“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, quien según su gran misericordia, nos ha hecho nacer de nuevo a una esperanza viva, mediante la resurrección de Jesucristo de entre los muertos…” (1 Pedro 1:3; LBLA)
El apóstol Pedro recordaba a los creyentes de trasfondo judío que ellos habían nacido de nuevo para una esperanza viva, por medio de nuestro Señor Jesucristo, quien se levantó de los muertos con poder. Todo nuevo creyente tiene esta esperanza, pero ¿cuál es esa esperanza?
¿Cómo puede llegar a conocer lo prometido, y la esperanza a la cual él ha sido llamado, o cómo sabrá cuál es la manera de vivir esta nueva vida que ha recibido en Cristo? Estas preguntas son importantes, y la respuesta necesaria no lo son menos, por eso deben venir del lugar correcto, de las Escrituras, como Pablo le indicaba a Timoteo: “…las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.” (2 Ti. 3:15). Las Escrituras no solamente son el medio por el cual el creyente llega a ser salvo al recibir la fe (Ro.10:17), sino que también les sirven para vivir sabiamente la salvación que por la fe ha recibido. Es, por lo tanto, meritorio que pongamos énfasis en profundizar cómo la Palabra de Dios ayuda al nuevo creyente para su nuevo caminar, crecimiento y madurez.
Un nuevo inicio
Un nuevo comienzo amerita una nueva forma de vivir para el nuevo creyente; éste viene de una vida impía, llena de vicios, desorden, pecado y una mente corrompida; mas ahora recibe una nueva vida, una vida de resurrección en Cristo Jesús, una vida que tiene una nueva manera de vivirse, pero que el nuevo creyente aún no la conoce. Esta nueva vida viene con un Manual, las Escrituras, las cuales, como se vio al principio, le pueden hacer sabio, es decir, tener un conocimiento práctico de cómo pensar y cómo vivir esta nueva vida.
Las Escrituras no solamente son el medio por el cual el creyente llega a ser salvo al recibir la fe (Ro.10:17), sino que también les sirven para vivir sabiamente la salvación que por la fe ha recibido.
Como un bebé recién nacido que necesita ser guiado, cuidado, enseñado en los primeros rudimentos de la vida en este mundo, así el nuevo creyente necesita aprender y reaprender. El problema es que ya creemos saber muchas cosas cuando llegamos a Cristo: cómo ser un buen esposo, una buena mamá, un buen hijo o un buen empleado; pero la verdad es que necesitamos renovar nuestra mente: “Y no os adaptéis a este mundo, sino transformaos mediante la renovación de vuestra mente, para que verifiquéis cuál es la voluntad de Dios: lo que es bueno, aceptable y per fecto.” (Ro. 12:2; LBLA). Pablo insta a los creyentes en Roma a que no se adapten al mundo, es decir, no se amolden, no se hagan como ellos, y al igual que los creyentes en Roma, el nuevo creyente viene de vivir como el mundo lo hace, incluyendo sus patrones de pensamiento y comportamiento, pero ya no puede continuar así. Ahora tiene una nueva vida, ahora debe renovar su mente, es decir, su manera de entender y de pensar, y esto se logra por medio de la Palabra de Dios, en la cual podemos comprobar la voluntad de Dios, lo que es bueno, aceptable o agradable y perfecto delante de Él.
Una nueva manera de pensar conforme a la Palabra también traerá al nuevo creyente una nueva manera de ser y de vivir: “Porque cual es su pensamiento en su corazón, tal es él…” (Pr. 23:7). Una mente que está siendo renovada por la Palabra de Dios dará como resultado nuevos afectos, nuevos hábitos y un proceder renovado. De la misma manera, podemos asegurar que si un cristiano que está comenzando su nueva vida en Cristo, descuida el renovar su mente en la Palabra, entonces sus pensamientos no distarán de ser muy diferentes a los de su antigua vida y a los del mundo, y asimismo su proceder. Son muchos los cristianos que, por descuidar la Palabra de Dios en sus primeros años en la fe, ahora piensan y viven como el mundo (del que dicen haber sido rescatados) lo hace.
El alimento para el crecimiento
Por esta razón, no podemos minimizar la importancia de la Palabra de Dios, no sólo como el alimento inicial en la vida del creyente, sino como el que le acompañará toda su vida cristiana desde el comienzo hasta el final. Un nuevo creyente que persevere en alimentarse de la Palabra de Dios diariamente será un creyente que crecerá de manera integral en el conocimiento de Dios, y tendrá la renovación de su entendimiento y la sabiduría necesaria para vivir en este mundo para su Señor. El creyente tiene muchas áreas en las cuales necesita crecer; la Palabra de Dios tiene ese poder de nutrirlo en ese crecimiento que requiere, ya que “…el mandamiento del SEÑOR es puro, que alumbra los ojos.” (Sal. 19:8; Nueva Biblia Latinoamericana de Hoy). La Palabra del Señor es pura, o sea, sin mezcla, sin nada que la adultere o diluya, es pura en sí misma y capaz de alumbrar los ojos, es decir, que en su pureza puede dar la perspectiva correcta de las cosas para que veamos con claridad. Esta claridad es necesaria para tener un crecimiento equilibrado en todas las áreas, pues ahora el nuevo creyente aprenderá a ver todas las cosas de la manera en que las ve su Señor, a la luz de las Escrituras. Ahora el nuevo creyente puede ver su vida a la luz de la verdad de la Palabra de Dios para comprender cuál es el propósito de su Salvador para su vida, las promesas de Dios a las cuales él está destinado, la obediencia a la cual él es exhortado y la santidad a la cual es llamado. Y no sólo esto, sino que él comienza a ver más claramente cómo Dios quiere que viva como hijo, cómo es el diseño de Dios para el matrimonio y la familia, cómo Dios espera que trabaje y haga sus negocios, cómo debe ser su proceder en la vida política y civil, cómo Dios ve la ciencia, qué piensa Dios sobre cómo debe vestir o comportarse; en todo esto, en todo lo que envuelve la vida del cristiano, Dios, por medio de Su Palabra, le llevará a crecer en conformidad a Su voluntad, por lo cual el cristiano puede afirmar: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y luz para mi camino” (Sal. 119:105; LBLA), porque la luz de la lámpara de Dios, que son las Escrituras, le llevarán a un crecimiento continuo en su caminar espiritual, familiar, civil, laboral y ministerial. Mientras más se exponga el nuevo creyente a la luz de las Escrituras, crecerá más y más en el conocimiento de Dios, en una vida de piedad personal y familiar delante de Dios y delante de los hombres.
Mas cuando el creyente comienza a ignorar la luz que Dios le da por medio de Su Palabra, en lugar de crecimiento y luz, experimentará una desnutrición espiritual y oscuridad en su caminar. No son pocos los que, en lugar de alimentarse de la nutrida Palabra de verdad, se alimentan de las filosofías de este mundo y las huecas sutilezas de los hombres, según los rudimentos del mundo, y no según Cristo (Col. 2:8), para su propio mal. Fácilmente serán reconocidos tales creyentes por su falta de piedad personal y familiar, su falta de consagración, su falta de visión clara en cuanto a las cosas de este mundo, por dejar de lado la lámpara de la Palabra de Dios que puede alumbrar su caminar; como consecuencia, no se ve en ellos ningún crecimiento espiritual; sólo aumenta su ignorancia de la voluntad divina y su perspectiva mundana de todas las cosas.
La madurez por medio de la Palabra
Entonces, si queremos crecer hacia una madurez espiritual, una cosmovisión bíblica de todas las cosas y una vida práctica de piedad, necesitamos crecer alimentados por toda la Escritura, la cual “…es inspirada por Dios y útil para enseñar, para reprender, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, equipado para toda buena obra.” (2 Ti. 3:16-17; LBLA). Si el nuevo creyente permanece en la Palabra para ser enseñado, reprendido, corregido e instruido en la justicia de Dios, constantemente, por medio de ella, entonces la madurez se hará evidente en la vida del creyente, quien estará preparado para servir a Dios en lo personal, en su familia, en la Iglesia y en la sociedad.
Mas cuando el creyente comienza a ignorar la luz que Dios le da por medio de Su Palabra, en lugar de crecimiento y luz, experimentará una desnutrición espiritual y oscuridad en su caminar. No son pocos los que, en lugar de alimentarse de la nutrida Palabra de verdad, se alimentan de las filosofías de este mundo y las huecas sutilezas de los hombres, según los rudimentos del mundo, y no según Cristo (Col. 2:8), para su propio mal.
Un hombre o mujer de Dios maduros se distinguen por su estabilidad, sobriedad, piedad, compromiso, consagración y por sus frutos. Siempre que encontremos en la historia de la Iglesia hombres maduros que sirvieron a Dios con sus vidas piadosas, familias ejemplares, iglesias avivadas, sociedades transformadas, allí veremos que estos hombres tenían una profunda vida de oración, pero también eran hombres y mujeres de la Palabra, quienes la tomaron tan en serio que sus vidas fueron alumbradas y transformadas por su poder. Ejemplo tenemos en los puritanos, quienes procuraron someter cada aspecto de sus vidas a la Palabra de Dios. También en la historia podemos evidenciar claramente que cuando los cristianos descuidaron la Palabra, o fueron privados por el gobierno o falsos hermanos de su benévola influencia, la iglesia entró en declive, en inmoralidad, liviandad y decadencia.
Por esta razón veremos cristianos de años sin fruto visible en sus vidas, llenos de hojas, llenos de años, llenos de liviandad, vanidad y apatía. El Señor enseñó claramente que “… cualquiera que oye estas palabras mías y las pone en práctica, será semejante a un hombre sabio que edificó su casa sobre la roca; y cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y azotaron aquella casa; pero no se cayó, porque había sido fundada sobre la roca.” (Mt. 7:24-25; LBLA). Esta es no la descripción de un creyente perfecto, sino de uno maduro, que tiene estabilidad y firmeza porque su vida, sus pensamientos, su familia, su ministerio, han sido edificados sobre la Roca, por lo cual podríamos decir: “He ahí un hombre que es sabio, leyó y escuchó la Palabra de Dios, tuvo en ella su delicia y su meditación y la puso por obra, por lo cual las tribulaciones, las pruebas y las dificultades que cayeron sobre él no lo derrumbaron, porque su vida estaba afirmada sobre el fundamento sólido de la Palabra de Dios”. También podríamos decir lo contrario de quien no pone la Palabra de Dios como su fundamento y, por lo tanto, no crece, ni madura, ni pone por obra la Palabra de Dios (Mt. 7:26-27); y podríamos afirmar: “He ahí un hombre insensato, negligente e inmaduro, que dejó de lado lo que escuchó y le fue enseñado, y no lo puso por obra, por lo cual las tribulaciones, pruebas y las dificultades que cayeron sobre él lo derrumbaron, y fue grande su ruina, porque su vida estaba sobre el mal fundamento de su propia opinión, de los rudimentos del mundo y de las mentiras del maligno”. Un hombre así no tiene estabilidad, su vida estará en desorden y su fe en declive. De esta manera, podemos ver más claramente nuestra necesidad de fundamentar y edificar nuestras vidas sobre aquello que tiene peso, firmeza, profundidad y realidad, como lo es la Palabra de Dios, la cual es uno de los medios de gracia de Dios para llevarnos a crecer hacia la madurez.
La centralidad y suficiencia de la Palabra de Dios en la Iglesia.
Para fomentar este crecimiento y madurez en la vida de los nuevos creyentes, como también en la de los creyentes con más tiempo, se hace necesario más que la alimentación personal y familiar.
En nuestros días observamos un fenómeno muy preocupante en iglesias de rápido crecimiento, y es que su crecimiento, tanto de las estructuras como de los creyentes individuales, no es en torno a la Palabra, sino a las emociones, al show, a la psicología, al ‘coaching’, la música y toda tendencia prestada de la sabiduría de los hombres; todo esto acontece por haberse perdido la centralidad de la Palabra y el entendimiento de que ella es suficiente para llevar a los hombres a Dios, nutrirlos y madurarlos como hijos de Dios.
Centralidad
Cuando decimos que la Palabra de Dios es central nos referimos a que la comunión, la edificación, el crecimiento de la Iglesia gira en torno a una centralidad de la cual la Palabra de Dios es base. Nos congregamos en el nombre del Señor, oramos al Señor, partimos el pan en memoria del Señor y nos edificamos y alimentamos como iglesias en torno a la Palabra del Señor. “Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan y en las oraciones.” (Hch. 2:42). Nos reunimos como Iglesia para te ner comunión porque la Palabra de Dios lo enseña; oramos porque encontramos en las Escrituras la enseñanza tanto de la necesidad como el deber de orar; y partimos el pan porque claramente en la Palabra de Dios tenemos el testimonio del Señor y sus apóstoles de este memorial. Por esto, la Palabra de Dios es base de toda nuestra vida, nuestra fe y práctica como Iglesia. Si perdemos la centralidad de la Palabra de Dios, nuestra vida, fe y práctica como cristianos será débil, deficiente e inmadura.
“He ahí un hombre insensato, negligente e inmaduro, que dejó de lado lo que escuchó y le fue enseñado, y no lo puso por obra, por lo cual las tribulaciones, pruebas y las dificultades que cayeron sobre él lo derrumbaron, y fue grande su ruina, porque su vida estaba sobre el mal fundamento de su propia opinión, de los rudimentos del mundo y de las mentiras del maligno”.
Suficiencia
Muchos cristianos dicen que la Palabra de Dios es inspirada por Dios, sin error, autoritativa y central, y ¡sin duda así es! Pero como dice nuestro hermano Paul Washer, si creemos todo esto, pero no creemos que ella sea suficiente, entonces no importará mucho creer todo lo anterior. La suficiencia de la Palabra significa que ella es perfecta (Salmos 19:7-14) y es todo lo que necesitamos como cristianos para ser equipados para una vida de fe, piedad y servicio. Si la Palabra de Dios no fuera suficiente para edificar la Iglesia, si no fuera suficiente para nuestro nacimiento, crecimiento, madurez y servicio como cristianos, entonces empezaremos a mezclar la sabiduría de Dios con la del mundo y a introducir otras cosas para “perfeccionar” a los santos, además de la Palabra de Dios. Esto ha demostrado ya ser muy peligroso para la Iglesia, que cada vez en muchos lugares y circunstancias se han introducido en su seno ideologías, filosofías, psicologías y prácticas que son según las huecas sutilezas de los hombres, según los rudimentos del mundo, y no según Cristo, con consecuencias nefastas. Por lo cual la Iglesia debe volver a la suficiencia de las Escrituras, las cuales son perfectas, plenas y puras, capaces de llevarnos a vivir y experimentar la voluntad de Dios.
Las reuniones de la Iglesia
Por ello este asunto no sólo es necesario y recomendable para nuestro estudio personal, sino que Dios ha dado en Su gracia a la Iglesia (Ef. 4:11) hombres como dones que enseñen a su pueblo, por lo cual un nuevo creyente necesita congregarse en una iglesia local donde se enseñen las Escrituras de manera continua (Hch. 2:42), perseverando así en la doctrina apostólica, bíblica, suficiente para su edificación; por lo cual es necesario esforzarse en asistir a las reuniones de enseñanza de la Palabra; y estas iglesias, como mencionamos, deben tener la Palabra de Dios como lo central y suficiente para enseñar, discipular, instruir, disciplinar, exhortar a los creyentes, de manera que ellos sean enriquecidos.
Siempre que la Palabra de Dios es expuesta fielmente en medio de los santos de Dios podremos apreciar los resultados del crecimiento, la madurez, el servicio y la salud espiritual de los miembros, porque la Palabra de Dios tiene poder para edificar a los santos en la gracia de Dios.
Un esfuerzo renovado
Tal vez usted es un nuevo creyente, o uno no tan nuevo, y no ha tomado en serio la lectura diaria de las Escrituras, su debida meditación y consideración en el estudio privado y congregacional, y ahora se da cuenta de su necesidad imperativa de la Palabra de Dios en su vida para sustentar su vida como cristiano, su crecimiento y madurez en el Señor; por lo cual le aconsejo que no se rinda, no se estanque. La gracia del Señor puede fortalecerle nuevamente para perseverar y avanzar en esta disciplina y medio de gracia provisto por el Señor para ayudarle y bendecirle. Es necesario que renueve su esfuerzo, busque al Señor en oración y le pida que le abra su corazón para la Palabra, y ella hable constantemente a su corazón.
Bendiga el Señor Su gloriosa Palabra, y a sus hijos que en ella perseveran.
Bogotá / Colombia
Alberto Rabinovici
Colaborador y escritor del ministerio tesoros cristianos. Nacido en Argentina, criado en Paraguay e Israel. Vive en Colombia hace 8 años donde sirve en la iglesia local donde reside. Felizmente casado con Daniela, y tiene un hijo: Natanael.