“Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan.(Mt. 11:12)
El Reino de los Cielos se ha levantado siempre en medio de gran variedad de conflictos espirituales.Los enemigos y opositores han sido varios y diversos. Desde el ambiente religioso judío, siguiendo por la superstición de las religiones paganas, y pasando por la crueldad de los emperadores romanos, muchos han sido los ataques que la Iglesia ha enfrentado en el avance y progreso del Reino de los Cielos. Las victorias han sido muchas; pero también los grandes sufrimientos tienen lecciones profundas y necesarias en nuestra educación espiritual. El cristiano que desconoce estos conflictos y los métodos usados por el enemigo, será una presa fácil del error y del enemigo.
Un enemigo siempre presente
Uno de los grandes enemigos que asoló la Iglesia desde sus primeros días, y se convirtió en un gran rival, fue el judaísmo. El celo religioso, la envidia y la falta de conocimiento en cuanto a la verdad, volvieron a este grupo un vehemente oponente de Cristo, del Evangelio y de la verdad predicada por los apóstoles. Esta realidad no fue exclusiva de la Iglesia primitiva y de la era de los apóstoles. Las sutilezas y los engaños usados por los llamados judaizantes siguen estando presentes en nuestros días como un peligro que debe ser considerado y expuesto. Gracias a la Providencia Divina y a las luchas que enfrentó el apóstol Pablo en todo su ministerio, tenemos en las Escrituras una gran cantidad de material que nos blinda ante las artimañas del error de estos grupos.
Un peligro sutil, pero destructivo
Si bien existen muchos peligros, como lo hemos venido mencionando, no existe peor mal que cuando el diablo se disfraza de ministro de luz y mensajero de verdad. Como alguien decía: “El diablo no es más diablo y más mentiroso que cuando trae una Biblia debajo del brazo”. Así fue la obra de los judaizantes; estos mensajeros de Satanás se introducían solapadamente en las iglesias, acreditando ser ministros de Dios e introduciendo sutilmente el veneno mortal de un falso evangelio. ¡Sí, un falso evangelio! Un evangelio maldito, un evangelio que alejaba las iglesias de Cristo, un evangelio que pervertía la verdad; un evangelio que nos saca de la libertad en Cristo y nos regresa a la esclavitud de la Ley.
Uno de los grandes enemigos que asoló la Iglesia desde sus primeros días, y se convirtió en un gran rival, fue el judaísmo. El celo religioso, la envidia y la falta de conocimiento en cuanto a la verdad, volvieron a este grupo un vehemente oponente de Cristo, del Evangelio y de la verdad predicada por los apóstoles.
Ahora, por mucho que parezca sorprendente, no fueron pocos los cristianos y las iglesias que se dejaron seducir por este engaño. El mismo Pablo, escribiendo a las iglesias de Galacia, dice: “Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente.” (Gá. 1:6). Este alejamiento de parte de estas iglesias fue tan rápido y precipitado, que el mismo apóstol Pablo quedó escandalizado. Si las iglesias donde se había presentado claramente el Evangelio de Cristo habían caído en semejante error, ¿qué se puede esperar de las iglesias en nuestros días, en las cuales abundan el analfabetismo bíblico y doctrinal? Esto representa un panorama oscuro y difícil al cual debemos enfrentarnos. No son pocos los “cristianos” que hoy en día piensan que es necesario guardar el sábado; que están volviendo a celebrar las fiestas judías de la Ley; que han caído en el error de pensar que se debe orar en hebreo, y que decir el nombre de Jesús en español es una herejía. No son pocos los “cristianos” que están volviendo al rito de la circuncisión; que están buscando raíces hebreas en sus apellidos como algo de lo cual jactarse. Y existen iglesias repletas de elementos alusivos al judaísmo: el arca de la alianza, vestiduras sacerdotales, el uso de la kipá, el uso de candeleros, el uso del shofar, y muchas cosas más. Este sutil velo de legalismo y religiosidad está prosperando en nuestros días, y las garras del error están atrapando a muchos cristianos ingenuos e ignorantes. El camino peligroso de la apostasía ha llevado a algunos a caer de la gracia de Dios para estar nuevamente bajo la Ley, de los brazos de Cristo a las cadenas de la Ley, de la libertad gloriosa en Cristo a la esclavitud miserable de la justicia propia. ¡Qué sutil y peligroso enemigo tenemos por delante! ¡Dios tenga misericordia de Su pueblo en estos días!
Examinemos los peligros de los cuales nos advierten las Escrituras en relación con los judaizantes:
Desvincularnos de Cristo
Sutilmente, los judaizantes se presentaban ante las iglesias como seguidores de Jesucristo, y gran parte de su doctrina era ortodoxa. Ellos no negaban la divinidad ni la humani- dad de Cristo, creían en la inspiración de las Escrituras y se presentaban como maestros de la verdad. Si no hubiera sido así, no habrían tenido éxito ni aceptación entre las iglesias. Aparentemente, ellos no negaban el Evangelio, sólo que, con mucha astucia, querían imponer requisitos adicionales, cere- monias antiguas y normas del Antiguo Pacto como normas de salvación y vida para los cristianos. La mala interpretación de las Escrituras por estos maestros, y versos sacados de su contexto, llevaron a estos hombres a ser muy efectivos en tan perjudicial labor.
El gran problema con este tipo de doctrina y práctica es que sutilmente el cristiano comienza a confiar en las obras de la Ley, y se desvincula de Cristo. “De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído” (Gá. 5:4). El camino de la justicia por las obras de la Ley es muy dañino, porque es un camino que nos separa de Cristo, nos desvincula de Él. No existe tal cosa como seguir a Cristo y, al mismo tiempo, vivir bajo las obras de la Ley. Cuando un seguidor de Cristo entra en ese camino de guardar el sábado, circuncidarse y estar bajo los preceptos de la Ley, se introduce inmediatamente en un camino opuesto a Cristo. Es como si condujéramos un vehículo en dirección al norte, y tomáramos un desvío que nos introdujera en una carretera en dirección al sur, por lo cual iríamos en total contraposición a nuestro objetivo inicial y, por lo tanto, nos alejaríamos cada vez más de dicho objetivo.
El diablo es tan sutil, que en su obra de alejar al cristiano de Cristo, no le interesa el método que use, puede ser el mundo, el pecado o la religiosidad de la Ley. Su objetivo es que perdamos nuestra dependencia de Cristo, y pongamos nuestra confianza en cualquier otra cosa. Es muy común en esos ambientes que los hombres ya no confían en Cristo ni se glorían en Él, sino que su confianza viene a estar en lo que ahora ellos hacen y practican; los méritos del hombre y sus obras son aplaudidos, mientras que poco a poco se alejan cada vez más de Cristo. Para un cristiano, el mensaje “inofensivo” de guardar el sábado cumple el objetivo diabólico de apartarnos de Cristo, mejor que lo que haría la invitación de una mujer ramera a la fornicación, o un amigo mundano a la bebida; porque la religiosidad tiene un poder en boca del falso maestro para engañar a los ingenuos que no conocen verdaderamente el Evangelio de Cristo. Desde los días apostólicos hasta hoy, la religiosidad de la Ley ha sido usada como un cebo o carnada para atrapar a los hombres y alejarlos de la sincera fidelidad a Cristo. Y no es en vano la advertencia que Pablo nos da cuando dice: “…de la gracia habéis caído.” Alejarnos de Cristo para ser discípulos de los judaizantes es caer… ¡caer drástica y precipitosamente! Judaizarnos no es avanzar, no es obediencia a Dios, como muchos dicen ¡Claro que no! ¡Es más bien una miserable caída! Es caer tristemente de la posición gloriosa como hijos de Dios, a una posición de rebelión a la verdad. Personas que disfrutaban de la gracia derramada por Jesús y la obra de la cruz, ahora son expuestas a los truenos y terrores del juicio del monte Sinaí.
El diablo es tan sutil, que en su obra de alejar al cristiano de Cristo, no le interesa el método que use, puede ser el mundo, el pecado o la religiosidad de la Ley. Su objetivo es que perdamos nuestra dependencia de Cristo, y pongamos nuestra confianza en cualquier otra cosa.
Los horrores de abandonar a Cristo para volver atrás y confiar en las obras de la Ley son indescriptibles. Ya la Palabra nos lo advertía: “¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?” (He. 10:29). Hay muchas formas de pisotear la sangre de Cristo y hacer afrenta al Espíritu de gracia, pero ninguna tan absurda y ofensiva como la de pensar que la obra de Cristo fuera incompleta, y que debemos terminarla con las obras de la Ley. Semejante desafío planteado por los judaizantes al Evangelio de Jesucristo es digno de un castigo ejemplar.
La esclavitud de la Ley
“Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres, y no estéis otra vez sujetos al yugo de esclavitud.” (Gá. 5:1). La epístola a los Gálatas es considerada como el tratado de la libertad cristiana, libertad que estaba siendo amenazada por los judaizantes; éstos prometían libertad en la Ley, pero llevaban a los hombres a la esclavitud. Estos hombres ignoraban que el hombre, al ir a la Ley y tratar de justificarse mediante ella, está entrando en un camino de innumerables compromisos y obligaciones que nunca va a poder cumplir. La Ley no es comida de bufet donde podemos escoger lo que más nos agrade, y desechar el resto. ¡No! La Biblia advierte que si un hombre quiere cumplir la Ley, debe obedecerla en su totalidad: “Porque cualquiera que guardare toda la ley, pero ofendiere en un punto, se hace culpable de todos.” (Stg. 2:10). Ahora pensemos en todo el peso de la Ley y sus obligaciones. No existe peor yugo a cargar que aquel que supera nuestras capacidades. El hombre en su pecado no puede, ni nunca podrá, cumplir con todas las exigencias de la Ley. Aquellos que se entregan a este propósito son tratados como esclavos miserables que no pueden cumplir sus obligaciones, van a ser golpeados una y otra vez por su inutilidad, y sus obras serán profundamente infructíferas. El pecado en el hombre lo hace incapaz e inútil ante las muchas demandas de la Ley. Para un pecador, querer guardar la Ley es una falsa ilusión.
Ahora bien, hay algunos que sólo quieren tomar una parte y aplicarla al cristiano. En estos días hay una especial atracción y énfasis en guardar el sábado, pero preguntamos a los sabatistas de nuestra generación: ¿Qué pasa con los más de 600 mandamientos que existen en la Ley? Si un hombre escoge guardar la Ley debería guardarla toda. No se puede ser excluyente, mas aquí vemos lo absurdo e irresponsable de algunos en sus interpretaciones bíblicas. ¿Qué nos dirían, si por cumplir la Ley, tendrían que matar a sus propios hijos desobedientes? (Dt. 21:21). Muchos comenzarían a justificarse y a negar la propia Ley.
Pablo nos advierte: “Estad, pues, firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres…” La libertad que hemos recibido como creyentes en el Nuevo Pacto debe ser conservada y defendida. No son pocos los enemigos del Evangelio que nos quieren quitar la libertad para llevarnos a la esclavitud. No son pocos los que nos quieren robar lo que Cristo obtuvo para nosotros; Cristo nos hizo libres del pecado, Su muerte nos libró de la condenación y del peso de la Ley, Su resurrección nos hizo nuevas criaturas, y Su Espíritu cambió nuestro corazón. Ahora vivimos para servirle por amor, honrándole y obedeciéndole en todo. Pero todo esto es amenazado por los judaizantes y sus engaños; sus palabras son cadenas, y sus enseñanzas, prisiones de esclavitud; éstos deben ser denunciados y expuestos, sus errores debatidos, y su espíritu extirpado de la Iglesia.
La maldición de confiar en las obras
Ahora, aquellos que quieren guardar la Ley no sólo están bajo esclavitud, sino que todo esto los lleva a estar bajo maldición. “Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas.” (Gá. 3:10). Como el hombre no puede cumplir ni permanecer en todas las cosas escritas en la Ley, su pago será la maldición. Esta sentencia es irrevocable e inevitable. Esta es la herencia de los que escogen y enseñan este camino: ¡La maldición! El camino de la fe en Cristo lleva al hombre a la salvación. El camino de volver a Moisés y a su Ley para querer obtener salvación, nos vuelve a poner en camino de condenación y del juicio de Dios. Que lo sepa todo hombre en todo lugar: Si le damos la espalda a Cristo y Su Evangelio para volver a la Ley, estaríamos desafiando a Dios, y nos espera su maldición. Tal enseñanza de que la obra de Cristo no fue suficiente para la salvación, y de que se debe añadir obediencia a la Ley (dada a Moisés), es un terrible agravio a la gracia, es un evangelio diferente, un evangelio maldito. Y como diría Pablo, aunque esto lo predicara un ángel, no deja de ser un engaño y un error doctrinal con nefastas consecuencias para el que lo enseña y para los que lo obedecen. “Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema.” (Gá. 1:9).
Hay muchas formas de pisotear la sangre de Cristo y hacer afrenta al Espíritu de gracia, pero ninguna tan absurda y ofensiva como la de pensar que la obra de Cristo fuera incompleta, y que debemos terminarla con las obras de la Ley.
Adolf Pohl es muy oportuno cuando afirma que: “El Evangelio transfiere al cristiano del área de la maldición al área de la bendición; pero a través de la apostasía, el cristiano elige nuevamente su lugar bajo la maldición”. Sólo el Evangelio ofrece salvación gratuita y por gracia en Cristo, pero dondequiera que la Ley tiene una maldición para el hombre que la incumple, el Evangelio tiene una maldición para aquellos que lo quieran torcer o pervertir.
Recordemos claramente que no existe compatibilidad entre la fe en el Evangelio y las obras de la Ley para salvación. Esto sería como tratar de mezclar agua con aceite. Es claro que la Ley y los profetas hacen parte del canon de las Escrituras y son Palabra inspirada por Dios. Hay peligro en no entender que la Escritura fue desarrollada en un progreso de revelación y de propósito, y el fin de Moisés, como el de los profetas, fue anunciar el Evangelio de Cristo. Ni Moisés ni la Ley fueron contra Cristo y Su Evangelio. Es la distorsión y la mala interpretación de los judaizantes, quienes tomando ciertos pasajes los aplican fuera del contexto inicial y completo de las Escrituras. La misma Ley y los profetas nos anunciaban al Salvador (Lc. 24:27). No hay discordancia entre el Evangelio de Jesucristo y lo que enseñó Moisés. Cada porción en la Biblia es importante y hace parte de un todo. Pero como decía Pedro hablando de los herejes de su época y el mal uso que hacían de las Escrituras: “…las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia perdición.” (2 P. 3:16). No es de extrañar que también existan personas en nuestros días que tuercen las Escrituras para su propia perdición y la de sus seguidores.
Alistarnos para la guerra
Ahora, como este panorama no es ajeno a nosotros como pueblo del Señor, somos llamados a combatir ardientemente por la fe que una vez nos fue dada (Jud. 3). Se han infiltrado hombres perversos, mensajeros de Satanás, quienes, con una falsa apariencia de piedad, quieren hacernos desobedecer el camino de la verdad.Y la advertencia de Pablo es muy opor- tuna en nuestros días: “Un poco de levadura leuda toda la masa.” (Gá. 5:9).
Sólo el Evangelio ofrece salvación gratuita y por gracia en Cristo, pero dondequiera que la Ley tiene una maldición para el hombre que la incumple, el Evangelio tiene una maldición para aquellos que lo quieran torcer o pervertir.
Si nosotros toleramos un poco de la levadura de los judaizantes, sea el sabbat, la circuncisión, o cualquiera de sus disparates religiosos, vamos a ver que todo el testimonio de Cristo es afectado negativamente por la levadura de la falsa religiosidad. Este combate por la pureza del Evangelio es tan antiguo como actual. Dios prepare un pueblo capaz de resistir los ataques feroces del error, un pueblo capaz de desenmascarar y denunciar los falsos ministros; una Iglesia firme y fuerte en Cristo, capaz de ser luz, con la verdad del Evangelio, para aquellos que se oponen.
Nuestro corazón con tristeza, y nuestros ojos con lágrimas, levanta al Señor oraciones por aquellos que han abandonado la fe, habiendo sido nuestros compañeros de milicia, y ahora siguen el camino de la sinagoga de Satanás.
Dios quiera que el actual número de esta revista sirva para que los hijos de Dios se afirmen en la verdad, y puedan ser apercibidos de los problemas y errores que existen en esta sutil, pero muy perjudicial, obra de Satanás.
Bogotá / Colombia
Pablo David Santoyo
Director y fundador del ministerio Tesoros Cristianos. Nacido en la ciudad de Bogotá donde vive actualmente. Predicador, escritor y servidor en la iglesia local donde reside desde hace 18 años. Bendecido por el Señor con un matrimonio conformado por su esposa Diana Ramírez y su hija Salomé.