“Si descubro dentro de mí un deseo que ninguna experiencia en este mundo puede satisfacer, la explicación más probable es que yo fui hecho para otro mundo.”(C. S. Lewis).
Quisiera creer, pero tengo tantas dudas, tantas preguntas por responder. Siento que Dios se molestaría si le expongo mis cuestionamientos y, por otro lado, si llegara a abrazar la fe cristiana y rindiera mi vida a Cristo, creo que esa decisión implicaría que no volvería a usar mi mente racional; caería en una especie de “suicidio intelectual”.
Hay personas honestas que al inicio de su peregrinación espiritual luchan con estas inquietudes u otras similares. Hoy, como médico especialista y docente universitario, miro hacia mis primeros pasos en la fe, y debo admitir que luchaba con la idea de caer en una credulidad ingenua, es decir, una fe fundamentada en materia gelatinosa de fantasías o “cuentos antiguos” que, como arenas movedizas, no me pudieran soportar para pararme firme, y de las cuales temía no poder liberarme posteriormente.
A principios del siglo XX era casi obligatorio, por razones de prestigio, que un científico negara la existencia de Dios. Timothy Keller, pastor y teólogo, citando la opinión del científico ateo Richard Dawkins en el libro “¿Es razonable creer en Dios?”, dice: “No puede aspirarse a un pensamiento científico inteligente y seguir suscribiendo doctrinas religiosas. O se cree una cosa, o se cree la otra.” En respaldo de su tesis, señala que un estudio llevado a cabo en 1998, puso de relieve que tan sólo un 7% de los científicos norteamericanos pertenecientes a la Academia Nacional de Ciencias cree en un Dios personal. Vale la pena leer la refutación completa en el capítulo 6, donde se destaca el trabajo de un eminente científico e investigador ex ateo convertido al cristianismo y responsable principal del Proyecto Genoma Humano: Francis Collins. Por otro lado, ¿qué diría Dawkins al revisar a los ganadores del premio Nobel entre 1901 y 2000, cuando sólo 7% se declararon abiertamente ateos, en relación al 86,5% entre cristianos y judíos?
Los libros de texto en colegios y universidades a los cuales éramos expuestos descansaban sobre estos prejuicios, haciendo eco de declaraciones como las del ateo George H. Smith: “La razón y la fe se oponen, son términos mutuamente excluyentes, no hay reconciliación ni término medio. Fe es creencia sin la razón o a pesar de la razón”. Y minaban lo que hasta ese momento creíamos de manera incuestionada.
Volviendo a la lucha de esos primeros pasos por el año 1983, sin internet, con las bibliotecas llenas de libros que seguían la misma línea escéptica, con creyentes no preparados para responder o escandalizados ante las preguntas del “nuevo creyente”, providencialmente, llegó a mis manos un libro que me fue de gran utilidad y que recomiendo ampliamente: “Evidencia que exige un veredicto”, de Josh McDowell.
Excusas intelectuales
En el libro “Evidencia que exige un veredicto”, dice McDowell: “El rechazo de Cristo, por lo general, no es tanto un asunto de la mente, sino más bien de la voluntad. NO se trata de un “no puedo”, sino de un “NO quiero”..
A principios del siglo XX era casi obligatorio, por razones de prestigio, que un científico negara la existencia de Dios. Timothy Keller, pastor y teólogo, citando la opinión del científico ateo Richard Dawkins en el libro “¿Es razonable creer en Dios?”, dice: “No puede aspirarse a un pensamiento científico inteligente y seguir suscribiendo doctrinas religiosas.
Y continúa: “He descubierto que la mayoría de las personas rechazan a Cristo por una o más razones, que en ocasiones se presentan mezcladas en quien no quiere y no puede creer.
- Ignorancia, con frecuencia autoimpuesta – Romanos 1:18-23.
- Orgullo – Juan 5:40-44.
- Problema moral – Juan 3: 19-20.
Es decir, algunas personas pueden encontrar las respuestas requeridas a todas sus inquietudes u objeciones, pero aun así NO creerán, porque su nueva fe implicaría un cambio en sus vidas, y es un precio que no están dispuestas a pagar.”
Algunas de las razones que podríamos encontrar valederas en un caso particular, pudieran estar lejos de nuestro campo de conocimiento. Admitiendo esa clase de ignorancia, podríamos avocarnos a una indagación ordenada de nuestros vacíos intelectuales, venciendo de este modo la ignorancia autoimpuesta. Experiencias muy similares en el recorrido de este camino nos cuentan antiguos ex-ateos, como Josh McDowell, Lee Strobel,William Lane Craig, John Lennox, Alister McGrath y Francis Collins, sólo para citar unos pocos.
Si racionalmente mis objeciones fueran resueltas, eso no me conduce automáticamente a abrazar la fe. Es posible que, como un paciente que se resiste a tomar el medicamento (que está bien documentado le traería mejoría), el orgullo humano impida la admisión de la necesidad de ayuda, de la necesidad de un Salvador.
Como bien dice en el Evangelio de Juan, capítulo 3:19- 20: “Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas. Porque todo aquel que hace lo malo, aborrece la luz y no viene a la luz, para que sus obras no sean reprendidas.” Podríamos terminar rechazando la luz, no porque no alumbre, sino por eso mismo, porque pone de manifiesto quién soy verdaderamente, expone las profundidades de mi corazón y cuáles son mis obras y qué hay detrás de todo lo que pienso, digo y hago.
Se puede ser víctima de sus propios prejuicios, como admitía el mismo Aldous Huxley, el ateo que debilitó las creencias de muchos, y quien fuera aclamado como un gran intelectual; él decía: “Yo tenía motivos para no desear que el mundo tuviera un significado, en consecuencia, supuse que no lo tenía, y pude hallar sin dificultad razones satisfactorias para esta suposición… En lo que a mí concierne, la “filosofía de la falta de significado” fue esencialmente un instrumento de liberación sexual y política”.
¿Fe ciega?
La fe cristiana no es una fe ciega. Mi corazón no puede regocijarse en lo que mi mente rechaza; mi corazón y mi cabeza fueron creados para trabajar y creer en perfecta armonía. Cuando Dios nos mandó que lo amáramos, esa entrega involucra nuestra mente (Mateo 22:37). La creencia de un individuo involucra la mente, las emociones y la voluntad. Y es el conocimiento de la verdad, y no su ignorancia, lo que nos conduce a la verdadera libertad (Juan 8:32).
Es posible que, como un paciente que se resiste a tomar el medicamento (que está bien documentado le traería mejoría), el orgullo humano impida la admisión de la necesidad de ayuda, de la necesidad de un Salvador.
La fe cristiana es una fe racional, objetiva y basada en hechos. Va más allá de lo que es razonable, pero no va en contra de la razón. La fe es la certidumbre del corazón en lo adecuado de la evidencia. O como dice el educador cristiano W. Bingham Hunter: “La fe es una reacción a la evidencia de la auto-revelación de Dios en la naturaleza, las Escrituras y Su Hijo resucitado”.
Eliseo Vila, en el prólogo del libro de Antonio Cruz: “¿La ciencia encuentra a Dios?” escribe: “La física ha demostrado que el cosmos tuvo un principio, que el universo es mucho mayor, más complejo y más maravilloso de lo que en principio se intuía. Y que el ajuste de los mecanismos que lo gobiernan, el llamado principio antrópico (cualquier teoría válida sobre el universo tiene que ser consistente con la existencia del ser humano), resulta muy difícil de explicar sin recurrir a un designio inteligente. La Biblia adquiere así vigencia, Génesis 1 recupera sentido y la credibilidad científica.”
Podemos preguntar
En 2 de Timoteo 2:7 dice: “Considera lo que digo, y el Señor te dé entendimiento en todo.” De ese modo somos desafiados a pensar, a usar la mente para comprender, y el Señor nos ayudará a entender; no son afirmaciones excluyentes, sino complementarias. Igualmente, Proverbios 2:1-6 nos insta a clamar por inteligencia, a pedir entendimiento, y buscarlos como a plata, para obtener conocimiento de Dios. Como escribe John Piper: “La razón principal por la cual Dios nos ha dado la mente es para que podamos buscar y encontrar todas las razones que existen para valorarlo en todas las cosas y por sobre todas las cosas”. El creó el mundo para que a través de éste, y por sobre éste, pudiéramos valorarlo a él. Cuanto más entendamos su grandeza, conocimiento, sabiduría, poder, justicia, ira, misericordia, paciencia, bondad, gracia y amor incomparables, más lo valoraremos, y cuanto más lo valoremos, más será glorificado de manera consciente y gozosa.
Así que, no sólo Dios no se molesta con nuestras preguntas, sino que nos desafía a desentrañar los misterios del universo y de la existencia humana para conocerle y glorificarlo a Él. Lee Strobel, en su libro: “El caso de Cristo”, plantea excelentes preguntas e indaga con eruditos en cada área las mejores respuestas.
Creer también es pensar
John Stott, en su libro “Creer es también pensar”, escribe lo siguiente: “Dios hizo el hombre a su propia imagen, y uno de los aspectos más notables de la semejanza de Dios en el hombre es la capacidad de pensar”.
Los hechos simples y gloriosos – que Dios es un Dios que se revela a Sí mismo, y que Él se reveló al hombre – demuestran la importancia de nuestras mentes; pues toda la revelación de Dios es racional, tanto la revelación general en la naturaleza, como su revelación especial en las Escrituras y en Cristo.
Dios habla a los hombres a través del universo que creó, y proclama su gloria divina, y aunque sea un mensaje sin palabras, sin embargo, el mensaje es muy claro, y los que rechazan su verdad son culpados delante de Dios. “Porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. ” (Romanos 1:19-21).
Aunque su creación sea una proclamación sin palabras, una voz sin sonido, aun así resulta que todo hombre tiene algún “conocimiento de Dios”. Ahí se presupone que el hombre tiene capacidad para leer lo que Dios escribió en el universo, y eso es extremadamente importante… Así, pues, la fe y el pensamiento caminan juntos, y es imposible creer sin pensar. ¡CREER ES TAMBIÉN PENSAR!
“La fe es una reacción a la evidencia de la auto-revelación de Dios en la naturaleza, las Escrituras y Su Hijo resucitado”.
Nuestra mente nos lleva a Dios
Probablemente, en una noche de estrellas, un humilde pastor, que luego terminaría siendo el más recordado rey de Israel, David, reflexionaba en la grandeza de Dios y la pequeñez del hombre, y escribió el Salmo 8:
“¡Oh Jehová, Señor nuestro,
Cuán glorioso es tu nombre en toda la tierra!
Has puesto tu gloria sobre los cielos… Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, La luna y las estrellas que tú formaste,
Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria,
Y el hijo del hombre, para que lo visites?”
Abrumados ante tal majestad, todavía aun hoy podemos dirigir al Dios Creador nuestras preguntas. Podemos usar la mente que Él mismo nos dio para continuar maravillándonos de la singular obra de sus manos. No encuentro mejor respuesta a los por qué de nuestra mente, con su complejidad, sus inquietudes, preguntas y dudas, que la de Saulo de Tarso, en quien convergían las culturas judía, romana y griega. Considerado uno de los más grandes pensadores en la historia de la humanidad, transformado en el apóstol Pablo después de su encuentro personal con Jesús, exclamó: “¡Oh profundidad de las riquezas de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus juicios, e inescrutables sus caminos! Porque ¿quién entendió la mente del Señor? ¿O quién fue su consejero? ¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.” (Ro. 11:33-36).
Ayuda a mi incredulidad
En Marcos 9:14-24 leemos la historia de un hombre que tenía un hijo poseído por un espíritu. El hombre llevó a su hijo con los discípulos de Jesús para que echaran fuera al espíritu, pero no pudieron. Cuando Jesús vino, los discípulos le contaron acerca de lo acontecido y de que ellos no pudieron expulsar al espíritu. Jesús pidió traer al niño.
Después el hombre le pidió a Jesús ayuda, diciéndole: “…si puedes hacer algo,…ayúdanos.” Jesús respondió: “Si puedes creer, al que cree todo le es posible.” El hombre clamó: “Creo; ayuda mi incredulidad.” ¿Existe alguna contradicción aquí? ¿Acaso el hombre dijo en estas cuatro palabras que cree y no cree al mismo tiempo? ¿O él pensaba que creía, y luego se dio cuenta que no, pero luego creyó otra vez? Quizá pensó que Jesús quería escucharlo decir que cree, pero luego se dio cuenta que había mentido. No creo que haya alguna contradicción.
Así que hoy, ante los incrédulos “Tomás” del siglo XXI
-quienes creen y al mismo tiempo luchan contra su incredulidad-, Jesús resucitado se nos presenta, no para regañarnos por preguntar, sino para mostrar las evidencias que requerimos para alimentar nuestra fe, para no abandonar la batalla por la verdad y para poder seguir avanzando en Aquel que dijo ser El Camino, La Verdad y La Vida.
Palmira / Colombia
Pablo Andrés Moyano
Médico especialista en Medicina Familiar con 20 años de experiencia, escritor, docente y servidor en la iglesia local donde reside. Bendecido por el Señor con un matrimonio conformado por su esposa Sandra Vélez y sus dos hijos Natalia Andrea y David Andrés.