“La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros…”
Col. 3:16)
Existe en la vida cristiana un medio de gracia extraordinariamente poderoso e importante: La lectura diaria de las Sagradas Escrituras. Esta es una de las grandes perlas del collar de la gracia divina derramada por Cristo Jesús para adornar a Su amado pueblo redimido.
La base bíblica
La Palabra de Dios, y nuestro compromiso diario hacia ella, está resaltado desde los primeros libros de la revelación escrita hasta los últimos; esta es una verdad entretejida en todo el volumen sagrado de la revelación divina. Moisés enseñaba al pueblo de Israel en el desierto: “Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuando te levantes.” (Dt. 6:6-7). Lo mismo decía Dios a su siervo Josué, quien habría de remplazar a Moisés en el encargo de conquistar la Tierra Prometida: “Nunca se apartará de tu boca este libro de la ley, sino que de día y de noche meditarás en él, para que guardes y hagas conforme a todo lo que en él está escrito; porque entonces harás prosperar tu camino, y todo te saldrá bien.” (Jos. 1:8). De la misma manera, Jesús, en su ministerio público, afirmaba: “…Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” (Jn. 8:31-32). Y más adelante, en el último día con sus discípulos, les enseñaba: “El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él.” (Jn. 14:21). Además de esto, tenemos la enseñanza abundan te de los profetas y apóstoles sobre este asunto de manera tan constante y fehaciente, que es imposible no considerar la importancia y seriedad de este asunto.
La experiencia personal
Ahora, si bien es cierto que las Escrituras son claras en esta verdad, no necesariamente esta es la experiencia de muchos de los hijos de Dios. Personalmente, puedo decir que fueron varios los años de mi vida cristiana en los cuales pensaba que podía remplazar la lectura diaria y sistemática de la Biblia por otros asuntos: a veces era la lectura de libros cristianos, biografías, devocionales personales, revistas, sermones, predicaciones y otras cosas, las cuales en realidad no son malas; es más, creemos que son importantes y hacen parte de la dieta necesaria para el crecimiento espiritual. El peligro está cuando no entendemos el lugar prioritario de la Palabra de Dios en nuestro diario vivir y lo remplazamos por otras cosas. El conocido padre de las misiones a los huérfanos, George Müller, contaba una experiencia similar en su vida:
La Palabra de Dios, y nuestro compromiso diario hacia ella, está resaltado desde los primeros libros de la revelación escrita hasta los últimos; esta es una verdad entretejida en todo el volumen sagrado de la revelación divina.
“Caí en la trampa en la que caen muchos nuevos creyentes, de leer libros religiosos en lugar de las Escrituras… Leía tratados, hojas misioneras, sermones y biografías de personas consagradas. En ninguna etapa de mi vida había adquirido el hábito de leer las Sagradas Escrituras. Antes de los quince años de edad, leía un poco de ellas en la escuela; después puse totalmente a un lado el preciado libro de Dios, de modo que, según recuerdo, nunca leía ni siquiera un capítulo… Yo percibía, aunque lo leía un poco, que casi no sabía nada de él. Pero en lugar de actuar en base a estos antecedentes, y ser motivado por mi ignorancia de la Palabra a estudiarla más, mi dificultad en comprenderla, y lo poco que la disfrutaba, me hizo descuidar su lectura; por lo tanto, como muchos creyentes, en la práctica prefería, durante los primeros cuatro años de mi vida espiritual, las obras de hombres no inspirados, a los oráculos del Dios viviente. La consecuencia fue que seguí siendo un infante, tanto en conocimiento como en gracia. Y como yo descuidaba la Palabra, por casi cuatro años fui tan ignorante que no captaba claramente ni siquiera los puntos básicos de nuestra santa fe. Y, tristemente, esta falta de conocimiento me impidió andar firmemente en los caminos de Dios”.
Es claro que no sólo George Müller ha tenido esta experiencia. Somos muchos los que por falta de conocimiento hemos descuidado esta área en parte de nuestro caminar con el Señor. Por eso, es para nosotros un llamado divino enseñar cómo desarrollar la disciplina espiritual de la lectura diaria de la Palabra.
Consejos para emprender este camino
Vamos a considerar algunos principios que la misma Palabra y hombres más experimentados nos recomiendan para desarrollar esta disciplina. Sabiamente afirmaba el conocido predicador y médico Martyn Lloyd-Jones sobre la lectura de la Palabra: “En este asunto espiritual no debemos prescribir formulas médicas exactas a todos los creyentes, pues, en un sentido no todos somos iguales”. Por lo mismo, no es nuestra intención establecer estrictamente a qué hora debe leer el creyente, cuántas veces al día, cuántos capítulos y cuántos versículos. Esto sería una osadía de nuestra parte y, en muchos casos, no ayudaría. Creemos que el Espíritu Santo puede ayudar a cada creyente, según sus circunstancias, madurez espiritual, tiempo y posibilidades, a definir estos asuntos prácticos correspondientes al ámbito personal.
Por ahora nos detendremos a considerar varios principios que nos ayudarán a crecer en esta noble e importante tarea.
- Lea sistemáticamente la Biblia
“La suma de tu palabra es verdad…” (Sal. 119:160). Definitivamente, la manera como leamos nuestras Biblias determinará el provecho y el gusto que le tomaremos a esta práctica. Ahora, es bien cierto que si al creyente nuevo e indocto se le dejara leer la Biblia a su gusto, él terminaría leyendo algunas porciones preferidas o caería en la práctica supersticiosa y maligna de leer la Palabra al azar. Citando nuevamente a Martyn Lloyd-Jones, él afirmaba lo siguiente: “Mi principal consejo sobre este punto es el siguiente: Lee tu Biblia sistemáticamente. El peligro de leer al azar es que uno tiene tendencia a leer solamente sus pasajes favoritos. En otras palabras, no lee la Biblia completa. Nunca será excesivo el énfasis que pongamos en la importancia vital que tiene la lectura de toda la Biblia. Yo diría que todos los creyentes debieran leer toda la Biblia completa por lo menos una vez al año”.
También el conocido pastor John F. MacArthur nos da su testimonio sobre la importancia de este asunto:
“Cuando estaba en la universidad, acostumbraba a perder mucho tiempo y no crecía espiritualmente. Sin embargo, cuando fui al seminario, adquirí un amor por la Palabra de Dios de una manera nueva y diferente. En aquel tiempo aprendí a estudiar la Biblia de manera sistemática. Fue entonces cuando comencé a crecer. Desde aquella época, he visto que mi crecimiento espiritual está directamente relacionado y es proporcional a la cantidad de tiempo y esfuerzo que dedico al estudio de la Palabra de Dios.”
“Caí en la trampa en la que caen muchos nuevos creyentes, de leer libros religiosos en lugar de las Escrituras… Leía tratados, hojas misioneras, sermones y biografías de personas consagradas. En ninguna etapa de mi vida había adquirido el hábito de leer las Sagradas Escrituras.
Como enseñan nuestros hermanos, debemos leer la Biblia de manera completa, siendo constantes y siempre llevando un orden. Esto nos ayudará significativamente a entender la Palabra de Dios y a sumergirnos en la mina de los tesoros de las riquezas en Cristo Jesús, y a encontrarlos.
2. Use algún método de lectura
Para algunos empezar de manera personal algún tipo de lectura sistemática de la Biblia puede ser un desafío frustrante e imposible. Por esto, siempre es bueno recurrir a herramientas espirituales que nos puedan ayudar en este camino. En este caso puedes idear tu propio método de lectura o bien utilizar uno de los métodos que otros han establecido. Hoy en día existen muchísimas aplicaciones digitales que nos pueden ayudar en esta tarea. También las actuales ediciones de la Biblia contienen en la parte posterior métodos de lectura anuales detallados. Y tenemos muchos siervos de Dios que en el pasado han organizado planes de lectura anuales para ellos y sus iglesias que se han vuelto clásicos, como el conocido plan de lectura que organizó Robert Murray M’Cheyne, el cual hasta el día de hoy es usado por muchos.
No podemos ser descuidados e improvisar nuestra vida devocional; debemos tener un plan con metas y propósitos específicos. Esto será una gran ayuda para ser constantes y equilibrados en la lectura diaria de la Palabra. Aunque este principio no se encuentra explícito en la Palabra de Dios, sí es claro, y se encuentra en muchísimas porciones de manera implícita: “medita de día y de noche”, “…al acostarte, y cuando te levantes.” Y tal vez es la manera más práctica de cumplir el mandamiento del Señor de perseverar en Su Palabra. Personalmente, adquirir un método en mi vida cambió mi manera de leer la Palabra y me ha ayudado profundamente a adquirir el hábito diario de leer la Palabra de Dios, asunto que promuevo constantemente entre mis hermanos y estudiantes.
3. Organiza tu tiempo
“¡Ojalá fuesen ordenados mis caminos para guardar tus estatutos!” (Sal. 119:5). La falta de organización del tiempo es uno de los grandes problemas que tiene la vida devocional del creyente. El mundo y sus afanes llevan a los hombres a una carrera agotadora en la cual aún el cristiano piadoso encontrará un desafío para hallar tiempo para la devoción. Por esto, es primor dial que el creyente organice su vida diaria en torno a unas prioridades que no deben ser nunca negociadas ni cambiadas por nada. Cada cristiano debe buscar en el cronograma de actividades que lo ocupan diariamente cuál sería el mejor momento para la lectura de la Palabra, un momento cuando no esté ocupado, cansado o afanado. La lectura de la Palabra debe tener su tiempo, debe ser hecha en un espíritu de meditación y oración. Los afanes y preocupaciones ahogarán lo leído si no somos sabios en la manera en la cual lo hacemos.
No podemos ser descuidados e improvisar nuestra vida devocional; debemos tener un plan con metas y propósitos específicos. Esto será una gran ayuda para ser constantes y equilibrados en la lectura diaria de la Palabra.
Por esto, un hombre que cumple ciertos horarios en su trabajo deberá organizar su lectura de tal manera que se encuentre con su Dios en un tiempo escogido y santo. De la misma manera, la mujer casada y con hijos, deberá escoger el tiempo en el cual sus muchas obligaciones en el hogar no destruyan su vida secreta con Cristo. El estudiante, el soltero, el ministro, en fin, todos, de acuerdo a sus situaciones particulares deberán escoger el mejor tiempo para ir en bus ca de su Dios y encontrarle en las páginas del Libro inspirado. Esto puede ser un tiempo en el día o varios momentos, de acuerdo a los planes propuestos anticipadamente.
4. Mejor son dos que uno
“Mejores son dos que uno; porque tienen mejor paga de su trabajo. Porque si cayeren, el uno levantará a su compañero; pero ¡ay del solo! que cuando cayere, no habrá segundo que lo levante.” (Ec. 4:9-10).
Para muchos cristianos adquirir el hábito diario de la lectura de la Palabra será un trabajo que requerirá la ayuda y el estímulo de otros creyentes. Por esto, Dios siempre nos llama a una comunión colectiva, y no solamente individual. Y aunque la lectura de la cual estamos hablando es personal, siempre será de gran ayuda tener compañeros que nos ayuden en la batalla de la fe y, especialmente, en asuntos en los cuales nos es difícil crecer. Por esto, la iglesia es como una gran escuela donde encontramos muchos discípulos de Cristo que están corriendo la carrera y nos pueden ayudar en las cosas en las cuales somos débiles.
Ahora, como en todas las cosas es bueno ser esforzados, y por qué no decirlo, muy intencionales en nuestros propósitos. De allí, que sería bueno hablar y proponerle a ese hermano y amigo piadoso el leer juntos la Biblia en un año. De esta manera se pueden rendir cuentas, animar y meditar juntos sobre lo leído. Esto lo puede hacer un padre junto a su familia, un maestro junto a sus estudiantes, unos ancianos frente a la congregación que pastorean o un novio con su novia. La idea es crecer juntos en esta área. Cuando personalmente no he podido adquirir el hábito de la lectura, debo buscar ayuda en otros. Y cuando este asunto se ha formado en mi vida, debo estimular a otros a crecer en esta gracia. Esto es la vida de iglesia que debe ser llevada en amor y dirigida a asuntos prácticos y relevantes.
No te desanimes, sigue adelante
Ahora bien, es cierto que muchos que nos hemos propuesto leer la Biblia a comienzos de “año nuevo” hemos fracasado, o en una parte del camino no lo hemos hecho de la mejor manera. No sé si existe un cristiano que no haya que tenido que lidiar con esa frustración. Son comunes estos episodios en el peregrinaje espiritual. Pero esto no debe ser un impedimento para seguir. Pedir perdón, ayuda divina, nuevas fuerzas y hacer los debidos ajustes nos ayudarán a avanzar en el camino.
Además, debemos ser pacientes en algunos momentos extraordinarios; la rutina diaria del creyente se puede ver interrumpida por la enfermedad, la crisis familiar, una visita inesperada, problemas en la iglesia y otros asuntos que superan nuestra responsabilidad personal. Esos días difíciles deben ser superados con paciencia y retomar nuestra lectura diaria en la medida que se van superando las circunstancias. Lo que no debemos permitir es que un tropiezo particular nos impida caminar el resto de la vida desobedeciendo al Señor en esta noble y santa tarea.
Por esto, un hombre que cumple ciertos horarios en su trabajo deberá organizar su lectura de tal manera que se encuentre con su Dios en un tiempo escogido y santo. De la misma manera, la mujer casada y con hijos, deberá escoger el tiempo en el cual sus muchas obligaciones en el hogar no destruyan su vida secreta con Cristo.
También en algún punto del camino es posible que tengamos que bajar las altas expectativas que nos hemos propues to. Es muy común que, por falta de experiencia, tomemos un plan muy ambicioso de lectura que no podamos cumplir. En este caso debemos considerar la lección y no tratar de llevar un yugo demasiado pesado. Por un lado, definitivamente debemos evitar ser superficiales con la lectura de la Palabra, y por otro, la lectura de la Palabra no puede ser una carga insoportable, sino por el contrario, debe ser para el cristiano un tiempo deleitoso de comunión con su Señor.
¡Comienza ahora y no pares!
Así que, querido lector, si no has comenzado en tu vida cristiana este glorioso hábito diario de la lectura de la Palabra, nuestro artículo es un gran llamado de atención de parte del Cielo para animarte a empezar esta noble tarea. Y si tal vez, por la gracia de Dios, ya eres un fiel discípulo del Señor que has emprendido esta labor y conoces los dulces frutos de esta práctica, sigue adelante y no pares, porque hay una gran recompensa a los que son fieles.
Terminamos con las inspiradoras palabras de Robert Murray M’Cheyne, quien, cuando se refería a la lectura diaria de las Escrituras, hablaba de “tiempo de prueba” con el Salvador: “Cristo se encuentra con su pueblo en cada capítulo; Su voz retumba desde la página sagrada. Una Biblia entera nos da al Cristo entero, y sólo un Cristo entero puede hacernos cristianos enteros. ¡No hay santidad sin la Biblia!”
Animémonos, pues, por la gracia de nuestro Dios a leer Su Santa Palabra todos los días de nuestra vida. Amén.
Bogotá / Colombia
Pablo David Santoyo
Director y fundador del ministerio Tesoros Cristianos. Nacido en la ciudad de Bogotá donde vive actualmente. Predicador, escritor y servidor en la iglesia local donde reside desde hace 18 años. Bendecido por el Señor con un matrimonio conformado por su esposa Diana Ramírez y su hija Salomé.