EL RÍO DE LA CASA DE DIOS

“Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad;…”. S. Juan 16:12-13

Vamos a hablar acerca del Río de la Casa de Dios, del fluir del Espíritu y de Su Palabra a través de la Casa de Dios. Cuando nosotros hablamos del Río de la Casa de Dios, debemos saber que la Escritura también usa la figura del río de una manera negativa; por ejemplo, cuando describe a este mundo gobernado por la influencia de Satanás (Efe 2:2); o también es comparado con las pruebas que vienen contra la casa para ver si está fundamentada sobre la Roca (Mt. 7:25). Pero el río del cual nosotros vamos a hablar es el Río de Dios que surge de Su Casa.

Dios tiene un agua, Dios tiene una fuente, y esta fuente es el río de Dios. Entonces, vamos a ver la visión de Ezequiel, cuando él ve la Casa y comienza a ver que sale un Río de debajo del umbral de la Casa. Esta va a ser nuestra consideración.

La visión de Ezequiel

Leamos lo que dice Ezequiel 47:1-6: “Me hizo volver luego a la entrada de la casa; y he aquí aguas que salían de debajo del umbral de la casa hacia el oriente; porque la fachada de la casa estaba al oriente, y las aguas descendían de debajo, hacia el lado derecho de la casa, al sur del altar. Y me sacó por el camino de la puerta del norte, y me hizo dar la vuelta por el camino exterior, fuera de la puerta, al camino de la que mira al oriente; y vi que las aguas salían del lado derecho. Y salió el varón hacia el oriente, llevando un cordel en su mano…”; es decir, el varón salió por donde salía el río, hacia el oriente, y llevaba un instrumento para medir el río, y dice que era un cordel; “… y midió mil codos, y me hizo pasar por las aguas hasta los tobillos. Midió otros mil, y me hizo pasar por las aguas hasta las rodillas. Midió luego otros mil, y me hizo pasar por las aguas hasta los lomos. Midió otros mil, y era ya un río que yo no podía pasar, porque las aguas habían crecido de manera que el río no se podía pasar sino a nado. Y me dijo: ¿Has visto, hijo de hombre?”

¡Qué visión tan interesante, hermanos! Ezequiel ve la Casa, y ve que de la Casa comienza a salir un río; y luego viene este varón y mide los primeros mil codos, y cuando le dice a Ezequiel: “Pasa”, el agua primeramente le llega hasta los tobillos; después mide otra distancia más larga, otros mil codos, y las aguas le llegan ya hasta las rodillas; mide otros mil, y las aguas le llegan hasta los lomos; y mide otros mil, y ya no podía caminar, sino que tenía que sumergirse y nadar.

Esta es una visión preciosa de lo que el Señor ha hecho con Su Casa a través de los siglos. En la Casa de Dios, el Templo de Dios, que es la Iglesia, Él prometió a los que creyeran, que de su interior correría un Río, habría un fluir, y el Señor obraría por ese fluir. Claramente, ese fluir comenzó con el ministerio de los apóstoles y profetas del Nuevo Pacto. De la Casa comenzó a salir un agua, que empezó a conquistar toda la tierra y a salvar a aquellos que estaban perdidos, y comenzó a traer, a los ojos y al corazón de los hombres, la gloria de Dios. Comenzó a traer vida, salvación, restauración, sanidad, como lo vamos a ver más adelante. Porque recuerden que cuando comenzamos a ver el Río, comenzamos a ver que a lo largo de él hay árboles, y el árbol siempre nos habla del hombre, pero del hombre que ha sido puesto en Cristo, del hombre que ha nacido del Espíritu, del hombre que ha sido ligado y unido a la vida de Dios que está fluyendo a través del suministro de Su Palabra. Y claramente el Río comenzó a surgir en la generación de los apóstoles, pero no quedó allí; el Río ha seguido. Y esa es una de las cosas que quiero resaltar.

La distancia y la profundidad del Río

Entre más distancia había de la Casa al Río, éste crecía más. No es que vamos a hablar de un nuevo mover, de nuevas revelaciones, pero hay algo que tú encuentras a través de la historia de la Iglesia: Siempre que el testimonio ha avanzado, esas mismas verdades, esa misma revelación, esas mismas doctrinas, esas mismas Escrituras, toman un valor cada vez mayor, más profundo, más real y más precioso en medio del pueblo de Dios. La Escritura dice que la Palabra de Dios es acrisolada ¿Qué quiere decir ‘acrisolada’? Que cada vez que tú la pasas por algo o la usas, se vuelve más preciosa; como en la visión del Río: entre más avanzas, cada vez es más profundo, cada vez hay más revelación, cada vez hay más luz, cada vez hay más verdad, cada vez hay más profundidad en lo que el pueblo de Dios está considerando y conociendo de Dios mismo, y de lo que Dios revela.

El Señor, poco antes de su muerte, les habló a sus apóstoles sobre la necesidad que ellos tenían de recibir al Espíritu Santo, pues sin Él no podrían sobrellevar el peso de la revelación: “Aún tengo muchas cosas que deciros, pero ahora no las podéis sobrellevar. Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad…” (Jn. 16:12-13); “… y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn. 14:26). Y tú ves el impacto que tuvo la venida del Espíritu Santo sobre la vida de ellos. Ahora, cuando tú lees las epístolas que Pedro escribió, tú encuentras a un Pedro con mucha profundidad y riqueza. Y si sigues avanzando un poco más en los años, por lo menos en los escritos de Juan, que son los últimos, tú ves que el Evangelio de Juan y Apocalipsis ya es un Río donde hay que sumergirse y nadar. Y así son los asuntos de Dios, con el tiempo, en vez de perder su valor, adquieren riqueza y gloria.

Todos sabemos que, a través de la historia, la Iglesia ha pasado por épocas de mucha oscuridad, pero siempre que Dios ha levantado un remanente, siempre que Dios ha restaurado Su Casa, esa Casa se caracteriza porque el Río que surge en medio de ella es cada vez más profundo.

Hoy vamos a hablar de ese asunto. Y debemos entender esto ¿Por qué? Mira la pregunta que se le hace a Ezequiel en el versículo 6: “Y me dijo: ¿Has visto, hijo de hombre?” Porque, hermanos, puede que Dios siempre haya traído un suministro a Su Casa, siempre haya dado Palabra, siempre haya habido revelación, siempre haya levantado hombres, pero, ¿será que lo hemos visto? Porque de verdad hay un Río que sale de la Casa de Dios, y cada vez ha sido más profundo, más pleno, más rico, pero, ¿será que nos hemos dado cuenta de eso?

Sigamos leyendo desde el verso 6. Y dice: “Después me llevó, y me hizo volver por la ribera del río. Y volviendo yo, vi que en la ribera del río había muchísimos árboles a uno y otro lado.” Porque, hermanos, cuando hay alimento, cuando hay revelación, cuando la Palabra de Dios es viva, siempre Dios va a traer personas con hambre y sed ¡Siempre que hay alimento, habrá árboles que lo disfruten! Jeremías profetizó: “De los confines de la tierra traeré a tus hijos (dice el Señor), y los reuniré” (31:8). Hay un fenómeno en cierto lugar de la tierra, el cual es terriblemente desértico; llueve una o dos veces al año, pero cuando empieza a llover, todos los animales comienzan a juntarse, porque toda la vida gira en torno al agua. Así es en la Iglesia, y así es espiritualmente: toda la vida, toda la riqueza, toda la paz, todo el gozo, toda salvación, proviene del Río de Dios. ¡Si no hay agua, no hay vida! Es el suministro de Dios, es el fluir de Su Espíritu en nosotros lo que puede producir algo verdadero en nuestras vidas. Cualquier otra fuente es peligrosa, destructiva y engañosa. Entonces, cuando hay agua, hay vida; cuando no hay agua, hay muerte ¿Cómo puedes saber qué va a producir un creyente o una Iglesia? Si ese creyente está en el agua, habrá vida; si no está en el agua, habrá muerte. Lo mismo es en la Iglesia: si hay suministro, si hay revelación, si hay Palabra, va a haber un buen testimonio, el candelero alumbrará. Pero si no hay suministro, si no hay vida, si no hay Palabra, la muerte es la sentencia segura.

Necesitamos conocer el Río que Dios tiene. Es increíble la cantidad de revelación y de verdades que Dios ha estado restaurando en los últimos siglos. Y con esto no estamos hablando de cosas nuevas, sino cómo Dios ha enriquecido en Su pueblo las verdades escritas. Es incalculable la profundidad a la que ha llegado la Iglesia en el conocimiento de las Escrituras en estos tiempos. Podríamos decir que casi sobre cualquier asunto que encontramos en las Escrituras hay un gran depósito de revelación. Un hermano se me acercó un día para preguntarme: “Hermano, me encontré con un Unitario, y me habló en contra de la Trinidad, usando ciertos versículos ¿Qué piensas tú?” Inmediatamente pensé: “Hay una gran cantidad de hombres de Dios que han escrito, que han publicado, que han predicado sobre este asunto. Hace muchos años la cuestión fue resuelta.” Le respondí: “Hermano, sólo necesitas ir al umbral de la Casa; ese asunto hace muchos años fue resuelto ¡Ya hay un Río de Dios! ¡Ya hay una gran provisión contra el error!” ¡Alabado sea nuestro Dios! ¡Pues de Su trono ha venido a nosotros un gran suministro de verdad y vida!

Cavando cisternas rotas

Lo triste es que a veces nosotros no lo sabemos. Tú hablas con personas acerca de esto, y no lo saben. Pregunta a muchos cristianos, por ejemplo: “¿Qué es la iglesia?” ¡Y no lo saben! Pero si tú miras dos o tres siglos atrás, y buscas entre los hombres de Dios, notas que cuando hablan de la Iglesia, tú no puedes pasar ahí simplemente caminando, necesitas sumergirte, sumergirte, porque hay un gran Río ¿Cómo puede ser que el Señor haya dado tanta revelación, y aún existan tantos creyentes ignorando esto? Y lo peor es que, cuando ignoramos la fuente, hacemos como hizo Israel en los tiempos de Jeremías: cavamos cisternas rotas.

En la Casa de Dios, el Templo de Dios, que es la Iglesia, Él prometió a los que creyeran, que de su interior correría un Río, habría un fluir, y el Señor obraría por ese fluir.

¿Por qué el cristianismo necesita de entretenimiento, de música, de prosperidad, de grandes templos para que las personas se acerquen a Dios? Porque no hay revelación ni hay suministro de vida a través de la predicación. Si yo predico, y mi palabra no tiene poder, no tiene luz, yo tendré que usar otros medios para convencer, necesitaré otras fuentes. Dijo un hermano: “No necesitamos grandes edificios, no necesitamos gran entretenimiento; no necesitamos muchos recursos; si tan sólo tuviéramos personas llenas del Espíritu Santo, ricas en la Palabra de Dios, ¡cuántas cosas haríamos! ¡Cuántas cosas cambiarían!” Pero, hoy en día generalmente, escasea el conocimiento, o sea, no es que no lo haya, porque cuando el Señor dice, a través del profeta Oseas: “Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento” (Os. 4:6), no es que no hubiera conocimiento, sino que lo desecharon: “Por cuanto desechaste el conocimiento…”, es decir, lo hicieron a un lado, se llenaron de otras cosas y, a causa de su llenura carnal, menospreciaron lo que era verdaderamente espiritual ¡Cavaron para sí cisternas rotas!

La sucesión y el avance en el trabajo de Dios

Miren, hermanos, nosotros tenemos una Casa que ha venido formándose por dos mil años. ¡Imagínate cuánta revelación ha dado Dios hasta este día! El asunto no comenzó con nosotros, ni siquiera con los que nos han precedido. Dios viene trabajando por siglos. Y el número mil en la Biblia, cuando tú lo buscas, nos habla de la generalidad del pueblo de Dios. Tú encuentras que las tribus de Israel son doce, pero cuando Él lo quiere generalizar, ahí en Apocalipsis la multiplica por mil: doce mil de cada tribu; multiplica todas las tribus, y da ciento cuarenta y cuatro mil (12.000×12=144.000). Este es un número simbólico (porque Dios nos habla por símbolos en Apocalipsis), que nos habla de Israel en su plenitud. Entonces, cada vez que el Señor le dice a Ezequiel: “Mide mil más…” ¿De qué más le está hablando? De que cada vez que el pueblo de Dios avanza, cada vez que la generación siguiente surge, lo normal es que el Río de Dios crezca y avance.

Vamos a ver varios pasajes sobre la importancia de la sucesión del río. Leamos Juan 4, versos 35 al 38. Aquí el Señor les habló a los apóstoles algo muy interesante que nosotros debemos conocer. Dice: “¿No decís vosotros: Aún faltan cuatro meses para que llegue la siega? He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega. Y el que siega recibe salario, y recoge fruto para vida eterna, para que el que siembra goce juntamente con el que siega. Porque en esto es verdadero el dicho: Uno es el que siembra, y otro es el que siega. Yo os he enviado a segar lo que vosotros no labrasteis; otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus labores.En este pasaje, el Señor les dice a sus discípulos: “Miren los campos, todo está preparado.” Y les comienza a hablar de que cada uno de ellos tiene un trabajo; pero Él quiere hacer conscientes a los apóstoles de que el trabajo que ellos van a comenzar, ya otros venían desarrollándolo. Hay una sucesión del trabajo y hay un testimonio que ha de ser llevado adelante.

Pablo describe claramente la vida cristiana como una carrera de atletismo de relevos ¿Por qué? Porque él sabía que no habría de vivir más de ochenta o noventa años, y el testimonio que había recibido, otros debían continuarlo, porque el Río sigue. Y cada generación que sigue después, debe profundizar un poco más. Entonces, aquí el Señor les dice a los discípulos. “Yo os he enviado a segar lo que vosotros no labrasteis; otros labraron, y vosotros habéis entrado en sus labores.” Por lo cual debemos ser muy conscientes de que la obra de Dios ya ha tenido anteriormente sus trabajadores. Y debemos entrar en sus labores. La labor no comienza con nosotros, pero sí debe continuar.

Cuando llega un creyente nuevo en medio nuestro, cuando comienza el Señor a añadir árboles al Río, nosotros debemos propiciar que nuestros hermanos recién convertidos, que están llegando (tal vez de otros contextos), deben saber que la obra del Señor ha sido progresiva y, si ellos quieren avanzar y prosperar, necesitan conocer lo que Dios tiene para esta generación, necesitan conocer los trabajos de los que nos antecedieron; y reconocer, aprovechar, recibir, atesorar, guardar, meditar en el testimonio que ya Dios ha dado, porque nunca la generación siguiente va a poder avanzar si ella primero no recibe el testimonio de los que antes han corrido la carrera. Tú ves que el atleta cuando llega y pasa el testimonio a otro, es el momento cuando puede empezar a correr, puede seguir. Esa es la manera como el Señor ha permitido que el testimonio de Su Iglesia avance.

¿Qué podemos hacer en un mundo como el que tenemos hoy en día, donde el Internet nos trae cualquier cantidad de información, donde circula todo tipo de predicación falsa, donde cualquier clase de literatura impura se encuentra al alcance; donde hemos visto que muchos hermanos se han dejado envolver por judaizantes, unitarios o sabelianistas? Además, tenemos un cristianismo bombardeado por el viento de la prosperidad, el viento de la metafísica, el viento de la superación personal, etc. ¡Vientos de aquí para allá! Y a veces no sólo vientos, sino ¡huracanes! ¿Qué podemos hacer con nuestros jóvenes y nuestros hermanos nuevos? La verdad es una, simple y cierta, pero suficiente: Debemos volver al Río de Dios, para guardarnos de los muchos errores que circulan.

Volviendo a los pies de los que nos precedieron

Nuestro deber es despertar la conciencia de los hijos de Dios a esta verdad. Dios siempre ha tenido sus siervos y siempre ha tenido una línea que le ha sido fiel a la verdad. Lo más seguro para nosotros es escuchar, recibir y guardar, como herencia nuestra, el testimonio que Dios ha dado a Su pueblo en los días pasados. Hay personas que se disgustan cuando en nuestra predicación damos nombres de hombres de la historia de la Iglesia. Pero, hermanos, tenemos que reconocer que Dios, en las últimas generaciones, ha levantado hombres que han tenido buen testimonio, que dejaron buen depósito, que tuvieron una revelación profundísima en muchos asuntos, y que nosotros no sólo debemos conocer, sino también aprovechar y guardar. En vez de estar escuchando a predicadores mentirosos en nuestros días, queriendo una nueva revelación, deberíamos volver a la literatura que ya está en medio nuestro, escuchar a los predicadores que están en medio nuestro, y a aquéllos que nos han precedido, porque esa es la fuente de Dios, el Río de Dios, un río grande, fuerte, imponente, pero debemos conocerlo. Esto es una gran necesidad: ¡Necesitamos conocer el depósito de Dios!

Los hombres de Dios, que tienen el llamado a servir al Señor, deben pasar mucho tiempo a los pies de otros hombres de Dios, que ya Dios levantó. Es una vergüenza, es contraproducente escuchar a alguien que se para a hablar, y tú notas que lo que está hablando no corresponde a la revelación y al fluir de Dios que el Señor viene trayendo desde hace tiempo ¿Cómo alguien, que hace parte de una Casa tan rica, se levanta y, al hablar, es tan pobre en lo que dice? Lo que nos muestra es que no ha guardado, no ha recibido y no ha perseverado en lo que Dios ya ha dado.

Hace poco llegó un video de una persona, yo lo vi, y los hermanos lo estaban viendo, y me preguntaron: “¿Y tú qué piensas?” Este hombre estaba diciendo: “Para conocer nosotros la profecía, debemos meternos en la mente de Satanás.” ¡En la mente de Satanás! ¡Qué blasfemia! Cuando la Escritura nos dice bien claro: “El Espíritu de Cristo es el Espíritu de la profecía” ¡Es lo contrario! Es decir, si yo quiero conocer las Escrituras, no tengo que mirar el Islam, no tengo que mirar a Satanás, tengo que mirar a Cristo, y la revelación que Cristo me da por Su Palabra. Entonces, apenas lo escuché, dije: “¡No, hermanos, hay que tener cuidado! En estos tiempos habrán de surgir muchos falsos maestros y profetas ¡Hay que tener cuidado!”

A veces no atesoramos lo recibido, pero sí abrimos puertas al error. Una vez vino en medio de nosotros un viento extraño de Escatología. Y me hicieron una pregunta sobre ese asunto, y yo dije: “Hermanos, duramos cinco años estudiando Apocalipsis, dos años estudiando Daniel. Hay libros donde se estudia el asunto, verso por verso. No puedo creer que una enseñanza, con una interpretación totalmente extraña a las Escrituras, nos pueda mover; eso no tiene sustento bíblico.” Pero a veces vienen vientos de doctrinas, y nos dejamos mover porque no valoramos el testimonio que Dios nos ha dado.

Nuestro deber es despertar la conciencia de los hijos de Dios a esta verdad. Dios siempre ha tenido sus siervos y siempre ha tenido una línea que le ha sido fiel a la verdad.

Un día pasó esto. Un hermano, a quien le regalaron el libro “Señales de los tiempos” (de Gino Iafrancesco V.), me decía: “Hermano, yo tuve unas dudas en relación a algo que se decía en el libro, y fui a la persona que me lo había regalado, y me di cuenta que esa persona no lo había leído” ¡Hermanos, cuánta literatura hay en medio nuestro, cuántos videos, enseñanzas hay en medio nuestro, sólo contando con lo de hoy, sin mirar hacia atrás! Y si miramos para atrás, ni se diga. Pero ¿cuántos lo estamos aprovechando de verdad? ¿Cuántos lo estamos aprovechando? Debemos disponernos a pasar mucho tiempo dentro del Río de la Casa de Dios; en el secreto, con nuestras familias, en las Reuniones de iglesia tenemos que disponernos a guardar el depósito que Dios ha dado a la Iglesia.

Estos tiempos se caracterizan por los muchos, grandes y fuertes vientos que han venido en contra nuestra. Y la Iglesia sólo estará en pie frente a esos ataques si está cimentada sobre la Roca del Señor, la cual es Su Palabra, otra gran figura del Río de la Casa de Dios.

Recibiendo y enseñando el depósito

Hermanos, cuando hablamos de nosotros, créanme que no me estoy refiriendo a la iglesia en este lugar, sino que estoy hablando del Cuerpo de Cristo universal ¿Amén? La Iglesia es mucho más que nosotros, aunque nosotros hacemos parte de ella. 2ª a Timoteo, capítulo 2, verso 1, dice: “Tú, pues, hijo mío, esfuérzate en la gracia que es en Cristo Jesús. Lo que has oído de mí ante muchos testigos…” Miren, hermanos, la Palabra nunca debe ser algo privado, ni siquiera la interpretación de ella. Todo lo que nosotros decimos, lo debemos decir de frente. Hermano, yo no le voy a mandar a decir algo a Ud. a través de Facebook. Yo se lo voy a decir de frente y delante de la Iglesia ¿Por qué? Porque las cosas de Dios no se hacen en lo oculto, deben ser expuestas a la luz, y juzgadas en la luz y en la comunión del Cuerpo de Cristo, de tal manera que, si se dice algo extraño, habrán hermanos que se van a parar y van hacer un juicio espiritual del asunto “…ante muchos testigos…” No se debe ocultar; al contrario, se debe publicar, escribir, debe correr, porque es la revelación de Dios. Aquí nos habla Pablo de la transmisión del mensaje: “Lo que has oído de mí ante muchos testigos, eso encarga a hombres fieles…” O sea, lo que nosotros hemos recibido, es lo mismo que debemos enseñar; si yo he recibido, si yo tengo depósito, si el Señor me ha puesto a escuchar a cierto hermano, ciertas enseñanzas que yo noto que son de Cristo, que han traído vida y restauración a la Iglesia, pues no sólo lo recibo, sino que eso debo enseñar.

Una vez le encargamos a un hermano que compartiera la Palabra en la Reunión, y el hermano se asustó; entonces le dije: “Hermano, llevas cinco o seis años recibiendo Palabra, no tienes que enseñar algo nuevo, sino lo que recibiste, eso enseña.” Es más, debemos tener cuidado con las cosas nuevas, muchas veces lo nuevo no es bíblico. Lo que hemos recibido ante muchos testigos, eso se debe enseñar, y la generación siguiente, no sólo debe recibirlo, sino que debe profundizar y atesorar eso que ya se dijo. “Esto encarga a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros.” Hay dos palabras claves ahí: fidelidad e idoneidad. La fidelidad surge del tiempo ¿Cómo se sabe si una persona es fiel? Espera a que pase el tiempo. Nosotros debemos tener cuidado, porque sólo con el tiempo una persona gana buena reputación en medio de la Iglesia. Mientras no pasa el tiempo, todos somos peligrosos. Con los años, con el perseverar es que se va ganando el buen testimonio en medio de los santos. Yo le decía a un hermano: “Escucha a los predicadores que tengan buen testimonio en medio de la Iglesia.” Esa es la solución. “Hermano, ¿cómo sé si esto es…?” La única manera de reconocer lo falso es que tú te acostumbres a lo verdadero ¿Y cómo te acostumbras a lo verdadero? Pregunta entre los hermanos qué hombres tienen un buen testimonio y son confiables. Y en la medida que tú comienzas a escuchar lo verdadero, vas a identificar lo falso. Cuando escuches algo raro, corre ante los que tienen buen testimonio entre los hermanos, y pregunta: “Hermano, ¿tú qué piensas?” Y si no te responde, insiste; dile que quieres saber la verdad, dile que no quieres ser engañado, dile que por favor te ayude. Seguramente que el hermano, al ver tu hambre espiritual, te va a ayudar ¡Hermanos, es muy peligroso cuando estamos sueltos y expuestos a tantos errores!

La otra palabra es: ‘idóneos.’ Eso quiere decir que no todos los fieles tienen gracia para dar la Palabra, y es otra cosa que el Señor revela a los hermanos; porque puede que tú pases mucho tiempo y has perseverado mucho y, sin embargo, tal vez el Señor no te ha dado el ministerio de la Palabra; porque no todos son maestros, no todos son apóstoles, no todos son pastores, no todos son ‘boca’. Pero hay personas, entre los que han sido fieles, a las que el Señor les da gracia para hablar la Palabra, y no sólo les da gracia para hablar, sino que le da gracia a la Iglesia para escucharlos; pero hay personas que no tienen esa gracia. Una vez, hace tiempo, un hermano le decía a otro: “Hermano, es que tú no tienes el llamado a predicar”, y el otro decía: “Que sí, yo lo tengo.” Y el primero le dijo: “Bueno, hermano, entonces tú tienes el don para predicar, pero nadie tiene el don para escucharte.” Idoneidad, hermanos, idoneidad; porque cuando una persona no tiene gracia para dar la Palabra, aunque esté hablando la verdad, ésta pierde valor, y a veces ponemos una carga sobre un miembro que no lo puede hacer. Por ejemplo, yo puedo caminar con mis pies, y también puedo caminar con mis brazos, pero mis brazos no fueron creados para eso, aunque dé dos pasos. Hay hermanos a los que se les puede poner a predicar, y pueden esforzarse, pero no han sido llamados para eso. Y en la iglesia se debe discernir localmente qué hermanos tienen gracia en la Palabra y qué hermanos no la tienen. Cuando no lo hay, bueno, los que estén ahí, lo hacen; pero lo ideal es que la iglesia ore para que Dios levante hombres fieles e idóneos; “…que sean idóneos para enseñar también a otros.” Lo que hemos recibido, debemos enseñar.

La bienaventuranza de estar en la Palabra de Dios

El Salmo 1, verso 1, dice: “Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos, ni estuvo en camino de pecadores, ni en silla de escarnecedores se ha sentado.” Muchas veces la falla de ocuparnos en la Palabra es por la falta de santidad que hay en nuestras vidas. Muchos prefieren ver un programa de televisión, un partido de fútbol, una novela, que estar en la Palabra de Dios. Hace algunos años, en mi casa hicimos algo muy saludable para nosotros: Siempre que íbamos a comer juntos, decidimos no volver a prender el televisor, y decidimos escuchar estudios de la Palabra. Ustedes vieran la luz y la gracia que recibimos juntos en esos tiempos. Realmente hay una bienaventuranza. “Bienaventurado el varón que no anduvo en consejo de malos…, sino que en la Ley de Jehová está su delicia…” En vez de perder tiempo, si tú le dedicaras tiempo diario (y no sólo tú, sino también tu familia) a la Palabra de Dios, verías el poder que tiene la Palabra para producir cosas en nosotros. La sabiduría nos hace inteligentes, sabios, y esto es aún para el más ingenuo. ¡Cuán diferente es estar delante de personas que han hecho de las Escrituras su delicia y han perseverado en ella!

Estos tiempos se caracterizan por los muchos, grandes y fuertes vientos que han venido en contra nuestra. Y la Iglesia sólo estará en pie frente a esos ataques si está cimentada sobre la Roca del Señor, la cual es Su Palabra, otra gran figura del Río de la Casa de Dios.

“…Sino que en la Ley de Jehová está su delicia, y en su ley medita de día y de noche.” Y ahí viene el Río: “Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas…” Miren, hermanos, cuando yo era más joven, recién convertido al Señor, en ese tiempo yo quería tener compañerismo con muchos hermanos, pero veía que muchos hermanos no tenían los mismos deseos por el Señor que yo en esa época. No conseguí muchos amigos cristianos, pero me hice amigo de los hermanos Watchman Nee, Austin Sparks, C. H. Mackintosh; esos fueron mis amigos. Todas las preguntas que le tenía al Señor, ellos me las respondieron. A veces, hermano, tú puedes estar en un lugar donde no hay Palabra, pero hay tantos medios de gracia para que te edifiques. Claro está, puedes estar en medio de escarnecedores, o puedes estar a los pies de los siervos fieles del Señor ¡Tú escoges!

“Será como árbol plantado junto a corrientes de aguas, que da su fruto en su tiempo, y su hoja no cae; y todo lo que hace, prosperará” ¡Qué palabras! ¿No? Eso es como lo que le dijo el Señor a los discípulos: “Si ustedes guardan mi Palabra, todo lo que me pidan…” Porque cuando una persona se llena de la Palabra de Dios, y come de ella, todo lo que hace tiene otro valor y calidad.

La perfección de los santos por medio del ministerio

Vamos a leer Efesios, capítulo 4. Una vez escuché a un predicador, y sus palabras parecían muy espirituales, pero llevaban veneno ahí escondido; él decía: “Nosotros estamos en una generación donde el Señor ha llamado a restaurar la Iglesia” ¡Amén! ¡Hasta ahí va bien! Siguió diciendo: “No queremos grandes hombres, no queremos hombres como Lutero, no queremos hombres como Calvino, no queremos más Watchman Nee ¡Sólo queremos a la Iglesia!” Y eso suena bien, pero eso es contrario a las Escrituras ¿Por qué? Porque la Iglesia nunca va a ser lo que el Señor quiere que sea, si ella no tiene un ministerio que trabaje en pro de esto ¡Cuánto quisiera tener donde yo vivo un hermano como Austin Sparks; otro como Watchman Nee, otro como, bueno, como esos hombres que Dios usó! ¡Cómo me gustaría! ¡Cuánta bendición traería!

Efesios 4:11.Miren este pasaje: El mismo que resucitó, que ascendió, que está en la gloria, ¿qué hizo? “Y él mismo…”, esto es algo de Cristo, el Señor sabe que su Iglesia necesita esto: “…constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros…” ¿Cuál es la finalidad? “…a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio…” ¡Claro! Los santos son los que hacen la obra, pero necesitan la capacitación que trae el suministro del Espíritu a través del ministerio corporativo de la Iglesia. Hermanos, cuando decimos los maestros, nos referimos, no sólo a los que están en medio nuestro, sino también a todos los que Dios ha levantado en Su Iglesia, en general. Dios da luz a través de sus ministros que Él mismo ha dado a Su Iglesia, y a veces están en contextos y lugares diferentes, pero son el ministerio del Cuerpo de Cristo ¿Cómo sabemos quiénes son? La Iglesia lo sabe; los que llevan más tiempo saben qué hermanos Dios ha levantado, quiénes tienen un buen testimonio y, por lo tanto, deberían ser escuchados.

Los niños espirituales

Dice en el verso 13: “…hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo…” ¿Hacia dónde nos lleva el Río? A Cristo; a ser como Cristo, y a llegar a conocerle y a experimentarle en su plenitud y en su estatura ¿Para qué? Y esto es uno de los asuntos por los cuales se está hablando esto, “…para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina…” A veces, es increíble la ingenuidad y la facilidad con las cuales se dejan desviar algunos hermanos, que son niños espirituales. “Hermano, es que escuché esto.” “Es que escuché esto otro.” Necesitamos ejercitar cada día más el discernimiento. Hoy cualquier sinvergüenza prende una cámara y dice algo en nombre del Señor Jesucristo ¡Y la gente le cree! Es inevitable. Es el tiempo que nos tocó vivir.

El Señor dijo que en esta generación habría falsos profetas, y la Iglesia necesita prepararse para discernir, y también necesita guardar a los que todavía no tienen esa capacidad para discernir; porque hay hermanos en medio nuestro que pueden discernir, pero hay otros que no. Me acuerdo de una vez que una persona mandó un video, y me dijo: “¡Hermano, mira esta tremenda predicación!” Y el predicador usó un solo versículo en todo el mensaje, y además lo torció horriblemente. Y el hermano dijo: “Mira, como para que los jóvenes lo escuchen en la Reunión.” Y era un falso maestro, un predicador de la prosperidad. A veces los hermanos comen cuanta basura se encuentran. Y Satanás es muy sutil, y usa la Palabra, pero la tuerce, la lleva a otro lado; y los hermanos a veces no saben distinguir qué es bueno y qué es malo; escuchan a cualquiera. Un día le pregunté a un hermano: “¿Has leído algo sobre el Espíritu?” Y me dijo: “Sí, hermano, me leí ‘Buenos días, Espíritu Santo,’ de Benny Hinn.”¡Oh, por Dios, de Benny Hinn! Y todavía lo decía con alegría ¡Cuántos sutilmente están siendo engañados hoy en día! ¡Así es el cristianismo actualmente!

Miren, hermanos: No hay nada más peligroso para los cristianos hoy en día que las librerías cristianas. No todas, pero sí la mayoría. Y lo más peligroso en ellas son los best-sellers: “Yo decreto…”, “Yo declaro…”, “Sanidad interior y liberación…”, “En honor al Espíritu Santo.” Y cuantas cosas más…

Sigue diciendo: “…para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error…” ¿Saben que el error tiene unas artimañas terribles? Miren, hermanos, una persona que no persevera en la verdad, es una persona constantemente expuesta al error; es más, hasta la Palabra lo dice. A veces decimos: “¡Pobres hermanos, siguiendo a tal predicador!” “¡Pobres hermanos, siguiendo a tal persona!” Pero, ¿qué dice la Palabra? Por cuanto “…tienen comezón de oír…” (2 Ti.4:3); o sea que ellos no quieren enseñanza, sino quieren entretenimiento, quieren prosperidad, quieren riquezas, quieren ver milagros; y como tienen comezón de oír, Dios mismo hace una cosa: les envía un espíritu engañoso, es decir, Dios permite un falso predicador para hablarles lo que ellos quieren oír. Entonces los falsos predicadores, que tienen falsos seguidores, los engañan, ya no por inocencia, sino por juicio de Dios ¿Por qué? Porque ellos no quieren oír la Palabra de Dios, entonces Dios los juzga mandándoles un espíritu de error. Hermano, tú puedes tener la gracia de escuchar Palabra, puedes estar en un ambiente muy sano, pero si tú resistes esta Palabra, te pasa eso mismo: pierdes lo que ya tienes ¡y caes! Lo hemos visto: personas que tenían tanta claridad, y después vemos que han perdido la luz ¡Qué cosa seria! ¡Pierden el discernimiento! ¡Menospreciar la Palabra de Dios trae como juicio la ceguera espiritual!

El celo y la fidelidad a la Palabra de Dios

Hay un pasaje precioso en Eclesiastés 12:11, que dice: “Las palabras de los sabios son como aguijones; y como clavos hincados son las de los maestros de las congregaciones…” Hermanos, ¿saben para que son los clavos? Para que la carpa no se desbarate; usted necesita ponerla, estirarla y clavarla. Dios necesita darnos estabilidad, solidez, firmeza, mediante Su Palabra. En estos asuntos, Dios necesita volvernos leones celosos, así no le guste a muchos, así moleste a otros, así nos tilden de lo que nos tilden, así nos digan que es falta de amor ¡No, hermanos! En esto debemos ser tan celosos como el león o la leona que defiende sus cachorros, porque el tolerar ciertas cosas sólo nos lleva cada vez más al error. Precisamos ser celosos y fieles a la Palabra de Dios.

Vamos a leer un pasaje en Isaías 22, versos 15 al 25. Dios tiene un tesorero: Sebna, y Dios va a reemplazar a Sebna por Eliaquim. Vamos a leer desde el 15: “Jehová de los ejércitos dice así: Ve, entra a este tesorero, a Sebna el mayordomo, y dile: ¿Qué tienes tú aquí, o a quién tienes aquí, que labraste aquí sepulcro para ti, como el que en lugar alto labra su sepultura, o el que esculpe para sí morada en una peña?” Esto es un asunto bien serio; el tesorero, que era el administrador de las riquezas del reino, del rey, comienza a usar lo que él había recibido, para enriquecerse para su propio beneficio; este es el contexto histórico. Pero hoy en día también Dios puede darle revelación y conocimiento a una persona, y esa persona puede ser infiel a eso, y en su infidelidad cava una sepultura para sí mismo. Por eso viene juicio para Sebna. Y dice, desde el 17: “He aquí que Jehová te transportará en duro cautiverio, y de cierto te cubrirá el rostro. Te echará a rodar con ímpetu, como a bola por tierra extensa; allá morirás, y allá estarán los carros de tu gloria, oh vergüenza de la casa de tu señor. Y te arrojaré de tu lugar, y de tu puesto te empujaré.” O sea, el Señor está juzgando su ministerio. “En aquel día llamaré a mi siervo Eliaquim hijo de Hilcías, y lo vestiré de tus vestiduras, y lo ceñiré de tu talabarte, y entregaré en sus manos tu potestad; y será padre al morador de Jerusalén, y a la casa de Judá.  Y pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; y abrirá, y nadie cerrará; cerrará, y nadie abrirá” ¿Quién es el que tiene la llave de David? El tesorero ¿Quién es el tesorero en la Casa de Dios? Cristo. Entonces Él dice que nosotros somos como clavos hincados en la pared, y que en esos clavos, sobre ellos, Él quiere poner ciertos tesoros. Hay ciertas verdades y cierta revelación que Dios ha puesto sobre hombres fieles, y las quiere poner sobre nosotros. Pero aquí hay otro asunto bastante interesante: la Palabra de Dios tiene un precio, y no sólo es escucharla, ni sólo leerla; se ha de pagar un precio por lo que se escucha o se lee. Ahí es donde otros muchos son descalificados. Hay algunos que no quieren oír, pero hay otros que oyen, pero al venir la prueba por la Palabra, se apartan ¿Quieres escuchar? Dios te va a hablar, pero ¿quieres pagar el precio?

El peso de la responsabilidad

Estábamos por imprimir un libro; y era una lucha terrible. Y el libro se llama “El Camino de la Cruz.” Entonces dije: “Hermanos, tenemos que tomar la cruz para poder imprimir “El Camino de la Cruz.” Tenemos que pagar el precio por las verdades que el Señor nos da; porque no es sólo el saberlo, sino vivirlo, y eso tiene un precio. Tú sientes como que cada vez Dios te pone algo sobre tus hombros, y después te da un poco más, y un poco más. En la medida en que el buey sea un buen buey, se le podrán confiar más cosas ¿Ustedes han visto cuando van de viaje en Oriente a esos animalitos cargados? ¡Cuánto peso pueden llevar! Y lo mismo pienso de ciertos hermanos “¡Huy, Señor, cuánta revelación le has dado a este hermano, cuánto peso! La verdad es que nosotros hemos sido llamados a ser clavos que puedan soportar el peso de la revelación de Dios. Pero ese peso también a muchos ha destruido. Debe haber fidelidad, comunión con Dios y perseverancia. Y el Señor irá dando conforme podamos resistir.

Me acuerdo una vez que fui para el campamento en Sasaima, con el mercado del evento; comencé a cargar bultos, y con gran esfuerzo lo hicimos; luego salimos a desayunar por ahí, y cuando me fui a parar, no podía levantarme; no podía caminar ¡Mi espalda no soportó aquel peso! El Señor nos haga aptos para soportar el peso de su Gloria sobre nosotros. Hay cosas en las que el Señor no nos ha introducido, porque tal vez no las podemos sobrellevar. No todos tenemos la misma espalda para soportar.

El Señor dijo que en esta generación habría falsos profetas, y la Iglesia necesita prepararse para discernir, y también necesita guardar a los que todavía no tienen esa capacidad para discernir…

Y hablando de Eliaquim, dice en el 21: “…y lo vestiré de tus vestiduras, y lo ceñiré de tu talabarte, y entregaré en sus manos tu potestad; y será padre al morador de Jerusalén, y a la casa de Judá.” Pero si no hay un hombre preparado, Dios va a levantar ese hombre. Saúl no pudo con el peso y la gloria de ser un rey, pero Dios iba a obrar en David para que él sí pudiera soportar eso. Dios necesita tratar con nosotros para soportar ciertos pesos, pero no sólo tratará con nosotros, sino también con nuestras esposas, con nuestros hijos, con nuestras casas, con la iglesia donde servimos, para poder soportar ¡Esto no es para todos! Por eso Pablo decía que a los apóstoles los puso como los postreros, porque todos descansaban, y él no descansaba; todos tenían casa, y él no tenía casa; todos tenían familia, y él no tenía familia. Era el peso de la gloria del llamamiento para él. Y uno se da cuenta cuando Dios hace un llamado a una persona; uno ve cómo el Señor obra en la esposa, en la familia de esa persona para el llamado. Y también uno ve cuando una persona no ha sido llamada por Dios: en su misma casa, y en su misma esposa, se ve que hay una discordancia ¡Qué cosa seria! ¡El Señor tenga misericordia de nosotros!

Dice: “Y pondré la llave de la casa de David sobre su hombro; y abrirá, y nadie cerrará; cerrará, y nadie abrirá. Y lo hincaré como clavo en lugar firme; y será por asiento de honra a la casa de su padre.  Colgarán de él toda la honra de la casa de su padre, los hijos y los nietos, todos los vasos menores, desde las tazas hasta toda clase de jarros. En aquel día, dice Jehová de los ejércitos, el clavo hincado en lugar firme será quitado; será quebrado y caerá, y la carga que sobre él se puso se echará a perder; porque Jehová habló.” Hermanos, el Señor nos haga clavos firmes, que sobre nosotros Él pueda poner sus verdades, y las podamos resistir, sobrellevar y enseñar a otros.

Termino leyendo unas palabras: “Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero, para probar a los que moran sobre la tierra. He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes…(Ap. 3:10-11).

Hermanos, yo a veces digo: Si de alguna manera, en la gracia de Dios, nosotros pudiéramos retener todo lo que hemos recibido, pudiéramos guardar todo lo que hemos oído, pudiéramos enseñar todo lo que hemos visto, ciertamente habríamos cumplido nuestro propósito; podríamos decir: ¡Hemos acabado la obra que me diste que hiciera! ¡Consumado es! Porque verdaderamente el Señor nos ha dado mucho. Si pudiéramos llegar a vivir y obedecer lo que el Señor nos ha dado, ¡ya sólo deberíamos esperar nuestras coronas! “He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona”, lo que lamentablemente le pasó a Sebna: ¡Perdió su corona! Nuestra consciencia de la pronta venida del Señor, nos debe llevar a una disposición constante y diligente para retener y valorar lo que el Señor ha puesto en nuestras manos. El Señor nos guarde de perder nuestras coronas, por descuidar lo recibido.

Podemos claramente percibir el Río que Dios ha traído hasta nuestra generación. Damos gracias al Señor por esto, ahora sólo deseamos sumergirnos en él: Que su Palabra nos inunde, nos lave, nos sane y nos transforme, y podamos ser aquellos árboles que dan “…su fruto en su tiempo, y su hoja no cae.” 

Nuestra generación necesita hombres fieles a esta verdad, que puedan llevar el fluir de Dios a un nivel de mayor riqueza y profundidad. Dios nos haga testigos de esta obra en medio nuestro. Que podamos ser más los que recogen, que los que desparraman.

Bogotá / Colombia

Pablo David Santoyo

Director y fundador del ministerio Tesoros Cristianos. Nacido en la ciudad de Bogotá donde vive actualmente. Predicador, escritor y servidor en la iglesia local donde reside desde hace 18 años. Bendecido por el Señor con un matrimonio conformado por su esposa Diana Ramírez y su hija Salomé.