“Porque partiendo de vosotros ha sido divulgada la palabra del Señor, no sólo en Macedonia y Acaya, sino que también en todo lugar vuestra fe en Dios se ha extendido…”1 Tesalonicenses 1:8
Habiendo visto hasta ahora la absoluta necesidad, en todos los casos, de conversión, y habiendo, en alguna, medida procurado señalar lo que no es la conversión, tenemos que indagar ahora, qué es. Y aquí tenemos que mantenernos junto a la enseñanza verdadera de la Santa Escritura. No podemos aceptar nada menos, nada diferente. Se ha de temer grandemente que mucho de lo que pasa en estos días por conversión, no es conversión en absoluto. Hay muchos casos de conversión, así llamados, que son publicados y se habla de ellos, los cuales no pueden resistir la prueba de la Palabra de Dios. Muchos profesan ser convertidos, y se les acredita como tales, los cuales demuestran ser meramente oidores pedregosos. (Mateo 13:5). No existe la profundidad de una obra espiritual en el corazón, ninguna acción real de la verdad de Dios sobre la conciencia, ningún rompimiento completo con el mundo. Puede ser que los sentimientos sean muy conmovidos por influencia humana, y que ciertos sentimientos evangélicos tomen posesión de la mente; pero el yo no es juzgado; existe un apego a la tierra y a la naturaleza; una falta de esa seriedad profundamente templada y de una realidad genuina que caracterizan tan notablemente las conversiones registradas en el Nuevo Testamento, y por las que podemos siempre contemplar donde la obra de conversión es divina.
No intentamos aquí dar razón de todos estos casos superficiales; meramente nos referimos a ellos para que todos los que están involucrados en la bendita obra de evangelización puedan ser conducidos a considerar el asunto en la luz de la Santa Escritura, y ver en qué medida su manera de trabajar puede requerir una santa corrección. Puede ser que haya mucho del elemento meramente humano en nuestra labor. No dejamos actuar al Espíritu Santo. Carecemos de una fe profunda en el poder y la eficacia de la propia sencilla Palabra de Dios. Puede haber mucho esfuerzo para influir en los sentimientos, demasiado de lo emocional y de lo sensacional. Quizás, también, en nuestro deseo de alcanzar resultados – un deseo que puede ser suficientemente correcto en sí mismo – estamos demasiado dispuestos a dar crédito y a anunciar, como casos de conversión, muchos que, ¡es lamentable! son meramente efímeros.
No dejamos actuar al Espíritu Santo. Carecemos de una fe profunda en el poder y la eficacia de la propia sencilla Palabra de Dios.
Todo esto exige nuestra seria consideración. Es de la más indispensable importancia que permitamos al Espíritu de Dios obrar y exhibir – como muy ciertamente Él lo hará – el fruto de Su obra. Todo lo que Él hace es hecho bien, y hablará por sí mismo a su debido tiempo. No hay necesidad que nosotros divulguemos por doquier nuestros casos de conversión. Todo lo que es divinamente real resplandecerá para alabanza de Aquel a quien toda alabanza es debida; y entonces el obrero tendrá su profundo y santo gozo. Verá los resultados de Su obra, y pensará en ellos con pleitesía y adoración a los pies de su Maestro – el único lugar seguro y verdaderamente feliz donde pensar en ellos.
¿Disminuirá esto nuestra diligencia? Muy por el contrario; ello intensificará inmensamente nuestra diligencia. Seremos más diligentes rogando a Dios, en secreto, y rogando a nuestros semejantes en público. Sentiremos más profundamente la divina seriedad de la obra, y nuestra total insuficiencia. Abrigaremos siempre la sana convicción que la obra debe ser de Dios de principio a fin. Esto nos mantendrá en nuestro lugar correcto, a saber, el bendito lugar de la dependencia de Dios una vez que nos hemos despojado del yo, quien es el Hacedor de todas las obras que son hechas en la tierra. Estaremos más sobre nuestros rostros delante del propiciatorio, tanto en privado como en la asamblea, con referencia a la obra gloriosa de la conversión; y entonces, cuando las doradas gavillas y los racimos maduros aparezcan, cuando genuinos casos de conversión acontezcan – casos que hablen por sí mismos, y lleven sus propias cartas credenciales con ellos a todos los que son capaces de juzgar – entonces verdaderamente nuestros corazones se llenarán de alabanza al Dios de toda gracia que ha engrandecido el nombre de Su Hijo Jesucristo en la salvación de almas preciosas.
¡Cuán mejor es esto que tener nuestros pobres corazones envanecidos con soberbia y auto-complacencia considerando nuestros casos de conversión! ¡Cuán mucho mejor, más seguro y más feliz, es estar inclinados en adoración delante del trono, que tener nuestros nombres pregonados hasta los confines de la tierra como grandes predicadores y maravillosos evangelistas! No hay comparación, a juicio de una persona verdaderamente espiritual. Se comprenderá la dignidad, la realidad, y la seriedad de la obra; florecerán la felicidad, la seguridad moral, y la real utilidad del obrero y la gloria de Dios será asegurada y mantenida.
Esto nos mantendrá en nuestro lugar correcto, a saber, el bendito lugar de la dependencia de Dios una vez que nos hemos despojado del yo, quien es el Hacedor de todas las obras que son hechas en la tierra.
Veamos de qué manera todo esto es ilustrado en 1 Tesalonicenses 1:1 «Pablo, y Silvano, y Timoteo, a la iglesia de los Tesalonicenses, que es en Dios el Padre, y en el Señor Jesucristo. Gracia a vosotros, y paz de Dios Padre nuestro, y del Señor Jesucristo. Damos siempre gracias a Dios por todos vosotros, haciendo memoria de vosotros en nuestras oraciones: Sin cesar acordándonos de vuestra obra de fe, y trabajo de amor, y paciencia de esperanza» – los grandes elementos del verdadero Cristianismo – «en el Señor nuestro Jesucristo, delante del Dios y Padre nuestro: Sabiendo, hermanos, amados de Dios, vuestra elección.» (1 Tesalonicenses 1: 1 – 4 – RVR 1865). ¿Cómo sabía, o conocía, él la elección de ellos? Por la clara e incuestionable evidencia dada en la vida práctica de ellos – la única forma en que la elección de alguien puede ser conocida. «pues nuestro evangelio no vino a vosotros solamente en palabras, sino también en poder y en el Espíritu Santo y con plena convicción; como sabéis qué clase de personas demostramos ser entre vosotros por amor a vosotros.» (1 Tesalonicenses 1:5 – LBLA).
El bendito apóstol era, en su vida diaria, el exponente del evangelio que él predicaba. Él vivía el evangelio. No demandó ni exigió nada de ellos. No fue una carga para ellos. Él les predicó el precioso evangelio de Dios dadivosamente; y para que él pudiese hacerlo, el llevó a cabo esto con trabajos y fatigas, de noche y de día (1 Tesalonicenses 2:9). Él fue como una amorosa, tierna nodriza, entrando y saliendo entre ellos. No había en él ninguna palabra altisonante sobre él mismo, o su cargo, o su autoridad, o sus dones, o su predicación, o sus hechos maravillosos en otros lugares. Él era el obrero amoroso, humilde, modesto, honesto, consagrado, cuya obra hablaba por sí misma, y cuya vida entera, su espíritu, estilo, conducta, y costumbres, estaban en amorosa armonía con su predicación.
¡Cuán necesario es, para todos los obreros, ponderar estas cosas! Podemos estar seguros que mucha de la superficialidad de nuestra obra es el fruto de la superficialidad del obrero. ¿Dónde está el poder? ¿Dónde está la demostración del Espíritu? ¿Dónde está la «plena convicción»? ¿Acaso no existe una terrible falta de estas cosas en nuestra predicación? Puede haber una amplia cantidad de palabras fluidas; una gran cantidad de la así llamada “habilidad”; y mucho de lo que puede deleitar el oído actúa en la imaginación, despertando un interés temporal, y ministra a la mera curiosidad. Pero, ¡oh! ¿dónde está la santa unción, el vivir honestamente, la seriedad profunda? Y luego lo que expone la vida diaria y las costumbres – ¿dónde está esto? Que el Señor reavive Su obra en los corazones de Sus obreros, y entonces nosotros podremos buscar más resultados de la obra.
¿Intentamos nosotros enseñar que la obra de conversión depende del obrero? ¡Que esté lejos la monstruosa noción! La obra depende total y absolutamente del poder del Espíritu Santo, tal como el mismo capítulo que ahora está abierto ante nosotros demuestra más allá de toda consideración (1 Tesalonicenses 1). Siempre debe permanecer cierto, en cada esfera y cada etapa de la obra, que no es «con ejército, ni con fuerza, sino con mi Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos. » (Zacarías 4:6).
«pues nuestro evangelio no vino a vosotros solamente en palabras, sino también en poder y en el Espíritu Santo y con plena convicción; como sabéis qué clase de personas demostramos ser entre vosotros por amor a vosotros.» (1 Tesalonicenses 1:5
Pero, ¿qué clase de vasos (utensilios) utiliza comúnmente el Espíritu? ¿No es esta una pregunta de peso para nosotros los obreros? ¿Qué clase de vasos (utensilios) son útiles para el Señor? Vasos vacíos – vasos limpios. ¿Somos nosotros vasos semejantes? Si la respuesta es no, ¿cómo puede el Maestro usarnos en Su servicio santo? ¡Que podamos tener toda la gracia para sopesar estos interrogantes en la presencia divina! ¡Pueda el Señor despertarnos a todos, y hacernos más y más vasos tales que Él pueda utilizar para Su gloria!
Proseguiremos, ahora, con nuestra cita de la Palabra. Todo el pasaje está lleno de poder. «Por vuestra parte, os hicisteis imitadores nuestros y del Señor, abrazando la Palabra con gozo del Espíritu Santo en medio de muchas tribulaciones. De esta manera os habéis convertido en modelo para todos los creyentes de Macedonia y de Acaya. Partiendo de vosotros, en efecto, ha resonado la Palabra del Señor y vuestra fe en Dios se ha difundido no sólo en Macedonia y en Acaya, sino por todas partes, de manera que nada nos queda por decir. Ellos mismos cuentan de nosotros cuál fue nuestra entrada a vosotros.» (1 Tesalonicenses 1: 6-9, BJ).
Esta era una obra real. Llevaba sus propias credenciales con ella. No había nada vago o insatisfactorio acerca de ella – ninguna ocasión para alguna reserva o para formar o expresar un juicio respecto a ella. Era clara, distintiva, e inequívoca. Llevaba estampada la mano del Maestro, y llevaba convicción a toda mente capaz de sopesar la evidencia. La obra de conversión fue llevada a cabo, y los frutos de la conversión siguieron en deliciosa profusión. El testimonio salió por todas partes, de modo que el obrero no tuvo ocasión para que él contase y publicase el número de conversiones en Tesalónica. Todo era divinamente real. Era una completa obra del Espíritu de Dios con referencia a la cual no podía haber ninguna equivocación posible.
¡Pueda el Señor despertarnos a todos, y hacernos más y más vasos tales que Él pueda utilizar para Su gloria!
El apóstol simplemente había predicado la Palabra en el poder del Espíritu Santo, con plena convicción. No hubo nada vago, nada dudoso acerca de su testimonio. Él predicó como uno que creía plenamente y que había entrado completamente en aquello de lo cual estaba predicando. No era la mera expresión de ciertas verdades conocidas y reconocidas – no era la declaración cortante y seca de ciertos dogmas estériles. No; se trataba del desbordamiento viviente del glorioso evangelio de Dios, viniendo de un corazón que sentía profundamente cada expresión, y cayendo en corazones preparados por el Espíritu de Dios para su recepción.
Tal fue la obra en Tesalónica – una obra profunda, sólida, bendita, completamente divina – toda ella sana y real, el fruto genuino del Espíritu de Dios. No se trató de una mera excitación religiosa, de nada sensacional, nada de presiones elevadas, ningún intento de despertar un avivamiento. Todo fue hermosamente tranquilo. El obrero, como se nos dice en Hechos 17, llegó «a Tesalónica, donde había una sinagoga de los judíos. Y de acuerdo con su costumbre, Pablo entró a reunirse con ellos, y por tres sábados discutió con ellos basándose en las Escrituras.» (Hechos 17: 1, 2 – RVA) – ¡Preciosa, poderosa discusión! ¡Quiera Dios que nosotros tuviéramos más de ello en medio nuestro! – «explicando y demostrando que era necesario que el Cristo padeciese y resucitase de entre los muertos. Él decía: «Este Jesús, a quien yo os anuncio, es el Cristo.» (Hechos 17:3 – RVA).
Cuán sencillo, ¡predicar a Jesús basándose en las Escrituras! Sí, aquí estriba el gran secreto de la predicación de Pablo. Él predicaba a una Persona viva, en poder vivo, sobre la autoridad de una Palabra viva, y esta predicación fue recibida con una fe viva, y produjo fruto vivo, en las vidas de los convertidos. Esta es la clase de predicación que queremos. No es entregar sermones, no es hablar de religión, sino que es la poderosa predicación de Cristo por el Espíritu Santo hablando a través de hombres que tienen completamente inculcado lo que ellos están predicando. ¡Que Dios nos conceda más de esto!
Wicklow / Irlanda
C. H. Mackintosh
Nació en octubre de 1820 en el Condado de Wicklow, Irlanda,y falleció en noviembre de 1896 en Cheltenham, Reino Unido. Fue un predicador cristiano del siglo XIX, escritor de comentarios bíblicos, editor de revistas y miembro de los Hermanos Plymouth .