ENTENDIENDO LOS TIEMPOS

“De los hijos de Isacar, doscientos principales,entendidos en los  tiempos…”   (1Cr. 12:32)

“Eran los mejores tiempos, eran los peores tiempos, era el siglo de la locura, era el siglo de la razón, era la edad de la fe, era la edad de la incredulidad, era la época de la luz, era la época de las tinieblas, era la primavera de la esperanza, era el invierno de la desesperación, lo teníamos todo, no teníamos nada, íbamos directos al Cielo, íbamos de cabeza al infierno; era, en una palabra, un siglo tan diferente del nuestro que, en opinión de autoridades muy respetables, sólo se puede hablar de él en superlativo, tanto para bien como para mal”.

Así empieza “La Historia de Dos Ciudades”, novela de Charles Dickens, publicada en entregas semanales, en 1.859. La historia se desarrolla en Londres y París en la época de los albores de la Revolución Francesa. La primera ciudad simbo­lizaría, de algún modo, la paz y la tranquilidad, la vida sencilla y ordenada; mientras la segunda representaría la agitación, el desafío y el caos, el conflicto entre dos mundos en una época en la que se anunciaban drásticos cambios sociales.

¿Pero cómo podría ser cierta esta paradoja, los mejores tiempos y los peores tiempos en el mismo momento de la historia? Igual podríamos hablar en la segunda década del siglo XXI; los mejores tiempos debido a los avances científicos y tecnológicos (especialmente en Medicina y teleco­municaciones), la exploración espacial, la disminución de la mortalidad infantil y el aumento de la esperanza de vida, pero simultáneamente agitada por situaciones críticas en to­dos los ámbitos: económicos, geopolíticos, ambientales, so­ciales, familiares y espirituales.

¿Cómo examinar entonces la convulsionada época en la cual nos ha tocado vivir? Necesitamos discernimiento para entender los tiempos. Esta es la primera columna con la cual iniciamos una sección de actualidad para revisar nuestros acontecimientos desde una perspectiva bíblica. Y para empe­zar quisiera considerar un período similar en la historia bí­blica -guardadas las proporciones- que se encuentra en 1 Cr. 12:32: “De los hijos de Isacar, doscientos principales, entendidos en los tiempos, y que sabían lo que Israel debía hacer, cuyo dicho seguían todos sus hermanos”.

Necesitamos discernimiento para entender los tiempos.

Contexto histórico

Saúl, el primer rey de Israel, ha perseguido, en una guerra fratricida, a quien de lejos sería un mejor sucesor: David, el mismo joven pastor quien, con su fe puesta en el Señor, en­frentó al gigante filisteo, y se ganó un puesto en el corazón del pueblo. Saúl, un rey inestable emocional y mentalmente, fruto de los celos, lo persiguió desde el comienzo (1 S. 18:9).

La historia de fondo es una larga confrontación entre dos sistemas: La casa de Saúl y la casa de David, y lo que cada una de ellas representa (1 S. 18:29; 24:20-21), enfrentamiento que persistió aun después de la muerte de Saúl (1 S. 18:29 y 2 S. 3:1, 6; 20:1).

Saúl es el modelo conforme al corazón del hombre. El pueblo pidió un rey “como tienen todas las naciones” (1 S. 8:5,20), desechando el gobierno directo de Dios y el deseo de Su corazón de reservarse una nación diferente en el mun­do que fuera luz para los otros pueblos. Saúl, aferrado al po­der, apartado de Dios, y decidiendo desde el miedo, terminó su reino en el ocultismo y en la autodestrucción.

David representa la sencillez y la belleza interior (compa­re 1 S. 16:7) y un modelo conforme al corazón de Dios (1 S. 13:14). David, en una vida de obediencia y dependencia de Dios, en forma valiente, vio como Dios afirmó su reino.

En ese momento crítico de la historia de Israel, el gran ejército que acompañó a Saúl y su sistema, debe tomar una decisión crucial. Durante 40 años han acompañado al prime­ro y legítimo rey: Saúl. Pero algunos han visto los frutos de este gobierno y han empezado a discernir que es el tiempo de Dios para hacer algo nuevo.

Y los hijos de Isacar serían ese fermento primero que, después del examen profundo de los acontecimientos desde la perspectiva de Dios, señalaría a los demás hermanos las decisiones de espacio y tiempo a tomar: el momento y la dirección a seguir. Y entonces los demás hombres valientes empezaron a alinearse en el bando de los dispuestos a dar la pelea por el verdadero testimonio de la autoridad y la verdad de Dios.

Durante 40 años han acompañado al prime­ro y legítimo rey: Saúl. Pero algunos han visto los frutos de este gobierno y han empezado a discernir que es el tiempo de Dios para hacer algo nuevo.

La necesidad actual

Hoy, en tiempos tan difíciles como los que vivimos, se ne­cesitan nuevos hijos de Isacar, hombres que puedan avanzar en el entendimiento de los tiempos desde una cosmovisión bí­blica, que puedan discernir los acontecimientos actuales bajo la lupa divina; que nos sirvan de referencia para saber cómo conducirnos en este tiempo, trabajo que hicieron los hijos de Isacar en tiempos de David cuando las decisiones eran apre­miantes y trascendentales.

Estas cualidades de estos hombres “entendidos en los tiempos” es una gracia con la cual Dios ha revestido a algu­nos de sus siervos en el desarrollo de la historia divina: José, en Egipto; Daniel, en Babilonia; Juan, en Patmos, y otros. ¡Cuánto se necesita que en estos tiempos Dios dé “sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos!” Cuánto se necesita en este tiempo, cuando “el pueblo perece por falta de visión proféti­ca” (Pr. 29:18), que Dios levante un ejército de hombres que puedan ser luz y sal de este mundo. Se necesita esa multitud de consejeros en quienes se encuentre la sabiduría de Dios; sabiduría que Él da abundantemente a aquellos que se la pi­dan. Pidamos al Dios que da sabiduría abundantemente y sin reproche para que podamos ver los desafíos de nuestros tiempos y enfrentarlos de una manera correcta.

 ¡Cuánto se necesita que en estos tiempos Dios dé “sabiduría a los sabios, y la ciencia a los entendidos!” Cuánto se necesita en este tiempo, cuando “el pueblo perece por falta de visión proféti­ca” (Pr. 29:18)

Las señales de los tiempos

Jesús reprochó a los fariseos y saduceos porque ellos, en su ceguera e hipocresía religiosa, no podían distinguir las señales de los tiempos que estaban viviendo (Mt. 16:3). Esa misma ceguera e ignorancia llevó a estos hombres a re­chazar y perseguir al Salvador del mundo. Si ellos hubieran discernido el tiempo en el cual estaban viviendo, su manera de actuar hubiera sido totalmente diferente. Hay una reacción espontánea cuando entendemos la importancia del tiempo en el cual estamos viviendo. Y nuestra generación, como ningu­na otra, es testigo de una gran cantidad de eventos mundiales que se acomodan claramente al panorama profético final que Cristo anunció para Su Venida. Y para este tiempo el Señor advirtió: “Mirad que nadie os engañe” (Mt. 24:4). Estas palabras deben ser tomadas muy en serio. El engaño se encuentra cada vez más a la vuelta de la esquina, y abunda; pueden ser los medios de comunicación manipulados por élites mundiales; el sistema de educación controlado por un oscuro espíritu de ideología de género; el impacto del profeta de la iniqui­dad: “Hollywood”, con toda su inmoralidad y la promoción de “nuevas costumbres” y antivalores; la arrolladora industria de la pornografía y su crecimiento exponencial; la perversa industria musical con todos sus falsos y profanos ídolos; la ONU con todas sus políticas eugenésicas, eutanásicas y abor­tivas; o simplemente los falsos profetas y autodenominados “apóstoles” de la cristiandad actual. Sea cual sea el engaño, debemos ser sabios para NO caer en sus trampas; trampas en las cuales están muriendo millones de personas cuyas mentes han sido entenebrecidas por el engaño de Satanás.

Luz del mundo

En medio de todo esto la Iglesia ha sido puesta para ser luz y sal de este mundo. Pudiéramos desear huir de este mundo y su corrupción, deseando el Cielo con todas sus bendiciones y promesas, pero todavía no es el tiempo. No es el tiempo de descansar, ni de estar cómodos; mas bien es el tiempo de levantarnos como pueblo de Dios y resplandecer como luminares en el mundo, en medio de esta generación maligna y perversa (Fil. 2:15). Ya lo decía proféticamente Daniel: “…mas el pueblo que conoce a su Dios se esforzará y actua­rá. Y los sabios del pueblo instruirán a muchos…” (Dn. 11:32-33). La Iglesia debe esforzarse y actuar. Una posición cómoda y apática sólo la hará culpable del pecado de indolencia y de la desobediencia de ser sal y luz para este mundo. Bien lo dice la Escritura: “…y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” (Stg. 4:17). Es contado como pecado saber hacer lo bueno y no hacerlo. La Iglesia debe levantar su voz profética para enseñar, instruir y advertir a este mundo en esta hora, en el nombre de Cristo.

Y nuestra generación, como ningu­na otra, es testigo de una gran cantidad de eventos mundiales que se acomodan claramente al panorama profético final que Cristo anunció para Su Venida.

Propósito de la columna

Basados en esta realidad, hemos sido dirigidos a dedicar una columna en nuestra revista para encarar todos aquellos temas de actualidad que han sido puestos en la mesa de la agenda global de la sociedad de nuestros días, para que los hi­jos de Dios puedan comprender los desafíos que estamos vi­viendo y la realidad de las cosas a la luz de Dios y Su Palabra.

Rogamos a nuestros lectores su oración para que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de gloria, nos dé es­píritu de sabiduría y de revelación en el conocimiento de Él (Ef. 1:16-17), y del tiempo que estamos viviendo, para así poder servir fielmente a la Iglesia en nuestra generación, tal como lo hicieron los hijos de Isacar en su tiempo.

Palmira / Colombia

Pablo Andrés Moyano

Médico especialista en Medicina Familiar con 20 años de experiencia, escritor, docente y servidor en la iglesia local donde reside. Bendecido por el Señor con un matrimonio conformado por su esposa Sandra Vélez y sus dos hijos Natalia Andrea y David Andrés.