DWIGHT LYMAN MOODY

“Hermanos, sed imitadores de mí, y mirad los que así se conducensegún el ejemplo que tenéis en nosotros.” (Flp 3: 17)

Dwight Lyman Moody o D.L. Moody como normal­mente era conocido, no fue un evangelista de ora­toria prolija y grandilocuente; más bien se mostró como un hombre sencillo de su época, que cautivaba a su audiencia con un estilo íntimo y sentimental de contar histo­rias, de carácter regionalista y familiar. Su tema central era el amor de Dios. Su mensaje, sencillo de comprender, se re­sumía en: ruina por causa del pecado, redención, gracia en Cristo y regeneración por medio del Espíritu Santo. Un vivo ejemplo del poder y la gracia del Señor en hombres norma­les, escogiendo Dios lo necio del mundo para avergonzar a los sabios; y lo débil, para avergonzar a lo fuerte.

  1. A. Torrey dijo: “El primer factor por cuyo motivo Moody fue un instrumento tan útil en las manos de Dios, es que era un hombre enteramente sometido a la voluntad divina. Cada gramo de aquel cuerpo de 127 kilos pertenecía al Señor; todo lo que él era y todo lo que tenía pertenecían enteramente a Dios”.

Un vivo ejemplo del poder y la gracia del Señor en hombres norma­les, escogiendo Dios lo necio del mundo para avergonzar a los sabios; y lo débil, para avergonzar a lo fuerte.

Inicios y conversión

Nació el 5 de febrero de 1837 en Northfield, Massachuse­tts Estados Unidos, proveniente de una familia muy humilde. Fue el sexto de nueve hermanos en una familia de labradores cuya condición económica era muy endeble. Su vida de niño fue dura pues muy pronto vivió la ausencia de su padre cuan­do esté falleció repentinamente, dejando a siete hijos, y a su esposa embarazada de dos gemelos.

Vivieron en la escasez durante los años siguientes a la muerte del padre. Todas las semanas, repetidamente, tenían que decir «no» a los deseos de la carne; y esto fue un buen entrenamiento para su siguiente fructífera vida cristiana. La ropa se usó y se remendó hasta gastarse.

La educación formal de Moody se limitó a los cursos que pudo tomar en la escuela del distrito, y mientras fue niño tuvo que ganarse la vida realizando diversas labores. En 1854, a la edad de 17 años, se decidió a probar fortuna en la ciudad de Boston y fue contratado por su tío, Samuel Holton, como empleado en su zapatería. Una de las condiciones de su con­tratación era que debía asistir regularmente a la iglesia Con­gregacional de Mount, dirigida por el pastor Edward Norris Kirk, y también a la escuela dominical de esta congregación.

Continuó asistiendo a los cultos, pero todavía no era sal­vo. Nótenlo bien todos aquellos que se dedican a la obra de ganar almas, que no fue en un culto donde Dwight Moody fue llevado al Salvador. Su maestro de la Escuela Dominical, Eduardo Kimball, nos cuenta lo siguiente: “Resolví hablarle acerca de Cristo y acerca de su alma. Vacilé un poco antes de entrar a la zapatería, pues no quería estorbar al mucha­cho durante las horas de trabajo… Por fin entré, resuelto a hablarle sin más demora. Encontré a Moody al fondo de la tienda envolviendo calzado. Enseguida me aproximé a él y poniéndole una mano sobre el hombro, hice lo que después me pareció una presentación muy pobre, una invitación para aceptar a Cristo. No me acuerdo de lo que le dije entonces, ni el mismo Moody podía recordarlo algunos años después. Simplemente le hablé del amor de Cristo para con él, y el amor que Cristo esperaba de él en reciprocidad y allí mismo en el fondo de la zapatería, él se entregó a Cristo.

Sin duda, nuestro Dios puede hacer de algo sencillo y aparentemente simple un estrepitoso evento, porque de esta “pobre invitación”, como la describe Eduardo Kimball fue lo que Dios utilizó para encender la llama de la predicación del Evangelio en el corazón de Moody en Boston, Chicago y, más tarde, en la ciudad de Notherlfield. “¡Oh profundidad de las riquezas, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos!” (Romanos 11:33).

Todas las semanas, repetidamente, tenían que decir «no» a los deseos de la carne; y esto fue un buen entrenamiento para su siguiente fructífera vida cristiana.

Ministerio

Los frutos de la conversión de Moody no tardaron en germinar, y la pasión por las almas de los perdidos era algo que ardía en el corazón de este joven siervo del Se­ñor. En una ocasión en Chicago, visitó una escuela domi­nical, donde pidió permiso para enseñar una clase; el dirigente le respondió: “Hay 12 maestros y 16 alumnos; sin em­bargo, usted puede enseñar a todos los alumnos que consiga traer”. Fue una gran sorpresa para todos cuando el domingo siguiente entró con 18 niños traídos de la calle, sin zapatos y con la ropa sucia y raída, ya que como solía repetir: “Todos ellos tienen un alma que salvar”, frase que mostraba lo que fue el desarrollo y realidad de la vida de este ministro, porque, como veremos más adelante, su compasión por los aún per­didos tenía el aroma de Cristo.

Poco después de ser salvo tomó la resolución de que él nunca dejaría pasar veinticuatro horas sin hablar por lo me­nos a una persona sobre su alma, aunque en algunas ocasio­nes tuviera que hacerlo en horas no convencionales.

En medio de esos grandes esfuerzos, Moody resolvió ines­peradamente hacer una visita a Inglaterra. Su principal in­terés al llegar a Londres fue oír a Spurgeon predicar en el Tabernáculo Metropolitano. Él ya había leído mucho de lo que el “Príncipe de los predicadores” había escrito, pero allí pudo verificar que la gran obra no era de Spurgeon, sino de Dios, y salió de allí con una visión distinta. También visitó a George Müller y a su orfelinato en Bristol. Desde aquel momento la autobiografía de Müller ejerció tanta influen­cia sobre él, como antes lo había hecho “El Peregrino” de Bunyan. Sin embargo, lo que en ese viaje llevó a Moody a buscar definitivamente una experiencia más profunda con Cristo, fueron estas palabras proferidas por un gran gana­dor de almas de Dublín, Enrique Varley: “El mundo todavía no ha visto lo que Dios hará con, para, y por el hombre que se entre­gue enteramente a Él.” Moody se dijo a sí mismo: “El no dijo : ‘por un gran hombre’, ni ‘por un sabio’, ni ‘por un rico’ ni ‘por un elocuente’, ni ‘por un inteligente’, sino simplemente ‘por un hombre’. Yo soy un hombre y cabe al hombre solamente resolver si desea o no consagrarse de esa manera. Estoy resuelto a hacer todo lo posible para ser ese hombre.”

Dublín, Enrique Varley: “El mundo todavía no ha visto lo que Dios hará con, para, y por el hombre que se entre­gue enteramente a Él.

Despertando a su llamado

Poco después de regresar de aquel viaje, en 1871 la ciudad de Chicago quedó reducida a cenizas debido a un terrible incendio. Esa misma noche el predicador D.L. Moody había compartido sobre este tema: “¿Qué, pues, haré de Jesús, llamado el Cristo?” Al concluir su sermón, le dijo al auditorio “Quiero que llevéis este texto a casa y lo meditéis bien durante la semana, y el do­mingo próximo iremos al Calvario y a la cruz, y resolveremos lo que haremos de Jesús de Nazaret.” “¡Cómo me equivoqué!” dijo Moody después. “No me atrevo nunca más a conceder una semana de plazo al perdido para que decida sobre su salvación. ¡Oh, que palabras es­tas que pesan en lo más profundo de mi corazón! Nunca más volví a ver a aquel auditorio. Aún hoy deseo llorar… Prefiero tener mi mano derecha amputada, antes que conceder al auditorio una semana para decidir qué hará de Jesús”. El Gran Incendio de Chicago dejó un saldo de 300 personas muertas dejando en Moody la carga de enviar cada persona que pudiera a Cristo, sin importar a qué costo.

Como la anterior, muchas otras historias y testimonios sobrenaturales transcurrían día a día en la vida de Moody que nos dejan anhelando ceder nuestras vidas a quien es el único digno de ella, nuestro Señor Jesucristo. La unción manifiesta en la vida de este ministro no provenía de una fuente humana, no era de su propio ser; este hombre rendido totalmente a la voluntad de Dios, no salía de su ha­bitación sin antes pasar dos horas de meditación en la Palabra y oración. Esto es lo que hacía posible la conversión de miles de almas perdidas, por la predicación del Evangelio de Dios, Muerte y Resurrección.

La pasión que consumía a Moody por las almas no era por las almas de los que serían provechosos en la edificación de su obra aquí o allá; su amor por las almas no conocía limitación de clases, él no hacía acepción de personas; podía ser un con­de o un duque, o un ignorante muchacho de color en la calle; eran lo mismo para él; había un alma por salvar, y él hacía lo que estaba a su alcance para salvar a esa alma.

Fruto de su ministerio

Un total de quinientas mil almas preciosas ganadas para Cris­to es el cálculo de la cosecha que Dios hizo por intermedio de su humilde siervo, Dwight Lyman Moody. R. A. Torrey, que lo conoció íntimamente, lo consideraba, con razón, el hombre más grande del siglo XIX, es decir, el hombre que había sido más usado por Dios para ganar almas, sin contar los miles de siervos usados por Dios que se convirtieron me­diante la predicación de Moody como C.T. Studd.

El Gran Incendio de Chicago dejó un saldo de 300 personas muertas dejando en Moody la carga de enviar cada persona que pudiera a Cristo, sin importar a qué costo.

Legado y muerte

Dejó al mundo varios libros, aunque nunca escribió un libro propio. Sus sermones evangélicos, personajes bíblicos, devocionales y estudios doctrinales fueron compi­lados a partir de su palabra hablada. Además, fundó la Aso­ciación de Colportorado para proveer literatura cristiana a bajos precios. Son célebres sus anécdotas y comentarios tra­ducidos a los principales idiomas del mundo.

Dwight Lyman Moody nunca fue ordenado en el minis­terio de ninguna iglesia, sin embargo, fue el evangelista que predicó a más gente en su época. En 1880 dio lugar a las Conferencias anuales Northfield las cuales dieron lugar al Movimiento de Estudiantes Voluntarios, dedicado a las mi­siones extranjeras. En conclusión, fue un hombre rendido to­talmente a la voluntad de Dios, humilde que no le importaba reconocer ante un público su debilidad y total dependencia de Cristo además de pedir las oraciones por él a los que es­cuchaban.

Murió en el amanecer del 22 de diciembre de 1899, a las seis de la mañana, en medio de una campaña evangelista, que estaba realizando en Kansas. “¿Y esto es morir? Pues es la misma bienaventuranza. La tierra retrocede; se abre el cielo; Dios me llama. Debo irme”, fueron sus últimas palabras. En la actualidad, se estima que no menos de cien millones de personas escucharon el Evangelio de su boca, y sus escuelas están formando a muchos otros para llevar las Buenas Nuevas en todo el mundo.

Sin el Evangelio, todo es inútil y vano”, decía Juan Calvino, y nuestro hermano Moody entendió por el Espíritu tal reali­dad; su vida así lo demostró.

El proclamar la Buena Nueva a los perdidos era la pasión que consumía y ardía en su corazón en respuesta al amor recibido de su Salvador. Hermanos, hoy me pregunto: ¿Cuál es la pasión que arde en nuestro corazón? ¿Tiene el Evange­lio de Dios tal impacto en nuestras vidas que manifestamos a las almas que el Señor coloca en nuestro camino las Buenas Nuevas que son poder de Dios para salvación? ¡Oh, herma­nos, que podamos clamar al Señor para que nuestro fuego sea avivado y que la compasión por las almas perdidas, como un día lo fuimos, sea nuestra respuesta al bendito amor de nuestro Señor!

Oh, si fuéramos tan llenos de celo por la salvación de al­mas como él, ¿cuánto tiempo pasaría antes de que el país entero fuera sacudido por un poderoso avivamiento enviado por Dios?

Bogotá / Colombia

Luisa Cruz

Colaboradora y escritora del ministerio Tesoros Cristianos, servidora en su iglesia local. Nacida en la ciudad de Bogotá dónde reside actualmente.