JOSÉ: AMARGURA O GRACIA

“Mirad bien, no sea que alguno deje de alcanzar la gracia de Dios; que brotando alguna raíz de amargura, os estorbe, y por ella muchos sean contaminados…” (He. 12:15)

“¡Qué advertencia! No quería, pero tenía que admitirlo… Estaba dejando de alcanzar gracia de Dios. Había una amargura en mi vida, me estorbaba. Pero ¡cómo no tenerla! Conspiraron contra mí, quisieron mi muerte, me levantaron y lanzaron a la cisterna, me dejaron ahí, no sin antes despojarme de mi túnica y robar mi gozo… (Gn. 37). Estando en los laureles de mi vida, siendo lleno de revelación y gracia, ¿por qué fue motivo para el rechazo y la hostilidad?

En la oscuridad de una mazmorra, en medio de mi dolor, brotaban amarguras intermitentes. Por un lado, no podía dejar de admitir que en todo esto estaba la mano del Señor; pero, por otro lado, ¡todo era culpa de ellos! ¡Oh, en qué conflicto me encontraba! En mi corazón me burlaba de sus defectos y errores, endurecía mi rostro y rechinaba mis dientes; quería justificarme ante otros y recibir su conmiseración y halagos. Al menos, eso me haría sentir mejor, ¿verdad? Pero estaba empezando a contaminar… Había apartado mi mirada de la cruz.

El Señor, que “siempre ha estado conmigo también” dándome Su luz, no permitió que mi corazón perseverara en eso. También te- nía que admitir que… los amaba. Comparándome con Él, viendo Su dolor y ultraje, y ¡cómo soportó tanto siendo Él! Sucedió algo, y el Señor me fue propicio. Engendré a mi propio Manasés, pues “Dios me hizo olvidar…” (Gn. 41:51).

¡Nunca pensé necesitar gracia para no permitir que el fluir de la gracia se detuviese! El olvido en Manasés me abrió paso para engendrar a Efraín (“fruto”) y alcanzar nuevos niveles de conocimiento de mi Señor.

Muchas veces, un cristiano herido está a un hilo de la amargura; intentará justificarse por sus actos, y buscará maximizar la ofensa del agresor a niveles mayores ante la presencia del Señor y ante las otras personas. “¡Míralos!”, dirá. Sin embargo, el Señor en Su amor, ternura y comprensión, dirá: “¡Mírame!” Al hacerlo, será desnudado, sus rodillas temblarán, no tendrá más argumentos. Les amará, orará por ellos. La expresión de la vida del Espíritu que contiene toda la bendita victoria de la humanidad divina de Jesús, se expresará entonces en él, y Dios será glorificado, y él será feliz. La amargura se pudrirá, y la muerte dará paso a la vida y, al final, hablará a los corazones, diciendo: “Vosotros pensasteis mal contra mí, mas Dios lo encaminó a bien…” (Gn. 50:20).

Ten cuidado de la amargura en medio del sufrimiento y el dolor; ella pueda causar que el caudal de la gracia de Jesucristo sea interrumpido en tu vida.”