EL ARREPENTIMIENTO Y EL EVANGELIO

…El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio.” (Mr. 1:15)

Cuando el Señor Jesucristo comenzó su ministerio, lo hizo con la predicación del Evangelio, el mensaje que siempre trae salvación y esperanza cuando es ex­puesto fielmente. Pero hoy, una parte de este mensaje que el Señor proclamaba con tanta solemnidad, es omitido o aban­donado, porque descubre lo más oculto de los corazones y despierta las conciencias adormecidas en la densa oscuridad. Se está hablando del inseparable compañero del llamado a los hombres a la fe, es decir, el arrepentimiento.

El mensaje del arrepentimiento, como parte de la predi­cación del Evangelio, resulta controversial, porque despierta a la realidad de que hay algo malo en la humanidad, lo cual a nadie le gusta admitir. El simple hecho de sugerir que hay algo de lo cual arrepentirse, para muchos es humillante, im­pensable y políticamente incorrecto. Muchos dicen: “Yo soy buena persona…”; estas son las palabras que habitualmente se escucha cuando se aborda a cualquier persona; como dijo el apóstol Pablo: “Porque ignorando la justicia de Dios, y procu­rando establecer la suya propia, no se han sujetado a la justicia de Dios…” (Ro. 10:3). Esto es cierto; desde el más ateo hasta el más religioso de los hombres, ya que todo hombre pretende tener su propia medida de justicia, donde lo malo y lo bueno depende de la experiencia y conveniencia de cada uno. Por esto, en la actualidad es tan necesario, como lo fue antes, predicar el Evangelio juntamente con el arrepentimiento bí­blico, el cual lleva al hombre de un estado de auto-justifica­ción a un estado de abandono de su rebelión para seguir al Señor fielmente, confiando solo en Él. Para esto es necesario considerar a Dios mismo, Su naturaleza, Su Ley, la condición humana y el llamado del Evangelio.

Un conocimiento verdadero de Dios

El ser humano no reconoce que debe arrepentirse porque no conoce a Dios. El hombre se ha erigido a sí mismo como un dios que dicta su propio sistema de valores, en el cual él es su propio “legislador moral”, siendo así que cada cual decide lo que es bueno o malo, dando valor a sistemas morales crea­dos por ellos mismos, y siendo estos sistemas contrarios al verdadero Legislador del universo, el verdadero Dios. Dios confrontaba a su pueblo Israel en el desierto acerca de esto mismo, pues de entre ellos había quienes decían conocer a Dios y Su Ley mientras pecaban contra Él: “…Pensabas que de cierto sería yo como tú; pero te reprenderé…” (Sal. 50:21). Ellos tenían una idea falsa de Dios, como si Él fuera torcido como ellos y condescendiente con sus pecados, pero ¡no! Ese es un ídolo creado en el corazón del hombre religioso, y aun del mismo ateo. Por esto los hombres pecan tan fácilmente, porque ignoran la justicia de Dios e ignoran quien es Él. Por eso, cuando se presenta el Evangelio se debe dar a conocer a Dios mismo en su plenitud: “... ¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, mi­sericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniqui­dad, la rebelión y el pecado…” (Ex. 34:6-7). Esta es una presen­tación de Dios acerca de Sí mismo, de cómo Él tiene piedad y misericordia del pecador, y perdona la iniquidad, la rebelión ¡Sí! ¡Así es Dios, excelsamente bueno y perdonador! Pero la Escritura continúa diciendo: “…y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado…” Si se presenta a Dios tal cual es pre­sentado en las Escrituras, a muchos no les va a gustar, porque Dios no tiene por inocente a los malvados; esto último pare­ciera ser una contradicción a lo anteriormente mencionado, pero no es así. Dios es muy diferente al hombre, Su amor no invalida Su justicia, Su perdón no está contra el castigo, Su misericordia no está en disonancia con Su ira ¿Cómo es posi­ble esto? Porque Dios es perfecto, y su carácter es íntegro y equilibrado en total perfección.

El mensaje del arrepentimiento, como parte de la predi­cación del Evangelio, resulta controversial, porque despierta a la realidad de que hay algo malo en la humanidad, lo cual a nadie le gusta admitir.

Hoy muchos no conocen al Dios de las Escrituras, sino que tienen una idea falsa de Él, diciendo que Dios “ama al pecador, pero aborrece su pecado”, lo cual contrasta con lo siguiente: “Porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad; el malo no habitará junto a ti. Los insensatos no esta­rán delante de tus ojos; aborreces a todos los que hacen iniquidad” (Sal.5:4-5). Dios no solo tiene un problema con el pecado, sino con el pecador mismo, porque el pecado es producto del pecador, no puedes separarlo de él; como el árbol que da los frutos que le son propios, así el pecador da como fru­to el pecado; el problema es el pecador. “Dios es juez justo, y Dios está airado contra el impío todos los días” (Sal.7:11). Dios es el Juez del universo, y Él es Justo, Él va a hacer justicia y no dejará escapar a los malvados; Dios está enojado, airado contra el impío todos los días ¿Y cuántos días tiene el año? 365 días; y de esos 365 días, ¿cuántos está enojado Dios con los malvados? Todos los días. Esta es una verdad abrumadora acerca del carácter de Dios, que cuando es presentada tal cual está en las Escrituras, tiene un efecto en el pecador, por­que ahora éste sabe que Dios no es como él, sino que Dios es Bueno, Justo y Amoroso, y no lo va a tener por inocente a causa de su pecado.

La Ley de Dios

La misma Ley de Dios da testimonio de Su carácter, que es perfecto y contrario a la perversidad. La Ley no es relativa, y ésta da conocimiento al hombre de su pecado. Cuando se predica el Evangelio, la mayoría de las personas piensan que no han violado la Ley de Dios, y creen que no tienen ningún problema con Dios. Por eso, mientras se da a conocer a Dios, se debe dar a conocer Su Ley, y ésta pondrá en evidencia el estado del pecador: “… ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” (Ro.3:20). La mayoría de las perso­nas creen que son buenas porque se consideran a sí mismas comparándose con otras personas que estiman como “ma­las”; pero cuando se muestra quién es Dios, y Su Ley como referencia de bondad y perfección conforme a las Escrituras, entonces la verdad de su condición es claramente expuesta, y su necesidad de perdón se hace evidente. La Ley de Dios es la medicina para la auto-justificación del hombre, mostran­do que a la verdad éste ha pecado contra Dios, y que no es tan bueno como piensa de sí mismo, lo cual deja al pecador consciente de su problema con Dios, quien está airado con él.

Solo así tiene sentido para el pecador el llamado al arre­pentimiento. Si por medio de las Escrituras dejamos al hom­bre consciente de su pecado, será evidente para él la necesi­dad de perdón.

Arrepentimiento y fe

Aunque el arrepentimiento y la fe no son iguales, ambos son ingredientes esenciales de una verdadera conversión y de la verdadera exposición del Evangelio a los pecadores, pues, ¿qué sentido tiene presentar a las “personas buenas” la nece­sidad de salvación? El arrepentimiento no puede faltar a una fe verdadera, y la fe verdadera siempre irá acompañada de arrepentimiento, porque para decir que Jesucristo tomó mi lugar, que murió por mis pecados, como dicen las Escrituras (1Cor.15:3), debo admitir que, por testimonio de la Ley de Dios y de mi conciencia, ¡soy culpable de juicio y castigo eterno! Y tengo que arrepentirme. De no ser así, ¿para que murió Cristo por mis pecados? Esto lo hablo por experien­cia propia. Cuando una noche escuchaba una predicación, fui expuesto por la Ley de Dios a mi pecado, al juicio de Dios y a la condena que pesaba sobre mí. Esto llegó a ser tan evidente para mí por la exposición de las Escrituras, que no me quedó duda que mi destino era el Lago de Fuego que Dios ha pre­parado para todos aquellos que han decidido rechazarle y re­belarse contra Él (Ap.20:15); pues yo mismo había incurrido en transgresión de los mandamientos de Dios; yo no era tan bueno como pensaba, sino realmente era malo y miserable; y esto mismo fue lo que me llevó a los pies de Jesucristo, reconociendo mis pecados delante de Él, poniendo toda mi confianza solamente en lo que Él había hecho por mí para salvarme.

Porque tú no eres un Dios que se complace en la maldad; el malo no habitará junto a ti. Los insensatos no esta­rán delante de tus ojos; aborreces a todos los que hacen iniquidad” (Sal.5:4-5).

El mismo Señor Jesucristo dijo que si pensamos que so­mos mejores que otros, erramos, y afirmó: “…antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente…” (Lc.13:3). Esto dijo el Señor por aquellos que pensaban que las cosas malas aconte­cían a aquellos que se las merecían, y que a ellos no les pa­saría lo mismo, por ser “mejores”. Esto es un grave error de juicio, pues vendrá el Día cuando todos los pecadores serán juzgados, y todos serán condenados, y perecerán, si no se arrepienten y ponen su fe en el Hijo de Dios (Ap.20:11-15).

El llamado del Evangelio

Cuando el Señor dijo: “…El tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios se ha acercado; arrepentíos, y creed en el evangelio” (Mr. 1:15), Él estaba haciendo un llamado al arrepentimiento y a la fe. Pero este llamado era en base a que el tiempo se ha­bía cumplido: había llegado el Mesías, el Salvador, de quien decía la profecía (Dn. 9:24) que vendría a traer expiación por el pecado; y que el Reino de Dios se había acercado, en referencia al gobierno perfecto de Dios. Por esta razón, Él dice que todo hombre debe arrepentirse y creer en el Evangelio. La palabra arrepentimiento en hebreo significa: Volver en respuesta. De forma similar, también se podía usar en griego la palabra arrepentirse, como un cambio de vida, basado en un cambio completo de actitud y de pensamien­to en lo relativo al pecado y la rectitud (Diccionario Tuggy). Este cambio se da cuando el pecador, al reconocer su pecado, responde de manera positiva al Evangelio, volviéndose de sus malos caminos, de su rebelión contra Dios y de su impiedad.

El mismo Señor Jesucristo dijo que si pensamos que so­mos mejores que otros, erramos, y afirmó: “…antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente…” (Lc.13:3).

El Evangelio demanda una respuesta del pecador, sea po­sitiva o negativa: positiva, al reconocer su pecado delante de Dios y su necesidad de salvación, poniendo su fe en la obra efectuada por el Señor Jesús en la cruz; o negativa, al rebelar­se contra Él. Siempre que el Evangelio es predicado se dará una de estas dos respuestas: un rechazo rotundo al Evangelio o una rendición incondicional al Señor Jesucristo y Su Evan­gelio.

Arrepentimiento y fe para salvación

El arrepentimiento para salvación va acompañado de fe; el pecador, al volver los ojos y mirar su miserable condición en el pecado y que está bajo la ira de Dios, pudiera tener una respuesta de fe, la cual traería una nueva relación con el pe­cado y con Dios. Si realmente se ha arrepentido, si seriamen­te se ha evaluado a la luz de las Escrituras y ha considerado su condición, entonces, como se dijo, volverá en respuesta a Dios y Su oferta de salvación por medio de la fe. Esto impli­cará un cambio profundo en relación al pecado, ese pecado en el que antes se deleitaba, que antes anhelaba, en el cual podía pasar sumergido sin ningún reparo y practicarlo des­enfrenadamente, ahora, al volverse en respuesta al Señor, eso traerá un cambio: así, el pecado que antes amaba, ahora lo aborrece; ahora le dará vergüenza y tristeza recordar lo que antes hacía, y buscará resarcir al Señor por la deshonra causa­da; pero también le traerá una nueva relación para con Dios.

El ejemplo de la mujer pecadora

En el Evangelio de Lucas (7:36-50) se relata un ejemplo maravilloso de cómo el arrepentimiento verdadero lleva a una respuesta de fe genuina. El Señor había sido convidado por un fariseo llamado Simón para que comiese con él; en esto, una mujer que la Escritura nos dice que era pecadora, al enterarse de que el Señor estaba en la casa de Simón, lle­vó un frasco de alabastro con perfume; “…y estando detrás de él a sus pies, llorando, comenzó a regar con lágrimas sus pies, y los enjugaba con sus cabellos…” (v. 38). El pecador, que ahora tie­ne una nueva relación con su pecado, también adquiere una nueva relación con respecto a Dios. Esta mujer, al saber que Jesús estaba en casa de este fariseo, no respondió alejándose de Jesús por causa de su pecado, como lo hacen aquellos que no quieren venir a la luz del Señor (Jn.3:20), sino con fe fue a su encuentro, se puso a sus pies llorando, seguramente por su pecado; este es el efecto del arrepentimiento que lleva a humillarse delante de Dios reconociendo la penosa reali­dad; “…y besaba sus pies, y los ungía con el perfume…” Pero no solo estaba allí para llorar, sino para besar y ungir los pies del Señor con perfume, teniendo fe en Aquel a quien ungía, confiando que Él tenía poder para limpiarla y perdonarla; porque el arrepentimiento nos llena de lágrimas y de dolor, pero la fe nos saca de un estado de condenación del cual solo el arrepentimiento nos hace conscientes, para que la fe luego levante la mirada a Jesús. Con respecto a esto, el Reforma­dor Martín Lutero dijo en una ocasión: “Me vi a mí mismo, y vi imposible salvarme; miré a Cristo, y vi imposible perderme”. Por esto se debe poner toda confianza y esperanza en Cristo, el Hijo del Dios Viviente, de quien Pablo dice: “…el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí…” (Gá.2:20). El mismo que condena y que juzga con justicia a los pecadores es el mismo que tomó mi lugar y cargó sobre sí la maldición que era para mí (Gá.3:13). Es la fe, y sólo por la fe en la obra del Hijo de Dios a favor de los pecadores, que éstos pueden ser perdo­nados; sin ella, el arrepentimiento sólo quedaría en llantos y con el hombre postrado sin ninguna esperanza de levantarse, mas por la fe puede levantar la cabeza para mirar a Aquel que fue levantado sobre un madero por los pecadores, mas resu­citó de entre los muertos al tercer día, “…para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Jn.3:15).

El pecador, que ahora tie­ne una nueva relación con su pecado, también adquiere una nueva relación con respecto a Dios.

El arrepentimiento y la fe fueron la respuesta de esta mu­jer pecadora, a quien dijo el Señor: “…Tus pecados te son perdo­nados.” (Lc.7:48). Porque cuando se tiene fe en la persona de Jesucristo y su Obra, es cuando realmente se tiene certeza, no de que tal vez los pecados hayan sido perdonados, sino la total seguridad de que el pecador ha sido perdonado, como lo fue esta mujer, al decirle el Señor: “… Tu fe te ha salvado, vé en paz.” (v. 50). Esta fe llegó a ser delante del Señor como aquel perfume que ungía sus pies. Así nos lleve el Señor a es­tar siempre a sus pies con desprecio por el pecado, pero con júbilo y regocijo por la fe en Él.

Volvamos al Señor

El arrepentimiento sin fe no es más que remordimiento (2 Co. 7:10). La fe sin arrepentimiento es una fe que realmente está muerta (Stg. 2:17). Por eso no se pueden separar, son parte de un mismo mensaje, el mensaje del Evangelio, un mensaje que no deja al hombre en estado neutral, sino que lo expone a rechazar o recibir este mensaje que viene de Dios.

Es urgente que esta generación vuelva al Evangelio que está en las Escrituras, para conocer al Dios verdadero y el mensaje completo que puede traer salvación a los que vi­ven bajo condenación permanente. Se debe dejar de lado el temor de ofender a los no creyentes, mostrándoles lo que las Escrituras declaran acerca de la real condición caída del hombre; y lo que ellas declaran acerca de Dios, quien es Jus­to para dar a cada uno según sus obras, y misericordioso para salvar a los que se humillan reconociendo su propia condi­ción, y pongan su fe en Él. ¡Este es el maravilloso Evangelio de Jesucristo! ¡No callemos, y anunciémoslo a toda criatura!

Bogotá / Colombia

Alberto Rabinovici

Colaborador y escritor del ministerio tesoros cristianos. Nacido en Argentina, criado en Paraguay e Israel. Vive en Colombia hace 8 años donde sirve en la iglesia local donde reside. Felizmente casado con Daniela, y tiene un hijo: Natanael.