“Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.” (Ro. 1:16-17).
Através de las Escrituras se nota un gran énfasis en la fe para salvación. Esta es una cuestión de suma importancia. Un error en relación con esto afectará toda nuestra vida espiritual y nuestra realidad eterna. La manera como respondamos a las preguntas: ¿Cómo puedo ser salvo? o ¿Qué debo hacer para obtener la vida eterna? Son definitivas y de una importancia incalculable.
Todas las religiones trazan caminos por los cuales el hombre “puede acercarse a Dios”, y existen miles de maneras en las que éste pretende encontrar el tiquete valioso de su salvación. El mercado religioso es tan amplio y extenso que faltarían páginas para nombrar sólo algunas de estas promociones espirituales que han atrapado al hombre caído. En este laberinto religioso se encuentra el hombre perdido y confuso en cuanto a su verdadera condición delante de Dios. Sólo la voz del Evangelio y la verdad de la Palabra de Dios pueden mostrarnos el camino correcto.
La historia de la Iglesia
En este sentido, el cristianismo bíblico es único en su manera de llamar al hombre a la salvación, aunque no es de ignorar que pocos años después de la era apostólica, las grandes luchas que enfrentó la Iglesia con la herejía, la llevaron a períodos de gran decadencia y oscuridad. De todos estos conflictos y luchas surgiría un nuevo sistema religioso: la Iglesia Católica Romana, muy diferente en práctica y en doctrina a la Iglesia del Nuevo Testamento. La Iglesia Católica Romana, en su orgullo y apostasía, se erigió como un monumento a la idolatría, el error, la superstición y la vanagloria humana. Doctrinas como el papado, la adoración a María y a los santos, la veneración de imágenes y la compra de indulgencias para salvación, atentan directamente contra la revelación de Dios y Su Palabra.
Este sistema religioso, desvinculado y ajeno a la Palabra de Dios, llevó a los hombres a un desconocimiento casi total del camino que abrió Jesucristo para salvación. La gran verdad de la salvación por la fe fue lentamente olvidada y suplantada por los caprichos religiosos de hombres impíos. Sacramentos, rezos, misas, indulgencias y actos de penitencia, sellaron y escondieron el camino de la salvación.
Doctrinas como el papado, la adoración a María y a los santos, la veneración de imágenes y la compra de indulgencias para salvación, atentan directamente contra la revelación de Dios y Su Palabra.
No es de extrañar la gran lucha que enfrentaron algunos hombres, como Pedro Valdo, John Wycliffe, John Huss, Martín Lutero, Juan Calvino, William Tyndale, y otros que, ante el descubrimiento de esta gran verdad, emprendieron una fuerte batalla contra la iglesia institucional y sus errores. Y es importante entender que el campo de esta gran batalla en la Reforma Protestante no era nada menos que el propio Evangelio. Como llegó a declarar el gran reformador alemán Martín Lutero: “La justificación sólo por la fe es el artículo sobre el cual la iglesia se apoya o cae”. La fe no es un asunto secundario, es el centro del Evangelio, el corazón de la Iglesia cristiana. Es el artículo que exalta la obra perfecta de Cristo y sus méritos únicos para salvación, y muestra al hombre pecador, incapaz e indigno, recibiendo, sin ningún mérito, la salvación preciosa sólo por la fe. Juan Calvino, quien sucedió a Lutero en los inicios de la Reforma, afirmó lo mismo; llamó a la justificación “la bisagra principal donde gira la religión”.Y Thomas Watson señaló: “La justificación es la bisagra y el pilar del cristianismo. Cometer un error en el tema de la justificación es muy peligroso, es similar a un defecto en un cimiento. La justificación por Cristo es una fuente de agua de vida. Verter el veneno de una doctrina corrupta en esta fuente es algo sumamente maldito”.
El sustento bíblico
Debemos saber que esta comprensión no fue algo nuevo en la Reforma Protestante, simplemente fue el volver, en términos simples y coherentes, a la enseñanza bíblica.
Jesús hablaba a los hombres: “De cierto, de cierto os digo: El que cree en mí, tiene vida eterna.” (Jn. 6:47). Hay cantidad de pasajes que sustentan la gran verdad de que el hombre es salvo única y exclusivamente por la fe en Jesucristo. Watchman Nee resaltaba con gran exactitud: “El Nuevo Testamento nos dice claramente, por lo menos ciento quince veces, que cuando el hombre cree, es salvo. Además de estas ciento quince veces, la Biblia dice treinta y cinco veces que el hombre es justificado por la fe. El Evangelio de Juan menciona ochenta y seis veces que solamente por fe, y no por otra cosa, puede el hombre recibir la vida, ser justificado y evitar la condenación. Por consiguiente, la Biblia nos muestra clara, adecuada y simplemente que la salvación no se basa en lo que el hombre es, lo que tiene y lo que ha hecho. Todos aquellos que leen la Biblia saben que la condición para la salvación es la fe”. (“El Evangelio de Dios”; cap. 9: “La manera de ser salvo”).
Las declaraciones citadas resaltan la importancia que Dios le da a esta verdad y el gran sustento bíblico que ésta tiene. Sólo la ignorancia, la herejía y el orgullo religioso pueden cegar los ojos de los hombres para que no les resplandezca la luz del Evangelio.
La justificación por la fe
Entonces, escalando en la cumbre de las verdades bíblicas, llegando a nuestro Himalaya espiritual, encontramos la gloriosa bandera de la salvación. Y allí podemos concluir que esta salvación es otorgada por los méritos exclusivos de la obra de Jesucristo; ningún hombre, aparte de Él, participó y nunca podrá participar en ello. Tan sólo pensar que el hombre puede colaborar de alguna manera en este asunto, es una ofensa gravísima al Espíritu de Gracia; es dar a entender que la obra de Cristo fue incompleta, o innecesaria, como Pablo ya lo advirtió: “No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás murió Cristo.” (Gá. 2:21).
“La justificación sólo por la fe es el artículo sobre el cual la iglesia se apoya o cae”. La fe no es un asunto secundario, es el centro del Evangelio, el corazón de la Iglesia cristiana.
Esta es una de las verdades más profundas y más importantes del cristianismo, el punto inicial y culminante de las Escrituras: es la teología cristiana en su más pura esencia. Atacar esta verdad no es un intento inocente de almas reignorantes ¡No! Es un ataque diabólico orquestado en las profundidades del infierno para desviar y ocultar el camino de la salvación.
Jesucristo crucificado
“¡Oh gálatas insensatos! ¿quién os fascinó para no obedecer a la verdad, a vosotros ante cuyos ojos Jesucristo fue ya presentado claramente entre vosotros como crucificado?” (Gá. 3:1). Una de las cosas que más consternación produjo en el apóstol Pablo era que los cristianos de la región de Galacia habían oído el Evangelio y su presentación de una manera pura. La frase “presentado claramente”, nos habla de la pureza del mensaje que ellos recibieron. Este mensaje les abrió los ojos del entendimiento para que ellos contemplaran la obra más gloriosa que se ha visto en la Tierra: al Mesías Salvador expuesto a la cruz, como un sacrificio perfecto, sobre el cual se derramó la ira de Dios para salvación de los hombres.
Este cuadro es acertadamente descrito por John MacArthur: “En sentido figurado, los gálatas habían tenido ante sus ojos carteles inmensos de Jesucristo que Pablo puso con claridad a la vista de todos. Pablo era un predicador dinámico, y quizás dramático también. Los que le oían, sentados a sus pies, quizás escuchaban hasta el golpe del martillo sobre los clavos que atravesaron las manos y los pies de Jesús. Tal vez pudieron visualizar la sangre que brotaba de su frente traspasada por espinas y su costado herido.” Esta imagen es definitiva para la comprensión del Evangelio, y la conmoción de nuestros corazones: Cristo crucificado delante de nuestros ojos, exponiendo los grandes beneficios, siempre actuales, válidos y disponibles, de la gloriosa obra en la cruz; no por nuestras obras, no en virtud de que hubiéramos hecho algo, mas por causa de Cristo crucificado. El Evangelio no es la demanda para que los hombres hagan alguna cosa; es la declaración de lo que Dios ya hizo en Su Hijo. El Evangelio no es una exigencia; es un regalo, un don gratuito.
La insensatez de los gálatas
Estos cristianos perdieron toda sensatez, todo juicio, toda claridad y todo rumbo. “¡Oh gálatas insensatos!” Una especie de demencia espiritual había atrapado a esas iglesias. Estaban dejando a Cristo para volver a Moisés; estaban abandonando la gracia para volver a ser esclavos de la Ley; estaban dejando el Calvario para volver al Sinaí. Bien lo advierte John MacArthur en su comentario de este pasaje: “La deserción y el alejamiento son reprochables porque implican deslealtad y traición. Pocas cosas son más trágicas o decepcionantes que un cristiano que abandona la pureza del Evangelio por una forma falsa de cristianismo que presume de mejorar la obra finalizada de Cristo”. Y continúa: “A lo largo de la historia de la Iglesia algunos creyentes empezaron bien, pero más adelante se apartaron de las verdades que creyeron y siguieron al principio. Reciben el Evangelio de la salvación por gracia y viven para el Señor con fe humilde, pero caen presos de algún sistema de legalismo y justicia por obras que promete más y produce mucho menos. Algunos caen en el formalismo y substituyen con ceremonias y ritos externos la realidad interna del crecimiento personal en el Señor. Otros caen en sistemas de legalismo prohibitivo y, en su orgullo, esperan mejorar su posición delante de Dios con hacer o dejar de hacer ciertas cosas.”
La fascinación de los falsos maestros
Esto es una absoluta insensatez, un disparate, una verdadera torpeza. John Stott lo describe así: “El apartarse del Evangelio no era sólo una especie de traición espiritual, sino también un acto de locura”. Y todo esto está relacionado con la siguiente pregunta: “¿quién os fascinó para no obedecer a la verdad?” La palabra ‘fascinación’ usada aquí por Pablo es ‘baskaíno’, y conlleva la idea de un hechizo, alguien que es atrapado por un poder espiritual maligno. Adolf Pohl dice: “La conversación de los falsos maestros prácticamente había hipnotizado a los creyentes de Galacia, de tal manera que no ofrecieron ninguna resistencia a esta falsa doctrina”. Sin duda, este panorama alarmante expuesto por Pablo en su epístola no es diferente al que vemos en el cristianismo actual. Son muchos los tipos de hechizos espirituales que circulan en la boca de falsos maestros, los cuales llevan a las personas a desvincularse de Cristo y a confiar en sus propias obras: exigencias, comidas, rituales, ceremonias, días y leyes. Cualquier cosa, sea lo que sea, que nos lleve a confiar en algo fuera de Cristo para salvación, es una gran maldición y es el camino a la apostasía espiritual. Existen muchos maestros dispersando estos engaños. La Iglesia de Jesucristo no debe ser ingenua o tolerante ante el error y sus exponentes. La ingenuidad casada con una falsa tolerancia ha sido la raíz de muchos males que han aquejado a la Iglesia.
La obediencia a la verdad
Todos tenemos delante de nosotros la verdad del Evangelio, y debemos saber que éste no es la presentación de un acuerdo de dos partes donde se llega a una negociación. El Evangelio es la oferta indiscutible e inmutable de Dios a los hombres, Su mandamiento, Su llamado al hombre a creer y arrepentirse. Cualquier tipo de modificación, alteración o sustitución es una flagrante desobediencia, es una rebelión a la verdad revelada. Ya lo decía Juan el Bautista: “El que cree en el Hijo tiene vida eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él.” (Jn. 3:36).
¿Quién os fascinó para no obedecer a la verdad?
Estas palabras nos muestran el peligro del desvío por el cual caminaron los gálatas; su insensatez los llevó a una desobediencia abierta a la verdad, una desobediencia al Evangelio, una desobediencia a Dios mismo y a Su Hijo. ¡Dios nos libre de semejante mal! Roguemos al Señor que podamos ser guardianes y heraldos de la verdad; que podamos ser de aquellos que siguen la senda antigua que conduce al Calvario sin ninguna vergüenza ni temor. Mientras otros vuelven atrás, que nosotros podamos mantenernos firmes: Firmes en la esperanza, firmes en la confianza, firmes en la fe, firmes en la verdad que hemos recibido.
Todos tenemos delante de nosotros la verdad del Evangelio, y debemos saber que éste no es la presentación de un acuerdo de dos partes donde se llega a una negociación. El Evangelio es la oferta indiscutible e inmutable de Dios a los hombres, Su mandamiento, Su llamado al hombre a creer y arrepentirse.
Querido lector: Dios nos ha encargado el glorioso Evangelio de Su Hijo. Debemos ser fieles al mensaje; la verdad recibida debe ser conocida, atesorada y proclamada. Son muchos los que deben oír; no podemos ser indiferentes. Que nuestro compromiso sea hasta la muerte, que nuestro amor sea heroico, que nuestro trabajo sea constante y que nuestra fidelidad sea admirable. La predicación del Evangelio es el encargo más importante y trascendental que hemos recibido; el destino eterno de miles de almas depende del mensaje de Jesucristo. El Evangelio es el informe del Cielo para los hombres, lo único que puede traer esperanza y salvación. Sólo allí el alma angustiada y atormentada por sus pecados puede hallar descanso. Que podamos compartirlo con toda claridad, fidelidad y eficacia. Que el peso y la responsabilidad se mantenga ardiendo en nuestros corazones como una llama que no pueda ser apagada. Así como lo decía el apóstol Pablo: “Pues si anuncio el evangelio, no tengo por qué gloriarme; porque me es impuesta necesidad; y ¡ay de mí si no anunciare el evangelio!” (1 Co. 9:16). ¡Ay de nosotros si no anunciáremos el Evangelio!
¡Ay de nosotros si por temor enterramos esta preciosa Mina!
¡Ay de nosotros si descuidamos este gran Tesoro! Ninguna excusa podría justificar semejante irresponsabilidad.
Quiera Dios usar el actual número de nuestra revista para aclarar el entendimiento de su pueblo sobre la importante doctrina de la fe y su relación con el Evangelio para la salvación eterna de los hombres.
Bogotá / Colombia
Pablo David Santoyo
Director y fundador del ministerio Tesoros Cristianos. Nacido en la ciudad de Bogotá donde vive actualmente. Predicador, escritor y servidor en la iglesia local donde reside desde hace 18 años. Bendecido por el Señor con un matrimonio conformado por su esposa Diana Ramírez y su hija Salomé.