Reavivamiento”: “Cuando las noticias del Avivamiento Galés se esparcieron alrededor del mundo, algunos de los grandes predicadores y líderes espirituales de la época vinieron a testimoniarlo. Algunos lo llamaron ‘el Pentecostés mayor que Pentecostés’. Muchos de los líderes pensaron que podían dar dirección y liderazgo a este nuevo movimiento, pero nadie puede liderar ante la clara presencia y control del Espíritu Santo”. El escritor cristiano Rick Joyner también comentó: “El gran conocimiento y la elocuencia se doblaron al amor y devoción pura… Uno de los grandes predicadores de aquella época, G. Campbell Morgan, declaró que él cambiaría todo su estudio por una parte de la presencia de Dios que acompañó a estos muchachos”.

Así que, el primer ministro francés afirmó que “sólo un milagro podría salvarlos”. Ante el pánico que asolaba Europa, cuando los ingleses no tenían ya más reservas para resistir a los ataques alemanes, Hitler y su ejército, sin explicación lógica, se retiraron. Winston Churchill, Primer Ministro del Reino Unido, reconoció que tal liberación fue, de hecho, una intervención divina.

Martyn Lloyd Jones (1899-1981), es considerado por muchos el más importante predicador del siglo XX y minucioso expositor de la Palabra. No obstante, su esposa dijo: “Nadie entenderá a mi marido hasta que reconozca que él es, primeramente, un hombre de oración y, luego, un evangelista”.

Charles Spurgeon (1834-1892), el ‘príncipe de los predicadores’, atribuía su éxito en el ministerio a las oraciones de la iglesia que pastoreaba. Él dijo: “Yo preferiría enseñar un hombre a orar, que diez hombres a predicar”.

Frecuentemente, nos preguntan: ¿Por qué tenemos pocos milagros hoy y la obra de Dios anda tan lentamente? Una de las respuestas, ciertamente, nos la dio E. M. Bounds: “Dios quiere hombres consagrados, porque ellos pueden orar y van a orar… De la misma forma que los hombres que no oran embarran Su camino, lo perjudican e impiden el éxito de Su causa; los hombres no consagrados son también inútiles para Él, y le impiden poner en práctica Sus planes y ejecutar Sus nobles propósitos…” Con él coincide Andrew Murray cuando afirma: “¿Cuál es la razón de que muchos obreros cristianos en el mundo no tengan una influencia mayor? Nada, excepto la falta de oración en su servicio… Nada, excepto el pecado de la falta de oración es la causa de la falta de una vida espiritual poderosa”. Murray apunta a la misma dirección cuando dice: “El hombre que moviliza la iglesia cristiana para orar estará dando la mayor contribución para la historia de la evangelización del mundo”.

Lamentablemente, la falta de oración es una de las mayores debilidades del pueblo de Dios en este tiempo del fin. Satanás ha usado muchas distracciones para mantenernos apartados de la oración. Samuel Chadwick (1860-1932), ministro y escritor cristiano, dijo: “Él (Satanás) no teme los estudios bíblicos, ni el trabajo, ni la religión de aquellos que no oran. Él se ríe de nuestro trabajo, se burla de nuestra sabiduría, pero tiembla cuando oramos”.

¿Cómo está tu vida de oración? ¿Has luchado con Dios para elevar tu oración al nivel de la intercesión? ¿Tienes compañeros de intercesión? Dios nos llama para interceder. Y “cuanto más intercedemos”, dijo Wesley L. Duewel, “tanto más íntimo es nuestro andar con Cristo, y tanto más fuertes nos volvemos por el poder del Espíritu”. ¡Oremos! “…La oración eficaz del justo puede mucho.” (Stg. 5:16).

Recuerda: ¡La historia pertenece a los intercesores!

Monte Mor, São Paulo/ Brasil

Gerson Lima

Editor de la Editorial de los Clásicos y sirve en el ministerio de la palabra en muchos lugares durante 30 años. Vive  en la ciudad de Monte Mor con su esposa Miriam y sus hijas: Pérsida, Gérsica y Síntique. Es uno de los ancianos de la iglesia de este lugar.