C. H. MACKINTOSH

Cada corazón tiene su propio ídolo. Uno adora el oro, otro adora el placer, otro adora el poder. Todo hombre no convertido es un idólatra; e incluso hombres convertidos no están fuera del alcance de las influencias idolátricas, como es evidente a partir de la nota de advertencia planteada por el venerable apóstol, «Hijitos, guardaos de los ídolos.» (1 Juan 5:21). Lector, ¿permitirás que nosotros pongamos a tu consideración una pregunta clara y directa? ¿Eres tú convertido? …

Nada que no surja del amor personal a Cristo y de la comunión con Él puede tener algún valor. Podemos saber al dedillo las Escrituras; podemos predicar con notable elocuencia y fluidez, con una fluidez tal que las mentes poco experimentadas pueden muy fácilmente confundir con «poder»; pero, ¡oh, si nuestros corazones no beben profundamente de la fuente principal; si el motor que los anima no es hacer del amor de Cristo una realidad práctica, todo terminará en algo fugaz…

En tiempos de ruina, de fracaso, de decadencia y de confusión generales, es cuando más hace falta la fidelidad, devoción y determinación del hombre de Dios. Y es una señal de gracia para él, saber que, a pesar del irremediable fracaso de la Iglesia como testimonio responsable de Cristo en esta tierra, en lo individual, tiene el privilegio de seguir una senda tan elevada, gustar de una comunión tan profunda y disfrutar de tan ricas bendiciones como jamás…

Dios no puede reconocer de forma plena y pública a aquellos que se hallan unidos en yugo desigual con los incrédulos, pues, si lo hiciera, ello equivaldría a reconocer el yugo. Él no puede reconocer ni a “las tinieblas” ni a “la injusticia” ni a “Belial” ni a un “incrédulo”. ¿Cómo podría hacerlo? Por eso, si me uno voluntariamente en yugo desigual con cualquiera de estas cosas, me identifico moral y públicamente con ella, y de ningún modo con Dios. Me situaría…

La institución de la Cena del Señor debe ser considerada por todo cristiano espiritual como una prueba particularmente conmovedora de los misericordiosos cuidados del Señor y de su considerado amor por su Iglesia. Desde el tiempo en que fue instituida hasta el día de hoy, la Cena del Señor fue un firme, aunque silencioso, testigo de esta verdad, que el enemigo ha procurado corromper y destruir por todos los medios a su alcance: que la redención es un hecho cumplido…

Esto se aplica, en toda su fuerza moral y su profunda solemnidad, a todo hijo e hija del caído Adán. No existe algo similar a una solitaria excepción, en todos los miles de millones que pueblan este globo. Sin conversión, no hay – no puede haber, entrada al reino de Dios. Toda alma inconversa está fuera del reino de Dios. No importa, en el más mínimo grado, quién soy yo, o qué soy yo; si yo no estoy convertido, estoy en «el reino de las tinieblas», bajo el poder de Satanás…

Hay dos casas que ocupan un lugar muy prominente en las páginas inspiradas: La casa de Dios y la casa del siervo de Dios. Dios atribuye una gran importancia a su casa, y justamente porque es suya. Su verdad, su honor, su carácter y su gloria están comprometidos en el carácter de su casa. Por tal motivo, es su deseo que la expresión de lo que Él es se manifieste con total claridad en lo que le pertenece. Si Dios tiene una casa, ella habrá de ser seguramente una casa piadosa, santa…

No necesitamos decir que creemos en la necesidad absoluta, indispensable, universal, de conversión divina. Sea el hombre lo que sea, sea él Judío, o Griego, bárbaro, Escita, esclavo o libre, Protestante o Católico Romano, en resumen, cualquiera que sea su nacionalidad, su posición eclesiástica, o su credo teológico, él se debe convertir, o de lo contrario él está en el camino ancho y directo a un infierno eterno.Nadie ha nacido siendo un cristiano, en el sentido divino de esa palabra…

Hay muchos casos de conversión, así llamados, que son publicados y se habla de ellos, los cuales no pueden resistir la prueba de la Palabra de Dios. Muchos profesan ser convertidos, y se les acredita como tales, los cuales demuestran ser meramente oidores pedregosos. (Mateo 13:5). No existe la profundidad de una obra espiritual en el corazón, ninguna acción real de la verdad de Dios sobre la conciencia, ningún rompimiento completo con el mundo. Puede ser…

Wicklow / Irlanda

C. H. Mackintosh

Nació en octubre de 1820 en el Condado de Wicklow, Irlanda,y falleció en noviembre de 1896 en Cheltenham, Reino Unido. Fue un predicador cristiano del siglo XIX, escritor de comentarios bíblicos, editor de revistas y miembro de los Hermanos Plymouth .