LA PUREZA DEL EVANGELIO

“Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego.” (Rom.1:16).

Esta afirmación de Pablo acerca del Evangelio es muy diciente e importante; El Evangelio es el poder de Dios para salvar al que cree; esto quiere decir que co­nocer bien el Evangelio es de vital importancia para cada ser humano. No obstante, hoy en día, se está dando un fenómeno en la Iglesia, que aunque pudiera parecernos nuevo, no lo es tanto; estamos hablando de la mezcla del Evangelio con ideo­logías y filosofías humanas, diluyendo así el mensaje de Dios y sumándole nuevos ingredientes que no tiene originalmen­te, haciendo así un nuevo mensaje ambiguo y tergiversado que ya no es el Evangelio.

Estas mezclas han atraído a multitudes a los lugares de culto, pero tristemente este Evangelio con añadiduras no tie­ne ese poder que describe Pablo, el poder para salvar. Hoy, como en antaño, nos es necesario examinar lo que estamos haciendo con el mensaje de Dios, y asegurarnos de trasmitir­lo con pureza y fidelidad.

El Evangelio es el poder de Dios para salvar al que cree; esto quiere decir que co­nocer bien el Evangelio es de vital importancia para cada ser humano.

El Evangelio adulterado

La epístola a los Gálatas es donde comenzaremos a exami­nar este asunto de sumarle o restarle al mensaje del Evangelio. Dice Pablo: “Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo.” (Gálatas 1:6-7). En este pasaje podemos notar que en las iglesias que se encontraban en la provincia romana de Galacia, se había introducido un “evangelio diferente”, del cual dice Pablo que en realidad no es el Evangelio, sino una perversión de éste, y que los estaba alejando de Cristo. Esto en sí mismo es alarmante, ya que, como sucedió con los gálatas, un Evangelio pervertido puede alejarnos de Cristo; como vemos, “un Evangelio diferente”, donde las obras salvan, es el que se estaba predicando en las iglesias en Galacia.

La palabra griega ‘metastrefo’, traducida acá como “per­vertir”, significa: “transformar en algo de carácter opuesto” (Vine N.T). Es esto lo que justamente estaba aconteciendo entre los gálatas debido a que los “judaizantes” (judíos conversos del siglo I) querían sumarle al mensaje del Evangelio las obras de la Ley para salvación, pervirtiendo así el mensaje del Evangelio, mudando la salvación por gracia, a través de la sola fe en Jesucristo, por un falso evangelio de salvación por guardar las obras de la Ley. Esto claramente era una con­taminación del Evangelio, el cual nos habla de una salvación gratuita, basada en la obra de Cristo en la cruz, y no en la nuestra (Efesios 2:8-9).

Estas mezclas o modificaciones del Evangelio no se limi­tan a los judaizantes de aquellos tiempos; hoy también hay distintas sectas o movimientos que abandonan la salvación por la sola fe para sumarle obras. Satanás, cual falsificador es quien está detrás de esta perversión, repitiendo siempre el falso postulado de que al cambiar el tiempo cambia también el Evangelio, y el resultado es un “evangelio pervertido” que carece de poder para salvar y que trae maldición sobre quien lo enseña y lo sigue. (Gálatas 1:8-9).

Las filosofías de este mundo

El diablo hace esto mediante los falsos maestros que él in­troduce en la Iglesia, los cuales infiltran doctrinas falsas, que para muchos pasan desapercibidas. De éstas advirtió Pablo a la iglesia en Colosas: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y huecas sutilezas, según las tradiciones de los hombres, conforme a los rudimentos del mundo, y no según Cristo.” (Colosen­ses2:8). Estas filosofías o huecas sutilezas, de las cuales somos advertidos en las Escrituras, también han llegado a nuestros días, con nuevos disfraces, como lo es el introducir prácticas sutiles que lentamente desvían la fe del creyente. En una oca­sión fui testigo de cómo a un grupo de jóvenes se les animaba a escribir sus pecados en una hoja, para luego quemarla en una fogata, para así “librarse” de sus pecados los cuales no volverían más. Lo anterior suena como algo que harían per­sonas que creen en la Nueva Era, Yoga, o alguna otra filosofía de estos tiempos, pero lo delicado es que esto acontecía en medio de una actividad de un grupo cristiano, y esto podría parecer algo inofensivo a muchos, pero la sutileza está en que  estos jóvenes no estaban poniendo su confianza en la obra de Cristo para que sus pecados fueran perdonados, sino en el hecho de que el papel en que habían escrito sus pecados se quemó. Este no es un asunto aislado, ya que, lastimosamente se repite cada año en muchos lugares.

De esta y otras maneras somos alentados hoy a abrazar las respuestas vacías de las ideas humanas y sus tradiciones resultantes, para rechazar la revelación del mensaje sencillo, pero poderoso, que es el Evangelio. Y es precisamente de la mezcla de la filosofía humana y el Evangelio de donde sur­gen falsos “evangelios”, como el tan conocido “evangelio de la Prosperidad”, donde se proclama que Cristo se hizo pobre y murió para hacerte rico, no para ser perdonado y recon­ciliado con Dios. También está el “evangelio de la superación personal”, donde eres invitado a vivir “tu mejor vida ahora”, poniendo la mirada no en Cristo, sino en las cosas vanas y pasajeras de este mundo. Otro es el “evangelio de la super fe” donde todo lo que tienes que hacer es declarar y decretar todo lo que quieras que pase dando órdenes a Dios mismo.

También, como algo novedoso, vemos en los anuncios que publicitan eventos cristianos actuales, el “coaching cris­tiano”, donde el cristiano es entrenado bajo una combina­ción de superación personal con autorrealización, siendo animado a buscar las respuestas dentro de sí mismo y no en Dios, para desarrollar su “máximo potencial” Y no olvi­demos el “evangelio del entretenimiento”, donde los asis­tentes a grandes eventos para la evangelización, son entre­tenidos con música y shows que emulan a los que se dan en el mundo, todo con el ánimo supuesto de llegar a los per­didos, haciendo mimos, coreografías y payasadas para “dar a conocer el evangelio” incluso haciendo obras de teatro donde el diablo golpea, azota o incluso crucifica a Cristo, lo cual es una clara distorsión del Evangelio bíblico como lo relatan las Escrituras donde el diablo, lejos de crucificar a Cristo o burlarse de Él en la cruz, es juzgado: “…y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.” (Colosenses 2:15).

Todo lo anterior surge, en muchos casos, por el menos­precio del mensaje puro del Evangelio, como un mensaje demasiado sencillo para salvar al que cree. Por eso se busca hacerlo parecer “más atractivo” con toda clase de accesorios y promociones, como si se tratase de un artículo de venta.

Pablo nos advierte de que este tiempo llegaría (2Ti. 4:3- 4), cuando los hombres, no queriendo oír la sabiduría de Dios y su consejo, dan sus oídos a escuchar “maestros” que les hablen conforme a sus deseos. Es por eso el auge en nues­tros días de todas estas filosofías que buscan complacer más al oyente que a Dios. Esto contrasta con lo expresado por Pablo “…Pues si todavía agradara a los hombres, no sería siervo de Cristo” (Gálatas 1:10).

Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente. No que haya otro, sino que hay algunos que os perturban y quieren pervertir el evangelio de Cristo.” (Gálatas 1:6-7).

Haciendo vana la Cruz de Cristo

Por esto Pablo predicó el mensaje del Evangelio de una manera pura, sin buscar adornarlo con la filosofía de la época o la sabiduría de este mundo: “Pues no me envió Cristo a bautizar, sino a predicar el evangelio; no con sabiduría de palabras, para que no se haga vana la cruz de Cristo.” (1Co. 1:17). Pablo era un hombre culto, un teólogo muy elocuente de la época, pero él no estaba confiando en la sabiduría que había reci­bido de los hombres para presentar el Evangelio de Cristo. En cambio, muchos otros hombres avergonzados del mensaje de la cruz buscan maquillarlo y cambiarlo; esto sólo busca disimular la falta de fe que tienen realmente en el Evangelio, por eso lo alteran para que se vea más amable y acorde a las corrientes del pensamiento humano sin Dios, pero no así para nosotros: “Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder de Dios.” (1Co.1:18). Pablo anhelaba que la fe de los corintios estuvie­ra fundada en el poder de Dios, esto es, en el Evangelio, y no en lo que el hombre puede hacer o aportar en su sabiduría propia, lo cual para los judíos que querían justificarse por sus obras, era un tropiezo, y para los griegos que buscaban la sabiduría una locura que el Hijo de Dios, Dios encarnado, crucificado por nuestros pecados y resucitado de entre los muertos fuera el Mesías esperado y el Salvador de todos los hombres (1Co 1:23).

Cuando los mismos filósofos, epicúreos y estoicos de la época lo escucharon en Atenas, lo calificaron como nada más que un “palabrero” porque les predicaba el Evangelio de Jesús (Hc 17:18). Esto muestra cómo el hombre natu­ral rechaza como locura el mensaje puro del Evangelio. Es por esto que se tiende a querer restarle al mensaje, diluir­lo, mezclarlo y adornarlo con palabras de sabiduría huma­na, cual estrategia de marketing. Pablo no estaba dispuesto a hacer esto. Para él, Jesucristo es precioso tal cual es, y su obra perfecta en la cruz es suficiente, para cautivar al creyente. De manera que él no iba a adornar el mensaje del Evangelio con la sabiduría de este mundo para que pareciera una mejor oferta, pues esto haría vana la cruz de Cristo, poniéndola al mismo nivel que la sabiduría en la carne que ofrecía la filo­sofía humana.

La cruz de Cristo se hace vana al mezclarla con la sabi­duría mundana y temporal del hombre, pues ella perece con el pasar del tiempo, pues se originó en una mente privada de Dios, que es la del hombre natural. Por esto, cuando se presenta el Evangelio con estas mezclas es menospreciado a los ojos de los hombres, después de todo la sabiduría del ser humano es cambiante, más la sabiduría de Dios, la cual es Cristo (1Co. 1:24), permanece para siempre, no cadu­ca, no cambia, por eso es el fundamento más firme sobre el cual edificar, en comparación con las arenas movedizas de la especulación humana, la cual el mundo llama sabiduría. Por esto Pablo prefería usar las palabras que le enseñaba el Espí­ritu, las cuales son la sabiduría de Dios para dar a conocer el Evangelio (1Co. 2:13), sabiduría que está siempre vigente y es siempre actual, mientras la sabiduría de este mundo está envejecida y va pasando.

El Evangelio puro es conforme a las Escrituras

Entonces ¿cuál había sido la predicación de Pablo a los Gálatas? ¿Y de dónde provenía este Evangelio que Pa­blo predicaba sin usar palabras de sabiduría humana? “Mas os hago saber, hermanos, que el evangelio anunciado por mí vno es según hombre; pues yo ni lo recibí ni lo aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo.” (Gálatas 1:11-12). El Evangelio que Pablo predicaba provenía del Señor Jesucristo, que en revelación se lo dio a conocer. Esto nos muestra que el mensaje del Evangelio es por revelación divina, por eso no debe ser alterado ni modificado, ya que, al hacerlo se incurre en una ofensa contra Dios mismo quien lo dio.

En 1 de Corintios 15:1-4, el mensaje que Pablo había reci­bido y enseñaba es claramente expuesto de manera conden­sada: “Además os declaro, hermanos, el evangelio que os he predicado, el cual también recibisteis, en el cual también perseveráis; por el cual, asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano. Porque primeramente os he enseñado lo que asi­mismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras;” Pablo acá está recordando asuntos básicos y centrales del Evangelio que él les había predicado anterior­mente, el cual no era “nuevo” o “diferente”, sino que era el mismo, el Único Evangelio que él había recibido.

Este Evangelio puro es el que había sido presentado a los co­rintios sin ninguna mezcla con sabiduría humana: “Así que, her­manos, cuando fui a vosotros para anunciaros el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado”. (1 Corintios 2:1-2) Pablo predicaba a Cristo sin añadirle al mensaje; esto nos muestra su fidelidad para con el mensaje del Evangelio, preservando el contenido, sin sumarle: “y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.” (1 Corintios 2:4-5). Pablo no estaba interesado en darles un mensaje de “impacto”, “relevante culturalmen­te” o “políticamente correcto” para que nadie se ofendiera, sino en anunciar el mensaje de Dios, el cual es poderoso para salvar. John MacArthur dice de Pablo: “Rechazaba cualquier pretensión de superioridad; abominaba la idea de que la sabiduría humana pudiera añadir algo de valor a la predicación del evangelio. Se oponía enfáticamente a cualquier sugerencia de que la elocuencia y la erudición pudieran mejorar el poder inherente del evangelio” (El Evangelio según Pablo”, p. 33) Esta es la clase de celo que precisamos hoy en día aquellos que predicamos el mensaje de salvación para no cambiar o adulterar su contenido trayendo maldición sobre nosotros mismos y los oyentes.

El apóstol Pedro también decía que ellos no daban a co­nocer al Señor Jesucristo y su obra fabricando historias fa­bulosas, sino que eran testigos de Dios mismo, quien dio a conocer a Su Hijo (2 Pe. 1:16-17). También el apóstol Juan, ya en sus últimos días, nos enseña, que lo predicado por él y los apóstoles era lo mismo que desde el principio había sido anunciado acerca del Señor, no agregando nada nuevo en el mensaje, preservando así la pureza que era desde el comien­zo (1 Juan 1:1-3).

Esto nos muestra que el mensaje del Evangelio es por revelación divina, por eso no debe ser alterado ni modificado, ya que, al hacerlo se incurre en una ofensa contra Dios mismo quien lo dio.

Volvamos al Evangelio

Podemos concluir que el Evangelio puro es el que nos es presentado en las Escrituras, que es la Palabra de Dios, y que es una necedad el atrevernos, como se hace hoy en día en muchos círculos “cristianos”, a diluir el Evangelio en un coctel venenoso que carece de poder alguno para salvar a quienes lo escuchan, llenando, por medio de sus filosofía y huecas sutilezas, sus locales de gente perdida, privados de la esperanza de la vida eterna, por un “evangelio falso” que no los puede librar de su miserable condición.

Debemos examinarnos a nosotros mismos a la luz de las Escrituras para ver en qué sabiduría estamos poniendo nues­tra confianza, en la del hombre, que es pasajera y está próxi­ma a desaparecer, o en la de Dios, que permanece de eterni­dad a eternidad.

y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.” (1 Corintios 2:4-5).

Es menester que nos volvamos al Señor y su Palabra dili­gentemente, que escudriñemos las Escrituras, conociendo el Evangelio en su pureza, dando a conocer así el único mensaje que trae esperanza a un mundo caído, salvación al conde­nado, y vida a los muertos, Cristo y su mensaje, los cuales son superiores a toda filosofía u obra humana y a toda idea que haya atravesado el pensamiento de los hombres, porque como escrito está: “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.” (Juan 17:3) Y así, sin avergonzarnos del mensaje de la cruz, poda­mos darlo a conocer a otros a través de su glorioso y pode­roso Evangelio.

Bogotá / Colombia

Alberto Rabinovici

Colaborador y escritor del ministerio tesoros cristianos. Nacido en Argentina, criado en Paraguay e Israel. Vive en Colombia hace 8 años donde sirve en la iglesia local donde reside. Felizmente casado con Daniela, y tiene un hijo: Natanael.