YO Y MI CASA SERVIREMOS A JEHOVÁ

Y si mal os parece servir a Jehová, escogeos hoy a quién sirváis; pero yo y mi casa serviremos a Jeho. (Jos. 24:15)

Constantemente, la Biblia enseña que en el corazón de Dios no sólo está el querer salvarnos de manera individual, sino que también el Señor anhela profundamente que nuestras casas lleguen a ser salvas por Él y para Él. Es por esta razón que, a lo largo de toda la Biblia, encontramos a la familia como una unidad esencial con la cual el Señor quiere adelantar Su propósito.

En el Antiguo Testamento encontramos que Dios no sólo quiso salvar a Noé del juicio del diluvio, sino que incluyó a toda su casa en el arca de la salvación, la cual es figura de la salvación que Dios traería, posteriormente, por medio de Cristo. “Dijo luego Jehová a Noé: Entra tú y toda tu casa en el arca; porque a ti he visto justo delante de mí en esta generación.” (Gn. 7:1).

Más adelante, Dios prometió a Abraham, a Isaac y a Jacob que en su simiente, la cual es Cristo, serían benditas todas las familias de la Tierra. Dios podría haber prometido a Abraham que por medio de aquella simiente serían benditos todos los hombres, pero dejó claro que Su interés es bendecir a todas las familias: “… y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.” (Gn. 12:3).

Asimismo, cuando Dios liberó al pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto, manifestó que no estaba conforme con que Faraón permitiera salir a unos pocos hombres a adorarle en el desierto, sino que era necesario que las familias de los israelitas, sus ancianos, niños, hijos e hijas, e incluso sus posesiones, fuesen liberados y llegaran a participar de las bendiciones de la Tierra Prometida. “Moisés respondió (a Faraón): Hemos de ir con nuestros niños y con nuestros viejos, con nuestros hijos y con nuestras hijas; con nuestras ovejas y con nuestras vacas hemos de ir; porque es nuestra fiesta solemne para Jehová.” (Ex. 10:9).

También en el Nuevo Testamento encontramos que la salvación alcanzó, no solamente al carcelero de Filipos, sino también a toda su casa. “Ellos (Pablo y Silas) dijeron: Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa. Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa… y se regocijó con toda su casa de haber creído a Dios.” (Hch. 16:31-32,34).

Nuestra responsabilidad 

Debemos entender que, como hijos de Dios y cabezas de nuestras casas, nos convertimos en el canal principal por medio del cual Él espera ganar también el corazón de toda nuestra familia, aquellos ante quienes nos ha delegado su cuidado y autoridad, a quienes debemos transmitir aquella bendición que hemos recibido, para encaminarlos por las sendas que conducen a la salvación y al Reino Celestial.

En el Antiguo Testamento encontramos que Dios no sólo quiso salvar a Noé del juicio del diluvio, sino que incluyó a toda su casa en el arca de la salvación, la cual es figura de la salvación que Dios traería, posteriormente, por medio de Cristo.

No afirmamos que Dios, en Su soberanía y misericordia, no pueda llegar a emplear otros medios para atraer a los nuestros, pero no hay duda de que Él quiere encontrar en nosotros instrumentos útiles para este propósito y, ciertamente, Dios tomará cuenta de ello cuando nos presentemos ante Su Trono en el Tribunal de Cristo.

Algunos principios bíblicos para los padres 

Reconocemos que el encaminar las vidas de nuestros hijos es una responsabilidad muy elevada delante del Señor, y que necesitamos disponer nuestro corazón para Su enseñanza, evitando mantener nuestros propios conceptos de autoridad, amor y corrección, los cuales hemos recibido del mundo, de la tradición familiar, del entorno socio-cultural, e incluso de nuestras desviaciones religiosas; conceptos que resultan desequilibrados e insuficientes para levantar a nuestros hijos en sujeción a los caminos del Señor; por el contrario, al aplicarlos, nos convertimos en piedra de tropiezo al distorsionar el carácter de Cristo y los principios verdaderos de Su Reino.

Con la ayuda del Señor, examinaremos algunos de los principios que encontramos en la Palabra de Dios (sin pretender abarcarlos todos), para los que hemos recibido esta responsabilidad para con nuestros hijos, ante Dios.

  1. Consagración por nuestros hijos

En primer lugar, debemos considerar que esta tarea demandará un mayor nivel de perfeccionamiento y santificación de nuestra parte. Por causa de nuestros hijos debemos consagrar nuestras vidas al Señor, apartando nuestro corazón de toda cosa, costumbre, amistad, palabra o comportamiento, que pudiera llegar a afectar el testimonio que nuestros hijos reciban del Señor a través de nosotros. Como creyentes, deberíamos recordar la instrucción que recibieron de parte de Dios los padres de Sansón, antes que éste naciera, para aplicarla en nuestras vidas. Dios le dijo a la mujer: “… concebirás y darás a luz un hijo. Ahora, pues, no bebas vino ni sidra, ni comas cosa inmunda.” (Jue. 13:3-4). No debe extrañarnos el hecho de que algunos que crecieron en el seno de un hogar cristiano, hoy estén extraviados por causa de que no encontraron en sus padres la evidencia del carácter y santidad de Cristo, sino que más bien tuvieron que ser confrontados al ver que el caminar de sus padres se asemejaba más a la vida de los no creyentes, que al carácter y la vida de los hijos de Dios. La facilidad con la que nuestros hijos lleguen a rendir su vida a Cristo dependerá, en gran medida, de que ellos puedan evidenciar en nosotros un testimonio que se corresponda con el carácter santo, amoroso, justo y bueno de Aquel a quien queremos presentarles como digno de que le rindan sus propias vidas.

  1. Considerar la conciencia de nuestros hijos

Tanto en el libro de Génesis, como en el de Josué, la Palabra de Dios nos presenta un principio divino por medio del cual los hijos de los israelitas irían conociendo la obra que Dios había hecho a favor de ellos. Este principio consistía en responder a las preguntas que fueran formulándose en los corazones de sus hijos, las cuales surgirían, naturalmente, al considerar la obediencia de sus padres a las ordenanzas de Dios. En Éxodo 12: 25-27 leemos: “… Y cuando entréis en la tierra que Jehová os dará, como prometió, guardaréis este rito. Y cuando os dijeren vuestros hijos: ¿Qué es este rito vuestro?, vosotros responderéis: Es la víctima de la pascua de Jehová, el cual pasó por encima de las casas de los hijos de Israel en Egipto, cuando hirió a los egipcios, y libró nuestras casas…” Si nuestros hijos evidencian una vida de constante oración, meditación en la Palabra y comunión con la Iglesia, sus corazones comenzarán también a ser inquietados por el Señor, y vendrán a preguntarnos la razón por la que nuestras vidas, hábitos y comportamientos son diferentes a los del mundo y, de este modo, encontraremos un buen terreno para testificarles de la grandeza de la obra de Dios por nosotros. No hay duda de que una evidencia del testimonio que estamos dando en nuestras casas, la tendremos en la clase de preguntas que recibimos de nuestros hijos, con las cuales el Señor nos confronta constantemente.

No debe extrañarnos el hecho de que algunos que crecieron en el seno de un hogar cristiano, hoy estén extraviados por causa de que no encontraron en sus padres la evidencia del carácter y santidad de Cristo, sino que más bien tuvieron que ser confrontados al ver que el caminar de sus padres se asemejaba más a la vida de los no creyentes, que al carácter y la vida de los hijos de Dios.

El Señor esperaba que los corazones de los hijos israelitas fueran despertados al observar las vidas de sus padres, en lugar de simplemente ordenarles que cumplieran Sus ritos. Debemos prestar atención a este principio, para que en nuestro afán de moldear el carácter de nuestros hijos y en el deseo de instruirlos en Su camino, no lleguemos a sobrepasar su nivel de conciencia, al someterlos a ordenanzas o enseñanzas que lleguen a convertirse en cargas demasiado pesadas para ellos y, que en vez de ser de bendición para sus vidas, se conviertan más adelante en un tropiezo para acercarse de una manera sincera y real a Cristo. Es preocupante que los hijos de los creyentes lleguen a perder su inocencia, ternura y alegría, por causa de haber sido sometidos a imposiciones desmedidas de padres creyentes, sin llegar a considerar su edad, nivel de madurez y carácter, los cuales fueron dados a cada uno, particularmente, por el Señor.

  1. Instruirlos en la Palabra

Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes.” (Dt. 6:6-7). En este pasaje podemos encontrar otro principio divino que consiste en instruir a nuestros hijos en el consejo del Señor por medio de Su Palabra.

Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él.” (Pr. 22:6). Esta es una de las acciones más importantes que debemos realizar para guardar el camino de nuestros hijos y, por tanto, deberíamos dedicar todo el tiempo y esfuerzo necesarios para que ellos puedan conocer, por las Escrituras, los hechos poderosos de Dios, Sus promesas y mandamientos, llevándolos a meditar constantemente en ellos; de manera que sus pensamientos sean alumbrados para discernir y comprender todos los aspectos y circunstancias de sus vidas a la luz de la Palabra de Dios.

Cada promesa de Dios que les transmitamos fortalecerá su fe y los equipará para afrontar los retos y desafíos que tendrán en sus vidas más adelante, confiando en la fidelidad de Dios, y guardando sus corazones de todo afán y ansiedad. Cada pasaje bíblico en el que ellos puedan evidenciar el gran poder y amor de Dios para con Su pueblo, con seguridad será usado por el Señor para quitar todo temor de sus corazones en tiempos difíciles.

Asimismo, cada mandamiento y consejo de Dios que puedan llegar a conocer por las Escrituras, podrá ser usado por el Señor para despertar sus conciencias y guardarlos a fin de ser apartados de todo mal camino.

Satanás querrá ganar la mente y arrastrar la vida de nuestros hijos por medio de todas las corrientes ideológicas, religiosas y filosóficas que surgen en el mundo. Ciertamente, es urgente que podamos guardar a nuestros hijos de estos ataques, sembrando en sus mentes las verdades del Reino de Dios.

  1. Amor y autoridad paternal

Dios espera que podamos gobernar nuestros hogares, lo cual implica ejercer la autoridad que como padres nos ha sido delegada por Él, para levantar así a nuestros hijos en obediencia y sujeción. 1 Timoteo 3:4 dice: “… que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad…”

El Señor Jesucristo enseñó a sus discípulos a distinguir entre la autoridad ejercida en el mundo y la autoridad espiritual que se expresa en Su Reino. La del mundo se basa en enseñorearse de los otros por medio de la imposición; mientras que la del Reino de Dios está basada en la sujeción voluntaria por amor al Señor y el servicio (Mt. 20:25-28), lo cual Él mismo confirma con su propio ejemplo, pues Su autoridad como hombre glorificado se fundamenta en Su despojamiento, servicio y muerte en la cruz (Fil. 2:5-11).

Por tanto, la autoridad espiritual delegada a los padres deberá también corresponderse con este principio, y ser ejercida, teniendo como fundamento el amor y el servicio manifestado hacia nuestros hijos, los cuales a su vez producirán en el corazón de éstos la sujeción que legitime nuestra autoridad, mientras cuidamos de no deformarla en un autoritarismo carnal y desmedido. No podremos exigir que nuestros hijos se sujeten en obediencia, si nosotros hemos sido descuidados en los aspectos más prácticos, como son: su sustento, cuidado y protección; o cuando no dedicamos el tiempo para expresarles el amor, el consejo y la compañía que debemos entregar de parte de Dios para ellos. Es incorrecto y lamentable que hoy muchos padres no estén dispuestos a sacrificar sus comodidades, tiempo, placeres e intereses personales, por amor a sus hijos, pero sí esperan de ellos la obediencia a todas sus exigencias y ordenanzas. Esta actitud contradice claramente el principio de la autoridad divina.

Por otra parte, no podemos desconocer nuestra responsabilidad de ejercer la autoridad de manera legítima. Sabemos que nuestros hijos están sujetos a la naturaleza pecaminosa que nosotros les hemos transmitido al nacer y, por tanto, su alma está sujeta al poder del pecado, y no deberíamos permitir que la rebeldía sembrada por Satanás gane demasiado terreno en sus corazones. Identifiquemos, constantemente, aquellos pensamientos, sentimientos y decisiones en la vida de nuestros hijos que no se conforman al carácter y santidad de Cristo, de manera que no debemos atender a los caprichos y pretensiones de su corazón egocéntrico, sino más bien inculquémosles la sujeción de sus propios deseos a la voluntad y dirección de Dios a través de sus padres.

Dios espera que podamos gobernar nuestros hogares, lo cual implica ejercer la autoridad que como padres nos ha sido delegada por Él, para levantar así a nuestros hijos en obediencia y sujeción. 1 Timoteo 3:4 dice: “… que gobierne bien su casa, que tenga a sus hijos en sujeción con toda honestidad…”

Seamos conscientes que cuando dejamos de ejercer la autoridad ante nuestros hijos, y permitimos que su alma se desenfrene por sus propios caminos, estamos dificultando y retrasando la obra del Señor para alcanzar sus corazones.

  1. Corregir y estorbar los malos caminos

Otro principio a considerar es el referente a la disciplina que el Señor espera que ejerzamos en las vidas de nuestros hijos. “… Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo.” (He. 12:6). Este verso nos enseña que Dios sólo disciplinará a aquellos a los que antes les ha manifestado Su amor y cuidado. Debemos considerar que la medida de disciplina y corrección que apliquemos para con nuestros hijos nunca deberá sobrepasar la medida del amor que les hemos expresado. Sabemos bien que en el mundo, constantemente, se maltrata a los más pequeños, al mismo tiempo que no reciben de sus padres ninguna muestra de amor y afecto. Ciertamente esta “corrección” no producirá nada más que una mayor rebeldía y, en muchos casos, cosechará sentimientos de desprecio hacia sus propios padres.

Por otra parte, este verso nos muestra que la corrección es una necesaria expresión del amor de Dios para guardarnos de nuestros malos caminos y corregir nuestras almas. Proverbios 23:13-14 dice: “No rehúses corregir al muchacho; porque si lo castigas con vara, no morirá. Lo castigarás con vara, y librarás su alma del Seol.” Dios no exime de corrección y castigo a aquellos que ama, y cuando, en Su sabiduría, considera que es necesario disciplinarnos, no tardará en hacerlo. De la misma manera, somos responsables de ejercer la disciplina sobre nuestros hijos, con el fin de que ellos puedan percibir que aquello que están expresando con su conducta debe ser corregido, y así los estaremos guardando de un tropiezo aún mayor.

Así como la vida de muchos hombres están hoy perdidas por falta de afecto y amor, también muchos están apartados de los caminos del Señor por falta de corrección y disciplina en los momentos adecuados y en las maneras apropiadas, no teniendo ningún estorbo por parte de sus padres para extraviarse en los caminos del mundo. Tenemos un ejemplo de esto en la Biblia, en el caso del sacerdote Elí y de sus hijos. Dios esperaba que este hombre estorbara a sus hijos cuando ellos comenzaron a abandonar los preceptos del Señor, pero al no hacerlo, ellos se fueron desviando lentamente hasta perder todo rasgo de temor a Dios en sus corazones, llegando así a blasfemar de Él. Y Dios le dijo a Elí, a través de Samuel: “Y le mostraré que yo juzgaré su casa para siempre, por la iniquidad que él sabe; porque sus hijos han blasfemado a Dios, y él no los ha estorbado.” (1 S. 3:13).

Pidamos sabiduría al Señor de manera que podamos estorbar y corregir a nuestros hijos antes que sus corazones se desvíen definitivamente. Esto traerá una tristeza momentánea a sus corazones, y aún a los nuestros, pues no quisiéramos causarles dolor, pero el fruto de la corrección será la paz que tendremos al haberlos guardado del mal, y un descanso y gozo verdaderos para ellos (He. 12:11).

Debemos ejercer la corrección cuando sea verdaderamente necesaria, y no como producto de nuestra desesperación, irascibilidad y falta de paciencia. Cerciorémonos de que la disciplina y corrección sean percibidas claramente por nuestros hijos como una muestra más de nuestro amor por ellos.

Una decisión en nuestro corazón 

Como hijos de Dios, confiamos en que podamos tomar la firme decisión de presentarnos juntamente con nuestra familia al servicio del Señor, guardando nuestras vidas para Él, y que podamos decir, al igual que Josué: “…yo y mi casa serviremos a Jehová.”

Oramos para que el Señor nos guarde de todo desequilibrio y ligereza en esta preciosa labor que Él ha puesto delante de nosotros, y que podamos gozarnos en Su Venida al presentar el fruto de Su obra en nosotros, también manifestada ampliamente en toda nuestra casa.

 

Andrés Salamanca