SUPONGAMOS QUE UN HOMBRE PUDIESE IR AL CIELO SIN SANTIDAD…

Supongamos por un momento que se le permitiera entrar al cielo sin santidad. ¿Qué haría? ¿De qué podría disfrutar allí?

¿A quiénes de todos los santos se acercaría, y al lado de quién se sentaría? Sus placeres no son los placeres de usted, ni sus gustos los gustos de usted, ni su carácter el carácter de usted.

¿Cómo podría ser feliz, si no fue santo en la Tierra? Quizás prefiere ahora la compañía de los superficiales y los indiferentes, los mundanos y los avaros, los parranderos y los que van tras los placeres, los impíos y los profanos, pero no habrá ninguno de ellos en el Cielo. Quizás cree ahora que los santos de Dios son demasiado estrictos, exigentes y serios. Prefiere evitarlos. No disfruta de su compañía, pero no habrá ninguna otra compañía en el Cielo.

Quizás piense ahora que orar, leer la Biblia y cantar himnos es aburrido, triste y tonto, algo para ser tolerado de vez en cuando, pero no disfrutado. Considera al Día del Señor como una carga y cosa pesada; no podría pasar más que una porción pequeña del día adorando a Dios. Pero recuerde, el Cielo es un Día del Señor sin fin. Los que allí viven no descansan de decir día y noche: “Santo, Santo, Santo, Señor Omnipotente”, y de cantar alabanzas al Cordero.

¿Cómo podría, alguien que no es santo, disfrutar de ocupaciones como éstas? No sé qué opinarán los demás, pero a mí me resulta claro que el Cielo sería un lugar muy desagradable para el que no es santo. Imposible que sea de otra manera…