“…orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu…” (Efesios 6:18).
Una vez el cristiano verdadero haya experimentado la maravillosa e inolvidable salvación, su vida cambia para siempre. Todo nacido de nuevo puede estar de acuerdo con esta afirmación. Ahora el abatido pecador siente paz y dicha, la carga aplastante del pecado ha sido clavada en la cruz de Cristo, y ya él es libre. El hombre encuentra el propósito real de su vida y empieza a desear compartir su experiencia con los que ama y le rodean. Reconoce que le pertenece a Aquel que derramó por amor Su sangre en el Calvario. Sin embargo, no todo cristiano entiende, inmediatamente después de su conversión, que este es sólo el primer paso para algo incalculablemente mayor a lo cual Dios lo ha predestinado para siempre. Muchos piensan que este privilegio es sólo para después de la muerte o después de la resurrección, pero no es así. El privilegio de tener la continua e ininterrumpida dichosa comunión con Dios, a través de la oración, es para disfrutarlo desde ahora y por toda la eternidad.
Sí, al principio, aún después de experimentar la salvación, el hombre sigue siendo orgulloso y egoísta en muchos aspectos de su vida, y en el fondo suele pensar que el ser libre de la condenación eterna es lo mejor que le haya podido suceder. Sin embargo, esto no es todo. Debe ser agradecido para siempre, sí; pero lo mejor que le ha podido pasar es ser uno con Aquel que le salvó, del mismo modo que el Señor Jesús es uno con Dios. Lo mejor que le ha podido suceder al cristiano es ser de Jesús, y entrar en el mismo ámbito de comunión de la Divina Trinidad a través del asombroso misterio de la oración.
Primeros pasos
El dulce Espíritu de Dios, ahora morando en la vida del nuevo convertido, empezará un proceso de acercamiento del hombre al corazón de Dios. Esto sucede no solamente porque es la voluntad del Padre, sino porque en la mayoría de los primeros acercamientos a la oración, el cristiano pide según los deseos de su corazón, dominado por una mente aún no renovada por medio del conocimiento de las Escrituras y el trato disciplinario del Señor. Dios, en Su perfecta sabiduría, conociendo esto, conduce al hombre para que éste entienda que en todas las circunstancias de su vida hay un control divino, cuyo objetivo es la formación de Cristo en él, y la comunión entrañable a través de la oración y la adoración, pues ambas están estrechamente relacionadas.
Lo mejor que le ha podido suceder al cristiano es ser de Jesús, y entrar en el mismo ámbito de comunión de la Divina Trinidad a través del asombroso misterio de la oración.
Sin embargo, el paciente Espíritu de Dios (quien es las arras de nuestra salvación y el mayor regalo jamás dado al ser humano) puede ser resistido y, por lo tanto, el tan deseado acercamiento a Dios que Él quiere propiciar en nuestras vidas, se vería truncado. De esta manera, la vida del cristiano, con el paso de los días y los años, se va desperdiciando en la vanidad del mundo o en proyectos infructíferos catalogados por las Escrituras como obras de madera, heno y hojarasca.
Oración temporal y oración continua
En sus comienzos, tal vez no sea claro para el cristiano la diferencia entre la oración temporal y la oración permanente o continua a la cual Dios lo quiere llevar. La oración temporal es aquella presentada delante de Dios en acción de gracias, ruego o súplica, en la cual el creyente expresa lo que hay en su corazón ante el Dios Todopoderoso; ésta simplemente tiene un comienzo y un Amén al final. Sin embargo, la oración continua o permanente nunca establecería sólo un tiempo específico de oración en la vida del nacido de nuevo, ya que su celoso tiempo de oración no tiene fin, porque, después del Amén, no se ha acabado su plática o conversación con su Señor. Durante el día, en las labores cotidianas, no pierde la conciencia de la presencia de Dios, la cual genera una sensación sublime de temor, gozo y paz, que no permite al cristiano permanecer en silencio.
Consideremos ahora algunos ejemplos en las Escrituras de hombres que practicaban esta oración permanente o continua, para que conozcamos su importancia, y participemos de ella, como lo hicieron esos santos en la antigüedad.
El caso de David
“En tu presencia hay plenitud de gozo…” (Sal. 16:11). El pastor de Israel, aquel muchacho que fue ignorado por la nación entera y aún por su familia, estaba siendo formado por el Señor en la soledad. En su tiempo de pastoreo, el joven obtenía victorias sobre situaciones que lo preparaban para su bienaventurado y futuro servicio a Dios. Con todo, nunca se encuentra en sus Salmos alusiones a sus victorias frente a leones, osos, gigantes como Goliat u otra hazaña similar ¡No! Pero sí son notorias cuantiosas expresiones relacionadas con la delicia de estar en la presencia del Señor en oración. Este Salmo es un ejemplo de ello, y es, precisamente, por causa de la permanente oración delante de la presencia de Dios que pudo ser victorioso en cada una de las situaciones mencionadas anteriormente. La expresión “plenitud” implica absoluta saciedad y satisfacción. Es lo que el hombre intenta encontrar en el mundo, en sí mismo y en otros seres humanos, pero que sólo será hallado en Dios. El ejemplo de Salomón, como aquel varón que obtuvo todo lo que sus ojos podían desear, y aún mucho más, nos muestra que, al final de su vida, todo esto fue catalogado como vano, y sus ojos, cansados de lo vano, le instaban a volverse a Dios. La expresión ‘gozo’ implica también alegría y deleite. Toda persona, levemente analítica, entiende que eso es lo que realmente está buscando siempre detrás de toda acción.
“He aquí, tu amas la verdad en lo íntimo, y en lo secreto me has hecho comprender sabiduría.” (Sal. 51:6). David obtenía esta plena delicia y gozo en la presencia del Señor a través de su vida de oración íntima y secreta. Esto es algo que todo cristiano está llamado a disfrutar. Realmente, sólo una persona con esta característica podía ser alguien conforme al corazón del Señor, y ser el ideal para ser escogido como rey de Israel.
El caso de Elías
“Entonces Elías tisbita, que era de los moradores de Galaad, dijo a Acab: Vive Jehová (YHWH) Dios de Israel, en cuya presencia estoy, que no habrá lluvia ni rocío en estos años, sino por mi palabra.” (1 R. 17:1). Los moradores de Galaad eran conocidos como rudos y toscos. Tal vez Elías no cumplía con las características “aceptables” para hablar en nombre de Dios. Al presentarse delante de cualquier rey, y no decir: “Viva el rey”, cualquier persona podía ser considerada digna de muerte. Elías, por su parte, no sólo no exaltó al malvado rey Acab, sino que ante su rostro y en presencia de los suyos, dijo: “Vive Jehová (YHWH) Dios de Israel, en cuya presencia estoy…” Elías, por tanto, era un varón que no sólo frecuentaba hablar con Dios en oración, sino que permanecía en Su Presencia por medio de ella. Si el cristiano desea gozar de la delicia de estar en la presencia de Dios, no podrá obtenerla, sino sólo por medio de la oración continua o permanente.
Podría atribuirse, pues, a Elías un carácter sublime, único y escaso (y ciertamente lo es); sin embargo, la Escritura nos dice: “Elías era hombre sujeto a pasiones semejantes a las nuestras, y oró fervientemente para que no lloviese, y no llovió sobre la tierra por tres años y seis meses. Y otra vez oró, y el cielo dio lluvia, y la tierra produjo su fruto.” (Stg. 5:17-18). La expresión “pasiones semejantes a las nuestras” lo hace similar a un hombre cualquiera, quien siendo rudo y tosco, logró estar y permanecer en la presencia de Dios. Fue así una poderosa herramienta para volver el corazón de una nación idólatra (Israel) a los pies del único Dios verdadero. Elías trajo el fuego del Cielo, porque él supo permanecer primero ante éste hasta ser consumido en unanimidad con Dios, a través de la oración permanente.
El caso de Moisés
“Vé y diles:Volveos a vuestras tiendas. Y tú quédate aquí conmigo, y te diré…” (Dt. 5:30-31). Para un lector sensible, ésta es sin duda una de las palabras más asombrosas de la relación de Dios con Moisés; teniendo en cuenta el contexto en que estas palabras fueron dichas, Moisés bien pudiera haberse alejado a su tienda y descansar. Sin embargo, el Señor tenía todavía mucho más para Moisés. Mientras los otros estaban descansando, Dios podía exigir a Moisés “Quédate aquí conmigo” ¡Oh privilegio! La intimidad entre Moisés y el Señor era deleitosa para ambos, y condujo a Moisés a oírle decir: “… y te diré…” Por eso la Escritura enseña: “Sus caminos notificó a Moisés, y a los hijos de Israel sus obras.” (Sal. 103:7).
Todo Israel fue testigo de las obras del Señor, todos fueron amados y provistos por Dios, pero sólo a uno le fueron notificados “sus caminos”, y este uno fue heredero, no de tierra, sino, al igual que Aarón, de Dios mismo. “Me postré, pues, delante de Jehová (YHWH); cuarenta días y cuarenta noches estuve postrado…” (Dt. 9:25). “Y yo estuve en el monte como los primeros días, cuarenta días y cuarenta noches; y Jehová (YHWH) también me escuchó esta vez…” (Dt. 10:10).
…la oración continua o permanente nunca establecería sólo un tiempo específico de oración en la vida del nacido de nuevo, ya que su celoso tiempo de oración no tiene fin, porque, después del Amén, no se ha acabado su plática o conversación con su Señor. Durante el día, en las labores cotidianas, no pierde la conciencia de la presencia de Dios, la cual genera una sensación sublime de temor, gozo y paz, que no permite al cristiano permanecer en silencio.
La mayoría de cristianos, tristemente, no pueden estar postrados a los pies del Señor ni siquiera cuarenta minutos; en estos pasajes vemos que Moisés permaneció “postrado” en aquellas ocasiones en el monte en la presencia del Señor. Este es el principio del inicio de la oración permanente. En la medida en que el cristiano es celoso de su tiempo de oración y éste cada vez va aumentando más y más, el Señor puede llegar a decirle: “Quédate aquí conmigo”, y comenzará un proceso por medio del cual, aun después de haber dicho el “Amén” de la oración matutina, la oración y la comunión en adoración delante de Dios seguirán durante todo el día. Las diferentes acciones del día serán hechas para el Señor, y juntamente con Él, como las obras que Él preparó de antemano para gloria del Padre. Seguidamente, se dará cuenta más rápidamente de los ataques y distracciones del maligno. La conciencia de la permanencia del Espíritu Santo en la vida de tal hombre o mujer, le hará mucho más cercano a Dios, y después le será imposible olvidar que Él es su eterna compañía. Y, sin darse cuenta, cuando se presente delante de los hombres, el rostro de este bienaventurado resplandecerá: “Y aconteció que descendiendo Moisés del monte Sinaí… no sabía Moisés que la piel de su rostro resplandecía, después que hubo hablado con Dios.” (Ex. 34:29).
El Señor Jesús
“Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba.” (Mr. 1:35). “En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios” (Lc. 6:12). Lo que lograron David y Elías, Moisés y todo varón y mujer no mencionados aquí, lo hicieron porque el Espíritu Santo, que es el Espíritu de Jesucristo, les guió, ayudó y enseñó. Por tanto, la perfecta expresión de la continua e ininterrumpida oración se encuentra en el Hijo de Dios, el Señor Jesús.
Es cierto que David, Elías, Moisés y muchos más fallaron y, en algún momento, no mantuvieron este precioso privilegio y esta grandísima responsabilidad, pues, ciertamente, no hay nada a lo cual se oponga Satanás con tanto esmero, como a la verdadera y continua oración. Esta oración deshace como cera sus obras ante la presencia del fuego consumidor; además, aviva los corazones de los hombres y glorifica el nombre del Señor. Ellos y nosotros fallamos, pero el Señor Jesús nunca falló. Fue tentado por Satanás precisamente para tratar de lograr separar las voluntades, eternamente fundidas, del Padre y del Hijo, pretendiendo que Éste obrase por Su propia cuenta. Sólo aquel que está en la continua oración y conciencia de la presencia y habitación de Dios en su vida, es el que vence en todo. El Señor fue ejemplo de esto para todos nosotros.
Las palabras de Jesús a Nicodemo, a la mujer samaritana o a los fariseos, nos muestran que Él no tenía un libreto o un método; Él contaba con la palabra precisa, en amor, reprensión o en ternura, pues lo que hablaba era lo que oía del Padre, y el oír al Padre lo hacía permanentemente (Jn. 12:49; 5:19). ¡Cuán deleitoso es percibir en Jesús a Dios! Sus miradas, Sus palabras, Sus silencios, y cada obra eran el producto de oír y ver a Su Padre, quien, a su vez, se deleitaba en la perfecta expresión de Sí Mismo en Su Hijo. Es exactamente eso lo que Dios anhela para con todos sus santos, para lo cual les ha suministrado el Espíritu Santo de la continua comunión del Padre con el Hijo; el Espíritu que contiene la plenitud de Dios y que nos capacita y nos lleva a vivir una vida como la de Jesús; o, mejor aún, dejar vivir al Hijo del mismo modo como vivió acá en la Tierra, pero ahora en Sus muchos hijos, y esto a través de la deleitosa vida de oración continua.
En la historia de la Iglesia
A lo largo de la historia de la Iglesia, Dios se ha provisto de hombres y mujeres que llegan a un punto de experimentar la oración permanente (despojándose de sí mismos), la cual permite la magnífica expresión del Tesoro Divino en medio de los frágiles vasos de barro. Algunos hermanos han llegado a ser conocidos por los hombres, otros sólo por los cielos. Sin embargo, entre aquellos que han destacado por la profundidad de su experiencia en la intimidad con Dios, encontramos, entre otros, los siguientes:
Jeanne Marie Bouvier de la Motte Guyon, más conocida como Madame Guyon: Es considerada una de las personas que más ha logrado influenciar a los cristianos con ese anhelo de adentrarse en las profundidades de Jesucristo.
François de Salignac de la Mothe, conocido como François Fénelon. Sus cartas recopiladas demuestran un nivel de madurez tal que muy pocos cristianos han alcanzado en la historia.
Nicolas Herman, más conocido como el Hermano Lawrence. Mencionemos también: David Brainerd, E.M. Bounds, George Müller, Andrew Murray, Frank Charles Laubach.
La mayoría de cristianos, tristemente, no pueden estar postrados a los pies del Señor ni siquiera cuarenta minutos; en estos pasajes vemos que Moisés permaneció “postrado” en aquellas ocasiones en el monte en la presencia del Señor. Este es el principio del inicio de la oración permanente.
La lista continúa y también sus vidas transformadas y transformadoras; todos débiles en sí mismos, pero poderosos en Dios. Todos con algo en común: No descansaron hasta experimentar y mantener la comunión que el mismo Señor Jesús gozaba con el Padre.
Consejos prácticos para alcanzar la oración continua
Muchos cristianos suspiran viendo el nivel espiritual de los grandes hombres y mujeres de Dios en la historia, pero nunca consideran que pudiera ser algo alcanzable en sus vidas. He aquí unos consejos prácticos que ayudarán al creyente a alcanzar este tipo de oración:
- Anhelarlo: Si no se anhela, por demás es mencionar cualquier otro “Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová (YHWH)…” (Sal. 84:2). Dios conoce nuestra debilidad, pero un ardiente deseo, anhelo, dará paso a Su superabundante gracia.
- Tratar drásticamente el pecado: La permisividad en la vida del creyente ante cosas que sabe que no agradan a Dios, será siempre un tropiezo para experimentar el gozo de la continua oración. “Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado.” (Sal. 66: 18).
- Aumento de la oración temporal: Entre más ore el cristiano, más deseo tendrá de Se hace necesario vencer, por el Espíritu, la resistencia que levanta la carne, el mundo y Satanás. Un hombre de Dios decía: “Cuando no puedo orar, oro hasta que pueda orar, y luego oro hasta que haya orado”. “En pago de mi amor me han sido adversarios; mas yo oraba.” (Sal. 109:4). El contexto del Salmo es tremendo, lo más probable es que en esa situación nadie quisiera orar. Sin embargo, David dice: “mas yo oraba”, expresión que implica “continuamente oraba”.
- Fe: La oración sin fe es lo mismo que no Por tanto, la lectura de la Escritura, la cual aumenta nuestra fe, es un requisito indispensable para llegar al deleitoso punto de no querer dejar de orar. “…Porque en tu palabra he esperado.” “…Porque tu ley es mi delicia.” “…Pero yo meditaré en tus mandamientos.” (Sal. 119:74, 77, 78). Entre más se lea la Palabra de Dios, más eficaz y permanente será la oración.
Conclusión
Vivir en el gozo de la presencia permanente de Dios, a través de la continua oración, es lo que cumple el propósito de la existencia del hombre.
Todo lo demás ocuparía su lugar si nos dedicáramos de corazón a esta gran labor y este gran privilegio.
(Autor Anónimo)