¿QUÉ ES LA BIBLIA?

“Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad (Juan 17:17)

La palabra Biblia viene del vocablo griego ‘Biblia’, que significa libros; el singular es ‘biblion’, que significa cualquier clase de documento escrito. Esta palabra pasó al latín, cerca del año 400 d.C. Jerónimo llamó a las Santas Escrituras “la biblioteca divina.” Y desde ese tiempo los escritores cristianos han aplicado la palabra Biblia a la colec­ción de todos los libros divinamente inspirados. Posterior­mente, del latín pasó a las lenguas occidentales, ya no como nombre plural, sino como nombre singular, en femenino: La Biblia, la cual es el libro por excelencia.

La Biblia se divide en dos Testamentos, palabra derivada del latín ‘Testamentum’. Esta palabra, en su sentido legal, describe un documento dejado por un difunto acerca de la distribución de sus propiedades. Pero en cuanto a la Biblia es preferible usar la palabra pacto. No es solamente un libro, sino que abarca sesenta y seis libros compilados en un solo volumen; estos sesenta y seis documentos separados fueron escritos durante un período de mil seiscientos años, por más de cuarenta autores, provenientes de muy diferentes trasfon­dos. Ahora bien, con tantos libros que están contenidos en la Biblia, ¿Cómo sabemos cuál es el propósito o la unidad de este libro? Jhon Piper dice: “La Biblia no son perlas en un collar, sino eslabones en una cadena. Los escritores desarro­llaron un patrón unificado de pensamiento. Ellos estaban de acuerdo. Una sola historia une cada versículo, cada capítulo, cada libro.”

Jerónimo llamó a las Santas Escrituras “la biblioteca divina.” Y desde ese tiempo los escritores cristianos han aplicado la palabra Biblia a la colec­ción de todos los libros divinamente inspirados.

¿Cuál es la historia de la Biblia?

“La historia de redención, cuya secuencia muestra toda su gloria para que, al final, la mayor cantidad posible de perso­nas tuviera los antecedentes históricos necesarios como para tener el más ferviente amor por Dios y la fe más certera del mundo… Lo que Dios hace en la historia de la redención en Su Hijo Jesucristo es mostrar Su misericordia, de modo tal que la mayor cantidad de personas se deleite en Él por toda la eternidad, con todo su corazón, sus fuerzas y su mente… Todos los hechos de la historia de la redención y su signi­ficado, según se registran en la Biblia, componen una uni­dad para llegar a este objetivo de manera conjunta.” (Toma­do del libro “No desperdicies tu vida”, de John Piper, p.27).

“La Biblia es más que un conjunto de obras literarias, es más que un libro común. Podemos decir que la Biblia es, pri­meramente, literatura escrita por mandato de Dios. Moisés recibió la orden de escribir, de igual modo que la recibiera Juan en la isla de Patmos, con aquellas palabras del ángel: «Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia» (Ap. 1:11). En segundo lugar, es literatura escrita por mandato de Dios bajo la dirección de Dios, pues el mismo Pedro nos dice: «Nunca la profecía fue traída por voluntad huma­na, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo» (2 Pe. 1:21). Por último, la Biblia es literatura escrita por mandato de Dios, bajo la dirección de Dios, y preservada por Dios mismo. Él mandó que se conser­vara en el Arca, de donde pasó al Templo, y luego a las sinago­gas, para difundirse, finalmente, por toda la Iglesia. ” (Toma­do del libro “¿Qué es la Biblia?, de José Flórez. Ed. Alturas).

Moisés recibió la orden de escribir, de igual modo que la recibiera Juan en la isla de Patmos, con aquellas palabras del ángel: «Escribe en un libro lo que ves, y envíalo a las siete iglesias que están en Asia» (Ap. 1:11).

El contenido de la Biblia

Toda la literatura de la Biblia encierra un gran contenido, el cual podemos entrar a conocer en profundidad. Que­daría incompleto decir solamente: ¿Qué es la Biblia?, y no poder decir: ¿Qué dice la Biblia? Por lo cual tenemos la necesidad de hablar un poco acerca del contenido.

“La Palabra de Dios es, ante todo, el relato de una histo­ria que se extiende desde la creación del mundo hasta el fin de los tiempos; como en el caso de la isla de Patmos, «las cosas que has visto y las que son, y las que han de ser des­pués de éstas» (Ap 1:19), constituye el drama de la Biblia, puesto que la mente hebrea ve la historia del mundo y de la humanidad como un drama en que el autor y principal actor es Dios, creando el universo en una secuencia de seis días, al final de lo cual, lo más preciado de la obra de Dios, el hombre, cae de su pedestal por su pecado. El hombre ha transgredido la ley del bien y del mal que lle­va escrita en su corazón, y se convierte en reo de muer­te. Es así como discurre a lo largo de la historia, e incluso cuando llega a lograr éxitos y grandes realizaciones, el hombre deja traslucir su fatal elemento de pecado.

Por eso, porque es hijo de pecado, el hombre no puede escapar al Cielo desde este planeta, y tiene que morir. El hombre tiene que enterrar al hombre aquí en la tierra.

En los cuadros y pinturas del Viejo Testamento, Dios es Todopoderoso, es el actor principal, y tiene siempre la última palabra. El diluvio del mal arrasa la humanidad entera, la torre de su civilización se desmorona en con­fusión; pero un pequeño residuo, una «simiente justa» permanece y se conserva en cada generación. Abraham, Isaac, Jacob, no siendo perfectos, ni siquiera entendiendo los propósitos de Dios, hacen una cosa primordial: Ser fieles al llamado que han recibido del Altísimo, y en ellos y en su simiente la tierra es bendecida.

Pero la idea de una nación bendecida, escogida, la idea de un Israel de la Biblia, de Dios, no excluye la idea de otras naciones, de Egipto, de Asiria, de Babilonia, Persia, Gre­cia, Roma, etc., jugando también un papel en la historia que desempeñaron en su tiempo por ser escogidas, sin duda, para un propósito. A lo largo de la Sagrada Escri­tura se ve que Dios tiene un propósito para cada nación y un destino para cada nación y un destino y propósito para cada hombre.

Esas naciones del mundo reciben, a través de la nación escogida, del pueblo de Israel, los Diez Mandamientos, que son leyes de vida para todos los seres humanos, y en la persona de David, el hombre «según el corazón de Dios», las doce tribus se dan cuenta, por un tiempo, de su unidad, y de que Dios continúa operando por me­dio de la personalidad consagrada.

Como mayor centro de unidad, David propone la cons­trucción del Templo en la ciudad de Jerusalén, para sus­tituir al viejo «Tabernáculo» de Moisés, y cuando su hijo Salomón lo termina, allí se instala «el Arca del Pacto», y la gloria del Señor llena el Templo. Allí fue donde Isaías tuvo la visión del Señor sentado en un trono alto, y oyó el coro angélico: «Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos; toda la tierra está llena de su gloria» (Is. 6:3). Además de Isaías, otros profetas como Jeremías, deja­ron escritos sus libros proclamando la justicia y la mise­ricordia del Dios de Israel, y llamando a toda la nación a arrepentirse y a confiar en Él, pues preveían que aquella infidelidad sólo podía acabar en juicio y catástrofe. La culminación de esta fase de testimonio profético fue el trágico período cuando Dios entregó a su pueblo en ma­nos de sus enemigos, los asirios y babilonios. El templo fue incendiado, la ciudad arrasada y gran número de los ciudadanos principales, juntamente con su rey, fueron llevados cautivos a Babilonia.

Según el pensamiento humano, aquello habría significa­do el fin de la pequeña y atrasada nación que se atrevía a creer todavía que era el pueblo de Dios, del Dios To­dopoderoso; pero lo imposible sucedió, y emergió de la catástrofe y del juicio con una fe más pura y una devoción más sentida.

El profeta Ezequiel se levantó entre los exilados en Babi­lonia, y mientras Isaías y Jeremías habían dicho que Dios restauraría a su pueblo con un monarca descendiente de David, también Jeremías y Ezequiel hablaron de un «nuevo pacto», según el Espíritu, que sería escrito en los corazones.

Pero todo aquello habría de ser laborioso, doloroso, y de infinita paciencia. Hageo y Zacarías emiten sus profecías por el tiempo del retorno de Israel; Nehemías y Esdras nos relatan algunas de esas fases, y los libros de la Ley, y de los Profetas, y de los Salmos se conservan, se estudian, se editan, entretanto que se acerca el que, según Isaías, sería «despreciado y desechado entre los hombres, varón de dolores, experimentado en quebranto» (Is. 53:3). Él llevaría sobre sí mismo los pecados de su pueblo.

A lo largo de aquel período, algo oscuro en la historia de Jerusalén, tras la restauración, la opresión y persecución en el tiempo griego, la sujeción al poder romano, hubo siempre pueblo que mantuvo la fe, y héroes y mártires, junto a escritores apocalípticos que mantenían vivos los sueños de un glorioso futuro. Y pronto aparece el más grande de todos los profetas, Juan el Bautista, heraldo glorioso del Hijo de Dios, del que venía tras él, de Jesu­cristo.

A pesar de todas las críticas y escepticismos, en pie queda la verdad histórica, el más importante hecho de los siglos, la resurrección de Jesucristo. Muerto y sepultado, sí, pero también resucitado; la formidable noticia que habría de dar la vuelta al mundo sin cesar: Cristo ha muerto para salvar a los hombres, reincidentes pecadores, y llevarlos al Cielo, en donde está Él, sentado a la diestra del Padre. Y dos cosas suceden. Primeramen­te, la vieja Jerusalén, con su templo y su sacerdocio y sus constantes sacrificios, es destruida y raída de la his­toria. Acabó de cumplir su propósito y en segundo lugar, se crea un pueblo nuevo, un nuevo Israel, continuación del viejo; pero reunido al Cristo ascendido y victorioso; una Iglesia para todas las naciones, llena del poder del Espíritu Santo, y en esa Iglesia, la literatura del Nuevo Testamento, es decir, el Nuevo Pacto anunciado, surge con potencia arrolladora. La Biblia, con todos sus libros, ha sido acabada. La voz de Dios ha emitido su último pensamiento y marcado el derrotero seguro, invariable y eterno para el hombre que quiera obedecer. (“¿Qué es la Biblia?”, de José Flórez. Ed. Alturas).

A lo largo de la Sagrada Escri­tura se ve que Dios tiene un propósito para cada nación y un destino para cada nación y un destino y propósito para cada hombre.

Solamente hay una Biblia

“No; no hay más que una sola Biblia, un solo libro de Dios, que el profeta llamaba en su tiempo «Libro de Je­hová», el cual quedó completo con los libros del Nue­vo Testamento, una vez realizada su obra el Cristo, Hijo de Dios y Salvador del hombre. ¿Es que acaso puede Dios confundir al hombre, cuando más bien quiere que su mensaje sea diáfano y único? ¿Podría Dios haber en­tregado a la humanidad dos libros para que no sepamos con qué carta quedarnos? Sin embargo, todos nosotros hemos oído y leído acerca de «Biblias falsas», «Biblias protestantes», y es necesario que sepamos lo que haya en ello de verdad. En principio debemos decir que si afir­mamos que la Biblia es católica, con ello damos razón a los católicos, y si afirmamos que es protestante, con ello damos razón a los protestantes; pero, afortunadamente, para impedir el orgullo o rivalidad humana, la Biblia se presenta como divina, con todas sus pruebas, y cualquier persona que se ponga del lado de la Biblia tiene siempre la verdad, la cual es inmóvil. Bien decía Cristo: «Tu Pa­labra, oh, Padre, es verdad».” (“¿Qué es la Biblia?”, de José Flórez. Ed. Alturas).

  1. F. Bruce dice: “El propósito de Dios al dejar este libro no fue para que sólo pudieran leer los eruditos o especialistas únicamente. Desde el principio se destinó a ser el libro de todos, y aún lo es. El mensaje que contiene está destinado a satisfacer una necesidad universal; a su personaje central se le llama con razón ‘el Salvador del mundo’. Aunque terminó de escribirse hace tantísimo tiempo, la Biblia jamás envejece, pues los temas que trata son de la naturaleza que conservan su relación práctica con la vida siglo tras siglo, y nos tocan tan de cerca como a la gente que primero la leyó.”

La Biblia se presenta como divina, con todas sus pruebas, y cualquier persona que se ponga del lado de la Biblia tiene siempre la verdad, la cual es inmóvil.

Pero precisamente por haber sido terminada hace tanto tiempo, hoy día necesitamos auxilio y consejo para com­prenderla tan plenamente como deseáramos. Y este es nuestro propósito, ya que el deseo es que podamos apren­der algunas pautas para poder escudriñar las Escrituras y descubrir las verdades por nosotros mismos. Para lo anterior es necesario tener claras las características del texto que vamos a interpretar. Este texto es el Libro de Dios, es Su Pa­labra, son Sus pensamientos dejados en un lenguaje humano para que todos le conozcamos.

¡Gracias a Dios que nos permite tener este espacio para examinar las Escrituras y animar a todos a utilizar las dife­rentes herramientas a fin de tener una buena lectura de tan precioso Libro: La BIBLIA!

Bogotá / Colombia

Diego Ducon

Colaborador y escritor del ministerio Tesoros Cristianos. Nacido en Bogotá, ciudad donde vive actualmente, sirve en la iglesia local  donde reside.