LA ENSEÑANZA DE JESÚS SOBRE LA ORACIÓN

«Vosotros, pues, oraréis así:  Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra. El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy. Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores. Y no nos metas en tentación, más líbranos del mal; porque tuyo es el reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos. Amén.” (Mt. 6:9-13)

En el Sermón del Monte, que inicia en el capítulo 5 del Evangelio de Mateo y abarca hasta el capítulo 7, el Señor Jesucristo enseña a sus discípulos la clase de justicia que los hijos de Dios deben practicar, manifestada en la conducta de una vida cristiana saludable. En estos principios enseñados por el mismo Señor, Él hace un contraste con los principios religiosos de su tiempo, practicados por los fariseos. Cristo enseña a los discípulos, mediante la oración conocida como el “Padre Nuestro”, los principios que deben estar contemplados en nuestras oraciones al acercarnos a Dios. Enfocaremos este artículo en el capítulo 6, a fin de despertar en los lectores la necesidad de orar, y ver la importancia que Cristo le da a la oración, además de las implicaciones que ésta tiene para la vida de cada creyente.

Principios de una oración genuina

La oración es una de las prácticas vitales del cristiano, la cual lo llevará a experimentar una adecuada vida espiritual. Y esta práctica, necesaria e importante para el creyente, en los tiempos de Cristo, los fariseos y escribas la habían convertido en algo vacío, mecánico y sin vida. Después de la denuncia que Cristo hace de ellos, seguidamente, les dice a los discípulos (v. 8), que Dios no necesita de nuestras vanas repeticiones, pues Él sabe todo lo que necesitamos; lo que debemos buscar es la comunión con nuestro Padre Celestial en el precioso tiempo de la oración. Él enseña que nuestra oración debe ser en un lugar privado, donde no sea visto por nadie, pues la oración es la práctica del deseo interior del cristiano que siente la necesidad de relacionarse íntimamente, en lo secreto, con su Señor.

El Padre Nuestro: Modelo de oración

El Señor inicia su enseñanza sobre la oración con un “vosotros” (v. 9), contrastando así la actitud que deben tener los creyentes, con la de los gentiles y fariseos hipócritas. La enseñanza que va a hacer Cristo de cómo orar, no significa que debemos repetir estas mismas palabras cuando oremos, sino que son principios que debemos practicar cuando nos acerquemos a Dios en oración. “Vosotros, pues, oraréis así…” Mateo nos muestra que la forma verbal de la palabra ‘oraréis’ está en presente y en imperativo, significando una acción constante, pero también un mandamiento, que llevará a un cumplimiento en el creyente por la acción impulsadora del Espíritu Santo.

La oración es una de las prácticas vitales del cristiano, la cual lo llevará a experimentar una adecuada vida espiritual. Y esta práctica, necesaria e importante para el creyente, en los tiempos de Cristo, los fariseos y escribas la habían convertido en algo vacío, mecánico y sin vida.

Este modelo de oración podemos dividirlo en tres partes:

  1. Ruego dirigido a Dios: Padre nuestro que estás en los cielos (v. 9).
  1. Seis ruegos (tres relacionados con Dios y tres relacionados con el que ruega): Santificación de Dios, la venida de Su Reino, Su voluntad hecha en la Sustento para cada día, el perdón de los pecados y la protección del mal (vv. 9-13).
  2. Tres loores o alabanzas a Dios: Reino, poder y gloria (v. 13).

Consideremos cada uno de estos aspectos:

  • Padre Nuestro que estás en los cielos

El Señor Jesús nos enseña la nueva relación que tenemos con Dios al llamarle Padre. En el Antiguo Pacto, los israelitas llamaron a Dios: el Altísimo, el Todopoderoso, el Eterno, y otros nombres. Pero ahora nos acercamos confiadamente a nuestro Dios como el Padre que nos escucha, sustenta y ayuda, como un padre terrenal lo haría con su hijo. ¡Ahora tenemos un Padre! Antes estábamos huérfanos a causa del pecado, pero ahora tenemos libertad para entrar en Su misma Presencia. (He. 10:19). Pertenecemos a la familia celestial, lo cual nos estimula a ejercitar el privilegio constante de la oración a nuestro Padre Celestial.

  • Santificado sea tu Nombre

El primer ruego, al dirigirnos a Dios, es por la santificación de Su Nombre. Ahora el Señor pasa a enseñarnos que la petición que se hace al Padre Celestial tiene un propósito al ser respondida: que Su Nombre sea santificado. El Dios trascendente es Santo en todo Su Ser. Por eso, al acercarnos a Él debemos reconocerlo como lo que Él es: ¡Santo, Santo, Santo! Santificar el nombre de Dios significa tratarlo como Santo, reverenciarlo. La Santidad de Dios es la cumbre de Sus atributos. El Señor nos enseña que al orar a Dios, pedimos que su Nombre sea adorado, respetado y glorificado.

  • Venga tu Reino

El segundo aspecto que nos enseña Cristo por el cual debemos rogar es: Venga tu Reino. El Reino de Dios tiene dos fases:

– El Reino El Señor Jesucristo dijo, en Su encarnación, que el Reino de Dios se había acercado (Mt. 4:17; Mr. 1:15). Cuando una persona cree en el mensaje del Evangelio, es trasladada del reino de las tinieblas al Reino de Dios, llamado en las Escrituras, el Reino del Hijo de Su amor, como lo afirma el apóstol Pablo: “…el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo…” (Col. 1:13).

-Y el Reino futur.  Es el énfasis que se da a la Segunda Venida del Señor Jesús para establecer el Reino de Dios en la Tierra. Mateo lo da a entender al utilizar el imperativo “venga”, al referirse a la venida del Reino de Dios. Vemos dos énfasis aquí: Primero, a través de la predicación del mensaje del Evangelio muchos hombres serán añadidos al Reino de Dios presente. Segundo: La enseñanza es que oremos al Padre para que traiga Su Reino de los Cielos a la Tierra. Este Reino obedece a un programa escatológico, profetizado en las Sagradas Escrituras del Antiguo Pacto; Reino que todo israelita piadoso esperaba, Reino al cual se refieren los profetas, como es el caso del profeta Daniel: “…el Dios del cielo, levantará un reino que no será jamás destruido…” (Dn. 2:44). El Reino de Dios llenará toda la Tierra. Es el deseo de Dios manifestar Su gobierno soberano a través del Reino, y es responsabilidad de la Iglesia orar por ello ante Él. Es un llamado urgente de parte de Dios a su pueblo para que salga de su comodidad, y ore constantemente por la manifestación de Su Reino.

  • Hágase Tu voluntad

El tercer ruego enseñado a los discípulos es: “Hágase tu voluntad”. El Creador de los Cielos y de la Tierra tiene una voluntad eterna. Él anhela que sus hijos hagan sus oraciones de acuerdo a esa voluntad. Es petición constante del Cuerpo de Cristo ante Dios sujetarse a esa voluntad eterna y dejarse gobernar por ella. El creyente está rogando al Señor que el mundo se sujete a Su divina voluntad, como él también se sujetará. Y dice el Señor que oremos para que esa voluntad se haga “como en el cielo, así también en la tierra.” Esta oración revela que la voluntad de Dios se hace en el Cielo, pero el creyente ora que esas mismas condiciones existan en la Tierra: Que Su voluntad se haga por completo. La revelación bíblica enseña que cumplir la voluntad de Dios consiste en hacer todo aquello que armoniza con Su carácter y santidad. También en el Reino Mesiánico la voluntad de Dios será hecha en la Tierra, de la misma manera como es hecha en el Cielo.

El Señor Jesús nos enseña la nueva relación que tenemos con Dios al llamarle Padre. En el Antiguo Pacto, los israelitas llamaron a Dios: el Altísimo, el Todopoderoso, el Eterno, y otros nombres. Pero ahora nos acercamos confiadamente a nuestro Dios como el Padre que nos escucha, sustenta y ayuda, como un padre terrenal lo haría con su hijo

Apreciado lector, ¿no le parece clara la enseñanza de Cristo para nuestra vida de oración? ¿No le parece importante el llamamiento del Señor para que tengamos tiempos dedicados a pedir que la voluntad de Dios, la cual es buena, agradable y perfecta (Ro. 12:2), se haga en nuestras vidas y en el mundo entero?

  • Danos hoy el pan nuestro de cada día

El cuarto ruego enseñado por el Señor es: “El pan nuestro de cada día, dánoslo hoy.” Cristo está enseñando que cuando nos acerquemos a orar ante Dios, lo reconozcamos como el Sustentador de nuestras vidas. la dirigirnos a Él, le hacemos saber nuestras necesidades básicas, para que Él, como Padre, cuide de nosotros. El Señor, a través de esta oración, está guiando nuestro corazón a la confianza y al poder del Dios Proveedor. Debemos orar por el pan correspondiente para cada día. Así como Dios daba a Israel en el desierto el pan cotidiano, el maná, para cada día (Ex. 16:4), y no lo podían recoger para dos días, porque criaba gusanos (v. 20), de la misma manera, cada día nos presentamos ante Dios para que supla nuestras necesidades. Debemos recordar también, apreciado lector, que dentro de esta oración está incluido el mandamiento del Señor de que cada persona esté dispuesta a trabajar por el sustento diario y se gane el pan con el esfuerzo personal. El mismo Padre a quien oramos estableció que el hombre trabajara de manera natural para conseguir su sustento.

  • Perdona nuestras deudas

La quinta petición enseñada por Cristo es: “Y perdónanos nuestras deudas, como también nosotros perdonamos a nuestros deudores.” Este ruego consta de dos partes. En primer lugar, cuando nos acercamos a Dios para tener comunión con Él, debemos tener muy presente Su infinita y absoluta Santidad. Al conocer Su Ser de esa manera, reconoceremos que, como somos pecadores, hemos ofendido Su Santidad, y somos deudores a Él. Esa deuda no es medida por el pecado cometido, sino por quien recibe la ofensa: El Dios Altísimo (El-Shaddai), y esa ofensa al Ser infinito  requiere una acción imposible de satisfacer; sólo Dios puede cancelarla y perdonarla por la gracia de la obra de Cristo en el Calvario. Allí, el Dios Santo puede perdonar nuestra deuda. En el texto paralelo (Lc. 11:4), la deuda es equivalente a pecado. El sustantivo griego ‘deuda’ es ‘ofeilemata’, y se refiere a las deudas legales; en este texto se emplea para deudas morales y espirituales a Dios. Así, en la mente judía del primer siglo, como lo muestra Lucas, el pecado era considerado como deuda.

El segundo aspecto se desprende del primero. Los que nos acercamos a Dios, sabiendo que nuestra deuda fue perdonada por gracia, debemos, como resultado de ello, perdonar las deudas, pecados y faltas de los demás, pues todas éstas, por muy “grandes” que sean, son mucho menores que la deuda que nos fue perdonada por Dios en Cristo.

El Señor nos enseña que uno de los aspectos de la verdadera naturaleza del creyente, es tener un espíritu perdonador. Dos de las cualidades más grandes que Dios ha dado al creyente son: el amar y el perdonar. Cuando vivimos en la esfera del perdón, nos pareceremos más a nuestro Padre Celestial “…que hace salir su sol sobre malos y buenos…” (Mt. 5:45). Por esa causa, en el tiempo que el cristiano dedica cada día y noche a encontrarse con Dios, debe tener muy presente rogar por el perdón de sus pecados y el de sus ofensores.

  • No nos metas en tentación

El sexto ruego enseñado por Jesucristo a los discípulos es: “Y no nos metas en tentación, más líbranos del mal…” Esta petición que el Señor está enseñando, relacionada con la preservación de la vida espiritual, debe ser entendida como un ruego a Dios de parte del creyente, quien pide que, en el momento de estar frente a la tentación, no caiga en ella, que no sucumba ante ella. No debe ser entendida como que Dios introduce al creyente en la tentación, pues Dios no tienta a nadie (St. 1:13). Entenderemos mejor la frase a la luz de Marcos 14:38: “Velad y orad, para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil.” La Escritura muestra que el maligno procura, con muchos de sus artilugios, hacer caer en tentación al creyente; por ello el Señor nos enseñó a orar que seamos preservados de caer en la tentación. El mismo Señor Jesucristo le enseñó a Pedro lo que sucedió en el mundo espiritual cuando el diablo lo había pedido para zarandearlo (Lc. 22:31). Podemos decir, entonces, que el cristiano ora diariamente para ser guardado por el poder y la fidelidad de Dios, librándolo de toda obra perversa ocasionada por el accionar del maligno. La palabra ‘maligno’, en el texto griego, puede referirse tanto a Satanás (el autor del mal), como al mal que afecta a todo ser humano por causa de su naturaleza pecaminosa. Sólo el poder de Dios nos puede librar del poder tentador del diablo y de la influencia del mal. Como creyentes bíblicos encontramos, en el recurso de la oración, un llamado de auxilio a Aquel que nos puede guardar con Su poder: ¡Dios, el Padre!

Apreciado lector, ¿no le parece clara la enseñanza de Cristo para nuestra vida de oración? ¿No le parece importante el llamamiento del Señor para que tengamos tiempos dedicados a pedir que la voluntad de Dios, la cual es buena, agradable y perfecta (Ro. 12:2), se haga en nuestras vidas y en el mundo entero?

  • Porque tuyo es el Reino, y el poder, y la gloria, por todos los siglos

La última parte de la enseñanza de Cristo a los discípulos sobre cómo orar, está compuesta de tres alabanzas, que son la doxología con la cual concluye la oración. Una doxología es una breve oración, himno o alabanza que exalta la gloria y la Majestad de Dios.Viene del vocablo griego ‘doxa’, gloria, y ‘logos’, palabra. 

Cuando oramos al Padre en sintonía con Su voluntad, nuestras oraciones son respondidas, y al ver el cuidado amoroso de Dios sobre nosotros, salen loores de nuestro corazón para Él. Alabamos al Padre porque el Reino, el poder y la gloria son de Él, y no del diablo. Dios nos ha preservado para Su Reino, y ante esa acción divina, prorrumpe nuestro ser en adoración a Dios, nos desbordamos en expresiones de alabanza, declarando que el Reino, el poder y la gloria pertenecen al Padre. Esta última parte de la enseñanza de Cristo a los creyentes nos debe constreñir cada día, en nuestro tiempo de oración, a exaltar Su grandeza. Reconocemos Su Majestad y que todo le pertenece, y Él es el único que merece ser adorado, exaltado y honrado. ¡Toda adoración a Ti, Señor!

El Señor Jesús concluye la enseñanza a sus discípulos sobre la oración (vv. 14-15) con una frase condicional: “Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; más si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.” Inicia con la conjunción porque, la cual utiliza para finalizar la idea de la oración modelo; la falta de un espíritu perdonador obstruye la comunión con el Padre Celestial. Estas claras instrucciones hablan de la disposición de corazón de aquel que está ejerciendo el privilegio de la oración ante Dios. El Señor enseña claramente que el perdón otorgado a quienes nos deben está conectado directamente con el perdón recibido por nuestro Padre Celestial. 

Aprendizaje de la oración

Estos son los principios espirituales enseñados por Cristo a los discípulos, los cuales deben ser practicados en el tiempo precioso de la oración a nuestro Padre que está en los Cielos.

El creyente deber tener, como máxima ocupación, el obrar en favor del progreso de la salvación que le fue otorgada en el mismo instante en el cual él ejerció la fe. Debe progresar en vivir la salvación con una vida de santidad en la práctica, una vida que glorifique el nombre de Dios aquí en la Tierra, pues eso fue lo que el Señor Jesucristo hizo…

Apreciado lector, en el momento que usted entra en el secreto con Dios, ¿tiene presentes estas enseñanzas que dio Cristo para acercarse ante el Padre? ¿Ora usted para que la respuesta que reciba de parte de Dios sea para santificar Su Nombre? ¿Ruega usted para que el Reino de Dios venga pronto? ¿Ora usted como creyente para hacer la voluntad de Dios y para que otras personas la hagan? ¿Tiene usted en Dios la fuente del sustento para su vida, o su confianza está en el hombre? ¿Ruega cada día a Dios por el perdón de sus pecados? ¿Tiene usted un corazón perdonador como el de Dios?

Este tiempo vital de comunicación con Dios mediante la oración, fue enseñado y practicado por el Señor Jesús, los apóstoles y los profetas. Las páginas de la Biblia están impregnadas con el grato aroma de la oración del pueblo de Dios.

El contenido de la oración modelo llamada “Padre nuestro”, Dios quiere aplicarlo en la Tierra, y espera que Su pueblo ruegue constantemente a Él por ello. ¡Dios nos dé un corazón que lleve ante Él estos principios en el momento de ejercitar nuestro privilegio de la oración!

Villavicencio / Colombia

Jhair F. Diaz

Colaborador y escritor del ministerio: Cristianos Edificación y Comunión. Nacido en Puerto Berrío (Ant). Vive en la ciudad de Villavicencio hace 5 años donde sirve en la iglesia local donde reside. Felizmente casado con Leidy Castellanos y tiene un hijo: Sebastián Santiago Díaz