FRUTOS DIGNOS DE ARREPENTIMIENTO

“Y decía a las multitudes que salían para ser bautizadas por él: ¡Oh generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento…” (Lc. 3:7-8).

El Nuevo Testamento utiliza dos verbos en griego que expresan arrepentimiento: los verbos metanoeo y meta­melomai. Se puede decir que estos dos verbos pueden significar: Cambio total, tanto en el pensamiento, como en la conducta y en la manera de vivir, resultando en un cambio completo de los pensamientos y actitudes con respecto al pe­cado y a la justicia.

El arrepentimiento ordena a cada pecador que abandone su rebelión, y tome la bandera blanca de rendición para en­trar al Reino de Dios. El pecador debe cambiar de parecer en lo relacionado al pecado y a Dios; esto dará como resultado el apartarse del pecado y acercarse a Dios. En otras palabras, el arrepentimiento afecta la totalidad de la vida del pecador. En el Nuevo Testamento, esta palabra hace referencia al cambio de parecer, e involucra tanto el apartarse del pecado como el acercarse a Dios.

Así, el arrepentimiento lleva al pecador a que asuma la culpa de su condición pecaminosa ante Dios y a colocarse de su lado. Es un modo de pensar permanente, un aborreci­miento continuo del mal. Por los dos pasajes citados arriba entendemos que el arrepentimiento bíblico, auténtico, ge­nuino, se demuestra en la vida del creyente por sus frutos.

Evidencia de los frutos

Juan el Bautista empezó su carrera con un mensaje muy particular entre el pueblo, un mensaje primordial de Dios para el hombre: “Arrepentíos…” (Mt. 3:2). Era tan poderosa su predicación acerca de la magnitud y la gravedad del peca­do, que las personas que escucharon su mensaje percibieron la necesidad de volverse a Dios, y clamaron al profeta: “…Entonces, ¿qué haremos? Y respondiendo, les dijo: El que tiene dos túnicas, dé al que no tiene; y el que tiene qué comer, haga lo mismo. Vinieron también unos publicanos para ser bautizados, y le dijeron: Maestro, ¿qué haremos? Él les dijo: No exijáis más de lo que os está ordenado. También le preguntaron unos soldados, diciendo: Y nosotros, ¿qué haremos? Y les dijo: No hagáis extorsión a nadie, ni calumniéis; y contentaos con vuestro salario.” (Lc. 3:10-14). Si nos hemos arrepentido, ¿qué debemos hacer? Juan, de manera muy cla­ra, señala la evidencia y los frutos del verdadero arrepenti­miento.

El arrepentimiento ordena a cada pecador que abandone su rebelión, y tome la bandera blanca de rendición para en­trar al Reino de Dios.

Este tiene implicaciones concretas y prácticas en la vida y conducta de las personas. A cada uno de los grupos que Juan responde les indica que debe existir una prueba de su verdadero arrepentimiento, al cambiar su comportamiento anterior dentro de cada esfera de actividad propia, eviden­ciándose así que el arrepentimiento no era un término mera­mente teológico o cierto rito ceremonial, antes bien, era una reforma radical, saliendo de una vida centrada en sí misma, vida de egoísmo (v. 11), de deshonestidad (v. 13) y de des­contento (v. 14), y orientándose hacia una nueva experiencia y percepción de la vida. El profeta enseña con estas verdades que la genuina fe salvadora se debe manifestar a través de una vida que se aleje del pecado y produzca frutos piadosos.

Los hombres de Nínive

En la Biblia encontramos muchos ejemplos de personas e incluso pueblos que se arrepintieron y dieron evidencia de ese hecho, como es el caso de los habitantes de Nínive. “Los hombres de Nínive se levantarán en el juicio con esta generación, y la condenarán; porque ellos se arrepintieron a la predicación de Jonás, y he aquí más que Jonás en este lugar.” (Mt. 12:41). Los judíos, y sobre todo los religiosos, tenían mayores oportu­nidades de arrepentimiento que los habitantes de Nínive, pues el que presentaba el mensaje era el Hijo del Dios vi­viente; sin embargo, los judíos no aprovecharon la opor­tunidad para arrepentirse de su maldad y volverse a Dios; en cambio, los ninivitas se arrepintieron y presentaron una gran evidencia de ese acto. “Y los hombres de Nínive creyeron a ’Elohim, y proclamaron ayuno y se cubrieron de cilicio, desde el mayor hasta el menor de ellos. Cuando la noticia llegó hasta el rey de Nínive, éste se levantó de su trono, se despojó de su manto, se cubrió de cilicio y se sentó sobre ceniza. E hizo proclamar y anun­ciar en Nínive, por mandato del rey y de sus grandes: ¡Que hom­bres y animales, bueyes y ovejas, no coman cosa alguna! ¡Que no se les dé alimento, ni beban agua! ¡Cúbranse de cilicio tanto hom­bres como animales! ¡Clamen a ’Elohim fuertemente, y arrepiéntase cada uno de su mal camino y de la rapiña que hay en sus manos! ¿Quién sabe si desistirá ’Elohim y cambiará de parecer, y se apartará del furor de su ira, y no pereceremos? Y vio ’Elohim lo que hacían, cómo se volvían de su mal camino, y desistió ’Elohim del mal que había dicho que les haría, y no lo hizo.” (Jon. 3:5-10 – Biblia Textual).

El profeta enseña con estas verdades que la genuina fe salvadora se debe manifestar a través de una vida que se aleje del pecado y produzca frutos piadosos.

Los habitantes de Nínive, al creer el mensaje de parte de Dios entregado por Jonás, “se cubrieron de cilicio”. Esta expre­sión en Medio Oriente se refiere a una persona que experi­menta un sentimiento interior, y lo exterioriza. Este tipo de vestidura se usaba como señal de duelo y arrepentimiento. Ese arrepentimiento penetró todas las clases sociales: “desde el mayor hasta el menor…” Uno de los versos claves en esta his­toria es el 8: ¡Clamen a ’Elohim fuertemente, y arrepiéntase cada uno de su mal camino y de la rapiña que hay en sus manos! Este clamor llevó a cada ciudadano a un acto de reforma de sus malos caminos. Recuerde que el capítulo 1, verso 2, dice que la maldad del pueblo estaba delante de Dios; de esa maldad tenían que arrepentirse, y ese arrepentimiento auténtico se ve en un cambio radical en la manera de pensar que conduce a la transformación de corazón, a un cambio total en la vida del que lo experimenta. Este es un vívido pasaje en las Escri­turas que nos enseña claramente cuándo se ha efectuado un arrepentimiento genuino: ¡Por sus frutos!

Los frutos de un arrepentimiento genuino

A continuación se describen algunos frutos como resulta­do de la experiencia de un arrepentimiento bíblico genuino:

– Aborrecimiento del pecado

La persona que realmente se ha arrepentido debe pre­sentar como evidencia un aborrecimiento del pecado, como dice el salmista: “…he aborrecido todo camino de mentira” (Sal. 119:104). Anteriormente consideraba su vida muy atractiva, pero ahora la detesta, y en su corazón se ha propuesto aban­donar todo pecado para siempre. Este es el cambio de mane­ra de pensar que Dios requiere. El apóstol Pablo insta a los creyentes a que vivan de acuerdo a su nueva vida: “No mintáis los unos a los otros…” (Col. 3:9). La mentira es la forma pro­pia y natural de ser de Satanás, “…porque es mentiroso, y padre de mentira” (Jn. 8:44). Tomemos como ejemplo una persona que mentía y creía en sus mentiras, y luego se arrepiente, y reconoce que al mentir se hacía uno con el diablo, pero ahora quiere ser uno con Dios. Ahora quiere hacer la voluntad de Dios y, como fruto de su arrepentimiento, empieza a aborre­cer todo camino de mentira; empieza a tener una aversión en su corazón por aquello en lo que antes se deleitaba, esto es, en las mentiras. El arrepentimiento implica abandono del pe­cado; este es un elemento esencial del verdadero Evangelio.

– La confesión de los pecados

Adán y Eva al principio no confesaron su pecado, sino que más bien lo encubrieron. Pero cuando el Espíritu de Dios obra en una persona, sus pecados son expuestos a la luz y, a su vez, los reconoce ante Dios. Aquel que no con­fiesa sus pecados no muestra un genuino arrepentimiento, como dice el proverbista: “El que encubre sus pecados no pros­perará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia.” (Pr.28:13). En las Sagradas Escrituras tenemos un ejemplo que nos ilustra la verdad de este proverbio: No prosperará. Tenemos el caso de Acán (Jos.7); él no confesó su pecado; había tomado lo que Dios declaró como anatema, por esa causa no prosperó. También tenemos un ejemplo de aquel que reconoce su pecado, lo confiesa y se aparta: El hijo pró­digo (Lc.15:11-32). Después de reconocer su pecado, el hijo perdido exclamó: “Me levantaré e iré a mi padre, y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti.” (v.18). En el verso 21 ve­mos la confesión de un corazón arrepentido: “Y el hijo le dijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti, y ya no soy digno de ser llamado tu hijo.” Aquella alma en la cual ha obrado el Señor dándole convicción de pecado, hace de su oración diaria la confesión de sus pecados. Esta nueva posición de vida lo lleva a confesar sus faltas y no esconder nada delante de Dios, ni de los hombres (si fuere necesario).

– Una genuina renuncia a todo pecado

Aquella persona que ha probado el fruto de la alegría de ser salvado por la gracia de Dios, tendrá una fuerte convic­ción de lo que es el pecado, y en su vida se efectuará un alejamiento de cualquier forma de vida pecaminosa, general­mente aquella que vivía antes de pertenecer al Reino de la Luz. El profeta Isaías lo describe de la siguiente manera: “Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová…” (Is. 55:7). El que ha participado de la sangre del Señor para el perdón de sus pecados no puede participar de la copa de Belial (1 Co.10:21). ¡No se puede ser miembro del Cuerpo de Cristo y miembro de Satanás! Esto es ejem­plificado con la mujer que fue traída al Señor, por parte de los fariseos, siendo acusada de adulterio. En este pasaje se ve el principio de renuncia al pecado: “…Entonces Jesús le dijo: …vete, y no peques más.” (Jn. 8:11). El pecador arrepentido debe tomar la determinación de no volver al pecado.

Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová…” (Is. 55:7).

Pablo, en su epístola a los Efesios, lo enseña de esta ma­nera: “El que hurtaba, no hurte más, sino trabaje, haciendo con sus manos lo que es bueno…” (Ef. 4:28). Supongamos que en el pasado alguien haya hurtado, pero como muestra de su ver­dadera conversión debe apartarse de todo tipo de robo, pues el Espíritu Santo le dará convicción y poder en su vida para cambiar ese estilo de vida que desagrada al Señor. Eso es una evidencia de un fruto digno de arrepentimiento.

Por la predicación del Evangelio por medio de los apósto­les (Pablo y Bernabé), muchas personas confesaban sus peca­dos y se apartaban de ellos. Tenemos el caso de los hechice­ros en Éfeso. Como muestra de que estaban arrepentidos, se apartaron de sus pecados, trayendo los libros de magia, libros de muy alto costo, y los quemaron (Hch.19:1-20). Este acto mostraba la confesión de sus pecados, el aborrecimiento de los mismos, su alejamiento y su renuncia a ellos. Estas son pruebas que muestran frutos de su conversión.

– Dolor profundo por haber pecado contra Dios

El que experimenta el perdón, reconoce en su interior un dolor profundo por haber ofendido a un Ser tan Excel­so, Santo y libre de pecado como lo es Dios. Aquella alma que ha sido regenerada experimenta en su corazón dolor por haber conducido su vida en contra de Dios. Esto va a causar en nuestras vidas lo mismo que sucedió con el apóstol Pe­dro, quien lloró amargamente por haber ofendido a Dios, pecando contra Él al negar al Señor: “…Y saliendo fuera, lloró amargamente.” (Mt. 26:75). Este principio era representado en el Antiguo Testamento en el Día del Perdón (Yom Kipur), en el cual Dios requería de los israelitas que afligieran sus almas. Él les dijo: “…afligiréis vuestras almas” (Lv. 16:29).

De igual manera, se puede ver en el rey David un dolor en su interior por haber pecado contra Dios, lo cual se evidencia en el Salmo 51:4: “Contra ti, contra ti solo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos…

Conozco el caso de un cristiano que pecó ofendiendo al Señor. Este hermano tenía un dolor profundo en su corazón por haberle fallado a su Señor. Después de pecar, cada día, durante un tiempo prologando, no dejaba de llorar de dolor por haber pecado contra Dios. Esta es una prueba legítima de que esta persona ha tenido un genuino arrepentimiento.

– Practicar la restitución de las faltas cometidas

Cuando una persona reconoce la magnitud del pecado, y experimenta el perdón, realmente anhela estar bien con Dios y con su prójimo, no debiendo nada a nadie. Aquel que en su vida anterior al perdón de sus pecados hubiese agra­viado a alguien, ahora trata de hacer todo lo que esté a su alcance para restituir las faltas del mal cometido. Para ilus­trar este principio consideremos el caso del publicano Za­queo: “Entonces Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: He aquí, Señor, la mitad de mis bienes doy a los pobres; y si en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadruplicado. Jesús le dijo: Hoy ha venido la salvación a esta casa; por cuanto él también es hijo de Abraham. Porque el Hijo del Hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido.” (Lc. 19:8-10). Matthew Hen­ry hace el siguiente comentario de este pasaje: “Zaqueo públicamente dio pruebas de haber llegado a ser un verdade­ro convertido. No busca ser justificado por sus obras como el fariseo, pero por sus buenas obras demostrará la sinceri­dad de su fe y el arrepentimiento por la gracia de Dios.” Él estaba refriéndose a la Ley de Moisés, donde se presentaban los requisitos para la restitución (Ex. 22:1). La restitución es una buena prueba de cambio de corazón, y todo hombre verdaderamente arrepentido deberá manifestarla.

– Hambre de vivir en justicia y santidad

Los frutos del arrepentimiento bíblico verdadero se co­nocerán en el deseo de poner en práctica la Palabra de Dios, la cual enseña que debemos andar en justicia y santidad (Ef. 4:24). Al desear andar en justicia y verdadera santidad se ma­nifiestan los frutos de la conversión en la vida de una per­sona: “Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y pia­dosamente.” (Tit. 2:11-12). Hay un anhelo ardiente en quien verdaderamente se ha convertido de sus malos caminos y se ha vuelto a Dios, de ordenar su manera de vivir.

 

El que experimenta el perdón, reconoce en su interior un dolor profundo por haber ofendido a un Ser tan Excel­so, Santo y libre de pecado como lo es Dios. Aquella alma que ha sido regenerada experimenta en su corazón dolor por haber conducido su vida en contra de Dios.

Tomemos como ejemplo el caso de un publicano: Mateo (Leví). Mateo nos relata el momento en que Jesucristo lo llama (Mt. 9:9). Él se describe a sí mismo como publicano (Mt. 10:3). Ya leímos anteriormente que los publicanos se acercaron a Juan y le preguntaron qué debían hacer como muestra de su arrepentimiento, a lo que el Levita contestó: “…No exijáis más de lo que os está ordenado.” (Lc. 3:13). Los publicanos eran sumamente odiados por el pueblo, pues co­braban por encima de lo estipulado, para beneficio propio.

Mateo, al ser llamado por Jesús, abandonó esta práctica de robar. Ahora quería vivir en justica y santidad, tal y como se lo enseñaba su Maestro. Mateo nunca más se vio sentado en el banco de los tributos públicos, y menos robando o exi­giendo más de lo debido. Podemos ver aquí un ejemplo muy práctico de alguien que dejó su vida de pecado y luego fue en pos de una vida de justicia y santidad.

– Regocijo y alegría

Cuando los samaritanos escucharon el mensaje de Dios que llevaba Felipe, y creyeron en dicho mensaje, la ciudad se regocijó porque sus pecados fueron perdonados. Los sama­ritanos recibieron beneficios físicos y beneficios espirituales. “…así que había gran gozo en aquella ciudad.” (Hch. 8:8). ¡Hay una gran alegría al haber abandonado la vida de pecado y re­cibir el perdón maravilloso de Dios!

Nuestra unión con Cristo

De la misma manera que el pámpano tiene vida mientras está unido a la vid, así el nuevo creyente tiene la vida de Cris­to, y está unido a Él. Y el fruto de nuestra unión con Jesucris­to dará como resultado una vida que expresará plenamente los frutos de la gloriosa gracia de Jesucristo. Todo hombre unido a Cristo por el arrepentimiento y la fe expresará los frutos gloriosos del poder transformador del Evangelio.

…Entonces, ¿qué haremos? (Lc. 3:10). Esta será una pregunta que deberá hacerse y contestar todo hombre que ha sido despertado por el Evangelio de Dios, y desea manifestar un genuino arrepentimiento.

Villavicencio / Colombia

Jhair F. Diaz

Colaborador y escritor del ministerio: Cristianos Edificación y Comunión. Nacido en Puerto Berrío (Ant). Vive en la ciudad de Villavicencio hace 5 años donde sirve en la iglesia local donde reside. Felizmente casado con Leidy Castellanos y tiene un hijo: Sebastián Santiago Díaz