LA VERDADERA BELLEZA

“Mujer virtuosa, ¿quién la hallará?…” (Pro 31:10)

¿Ha cambiado el rol de la mujer en el Siglo XXI?

En 1990, la revista “Time” dedicó una edición especial completa al tema de las mujeres. La edición especial de ochenta y seis páginas incluía artículos sobre dicho “progreso” revolucionario en el camino a la igualdad, la psi­cología del desarrollo femenino, los cambios de rol que las mujeres enfrentan y la búsqueda de carreras políticas.

Una sección presentaba la reseña biográfica de 10 mujeres de “gran tenacidad”, que han combinado el talento y dina­mismo para llegar a ser “exitosas” en sus profesiones (en la jefatura de policía, la propietaria de un equipo de béisbol, en la música, y otras más). Lo impactante de este suceso es ver como no se incluyeron artículos que hicieran reconocimien­to a las mujeres que han alcanzado el éxito en ámbitos no vinculados a una profesión; olvidaron mencionar a aquellas mujeres que han permanecido casadas con el mismo hombre por muchos años y se han dedicado a la crianza de sus hijos, trayendo impacto y estabilidad a sus hogares y, por ende, en la sociedad.

Es así como tristemente nos damos cuenta que “el mun­do moderno” ha venido influenciando fuertemente en el papel de la mujer, arrojando como resultado la clase de sociedad que hoy tenemos, niños y jóvenes perdidos sin la debida instrucción familiar y hogares debilitados por causa de las extensas jornadas laborales. El resultado de todo esto: se perdió el rumbo que las Escrituras establecieron para el ver­dadero papel de la mujer debido a que fueron copiados e im­plantados los patrones de esta sociedad consumista, haciendo que aún el mismo ambiente cristiano pierda la dirección y el sentido del llamamiento divino para las mujeres. Es necesa­rio denunciar el engaño y abrir los ojos de los hombres para ver la tragedia universal a la que nos ha llevado la mentira, causando sutilmente que nos alejemos de Dios y su verdad.

El engaño de la Serpiente viene desde el principio

En Génesis 3 observamos cómo una mentira se convirtió en el punto de partida de todos los problemas del universo, cómo la mentira que Eva creyó se convirtió en la matriz para todas las mentiras que hoy creemos como sociedad, y la ma­nera como esto ha moldeado nuestras decisiones hoy.

Es así como tristemente nos damos cuenta que “el mun­do moderno” ha venido influenciando fuertemente en el papel de la mujer, arrojando como resultado la clase de sociedad que hoy tenemos, niños y jóvenes perdidos sin la debida instrucción familiar y hogares debilitados por causa de las extensas jornadas laborales.

Satanás se disfraza como “ángel de luz” (2 Corintios 11:14) promete felicidad y aparenta una gran preocupación por nuestro bienestar, no obstante, en realidad es un engaña­dor, su propósito es robar, matar y destruir. Satanás engañó a Eva mintiendo acerca de las consecuencias, dijo: “No moriréis, sino que… seréis como Dios…”. Satanás le ofreció a Eva tener su propia opinión y tomar sus propias decisiones sobre lo bueno y lo malo, así como también la motivó para que decidiera impulsada por lo que veían sus ojos y lo que dictaban sus emociones y razonamientos en cuanto a lo que ella conside­raba correcto.

A partir de ese momento Satanás promete dar lo mejor, pero paga con lo peor y desde entonces Satanás viene enga­ñando para ganar nuestra aprobación y afectar así nuestras decisiones.

El engaño de un “canon de belleza para la mujer”

Uno de los engaños que Satanás usó con Eva en cuanto al árbol de la ciencia del bien y del mal fue que este se veía codiciable a los ojos. Los ojos, y la codicia que éstos pueden despertar, son una gran estrategia que usa la Serpiente para engañar. Actualmente, la mujer se encuentra con una fuerte presión para conformarse a un ideal de físico perfecto. Esto pareciera normal para nuestra sociedad, pero ¿qué engaño está detrás de todo esto? Cuando miramos algunos momen­tos en que las mujeres fueron presionadas para alcanzar una medida, ellas fueron fuertemente influenciadas por la época y la cultura del lugar. Se han establecido metas en lugares al punto donde las mujeres han desfigurado su cuerpo – labios, ojos, cintura, frente, pies, – todo por alcanzar el estándar o el ideal de belleza según la moda prevaleciente, que más y más nos recuerda la sutil codicia de los ojos.

Veamos algunos ejemplos importantes y cómo ha sucedi­do esto:

En Asia. En países del sur como Birmania, el estereo­tipo de belleza tiene como eje central un cuello fino y alar­gado. Para ello, las mujeres lo adornan con anillos de metal, que más que estirar el cuello lo que realmente consiguen es forzar los hombros hacia abajo, hasta el punto que sus cla­vículas se pueden fracturar, llegando aún a fracturas de cos­tillas.

En el pasado, las mujeres civilizadas egipcias usaban gotas de sulfuro de antimonio para dar brillo a sus ojos, lo cual a la larga arruinaba su visión.

En Europa, el ideal de belleza está fundamentado en una búsqueda enfermiza de la blancura de la piel. En especial, las mujeres evitan las radiaciones del sol por medio de sombre­ros y grandes sombrillas, además de cubrir sus piernas con medias tupidas en los meses de verano. En la antigüedad para lograr este tono de piel de porcelana tomaban un ungüento potencialmente mortal de vinagre y plomo que provocaba la corrosión total de su piel.

A partir de la segunda mitad del siglo XX, la búsqueda de la delgadez en el estereotipo de belleza femeni­no se ha hecho cada vez más patente. Como consecuencia de un cuidado patológico del peso, muchas mujeres han caído en graves trastornos alimenticios y psiquiátricos.

En África. En este continente, en cuanto al ideal de be­lleza sucede lo contrario: se prefieren a las mujeres anchas, incluso obesas. Tal es el caso de Mauritania, donde se obliga a las niñas a comer ingentes cantidades de comidas grasas para hacerlas engordar.

En Etiopía la deformación labial es el principal ritual de belleza. Se lleva a cabo a partir de los quince años, cuando las niñas empiezan a ser consideradas mujeres. La tribu Mursi, por ejemplo, coloca enormes discos de madera o de cerámica decorada en las bocas de sus adolescentes.

En Colombia se realizan cerca de 350.000 cirugías plás­ticas cada año, es decir 40 cirugías plásticas por hora. Las re­cientes cifras reveladas por Medicina Legal muestran que hay un “incremento del 130% en muertes por cirugías plásticas estéticas”.

“Hay una violencia real hacia la mujer para que no acep­te su cuerpo, y ésta es promovida por intereses sumamente oscuros”. Vivimos en una realidad manipulada en la que todo es posible gracias al bisturí y programas de retoque. “Así, las mujeres construyen en sus mentes una imagen de un cuerpo y una cara que no son reales”, fruto de una mentira que sigue susurrando la Serpiente a los oídos de las ingenuas mujeres, mujeres presionadas por una cultura arrolladora y maligna.

¿Cómo define Dios la belleza?

Lo primero que debemos saber es que la belleza física no logrará darnos lo que promete; las mujeres de Dios no deben buscar este prototipo de belleza, el cual es ilusorio, la Pala­bra del Señor nos insta a no conformarnos a este siglo, “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Rom 12:2).

Satanás promete dar lo mejor, pero paga con lo peor y desde entonces Satanás viene enga­ñando para ganar nuestra aprobación y afectar así nuestras decisiones.

Pablo nos dice ahí que no debemos adoptar los modelos del mundo; sino ser transformados. Para expresar esta ver­dad Pablo usa dos palabras griegas casi intraducibles, que requieren frases para transmitir su sentido. La palabra que usa para referirse a amoldarse al mundo es aquella de la cual proviene la palabra española esquema, que quiere decir for­ma exterior. «No tratéis de estar siempre a tono con las modas del mundo; no seáis “camaleones”, tomando siempre el color del ambiente.» Esto nos advierte de la gran tentación de querernos amoldar al patrón de la belleza que establece el mundo en sus mentes reprobadas y ajenas de la voluntad de Dios. No podemos ni debemos desear ser como el mundo es. La Biblia nos advierte a no amar las cosas que el mundo ama.

La palabra que usa para “transformaos” de una manera dis­tinta a la del mundo es metamorfosis, que quiere decir un cambio en la naturaleza esencial de algo. Una mujer que cam­bia su aspecto físico exterior, siempre tendrá su misma esen­cia, su mismo carácter; cambió solo en su apariencia. ¿Pero qué dice Pablo ahí? Que para honrar y servir a Dios tenemos que experimentar un cambio, no de aspecto físico, sino de carácter. ¿En qué consiste ese cambio? Pablo escribió que en nosotros mismos, vivimos dominados por la naturaleza peca­minosa siendo guiados por los principios del mundo y sus en­gaños; pero en Cristo, debemos vivir para la gloria de Cristo y bajo el control del Espíritu Santo, dejando que Dios pueda operar una obra en nosotros de tal manera que seamos trans­formados por la operación de su Palabra en nuestra mente.

La mujer cristiana es llamada a cambiar en su esencia, en su carácter y no en su aspecto físico. Ahora, estando en Cristo sería una total incongruencia adaptarse a los patrones sensuales, inmorales y lujuriosos que el mundo ofrece a las ingenuas almas susceptibles al engaño y al pecado. Una mujer de Dios buscará ardientemente ser transformada conforme al carácter de Cristo, y no al patrón de belleza que establece el diablo para sus hijas.

La mujer que teme a Dios

Las Escrituras nos revelan el secreto de la verdadera belle­za que no cambia, que no se desgasta, que no tiende a desa­parecer, sino por el contrario va en aumento. Leemos allí en Proverbios 31:30: “Engañosa es la gracia, y vana la hermosura; la mujer que teme a Jehová, ésa será alabada”. La gracia y la her­mosura como todo lo que pertenece a la gloria del hombre, desaparece rápidamente de nuestras vidas; ni las cirugías, ni el gimnasio, ni la industria de la moda, ni los avances tec­nológicos o científicos podrán evitar esto. Son cosas vanas que irán siempre en decadencia, pero el temor a Jehová será nuestra gran alabanza. El meollo del asunto no es si a mis ojos es agradable, o si los que nos rodean nos admiran ¡No! ¡Ese no es el asunto! El verdadero asunto es si estamos siendo ala­badas por Dios, es decir, si Dios se complace en nuestra con­ducta, temor y reverencia hacia Él. Toda mujer debe hacer­se esta pregunta: ¿Qué me preocupa más: Cómo me veo, o cómo me ven (externamente), o cómo me ve Dios? Allí, exa­minando nuestro corazón, podremos saber para qué estamos viviendo, si para la gloria de Dios o, por el contrario, para la gloria del hombre. El mundo tristemente ha enseñado a la mujer que su valor está determinado por su apariencia física, por su ropa, por sus joyas o por su maquillaje ¡Qué miserable engaño, y qué tristeza saber que muchas mujeres han caído en esta mentira!

Los verdaderos atavíos de la mujer piadosa

En ninguno de los pasajes de las Escrituras leemos que las mujeres debemos luchar por obtener el estándar de belleza de la sociedad, mas bien siempre nos invita a llevar una vida piadosa agradable al Señor.

No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta” (Rom 12:2).

En 1 de Pedro 3:2-4 el apóstol Pedro nos instruye sobre la manera cómo la mujer de Dios debe comportarse, y la ver­dadera belleza que debe procurar; dice allí: “…considerando vuestra conducta casta y respetuosa. Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios”. Pedro tiene la intención de dirigir a la mujer cristiana para que no haga de la belleza externa su objetivo principal, y da pautas de cómo cultivar la belleza interior.

La mujer cristiana debe cuidar su corazón en lugar de cuidar su apariencia. La mujer cristiana debe ser lavada y adornada por la Palabra de Dios, en lugar de anhelar los adornos externos. Su mayor preocupación no deben ser las joyas, ni los peinados, ni las ropas ¡Debe ser su corazón! Es el vestido incorruptible de un espíritu manso y tranquilo.

Es el adorno de un corazón humilde y sujeto. Es la joya de la santidad lo que la hermosea. Es la belleza de Cristo su atrac­tivo. ¡Cuán hermosa es la mujer piadosa! Todos la admiran y el mismo cielo se goza de ella.

Una mujer emocionalmente equilibrada, sujeta, amorosa y bondadosa traerá gran gloria para Dios y también traerá felicidad a su esposo e hijos. Ella realmente es feliz todos los días de su vida y hace que todo sea feliz a su alrededor. Ella está impregnada del perfume de Cristo. Mas la mujer de mal carácter, iracunda y rencillosa por más hermosa que sea en su apariencia y por más lujosos que sean sus vestidos, nunca será feliz, y todos a su alrededor vivirán una vida miserable, aun los que más la aman. Ya lo decía el sabio Salomón “Mejor es vivir en un rincón del terrado que con mujer rencillosa en casa espaciosa”. (Pr. 21:9).

El ejemplo de las mujeres piadosas del pasado

Porque así también se ataviaban en otro tiempo aquellas santas mujeres que esperaban en Dios, estando sujetas a sus maridos; como Sara obedecía a Abraham, llamándole señor; de la cual vosotras ha­béis venido a ser hijas, si hacéis el bien, sin temer ninguna amenaza”. (1Pe. 3:5-6). Las santas mujeres del pasado, aunque no eran personas perfectas, dejaron un importante legado y un ejem­plo digno de imitar. En lugar de copiar el modelo de la be­lleza del mundo, la mujer cristiana debe imitar a las mujeres santas del pasado. ¿Cuáles eran las marcas de ellas?

“…considerando vuestra conducta casta y respetuosa. Vuestro atavío no sea el externo de peinados ostentosos, de adornos de oro o de vestidos lujosos, sino el interno, el del corazón, en el incorruptible ornato de un espíritu afable y apacible, que es de grande estima delante de Dios”.

Esperaban en Dios

Estas mujeres tenían sus esperanzas en los cielos, vivían como peregrinas, tenían fe en Dios y confiaban en sus pro­mesas. Si el cielo cautivara nuestros corazones y nuestras preocupaciones fueran agradar a nuestro Padre Celestial, como aquellas santas mujeres, se diría de nosotras lo mismo que dijo María: “…desde ahora me dirán bienaventurada todas las generaciones” (Luc. 1:48). La verdadera bienaventuranza, la verdadera felicidad, es cuando Dios nos incluye en Sus pro­pósitos, cuando se nos concede hacer Su voluntad, cuando nuestras vidas se alinean a las promesas del cielo. ¡Sí, eso es la verdadera felicidad! Felicidad que el mundo no conoce, felicidad que es exclusiva de los que verdaderamente esperan en Dios.

Fueron sumisas a sus propios esposos

Una esposa que entiende su papel de sumisión de acuer­do a las reglas de las Escrituras, encuentra un gran conten­tamiento en Dios, en su esposo y en su rol como mujer. ¡Cuánta maldad hay en nuestros días y cómo en nuestros tiempos la mujer ha sido envenenada! Envenenada con un odio infernal contra Dios y contra el hombre. La mu­jer que un día fue creada para ser ayuda idónea del hom­bre, la mujer que un día fue creada para ser compañera del hombre, la mujer que un día fue creada para ser amiga del hombre, la mujer que un día fue creada para ser esposa del hombre, la mujer que un día fue creada para ser madre del hombre, hoy en día se ha convertido en su enemiga. Hay una rebelión diabólica en la mujer moderna contra Dios, contra Su diseño y contra Su propósito. Las banderas del fe­minismo radical son ondeadas con osadía en nuestros países, y su pensamiento espurio y falso contamina cada vez más nuestra generación.

En tiempos así, ¡cuán bueno y saludable es para la mu­jer cristiana volver sus ojos a referentes tan puros y loables como el de Sara! Una mujer con muchas debilidades como las nuestras, encontró su propósito en la sujeción a Dios, en el matrimonio, en la maternidad y en las buenas obras. ¡Oh mis queridas lectoras! La rebelión contra nuestros esposos, la rebelión contra nuestro propósito como mujeres, sólo nos estará vistiendo de la inmunda ropa sucia de la mujer mo­derna que se ha levantado contra Dios. Vivamos para Dios, vivamos para nuestros esposos, vivamos para nuestros hijos, vivamos para hacer el bien a nuestro alrededor. Esta es la ver­dadera belleza de las mujeres que profesan la piedad.

No caigamos en el engaño de la cultura moderna que está bajo el dominio de Satanás. Esa cultura que nos incita cada día a desear la belleza externa de las modelos y personajes ficticios creados por la televisión y la farándula. La mujer de Dios vive para servir a los demás, tiene influencia sobre la vida de los demás; esta es la verdadera belleza, la interna, la belleza que produce una marca indeleble en la vida de los que la rodean.

Hoy quiero invitarte a renovar tus pensamientos y a po­ner la mirada en las cosas de arriba, a descubrir la verda­dera belleza que está en Cristo y a despertar al supremo llamamiento. Pon tu mirada en las cosas de arriba, no en las de la tierra.

Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Poned la mira en las cosas de arri­ba, no en las de la tierra. Porque habéis muerto, y vuestra vida está escondi­da con Cristo en Dios. Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria”. (Col 3:1- 4)

Bogotá / Colombia

Diana Ramírez

Colaboradora y escritora del ministerio Tesoros Cristianos. Nacida en la ciudad de Florencia (Caquetá). Servidora en la iglesia local donde reside. Dichosamente casada con Pablo David Santoyo y bendecida por el Señor con su hija Salomé.