UN LLAMADO A LA JUVENTUD

“Bueno le es al hombre llevar el yugo  desde su juventud.” (Lm. 3:27)

Es una alegría poder incluir en esta edición una sección dedicada a la juventud cristiana. Esperamos compartir material que ha edificado e influenciado la vida de jó­venes cristianos de épocas pasadas, animándoles a entregarse al servicio del Señor, ya que en la juventud es cuando se goza de mayor salud física y mental, y cuando se pueden desarro­llar habilidades con mayor facilidad. Sería de gran bendición despertar a la juventud cristiana a entregar sus mejores años al conocimiento y servicio de nuestro grandioso Señor Jesu­cristo.

El diario paraguayo “ABC Color” en su edición del 2003 decía: “Los jóvenes no son solo el futuro del país, sino más bien, son el presente”. En este sentido, los jóvenes cristianos no son sólo quienes relevarán a las generaciones presentes, sino también quienes trabajan con ellas, tal como sucedió con Moisés y el joven Josué. No obstante, hoy día, se observa con gran tris­teza que lo que caracteriza a los jóvenes en cuanto al servicio al Señor es la apatía, la ociosidad y el amor propio; el deseo más fuerte en esta etapa de la vida es la realización de metas egoístas y el abrazar vanidades que no tendrán provecho en la Eternidad.

El yugo en la juventud

Hablar de yugo a la juventud puede ser algo molesto, pues en esta época de la vida el hombre es más inclinado a la inde­pendencia y autoconfianza, lo cual supone un obstáculo para poder recibir el suave yugo del Señor. El ego y el orgullo son bastante altos, y poco se sabe sobre la humillación, cuesta doblegar la cerviz ante el Señor. Se prefiere seguir cargando el peso aplastador del pecado, los vicios, la tristeza y muchas otras cosas, a causa de la autoconfianza. Se desprecia la livia­na carga que ofrece el Señor Jesús, como Él lo expresó: “… porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga” (Mt.11:30).

¡Oh, que los jóvenes puedan dejar de lado el egocentris­mo y disponer sus hombros para la mejor carga! Aún más, conociendo que Él les acompañará (como el buey experi­mentado).

Ilustración del yugo

El Señor dice: “Bueno le es al hombre llevar el yugo desde su ju­ventud.” (Lm. 3:27). Esta frase proveniente de Aquel que sólo desea para su creación el bien, no puede iniciar con una mejor motivación, sino diciendo que es bueno. Ahora, esta ilustra­ción es tomada del ganado, donde el yugo es aquel objeto de madera que es colocado sobre el lomo de una pareja de bueyes. Para ello, es preciso que el buey sea enseñado desde joven, así como lo ilustra Spurgeon: “Si el buey no es adiestrado desde joven, nunca se convertirá en una buena bestia para el arado. Se inquietará e incomodará por la labor que tendrá que hacer; será muy difícil guiar­lo, y el labrador que ara no avanzará mucho. Es bueno que el buey aprenda a someterse cuando está joven. Lo mismo ocurre con los seres humanos. Bueno es que seamos adiestrados cuando somos todavía jó­venes y que aprendamos a llevar el yugo en nuestra juventud. ¡Es una gran bendición que un hombre lleve el yugo en su juventud! El que no puede obedecer no es apto para mandar; el que nunca aprendió a someterse se convertirá en un tirano cuando obtenga el poder”.

¡Oh, que los jóvenes puedan dejar de lado el egocentris­mo y disponer sus hombros para la mejor carga! Aún más, conociendo que Él les acompañará (como el buey experi­mentado).

El yugo también capacita para aprender la obediencia, pues hay una clara evidencia de que aquellas personas que gobernaron de una manera sabia fueron aquellas que prime­ro aprendieron a obedecer. Tal es el caso de Josías, quien en sus años de juventud no rehusó llevar el yugo del Señor to­mando en cuenta Sus mandamientos, y esto lo capacitó para gobernar sobre la nación de Judá, tanto así que las Escrituras dicen de él: “No hubo otro rey antes de él, que se convirtiese a Jehová de todo su corazón, de toda su alma y de todas sus fuerzas, conforme a toda la ley de Moisés; ni después de él nació otro igual”. (2 R. 23:25).

El yugo: Una gran bendición

Bueno es, y podría decirse en gran manera bueno, llevar el yugo de Cristo en los primeros años de vida. No lo de­cimos sólo teóricamente, pues damos gracias al Señor que Él haya venido a nosotros en nuestra juventud; de cuántas aflicciones hemos sido librados, hemos comprobado Su gran bondad, e incontables son los dulces momentos vividos a Su lado, somos testigos de aquel pasaje que dice: “…me hallan los que temprano me buscan” (Pr. 8:17). Aunque la bondad del Señor es tan grande que cualquiera que crea en el Señor Je­sucristo, sin importar su edad, es una persona salva y reci­be el perdón de sus pecados, sin embargo, ¡cuán dulce es encontrar esta dicha a temprana edad! Y si pudiéramos hablar con jóvenes como Daniel, Josué, Samuel, Josías, David, Sa­lomón, y muchos más, estamos seguros que su opinión sería esta misma: ¡Qué bueno fue llevar el yugo del Señor desde mi juventud! Observen el testimonio del predicador Charles Spurgeon, quien dice lo siguiente respecto a su conversión a tempana edad: “Cuando tenía quince años fui conducido a cono­cer al Señor y a confesarle, y puedo hablar por tanto como alguien que llevó el yugo en su juventud, y jóvenes, si no pudiera dirigirme a ustedes de nuevo, me gustaría decirles que ha sido bueno para mí. ¡Ah, cuán bueno! No podría decirles, pero fue tan bueno, que deseo sinceramente que cada uno de ustedes lleve el yugo de mi Maestro en su juventud; no podría desearles una mayor bendición”.

Grande ha sido la misericordia del Señor que ha veni­do pronto a nuestro encuentro; no obstante, muchos jó­venes prefieren aplazar la felicidad a causa de aquel gran engaño de Satanás: “La juventud no es la etapa para tomar la vida tan en serio”. Se ofrece otro tipo de “felicidad”, que lo único que hace es llenar al hombre de amargura; la juven­tud va pasando y nunca se encuentra aquello que se busca­ba con ansias para saciar el alma. Se le cierra la puerta al Único que puede llenar los corazones con verdadera fe­licidad: ¡Jesucristo! Pues, como diría Agustín: “Nos has he­cho para ti, Señor, y nuestro corazón estará insatisfecho hasta que descanse en ti”. ¡Qué bueno es poder alcanzar dicho repo­so para el alma en la juventud! Pues ya no caminarán más como errantes, y la brújula finalmente encontrará el norte.

 “La juventud no es la etapa para tomar la vida tan en serio”. Se ofrece otro tipo de “felicidad”, que lo único que hace es llenar al hombre de amargura; la juven­tud va pasando y nunca se encuentra aquello que se busca­ba con ansias para saciar el alma.

Bueno es ser cristiano desde joven, porque eso lo libra de ser sofocado por el pecado y de adquirir malos hábitos en la juventud, los cuales lo atormentarán en los años más avanzados. ¡Qué bueno es poder dejar toda carga en la cruz de Cristo a temprana edad, y recibir con gozo aquella liviana carga que traerá felicidad! Y así exclamar con gozo, tal como el Peregrino: “Vine cargado con la culpa mía de lejos, sin alivio a mi dolor; mas en este lugar, ¡oh, qué alegría!, mi dicha comenzó. Aquí cayó mi carga, y su atadura en este sitio ha sido rota. ¡Bendita cruz! ¡Bendita sepultura! ¡Y más bendito Quien murió por mí!”

“Señor, ¿qué quieres que haga?”

Observemos la vida de los primeros discípulos, quienes fueron llamados por el Señor a seguirle y aprender de Él. Tomemos su ejemplo, quienes una vez llamados, atendieron a cada una de las palabras que salieron de la boca del gran Maestro, lo cual fue la base para la enseñanza que transmi­tieron durante sus años de ministerio. En este sentido, la in­vitación a todo joven que ha aceptado el llamado del Señor es: Que diligentemente procure atender a cada palabra que hay en las líneas del Libro Divino, el cual contiene los pensa­mientos de Dios.

Es una tristeza que gran parte del cristianismo actual tiene más cuidado de otro tipo de pensamientos, antes de tener en cuenta los pensamientos de Dios. Tú, joven, ignoras las páginas de la inspiración Divina, “…las cuales te pueden ha­cer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2 Ti. 3:15). Por tanto, es necesario que todo aquel que ha sido llamado por el Señor, dedique tiempo para escuchar qué es lo que el Señor demanda a cada uno, y esto se dice respecto a la lectura de las Sagradas Escrituras, pues así será librado de la voz de la Serpiente, la cual parece seducir en especial el oído de los jóvenes que son engañados. El prejuicio “…y la falsamente llamada ciencia…” (1Ti.6:20), cautivan el cora­zón e impiden que la verdad pueda obrar eficazmente en sus vidas. Por eso, jóvenes, la exhortación es que primero pasen tiempo leyendo las Escrituras, confiando en que Aquel que los ha llamado será quien los instruirá y guiará, y así como Pablo instó a Timoteo: “Oh Timoteo, guarda lo que se te ha enco­mendado…” (1Ti.6:20), se les encomienda encarecidamente que atesoren cada enseñanza que el Señor Jesús expresa en Su Palabra. En relación a esto Spurgeon dice: “Me parece que algunos cristianos emprenden su camino a Canaán de una manera completamente desordenada. Cuando es convertido, todo joven cris­tiano debería tomar tiempo para considerar y debería decir: ¿Qué debo hacer? ¿Cuál es el deber de un cristiano? También debería de­cirle devotamente al Señor Jesús: “Señor, muéstrame qué quieres que haga”, y esperar la guía del Espíritu Santo. Escudriñen las Escrituras y vean por ustedes mismos. He aquí nuestra guía: esta Biblia. De­berían comenzar sintiendo esto: “Mi Señor me ha salvado; yo soy Su siervo, y tengo la intención de poner de inmediato sobre mí Su yugo. En la medida que pueda, siempre haré lo que Él quiere que haga”. Ahora, jóvenes, si ustedes comienzan a estudiar concienzudamente la Palabra, y a desear poner sus pies donde Cristo puso sus pies en todo, crecerán hasta llegar a ser cristianos saludables, y hombres de una estatura nada ordinaria. ¡Oh, cómo deseo que cada uno de nosotros hubiera podido comenzar, con respecto a nuestros sentimientos doc­trinales, presentando nuestras mentes a Cristo como una hoja de pa­pel en blanco para que Su Santo Espíritu escribiera allí la verdad!

Los enemigos espirituales

Por otro lado, el camino al Cielo está lleno de dificulta­des, y no se puede ignorar que hay dos enemigos que querrán impedir la llegada a aquel lugar: la carne y el diablo. La vida cristiana está rodeada de tentaciones, y puede que el viejo hombre sea seducido ocasionalmente e incluso se puede vol­ver a abrazar aquello que fue causa de tristeza, el pecado, el cual desviará a todos del camino. Y el segundo enemigo, el diablo, pronto vendrá a acusar. Sólo aquellos que tengan presente las palabras del Señor, se aferrarán al pasaje en 1 Juan 2:1, el cual dice: “…y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el Justo.” “…Para encaminar nuestros pies por camino de paz” (Lc.1:79). Por eso es necesa­rio considerar la Palabra del Señor para que el viejo hombre disminuya, como decía el salmista: “¿Con qué limpiará el joven su camino? Con guardar tu palabra” (Sal. 119:9). Es preciso re­cordar también la exhortación del predicador anglicano J.C. Ryle: “Joven, te encomiendo que te acostumbres a leer la Biblia, y no dejes esa costumbre. No dejes que la risa de los compañeros, ni las costumbres malas de la familia con que vives, te impida hacerlo. De­termina no sólo que tendrás una Biblia, sino que también te tomarás el tiempo para leerla. No dejes que nadie te persuada que es sólo un libro para los ancianos y las ancianas de la escuela dominical. Es el libro del cual el rey David obtuvo sabiduría y entendimiento. Es el libro que el joven Timoteo conoció desde su niñez. Nunca te dé ver­güenza leerla. No menosprecies la Palabra. (Pr. 13:13)”.

Bueno es comenzar pronto a servir a Cristo

Spurgeon dijo: “Si yo fuera tomado al servicio de alguien a quien yo amara, yo querría cumplir para él un largo día de trabajo. Si yo supiera que sólo puedo trabajar para él un día, me esforzaría por comenzar tan pronto como la parda luz de la alborada me permitiera ver, y continuaría trabajando hasta la noche alegremente activo”.

Estas palabras fueron una realidad en la vida del joven Josué, quien dedicó su vida entera a servir al Señor. Puede verse en las Escrituras que tanto era su amor, que no le im­portaba cuál fuera la labor a realizar, incluso si ésta consistía solamente en vigilar las puertas del Tabernáculo, sin apartar­se de allí, ya que su gran deseo sólo era agradar a su Señor (Ex. 33:11). La vida de Josué es un gran ejemplo. No impor­ta la edad cuando verdaderamente se ama al Señor; entonces lo único que se procurará será servir, sin importar lo que se deba hacer. Y qué bueno es poder entregarse al servicio de nuestro Señor a temprana edad, cuando aún no han lle­gado las dolencias al cuerpo y cuando se es más vigoroso.

Es una tristeza que gran parte del cristianismo actual tiene más cuidado de otro tipo de pensamientos, antes de tener en cuenta los pensamientos de Dios. Tú, joven, ignoras las páginas de la inspiración Divina, “…las cuales te pueden ha­cer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús” (2 Ti. 3:15).

Podrían mencionarse a algunos que fueron enlistados en las filas del Señor en su juventud, quienes lograron grandes cosas para Él, aquellos que desde temprana edad aceptaron el yugo del Señor, y no perdieron tiempo para empezar a servirle; entre ellos están: David Brainerd, Adoniram Jud­son, Andrew van der Bijl (mejor conocido como el Hermano Andrés), Charles Studd, Jim Elliot, Gladys Aylward, Robert Murray McCheyne, Hudson Taylor, y muchos más. ¡Jóvenes, qué bueno sería que pudieran conocer las biografías de estos santos que fielmente sirvieron al Señor desde su juventud e influenciaron la vida de muchos otros a trabajar en aquello que no les será quitado jamás! Empiecen pronto a servir al Se­ñor, renunciando a las excusas, dominando la pereza, recor­dando que los que creen han recibido espíritu “…de poder, de amor y de dominio propio” (2 Ti. 1:7), y que mayores obras que el Señor Jesús harán quienes creen en Él (Jn. 14:12). ¡Qué feliz será aquel que procure con firmeza comenzar pronto! Pues en aquel glorioso Día en que el Señor Jesús regrese, y su galardón con Él, “…para recompensar a cada uno según sea su obra” (Ap. 22:12), aquellos que tomaron en cuenta esta exhortación podrán decir: “Señor me has dado un talento (o dos, o cinco), y he aquí te entrego el doble” (Mt.25:20, 22). Entonces se escuchará la voz del Señor diciendo: “…Bien, buen siervo y fiel;… entra en el gozo de tu señor” (Mt.25:21, 23).

Ahora bien, muchos podrán decir que empezarán el ser­vicio cuando puedan predicar o cuando puedan cantar en el coro. A veces el orgullo desea los servicios más visibles, pero el que ama a Jesús hace cualquier cosa por Él, sin im­portar cuán pequeña sea, y es seguro que para el Señor será aceptable ese servicio. Y no se debe olvidar la advertencia del apóstol Pablo, que hay ciertos servicios que no pueden ser encomendados a “…un neófito, no sea que envaneciéndose caiga en la condenación del diablo” (1 Ti.3:6). Recordando nueva­mente la vida de Josué, quien servía al Señor a la sombra del experimentado Moisés, e hizo su labor con agrado porque la ofrecía al Señor, puede verse que aquel carácter de man­sedumbre y humildad de Moisés influenció la vida de Josué, y capacitó a aquel joven portero del Tabernáculo para más adelante llegar a ser juez sobre la nación de Israel. Por eso, ¡jóvenes, no desperdicien sus vidas! En la viña del Señor hay trabajo para todos: niños, mujeres, jóvenes y ancianos. ¡Qué bueno es poder trabajar más tiempo para nuestro Señor!

¡Jóvenes, qué bueno sería que pudieran conocer las biografías de estos santos que fielmente sirvieron al Señor desde su juventud e influenciaron la vida de muchos otros a trabajar en aquello que no les será quitado jamás! Empiecen pronto a servir al Se­ñor.

Ahora, mis queridos, que Dios los conserve para que lleguen a ser ancianos, y cuando su cabello esté gris y se estén debilitando y sepan que van a morir pronto, será muy deleitable que sean capaces de decir: “Oh, Señor, yo te he conocido desde mi juventud, y has­ta aquí he declarado tus portentosas obras”. (C. H. Spurgeon).

Si estuviéramos completamente persuadidos, como Pablo lo estaba, de que “…la buena voluntad de Dios…” es “…agra­dable y perfecta” (Ro.12:2), y si pudiéramos ver el fin desde el principio, eso sería exactamente lo que elegiríamos: Cum­plir la voluntad de Dios sirviéndole desde nuestra juventud.

Joven: No hay nada mejor que doblar la cerviz para que el bondadoso Maestro ponga Su suave yugo sobre nuestros hombros, y así comenzar pronto este camino que nos con­ducirá a aquel Lugar, donde moraremos eternamente con Aquel que no escatimó ni Su propia vida por amor a nosotros.

Bogotá / Colombia

Andrés y Alicia de Rodríguez

Escritor  del ministerio Tesoros Cristianos y colaborador en la iglesia local donde reside, nacido en la ciudad de Bogotá. Felizmente casado con Alicia Hernández y bendecidos por el Señor con una hermosa bebé  llamada Abigail.