LA FE QUE VIENE POR EL OÍR LA PALABRA DE DIOS

“Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego. Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá.(Romanos 1:16-17).

El Evangelio tiene un llamado no solo a un arrepentimiento verdadero, sino también a una fe genuina. Pero, ¿cómo sabemos que aquello que creemos tiene fundamento sólido para ser creído? Después de todo, en este mundo muchos dicen tener fe en una cosa u otra ¿Cuál es la diferencia con la fe del cristiano? Si el Evangelio se revela por fe, ¿cómo puedo yo tener esa fe que salva? El único lugar donde podemos encontrar adecuadas respuestas a estas interrogantes es en la Palabra de Dios, la cual es la máxima guía y regla de fe y doctrina para el cristiano.

La fe es un don de Dios 

Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios…” (Ef.2:8). Pablo afirma que la fe, por medio de la cual el cristiano ha creído para abrazar la gracia de Dios, no tiene su origen en él, sino que es un don de Dios, es decir, un regalo que Dios da, por lo cual, separados de Dios, sin Su intervención divina, no tendríamos fe alguna. La fe que salva tiene su origen en Dios mismo.

Esto quiere decir que cualquier aparente fe, que no tenga su origen en Dios, es una fe falsa, como lo es la de aquellos que ponen su confianza en ídolos o rituales. Debido a esto, muchos piensan hoy que la fe en cualquier cosa es una fe genuina, una fe que podrá librarlos de sus pecados, de sus problemas y necesidades diarias, una fe que los puede hacer prósperos y exitosos.

Las iglesias en Galacia también luchaban con una fe equivocada: “Esto solo quiero saber de vosotros: ¿Recibisteis el Espíritu por las obras de la ley, o por el oír con fe?” (Gá.3:2). Los judaizantes estaban haciendo que las iglesias en Galacia pusiesen la fe en las obras que ellos podían hacer, volviéndolos a ritos, como la circuncisión y el abstenerse de alimentos, con el fin de ser aceptos y limpios ante Dios por su propia justicia, la cual ya no provenía de la fe en la obra de Cristo (Gá. 3:1). Por eso el apóstol Pablo les pregunta: “Aquel, pues, que os suministra el Espíritu, y hace maravillas entre vosotros, ¿lo hace por las obras de la ley, o por el oír con fe?” (Gá. 3:5). Recordándoles que cuando oyeron con fe acerca de la obra de Cristo a favor de ellos fue cuando fueron llenos del Espíritu Santo, y que Dios obraba en medio de ellos.

Esto quiere decir que cualquier aparente fe, que no tenga su origen en Dios, es una fe falsa, como lo es la de aquellos que ponen su confianza en ídolos o rituales.

Lo que vivían las iglesias en Galacia no se diferencia en mucho al panorama religioso que tenemos actualmente frente a nosotros, donde cristianos verdaderos y falsos confían en supersticiones y rituales, siendo así engañados, creyendo que poseen una gran fe en Dios. Positivismo, psicología, coaching, amor al dinero, estrategias humanas y toda clase de ritos supersticiosos inundan la Iglesia del Señor, desviándola de una fe genuina, hacia una falsa fe, sin base en la Palabra de Dios. No es esta la fe que viene como don de Dios para los hombres; no es la fe de los apóstoles, ni de nuestro Señor Jesucristo.

¿Cómo creerán?

En el capítulo 10 de la Carta a los Romanos, Pablo viene hablando del anhelo suyo de que la nación de Israel sea salva; pero los israelitas, actuando en ignorancia, rechazaban confiar en Dios para ser justificados por la fe en Jesucristo, procurando justificarse mediante una justicia propia (Ro.10:1-3). Nos dice también que todo aquel que creyese en Jesucristo y su obra no sería avergonzado, y sería salvado y justificado por Dios, fuera judío o gentil (Ro.10:4-12); “…porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.” (Ro.10:13). La palabra ‘invocar’ tiene en este texto la implicación de llamar al Señor para reconocerle y adorarle (Diccionario Vine). Esto significa que una verdadera fe para salvación lleva a los hombres a reconocer ante el Señor su condición de pecado, desdicha y necesidad de arrepentimiento, llevándolos a una adoración a Dios en reconocimiento por Su obra a favor suyo en su Hijo Jesucristo. Pero, ¿cómo tener la fe que es don de Dios para invocar Su Nombre? O como pregunta Pablo: “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído?…” (Ro.10:14a). Al igual que los judíos que habían rechazado la fe por ignorar la justicia de Dios (Ro.10:3), los hombres no podrán invocar a Dios si ignoran su necesidad de salvación y la obra de Dios para justificarlos ¿Cómo tendrán fe para invocar a quien no conocen? Los hombres que están lejos del conocimiento de Dios, de su Palabra, de la Verdad revelada por Dios en su Hijo Jesucristo, abandonados a su falso conocimiento y superstición, no pueden conocerle sólo por el testimonio natural, entonces se desvían e invocan a dioses falsos (Ro.1:18-28); e incluso, acusándoles su conciencia de que pecan, no han oído cómo pueden ser limpios “… ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?…” (Ro.10:14b) ¿Cómo conocerán al Dios verdadero si no saben quién es o dónde buscarlo? El hombre sin Dios y Su Palabra no tiene una brújula o guía exacta para encontrar el camino de salvación y, cada vez, intento tras intento, se aleja más de Él.

La fe viene por el oír la Palabra de Dios

Los hombres no podrán invocar a Dios si no han creído en Él, y no podrán creer en Él si no le conocen, si no han oído de Él; por lo cual vuelve a decir Pablo: “… ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” (Ro.10:14c). La palabra griega acá utilizada para ‘predique’ hace referencia a un mensajero que anuncia o proclama públicamente un mensaje (Diccionario Vine), dándonos a entender que los hombres no pueden conocer al Dios verdadero si no hay quien les anuncie el mensaje para que puedan oírlo ¿Y quién enviará a estos mensajeros? “¿Y cómo predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!” (Ro.10:15).

Dios, en su gran misericordia, viendo nuestra imposibilidad de agradarle o conocerle por nosotros mismos, envió a su Hijo, quien le ha dado a conocer, y quien, habiendo efectuado la obra redentora en la cruz del Calvario y habiendo resucitado al tercer día de entre los muertos, venciendo al que tenía el imperio de la muerte, envió por todo el mundo a sus apóstoles (o enviados) a predicar las Buenas Nuevas de salvación, a fin de que todos los que las escuchen, se arrepientan de sus pecados y crean en el Señor. ¿Y cuál es este mensaje o Buenas Nuevas que los hombres deben escuchar para tener fe en Dios?: “Así que la fe es por el oir, y el oir, por la palabra de Dios.” (Ro.10:17). Es la Palabra de Dios, la cual en este contexto hace referencia al Evangelio, el mensaje que Dios mandó a predicar a toda criatura (Mr.16:15), ya que sólo por medio de este mensaje los hombres pueden recibir fe genuina en Dios para salvación ¡Sí, este es el medio maravilloso de Dios para dar el don de la fe: por medio de la predicación del Evangelio!

El ejemplo de Cornelio

Un ejemplo maravilloso de cómo la fe viene sólo por el oír la Palabra de Dios cuando se predica el Evangelio, lo encontramos en el libro de los Hechos, cuando Pedro fue enviado por el Señor a predicar el Evangelio a Cornelio y su familia. Las Escrituras nos cuentan que Cornelio era “piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre.” (Hch.10:2). Cornelio y su familia vivían de una manera que honraba a Dios, tanto en actitud como en obras, él ayudaba a los necesitados y oraba a Dios siempre. Sin embargo, esto era insuficiente para alcanzar la justicia que es por la fe (Gá. 2:16).

Los hombres no podrán invocar a Dios si no han creído en Él, y no podrán creer en Él si no le conocen, si no han oído de Él; por lo cual vuelve a decir Pablo: “… ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?” (Ro.10:14c).

Un hombre, por muy religioso que procure ser, aunque se esfuerce en ayudar a otros y quiera hacer el bien, nunca podrá conocer a Dios sólo por ello, si no es por el testimonio de Dios mismo, Quien viendo el temor reverente de Cornelio y su casa tuvo misericordia; por lo cual un ángel del Señor le fue enviado (Hch.10:3) para indicarle que debía mandar a traer a Pedro, que se encontraba en Jope, quien le indicaría lo que debía hacer (Hch.10:5-6). Pedro, que ya había sido puesto al corriente de este asunto por el Espíritu Santo, fue con los enviados de Cornelio, quien lo esperaba en su casa con sus parientes y amigos íntimos para oír todo lo que Dios había mandado (Hch.10:24-33).Viendo Pedro el encargo de parte de Dios, empezó a predicarles el Evangelio, comenzando por el ministerio terrenal del Señor, continuando por el anuncio de su sacrificio, muerte y resurrección ¡Entonces Pedro fue interrumpido por un hecho maravilloso!: “Mientras aún hablaba Pedro estas palabras, el Espíritu Santo cayó sobre todos los que oían el discurso.” (Hch.10:44) ¡Qué maravilla! ¡Qué manifestación tan gloriosa! Lo que el hombre no puede alcanzar con sus más altos intentos religiosos y sus obras más sublimes, pues, ¿cómo Cornelio y los suyos podrían conocer y creer en Aquel de quien no habían oído? ¿Y quién enviaría a alguien que les predicase para que creyesen? Más cuando Dios envió a Pedro para que les predicase el glorioso Evangelio, mientras aun escuchaban, fueron persuadidos por el mensaje y creyeron, viniendo sobre ellos el Espíritu Santo por la fe verdadera que viene por el oír la Palabra de Dios. No hay otro medio por el cual podamos tener una fe genuina, sino por la maravillosa Palabra de Dios, la cual es el testimonio de Dios para los hombres acerca de Sí mismo y de su Hijo, quien vino a dar su vida en rescate por los pecadores, para que creyendo en Él tengan vida eterna.

La religión no salva

El ejemplo de Cornelio nos recuerda que el esfuerzo religioso de toda una vida podría terminar en un rotundo fracaso. La religión es inútil para proveer al hombre de verdadera piedad que permanece para vida eterna. Las obras más sublimes de la religión de los hombres son para Dios apenas un trapo inmundo que ni merece ser presentado (Is.64:6). Además de sus buenas obras, a Cornelio se le apareció un ángel para indicarle que debía mandar a llamar a Pedro, pero ni siquiera el haber visto un ser angelical era suficiente para proveer a Cornelio la fe que salva. Hay muchos que dicen haber experimentado el poder de Dios recibiendo sanidades, siendo libres de espíritus inmundos y siendo librados de grandes dificultades en Su Nombre y, sin embargo, siguieron su camino de justificación propia o iniquidad, mostrando que estas cosas son insuficientes para producir en el hombre verdadera fe. Además, podríamos ser sinceramente religiosos a la manera de Cornelio, quien temía a Dios, ayudaba de corazón al pueblo con limosnas, y no sólo era un líder en su trabajo, en el cual influenciaba a otros, sino también en su hogar, con su familia, a la cual guiaba a la piedad; oraba continuamente, presentándose delante de Dios con solicitud, y mostró rápida obediencia al enviar a buscar a Pedro, demostrando su sincera disposición a escuchar el mensaje que Dios le había mandado, invitando incluso a otros para que también pudieran oír y, sin embargo, no era salvo; y no lo será ninguno que, aún con toda sinceridad y abnegación, invierta su vida en buscar la salvación, a no ser que reciba la fe que viene de escuchar y creer en el glorioso Evangelio de Dios.

La responsabilidad de predicar el Evangelio puro 

Si predicamos el Evangelio, los hombres pueden recibir la fe que viene de Dios, una fe verdadera y sólida en el Hijo de Dios. Pero hoy en día, en muchas congregaciones se está haciendo a un lado el glorioso encargo de la predicación de la Palabra, y con gran ligereza y astucia se ha introducido vino adulterado en el odre: un mensaje que produce una falsa fe, un falso evangelio que no tiene poder para salvar a los que lo oyen, una predicación que ya no es de la Palabra de Dios; chistes, anécdotas, otros libros que no son la Biblia, psicología y fábulas abundan en los púlpitos de los “cristianos”, no trayendo fe en la verdad, sino presunción y blasfemia. Mas Dios, conociendo de antemano estos tiempos, inspiró a Pablo a escribir lo siguiente a Timoteo: “Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino, que prediques la palabra; que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina.” (2Ti. 4:1-2). Pablo está diciendo al joven Timoteo que Dios está por Testigo del encargo que Timoteo recibió de predicar la Palabra; y él debía cumplir con este llamado del Señor en todo tiempo con toda diligencia. ¡Qué responsabilidad tan grande! El Evangelio puro debe ser predicado conforme a las Escrituras; si no, los hombres no podrán recibir la fe verdadera que salva y transforma las vidas, no podrán oír para creer en Aquel que es el único que puede librarlos del poder de la ruina del pecado y del poder de la muerte. No debemos cambiar la predicación del Evangelio por nuestros programas y estrategias sacadas del mundo; éstas son incapaces de persuadir a los hombres para que confíen en Dios; la música, el drama, la elocuencia, el carisma personal, sólo podrán conmover superficialmente al alma; mas la poderosa Palabra de Dios es el único medio para dar vida a un espíritu muerto por medio de la fe en el Evangelio glorioso de nuestro Señor Jesucristo. Si predicamos “otro evangelio”, uno diluido o falsificado, estaremos siendo responsables ante Dios por haber dejado de lado su Palabra, condenando a maldición y muerte a quienes nos escuchen. (Gá. 1:8-9).

 No hay otro medio por el cual podamos tener una fe genuina, sino por la maravillosa Palabra de Dios, la cual es el testimonio de Dios para los hombres acerca de Sí mismo y de su Hijo, quien vino a dar su vida en rescate por los pecadores, para que creyendo en Él tengan vida eterna.

Porque vendrá tiempo cuando no sufrirán la sana doctrina, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias, y apartarán de la verdad el oído y se volverán a las fábulas.” (2Ti. 4:3-4). Esta advertencia de Pablo se hace realidad en nuestros días. Muchos corren tras sus deseos de escuchar “lo novedoso”, lo cual es realmente el mismo engaño de siempre de la falsa religión y superstición, las cuales no nos pueden dar una fe real en Dios. Por esta causa, como en aquel entonces, debe ser oída la santa exhortación que clama: “Pero tú sé sobrio en todo, soporta las aflicciones, haz obra de evangelista, cumple tu ministerio.” (2Ti. 4:5). Pablo nos anima a ser medidos para no caer en los excesos que llevan a adulterar el Evangelio, a ser justos en nuestra manera de vivir en medio de las adversidades, cumpliendo nuestra responsabilidad de predicar el Evangelio puro e íntegro, como nos lo encargó el Señor.

Examina tu fe 

El mundo seguirá creyendo en sus ídolos y poniendo su fe en vanidades ilusorias, que lo llevan lentamente a su destrucción. Pero nosotros, los que decimos creer en el Señor, debemos examinarnos a nosotros mismos, para comprobar si- nuestra fe tiene su fundamento en el Evangelio de Dios y su Palabra, o si más bien estamos corriendo en la misma dirección de aquellos que se pierden, engañándonos a nosotros mismos y creyendo en vano “otro evangelio”, que no proviene del fundamento sólido de Dios, el cual es Su Palabra: “… por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos, si no creísteis en vano.” (1Co. 15:2).

Por tanto, retengamos con valor la fe en el Evangelio que fue predicado desde el principio, conforme a las Escrituras (1Co. 15:3-4) ¡No tema tomar la Palabra de Dios! Deje que Su Luz exponga la solidez o la flaqueza de sus convicciones, sabiendo que sólo por el testimonio de Su Palabra, Dios le dará la fe verdadera y sólida que vence al mundo, la fe genuina que viene de Él.

 

Bogotá / Colombia

Alberto Rabinovici

Colaborador y escritor del ministerio tesoros cristianos. Nacido en Argentina, criado en Paraguay e Israel. Vive en Colombia hace 8 años donde sirve en la iglesia local donde reside. Felizmente casado con Daniela, y tiene un hijo: Natanael.