“Entonces, ¿para qué sirve la ley? Fue añadida a causa de las transgresiones,hasta que viniese la simiente a quien fue hecha la promesa…” (Gá. 3:19).
La Ley fue dada por Dios como un instrumento para mostrar al hombre su pecaminosidad, a fin de señalar a Cristo como el único que puede librarlo. Sin embargo, siempre ha habido quienes procuran justificarse a sí mismos por medio de la Ley, ignorando así su verdadero propósito; ellos, queriendo vivir conforme a la Ley, desprecian la obra de Cristo y su Evangelio, queriendo agregar su propia justicia, la cual la misma Ley evidencia como vana. Los hombres, mientras más justos procuran ser por ellos mismos, más culpables y miserables se vuelven delante de Dios.
Pablo, en su epístola a los Romanos, capítulo 7, desde el versículo 7, va a responder a aquellos que lo malinterpretaron, y decían que él enseñaba que la Ley es algo pecaminoso, pues en el pensamiento judío, la Ley va vinculada a la justificación por su cumplimento, de manera que el cumplimiento de la Ley era lo que liberaba al hombre del pecado, entendiendo así que Pablo estaba diciendo que la libertad del pecado era libertad para pecar. El apóstol rechaza este argumento con esta enfática frase: “En ninguna manera.” Después de dejar por escrita su respuesta, presenta algunos de los propósitos de la Ley:
- La Ley revela la pecaminosidad del ser humano.
- .La Ley, al revelar nuestra verdadera condición, nos guía hacia Cristo.
La Ley lleva al conocimiento del pecado por experiencia
“¿Qué diremos, pues? ¿La ley es pecado? En ninguna manera. Pero yo no conocí el pecado sino por la ley; porque tampoco conociera la codicia, si la ley no dijera: No codiciarás.” (Ro. 7:7). El apóstol dice que el conocimiento de la prohibición divina registrada en la Ley: “No codiciarás…” (Ex. 20:17), generó el deseo de la vieja naturaleza que seduce y arrastra a la práctica del pecado (Stg. 1:14). Pablo está diciendo que el pecado tiene poder en la vida del hombre porque la Ley determina la realidad de su presencia y sus consecuencias. La codicia fue conocida experimentalmente ante la prohibición de la Ley. Vemos, pues, que la Ley es el medio por el cual la conciencia se despierta a la realidad del pecado, pero no le da solución, solamente lo denuncia. Y por ese conocimiento de la Ley, Pablo comprendió el hecho de que estaba muerto, muerto en el sentido de fracasar, sin esperanza de poder cumplir las demandas espirituales de Dios, porque la Ley lo acusaba como pecador. De allí que es una insensatez procurar justificarnos por la Ley; ésta sólo puede mostrarnos el problema, pero no puede hacernos justos o aceptos ante Dios.
La Ley nos muestra la enfermedad, pero no tiene la capacidad de curarnos.
La Ley es santa, justa y buena; el hombre no
“De manera que la ley a la verdad es santa, y el mandamiento santo, justo y bueno.” (Ro. 7:12). En continuidad, y para dar respuesta a las preguntas sobre la Ley, Pablo, en el verso 12, utiliza la expresión: “De manera que…”, lo cual está indicando el resultado. Aquí el apóstol quiere dejar claro cuál es su convicción en relación a la Ley: “Es santa, justa y buena”. Es santa porque se relaciona con su autor Divino ¡Santo! Apartado del mal. Justa, implicando algo que es recto. Y buena, hace referencia al propósito de la Ley.
…Es una insensatez procurar justificarnos por la Ley; ésta sólo puede mostrarnos el problema, pero no puede hacernos justos o aceptos ante Dios.La Ley nos muestra la enfermedad, pero no tiene la capacidad de curarnos.
En el verso 13, Pablo retoma la objeción presentada en el verso 7: “¿Luego lo que es bueno, vino a ser muerte para mí? En ninguna manera; sino que el pecado, para mostrarse pecado, produjo en mí la muerte por medio de lo que es bueno, a fin de que por el mandamiento el pecado llegase a ser sobremanera pecaminoso.” Dios entregó Su Ley como ministerio de gracia para indicar al hombre su condición pecadora y proveerle el deseo de salvación mediante la fe en la justicia de Dios por medio de Jesucristo. Nunca la Ley trajo la muerte; la muerte la trajo el pecado.
Por esta causa el apóstol, para afirmar la naturaleza de la Ley, escribe: “Porque sabemos que la ley es espiritual; mas yo soy carnal, vendido al pecado.” (v.14). La Ley es de origen sobrenatural, en la cual Dios manifiesta su carácter, y esta Ley es espiritual. Dios la dio a Moisés por mediación de ángeles.
Contrastando este principio, Pablo dice que él y todos los hombres están hechos de carne y, por lo tanto, carentes de poder y esclavos en su condición de “vendidos al pecado”. Esto nos muestra que el pecador está dominado por el poder del pecado, y sólo la intervención sobrenatural del Espíritu Santo lo puede liberar de esa condición.
La Ley entonces sirvió para que conociéramos la realidad de nuestra verdadera condición pecaminosa, denunciando nuestra naturaleza corrompida. Es a través de la luz de la Ley que el hombre es consciente de que es pecador, por eso Pablo llega a exclamar: “¡Miserable de mí! ¿quién me librará de este cuerpo de muerte? ” (v.24). La Ley entonces cumple su función en nuestras vidas al hacernos reconocer nuestra maldad, de tal manera que podamos clamar por salvación y vida, y éstas sólo se encuentran en Cristo, el Hijo del Dios viviente (Jn. 1:4; 1 Jn. 1:2).
Concluimos, pues, que la Ley tiene como fin y objetivo llevarnos a Aquel que nos puede dar vida. La Ley no fue dada para justificarnos, no tenía ese propósito; su propósito era revelar al hombre su condición (muerto en delitos y pecados), su incapacidad para obedecer a Dios, y la enemistad con Dios que el pecado causaba. Cuando la Ley cumple ese objetivo, el siguiente paso es señalarnos el camino de vida, el camino de la reconciliación con Dios, el camino de nuestra justificación en Cristo.
Prisioneros en la Ley
“Pero antes que viniese la fe, estábamos confinados bajo la ley, encerrados para aquella fe que iba a ser revelada.” (Gá. 3:23). El apóstol nos enseñó el verdadero propósito de la Ley. En esta misma epístola, capítulo 3, verso 19, Pablo se hace eco de una supuesta pregunta que procedería de los judaizantes: Si la Ley fue dada por Dios, y no sirve para alcanzar la justificación, entonces ¿para qué fue dada? El apóstol responde decididamente que fue dada temporalmente hasta que viniera la descendencia que había sido prometida. La Ley fue introducida para definir, manifestar las transgresiones y exhibir la actitud rebelde del pecador, que por naturaleza se opone a Dios. Esta Ley es temporal, porque fue dada hasta que viniera la simiente; esto no quiere decir que la Ley no siga llevando el corazón de los hombres a Cristo ¡Sí, lo sigue haciendo! Dios introduce la Ley para que el pecador tuviese clara conciencia de la gravedad de su situación, descubriendo su verdadera situación delante de Dios y guiándolo a la búsqueda del perdón en Él. De modo que la misión de la Ley concluye con la entrada de la gracia manifestada en Cristo. Esta obra de la Ley es una manifestación más de la gracia de Dios, porque ante la realidad del pecado y la incapacidad del hombre de alcanzar por sí mismo una vía de justificación, la Ley lo guía, como lo haría un ayo con un niño, a Cristo el Salvador, en quien está la justicia de Dios, la cual justifica al impío.
…La Ley tiene como fin y objetivo llevarnos a Aquel que nos puede dar vida. La Ley no fue dada para justificarnos, no tenía ese propósito; su propósito era revelar al hombre su condición (muerto en delitos y pecados), su incapacidad para obedecer a Dios, y la enemistad con Dios que el pecado causaba.
Volviendo al tema de estar encerrados, el verso 22 cita: “Mas la Escritura lo encerró todo bajo pecado (bajo su poder), para que la promesa que es por la fe en Jesucristo fuese dada a los creyentes.” La Ley encierra a todo hombre bajo pecado. La forma verbal de la palabra encerró, indica la idea de cerrar por todos lados, sin posibilidad de salida. Pablo, en el libro de Romanos, lo explica de otra manera: “¿Qué, pues? ¿Somos nosotros mejores que ellos? En ninguna manera; pues ya hemos acusado a judíos y a gentiles, que todos están bajo pecado.” (3:9). La Ley ha encerrado a los hombres como prisioneros, condenados por sus pecados, para que la justificación por el Evangelio se ofreciera a los que creen. La promesa hecha por Dios es el único camino de liberación a aquellos pecadores que están encerrados por la Ley. Esta promesa se basa en la fe en Cristo.
En el verso 23 de Gálatas 3, el apóstol hace referencia a un determinado tiempo que aquí llama la fe. Ese tiempo es la manifestación de Jesucristo y la proclamación del mensaje del Evangelio. Antes de ese tiempo, estábamos custodiados y encerrados bajo la Ley, la cual tenía a los hombres encerrados, como el encierro de ovejas en un redil. El propósito del encierro es claro: esperar a que esa fe fuera dada a conocer. La prisión mantenía a los hombres encerrados, pero toda prisión tiene un término, una finalización; ésta es la aparición de la obra de Jesucristo. Por ello, procurar la justicia por medio de la Ley es amar más la cárcel que la libertad, es rechazar la única salida del encierro en que Dios puso al hombre por medio de la Ley (para esperanza). La era de la gracia ya estaba profetizada en la Ley, y contenía la promesa que Dios le había hecho a Abraham. La era que cumple esa promesa es la fe revelada en el Evangelio, y manifiesta la justicia de Dios a través de la obra de la cruz de Cristo, por la cual los hombres pueden salir de la custodia.
La Ley: Nuestro pedagogo para llevarnos a Cristo
“De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe.” (Gá. 3:24). Pablo pasa a mostrar la inferioridad de la Ley en relación con la promesa, inferioridad en el sentido de que la Ley no tenía como fin justificar por ella, sino sólo mostrarnos el camino para ser justificados. Para ejemplificar la inferioridad de la Ley ante la fe, presenta una figura de lenguaje muy conocida en el entorno de sus lectores originales: el pedagogo. La palabra griega para ayo es pedagogo; éste era un esclavo de confianza en los hogares romanos y griegos adinerados, quien se encargaba de los hijos de sus amos de edades entre 6 y 16 años. Actuaban como guardianes, cuidándolos y disciplinándolos. Tenían una supervisión general sobre ellos, siendo responsables por su bienestar moral y físico. Parte de su trabajo era vigilarlos en el hogar y llevarlos a las clases en las escuelas. Entendido así el pedagogo, podemos relacionarlo apropiadamente con “confinados” y “encerrados” (Gá. 3:23). Con esta figura vemos que el pedagogo cumple su función especial. Cuando el niño crecía ya no necesitaba del pedagogo. Miremos este ejemplo del traje de astronauta; este traje sólo tiene un uso especial, en el espacio. Después que el astronauta va al espacio y vuelve a la Tierra, el traje ya no tiene más uso, el uso adecuado es en el espacio. De la misma manera, el pedagogo tiene su función, pero Cristo ya vino, y la Ley ya cumplió su función. La Ley, cual pedagogo, nos vigiló hasta que llegamos a Cristo, y cuando llegamos a Cristo somos justificados por la fe; éste era el gran y último propósito de la Ley como pedagogo.
La era que cumple esa promesa es la fe revelada en el Evangelio, y manifiesta la justicia de Dios a través de la obra de la cruz de Cristo, por la cual los hombres pueden salir de la custodia.
Concluyendo, vemos que la Ley haría las funciones de pedagogo hasta el momento de la manifestación de Cristo. La Ley aún hoy orienta, y lo hará siempre, evidenciando el pecado y la incapacidad del hombre para superarlo, guiándolo hacia la única solución para alcanzar la justificación que es en Cristo. Los que procuran seguir bajo el pedagogo, que es la Ley, para justificarse, rechazan el propósito de la Ley que los guía a Cristo; pero estando ya con Cristo no tenemos necesidad de pedagogo.
Ya no estamos bajo el pedagogo
En el verso siguiente, el apóstol concluye lo relacionado con el pedagogo: “Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo…” (Gá. 3:25). El pedagogo queda despedido. Ahora estamos en la Casa de Dios y en la escuela del Maestro. Cuando entramos en la fe por la obra de Cristo, quedamos libres del custodio. Pablo utiliza este otro argumento contra el argumento de los judaizantes. La persona que ha entrado a la fe por la obra de Cristo ya no necesita la guía de la Ley. Aquellos que creen en Cristo llegan a la mayoría de edad, son declarados hijos adultos, por tanto, no necesitan del cuidado y control del pedagogo, o sea, de la Ley.
Al estar en Cristo, entramos a una era donde la dirección y guía ya son del Espíritu Santo. Por ello, el apóstol, en el capítulo 7 de Romanos, nos muestra que la unión con Cristo nos ha librado del poder de la Ley, para que sirvamos a Dios por el poder del Espíritu. Y en el Espíritu cumplimos las demandas de Dios: una vida consagrada, piadosa, en libertad y santidad. La Ley fue dada como ministerio de gracia para indicar al hombre su condición pecadora, y guiarlo al deseo genuino de la salvación mediante la fe en la justicia de Dios por medio de Jesucristo.
La Ley entonces fue dada para:
a. Dar una cuidadosa definición del pecado
b. Revelar las justas demandas de Diosa
c. Guiarnos a la justificación por medio de la fe en Cristo Jesús.
Conclusiones prácticas
“La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma…” (Sal. 19:7). Puesto que la Ley fue dada para mostrar al hombre su condición de pecado, podemos hacer un uso legítimo de ella para esto mismo. Cuando predicamos el Evangelio, la Ley es nuestra gran aliada. El hombre, que es un enemigo de Dios, muchas veces ha bloqueado su conciencia con mentiras para no hacer frente a las exigencias de Dios, para así no sentirse acusado ni condenado. Por ello, podemos usar la Ley legítimamente para mostrar a los hombres su verdadera condición delante de Dios, para volver el alma del hombre a fin de que reciba el Evangelio de la gracia de Dios. Como dice Pablo: “Pero sabemos que la ley es buena, si uno la usa legítimamente; conociendo esto, que la ley no fue dada para el justo, sino para los transgresores y desobedientes,para los impíos y pecadores, para los irreverentes y profanos, para los parricidas y matricidas, para los homicidas, para los fornicarios, para los sodomitas, para los secuestradores, para los mentirosos y perjuros, y para cuanto se oponga a la sana doctrina, según el glorioso evangelio del Dios bendito, que a mí me ha sido encomendado.” (1Ti. 1:8-11). La Ley fue dada para los transgresores, para los desobedientes y los que cometen toda clase de pecados, y para todos aquellos que se oponen al Evangelio y a la sana doctrina de Dios. Podemos usar la Ley de forma legítima para todos aquellos que se oponen al Evangelio, a fin de que, confrontados con sus pecados, vean que el único que les puede librar es Jesucristo.
La Ley fue dada como ministerio de gracia para indicar al hombre su condición pecadora, y guiarlo al deseo genuino de la salvación mediante la fe en la justicia de Dios por medio de Jesucristo.
Sólo en Cristo
A la verdad la Ley tiene su uso legítimo como el instrumento de Dios para guiarnos a Cristo. Usarla con otro fin no es sólo no entenderla, sino que es atentar contra su propio propósito. Muchos de los que hoy se autonombran como grandes maestros de la Ley (judaizantes) no la conocen; la usan para su destrucción y la de otros. No entienden su significado y engañan a los demás. Procuran justificar al hombre delante de Dios por medio de tratar de guardar la Ley, pero esto sólo conduce al hombre a una mayor y más profunda desesperación, perpetuando su miserable incapacidad de agradar a Dios, y conduciéndolo cada vez más a ser un doble hijo del infierno.
Todos aquellos que quieren agradar a Dios por medio de la Ley, no han comprendido realmente la Ley y su propósito; mas todos aquellos que hemos sido denunciados por la Ley, hemos sido libres del engaño de la justicia propia, para poder ver a Cristo como nuestro único Salvador, y Su obra en la Cruz como el único camino para justificarnos delante de Dios. Ahora descansamos en la promesa hecha por medio de la fe, disfrutando así de las riquezas de la salvación, y de la vida abundante que sólo es en Cristo Jesús, nuestra justicia.
Jhair F. Diaz
Colaborador y escritor del ministerio: Cristianos Edificación y Comunión. Nacido en Puerto Berrío (Ant). Vive en la ciudad de Villavicencio hace 5 años donde sirve en la iglesia local donde reside. Felizmente casado con Leidy Castellanos y tiene un hijo: Sebastián Santiago Díaz
Alberto Rabinovici
Colaborador y escritor del ministerio tesoros cristianos. Nacido en Argentina, criado en Paraguay e Israel. Vive en Colombia hace 8 años donde sirve en la iglesia local donde reside. Felizmente casado con Daniela, y tiene un hijo: Natanael.