JONATHAN EDWARDS

Así dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma…” (Jeremías 6:16)

 

El 8 de julio de 1741, en Enfield, Connecticut (EE. UU.), se escucharon gritos, llantos y alaridos como nunca antes se habían oído en aquel lugar. Los sonidos provenían de la congregación local del pueblo, mientras escuchaban a Jonathan Edwards predicar su sermón “Pecadores en las manos de un Dios airado.”

Edwards fue invitado a predicar allí en un momento en el que Nueva Inglaterra experimentaba el avivamiento conocido como “el Gran Despertar.” La predicación de Edwards fue usada por Dios poderosamente en medio de este movimien to único, y aquí se encontraba ahora, en Enfield, predicando con su característico estilo (voz débil y pocos gestos), desde un manuscrito que había memorizado.

En el sermón, Edwards acumuló ilustraciones sobre los horrores del infierno y la justicia de Dios, lo que causó gritos de terror al oír la gráfica descripción de la condenación merecida. La gente sentía que el suelo podía abrirse en cualquier momento y tragarlos hacia las profundidades del abismo del fuego eterno.

Jonathan Edwards fue la persona que más sobresalió en este avivamiento. Su vida es un destacado ejemplo de consagración al Señor para el mayor desarrollo del entendimiento y, sin ningún interés personal, de dejar al Espíritu Santo que hiciera uso de ese mismo entendimiento como un instrumento en sus manos. Jonathan Edwards amaba a Dios, no solamente de corazón y alma, sino también con todo su entendimiento. “Su mente prodigiosa se apoderaba de las verdades más profundas.” Sin embargo, “su alma era de hecho un santuario del Espíritu Santo.” Bajo una calma exterior aparente ardía el fuego divino como un volcán.

Inicios 

Nació en EastWindsor, Connecticut, el 5 de julio de 1703, siendo el único hijo varón y el quinto de once hermanas. A los 13 años de edad fue aceptado para ser estudiante de la Universidad de Yale, que entonces se llamaba Escuela Colegiada.

“Muchas fueron las oraciones que sus padres elevaron a Dios para que su único y amado hijo varón fuese lleno del Espíritu Santo, y llegase a ser grande delante del Señor. No solamente oraban así, con fervor y constancia, sino que se dedicaron a criarlo con mucho celo para el servicio de Dios. Las oraciones hechas alrededor del fuego del hogar los inducían a esforzarse, y sus esfuerzos redoblados los estimulaban a orar más fervorosamente… Aquella enseñanza religiosa y constante hizo que Edwards conociese íntimamente a Dios, cuando aún era muy pequeño.”

Durante su etapa como estudiante se opuso a la tendencia entre los estudiantes de alejarse de la fe puritana de los fundadores de la Universidad y correr hacia un racionalismo elitista, pero nunca se comportó como un fanático.

Jonathan Edwards amaba a Dios, no solamente de corazón y alma, sino también con todo su entendimiento. “Su mente prodigiosa se apoderaba de las verdades más profundas.” Sin embargo, “su alma era de hecho un santuario del Espíritu Santo.”

Estando en la Universidad, Edwards leyó ampliamente e interactuó con John Locke (1632-1704), Isaac Newton (1643-1727) y todo el movimiento de la Ilustración. Muchos de sus primeros escritos fueron sobre temas científicos.

En 1729 empezó oficialmente su ministerio como aprendiz de su abuelo materno, Solomon Stoddard, en Northampton, durante dos años, antes de convertirse en el único predicador de la iglesia de Northampton, Massachusetts.

Su conversión 

Edwards escribió lo siguiente sobre su conversión: “El 12 de enero de 1723 yo hice una solemne dedicación de mí mismo a Dios y lo escribí, entregándome a Dios sin dejar nada de mí, para que en el futuro no me preocupara de mí mismo, para actuar como alguien que no tiene derecho a sí mismo, en cualquier aspecto. Y solemnemente juré tomar a Dios por mi total porción y felicidad, no mirando a nada más como parte de mi felicidad, ni actuar como si hubiere otra cosa. Y su ley como la constante regla de mi obediencia; comprometiéndome para luchar con toda mi fuerza contra el mundo, la carne y el diablo, hasta el fin de mi vida. Pero tenía razón para ser infinitamente humilde, cuando consideraba cuánto había yo fallado en cuanto a responder a mi obligación.”

“La primera vez que recuerdo haber encontrado algo de ese tipo de dulce deleite interior en Dios y en las cosas divinas, y en el cual he vivido mucho desde entonces, fue al leer esas palabras en 1 Timoteo 1:17: “Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.” Cuando leí las palabras, entró en mi alma, y fue como si se difundiera a través de ella, la sensación de la gloria del Ser Divino; un nuevo sentido, muy diferente de cualquier cosa que hubiese experimentado antes. Nunca las palabras de la Escritura me parecieron como éstas. Pensé dentro de mí mismo lo excelente que era ese Ser, y cuán feliz sería yo si pudiera disfrutar de ese Dios, y estar envuelto en Dios, en el cielo, y ser como absorbido en Él. Seguía diciéndolo, como si cantara estas palabras de las Escrituras a mí mismo, y fui a orar, pidiéndole a Dios que pudiera disfrutarlo; y oré de una manera muy diferente de lo que solía hacerlo, con un nuevo tipo de afecto”. (“Diario personal”, de Jonathan Edwards).

Cuando tenía 20 años conoció a Sarah Pierrepont (1710- 1758), una joven devota que inspiraría su vida espiritual y se convertiría posteriormente en su esposa.

Sarah fue una mujer que supo acompañar a su esposo en el ministerio, manteniendo en orden a sus hijos y su hogar, para que Jonathan pudiera dedicarse a enseñar verdades como las de la familia en Cristo, que fácilmente hubiesen podido ser desvirtuadas si no fuera por el testimonio del hogar que ella criaba.

Resoluciones 

Edwards sirvió temporalmente como pastor en una iglesia presbiteriana en Nueva York. Durante esa época, en medio de dudas sobre su conversión, empezó a escribir lo que serían sus célebres 70 resoluciones. Entre ellas se encuentran:

“Resuelvo hacer todo aquello que piense que sea más para la gloria a Dios, y mi propio bien, beneficio y placer, durante mi tiempo; sin ninguna consideración del tiempo, ya sea ahora, o tras millares de años…”

“Resuelvo vivir con todas mis fuerzas mientras viva.” “Resuelvo empeñarme al máximo en actuar de la maneraen que pienso que debería hacerlo si ya hubiera visto la felicidad del cielo y los tormentos del infierno.”

“La primera vez que recuerdo haber encontrado algo de ese tipo de dulce deleite interior en Dios y en las cosas divinas, y en el cual he vivido mucho desde entonces, fue al leer esas palabras en 1 Timoteo 1:17: “Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.” Cuando leí las palabras, entró en mi alma, y fue como si se difundiera a través de ella, la sensación de la gloria del Ser Divino…

Edwards procuró vivir según estas resoluciones, cautivado por la gloria de Dios, llegando a inspirar a incontables creyentes después de él. Así, nos recuerda que una vida impactada por la belleza de Dios es una vida resuelta a vivir para Él.

Pastor y teólogo de avivamientos 

Luego de servir en Nueva York fue tutor en Yale, desde 1724 hasta 1726. El siguiente año fue decisivo en su vida: Edwards fue ordenado en Northampton, Massachusetts, como asistente de su abuelo Solomon Stoddard.

El 11 de febrero de 1729, Stoddard murió, y Edwards se convirtió en pastor de la iglesia local. Durante su ministerio se caracterizó por su entrega al aprendizaje y reflexión profunda de las Escrituras, llegando a pasar varias horas al día en su estudio. Sin embargo, siempre procuró permanecer cercano a su familia e iglesia.

Edwards mantuvo un cuidadoso relato escrito de sus observaciones y las documentó en sus diarios. También sus sermones más efectivos se publicaron posteriormente. Estos escritos se leyeron ampliamente en América e Inglaterra; también ayudaron a alimentar el Gran Despertar unos años más tarde, durante el cual miles fueron conmovidos por la predicación del británico George Whitefield (1714-1770).

Whitefield había leído los escritos de Edwards y se propuso visitarlo cuando viajara a las colonias de América. Edwards invitó a Whitefield a predicar en su iglesia. La predicación de Whitefield conmovió profundamente a Edwards, quien lloró durante todo el servicio, junto a gran parte de la congregación.

En 1741, durante el inicio de lo que posteriormente se conocería como el Gran Despertar, Edwards contribuyó quizás con el sermón más famoso de la historia de Estados Unidos: “Pecadores en las manos de un Dios airado” (enunciado ya al comienzo de este artículo). Gracias a este sermón y a su rápida difusión, las iglesias, que en algunos casos habían sido frías y secas, se transformaron rápidamente en congregaciones apasionadas por el Señor.

Pero no se puede acusar a Edwards de ser un emocionalista, todo lo contrario, sus sermones fueron altamente intelectuales y en ellos trata temas doctrinales y profundamente teológicos. La emoción era importante para Edwards, pero esa emoción y experiencias no debían opacar la necesidad de una doctrina recta y un culto racional.

Durante toda su vida, Edwards mantuvo su hábito de levantarse a las 4:00 de la mañana y de estudiar la Biblia 13 horas al día. Cada día de su vida luchó contra la negligencia, contra la pereza, la dejadez y el descuido, tan perjudiciales para la vida espiritual. Luchó por mantener una constante vida de oración, buscando lugares solitarios donde meditar en Dios, o encerrándose aún con llave en su habitación para no ser distraído. Luchó por estudiar las Escrituras sin descuidarlas ni un solo momento.

La doctrina expuesta con lógica y argumentos razonables

Siempre fue profundamente espiritual y profundamente intelectual, demostrando en su vida que una cosa no está reñida con la otra, espíritu y letra, conocimiento y vivencia, razón y fe, estudio y oración. Con lógica aplastante expresaba realidades espirituales.

Enseñaba que la conversión personal era crítica, por lo que insistió en que sólo las personas que habían hecho una profesión de fe y que daban prueba de una experiencia real de conversión podían participar de la Cena del Señor. Esta posición estaba en contra de lo que su abuelo había practicado en la iglesia, y desalentó a su congregación.

El 22 de junio de 1750 Edwards fue despedido del pastoreado en Northampton.

Predicó su sermón de despedida el 2 de julio de 1750, sobre 2 Corintios 1:14. Cuatro días más tarde, escribió a John Erskine: “No estoy preparado para otro oficio que no sea estudiar; seré incapaz de conseguir un empleo secular. Estamos en las manos de Dios, y lo bendigo. No me aflige que nos hayan despachado.”

Trabajo misionero

Durante los años siguientes, Edwards fue un pastor misionero entre los nativos americanos en Stockbridge, Massachusetts. En esa época, en medio de muchos peligros, el testimonio de David Brainerd fue inspirador para él. Escribió varios tratados teológicos. En ellos argumentó que somos libres de hacer lo que queramos, pero nunca querremos hacer la voluntad de Dios sin una visión de Su Naturaleza Divina impartida por Su Espíritu.

Una de las cosas más sorprendentes de esa etapa del ministerio de Edwards fue cómo él adaptó su enseñanza a los indígenas americanos. Siempre procuró ser fácil de entender y amoroso. “No somos mejores que ustedes en ningún aspecto”, les decía Edwards.

El sufrimiento de la familia y muerte de Edwards

A pesar de la manera extraordinaria en que el Señor utilizó a Jonathan Edwards, no podemos negar que el teólogo estadounidense y su familia experimentaron la aflicción de manera profunda.

Primero. David Brainerd, misionero entre los indígenas americanos, murió de tuberculosis contando con apenas 29 años de edad. Brainerd estaba comprometido para casarse con una de las hijas de Edwards.

Durante toda su vida, Edwards mantuvo su hábito de levantarse a las 4:00 de la mañana y de estudiar la Biblia 13 horas al día. Cada día de su vida luchó contra la negligencia, contra la pereza, la dejadez y el descuido, tan perjudiciales para la vida espiritual. Luchó por mantener una constante vida de oración, buscando lugares solitarios donde meditar en Dios, o encerrándose aún con llave en su habitación para no ser distraído.

Segundo. Trágicamente, Jerusha, la hija de Edwards que había servido como enfermera a Brainerd, también contrajo la tuberculosis, de la que murió justamente un mes luego que Brainerd.

Tercero. Esther, hija de Edwards y viuda del anterior presidente del Colegio de New Jersey, también murió poco después debido a una reacción a la vacuna contra la viruela.

Más adelante, el 16 de febrero de 1758, Edwards fue nombrado presidente del Colegio de New Jersey (hoy es la Universidad Princeton). Poco después aceptó ser vacunado contra la viruela, y murió el 22 de marzo de ese año (sólo tenía 54 años), muerte relacionada con la inyección, debido a su débil salud.

Sus últimas palabras fueron escritas a su hija Lucy: “Querida Lucy, me parece que es la voluntad de Dios que deba dejarte pronto. Por lo tanto, dale todo mi amor a mi querida esposa, y dile que la unión poco común que ha subsistido entre nosotros durante tanto tiempo ha sido de tal naturaleza que confío en que es espiritual, y por lo tanto continuará para siempre, y espero que ella recibirá apoyo ante tan penosa situación, y se someterá alegremente a la voluntad de Dios. Y en cuanto a mis hijos, ahora serán huérfanos, lo que espero sea un estímulo para que busquen a un Padre que nunca les fallará.”

Sarah estaba muy enferma cuando recibió la noticia por carta. El 3 de abril escribió a su hija Esther:

“¿Qué puedo decir? Un Dios santo y bueno nos ha cubierto con una nube oscura. ¡Oh, que podamos besar la vara de corrección, y colocar nuestras manos sobre nuestras bocas! El Señor lo ha hecho. Me ha llevado a adorar su bondad por habérnoslo mantenido tanto tiempo. Pero mi Dios vive y Él posee mi corazón. ¡Oh, qué herencia nos ha dejado mi marido, y tu padre! Todos nos hemos entregado a Dios, y allí estoy y amo estar. Tu siempre afectuosa madre, Sarah Edwards.”

Sarah Edwards muere de disentería en Filadelfia el 2 de octubre de 1758. Tenía 48 años.

Legado 

La característica que define a Edwards, según el historiador Roger Olson, es que “ningún teólogo en la historia de la cristiandad ha sostenido una visión tan fuerte y elevada de la majestad, soberanía, gloria y poder de Dios como Edwards.” John Piper ha dicho que Edwards fue “un genio resuelto y decidido a vivir totalmente para la gloria de Dios.”

Para tener una idea del grado de entrega de Edwards a Dios, aparte de sus resoluciones, consideremos lo que escribió en uno de sus diarios:

“En la mañana… He estado delante de Dios, y me he dado con todo cuanto tengo y soy, a Él; de tal manera que yo no soy, en ningún aspecto, mío mismo. Yo no puedo pretender ningún derecho en esta comprensión, esta voluntad, este afecto, que están en mí…” (Sábado 12 de enero de 1723).

Uno de sus biógrafos se refiere a él de la siguiente manera: “En todas partes del mundo donde se hablaba el inglés (Edwards) era considerado como uno de los mayores eruditos de la historia.”

Cuando predicó el sermón “Pecadores en las manos de un Dios airado”, basado en Deuteronomio 32:35b, luego de haber ayunado tres días, el 8 de julio de 1741, en Connecticut (EE. UU.), detonó un poderoso avivamiento. Aunque él sólo leyó tímidamente sus notas debido a su estado de salud, ese día “la gente se tiraba de sus bancas al suelo temblando de temor de caer en el infierno.”

El Gran Despertar trajo también una pasión por las Sagradas Escrituras como no se había visto hasta entonces. Según narra el historiador y periodista de la época John Dwight: “Se podía ver a las multitudes ávidas de conocer más de la Palabra de Dios, reuniéndose en cualquier lugar para escudriñar las Escrituras y comentarlas. En algunas plantaciones del condado de Hampshire, durante los recesos se podían apreciar a los obreros reunidos para estudiar las Escrituras y orar los unos por los otros.”

Entre las obras de Edwards también se destaca su primer trabajo publicado, un sermón predicado al alumnado de Harvard en julio de 1731, titulado “Dios es glorificado en la dependencia humana”, basado en 1 Corintios 1:29-31.

También influyó en la música de la iglesia. En los días en que el canto de los Salmos era casi lo único que se escuchaba en las iglesias congregacionales, Edwards alentó el canto de los nuevos himnos cristianos, especialmente los compuestos por Isaac Watts (1674-1748).

Entre sus muchos escritos, puede ser más conocido fuera de los círculos intelectuales por su edición de “El diario de David Brainerd”. Este libro impulsó el movimiento de las primeras misiones estadounidenses e inspiró a miles de hombres y mujeres de todo el mundo al trabajo misionero, incluidos William Carey (1761-1834), Henry Martyn (1781- 1812), Adoniram Judson (1788-1850) y Jim Elliot (1927-1956).

En 1900, el historiador A. E. Winship trazó el linaje de Sarah y Jonathan y publicó un estudio. Dijo: “Mucho de las capacidades y talentos, inteligencia y carácter de más de 1.400 de los miembros de los Edwards se debe a la señora Edwards.”

Uno de sus biógrafos se refiere a él de la siguiente manera: “En todas partes del mundo donde se hablaba el inglés (Edwards) era considerado como uno de los mayores eruditos de la historia.”

Winship reporta cómo, para 1900, sus descendientes incluían:

  • Trece presidentes de universidades.
  • Sesenta y cinco profesores.
  • Cien abogados y un decano de una Escuela de leyes.
  • Treinta jueces.
  • Sesenta y seis médicos y un decano de una Escuela de Medicina.
  • Ochenta en trabajos con cargos públicos que incluían:

– Tres Senadores de los Estados Unidos.

-Alcaldes de tres ciudades.

– Gobernadores de tres Estados.

-Un Vicepresidente de los Estados Unidoss.

-Un Contralor de la Tesorería de los Estados Unidos.

Conclusiones

La mayor preocupación de Jonathan Edwards era ver la sequía espiritual y el decaimiento moral de las iglesias, a tal punto que se había perdido la verdadera esencia del cristianismo. Esa misma preocupación lo llevó a buscar de Dios orando por un despertar de carácter urgente y, a la vez, olvidado.

En estos días cuando la iglesia se halla amenazada por un poderoso sistema filosófico y religioso mundano, existe una imperiosa necesidad de un genuino despertar espiritual, teniendo en cuenta que la marca de un avivamiento tampoco es el simple conocimiento intelectual. Saber que la miel es dulce no es igual a haberla saboreado. En cambio, la señal de una vida avivada es que vive conforme al Evangelio y refleja la belleza de Dios, tomando a Dios en serio con alegría

Terminamos citando unas frases de Edwards para nuestra reflexión: “Todo lo que decimos no vale nada si no está confirmado por lo que hacemos. Testimonios personales, relatos de nuestros sentimientos y experiencias, todo queda sin valor, sin las buenas obras y sin la práctica cristiana.”

“No demostramos nuestro cristianismo hablando de nosotros mismos a la gente. Las palabras poco cuestan. Es por la práctica cristiana, costosa y abnegada, que demostramos la realidad de nuestra fe.” (Jonathan Edwards).

Recopilado por Luisa Cruz

Bibliografía: 

Vida y pensamiento de Jonathan Edwards

https://www.avivanuestroscorazones.com/mujer-verdadera/ blog/sarah-edwards-dejando-un-legado-de-piedad/

Biografía de grandes cristianos – Orlando Boyer https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/jonathan- edwards-avivado-la-belleza-dios/

https://www.coalicionporelevangelio.org/articulo/ conociendo-el-legado-de-jonathan-edwards/

Bogotá / Colombia

Luisa Cruz

Colaboradora y escritora del ministerio Tesoros Cristianos, servidora en su iglesia local. Nacida en la ciudad de Bogotá dónde reside actualmente.