EL PECADO DE MUERTE

Si alguno viere a su hermano cometer pecado que no sea de muerte, pedirá, y Dios le dará vida; esto es para los que cometen pecado que no sea de muerte. Hay pecado de muerte, por el cual yo no digo que se pida.” (1 Juan 5:16). Muchos son los que se preguntan si el pecado de muerte es una especie de pecado imperdonable, el tipo de pecado que si alguien cometiere, entonces perdería, definitivamente, su salvación. Sin duda, esto no es lo que está diciendo este pasaje, y tampoco la Escritura en general, sino que Juan hace referencia a aquellos pecados que en el Antiguo Testamento eran considerados dignos de la pena capital, por eso los llama ‘pecados de muerte’, pecados considerados tan graves en las Escrituras, que para ellos no había sacrificio de reconciliación y perdón, sino sólo la pena de muerte para el infractor. Ahora en Cristo hay perdón para todo pecado, incluso para los que antes acarreaban la pena capital en la Ley, dado que Cristo murió por todas nuestras transgresiones, para librarnos del juicio que merecían todas nuestras perversas acciones (1 Ti. 1:15). Sin embargo, aunque Dios nos perdone todos nuestros pecados y nos dé vida eterna en Su Hijo, eso no significa que podamos pecar y quedar impunes; Dios disciplina a Sus hijos (He. 12:6). Por lo cual Juan no pide que se ore por los que cometen pecado de muerte, pues no es la oración, sino la disciplina, la que se requiere cuando un hijo de Dios comete un pecado grave. De esto tenemos ejemplo en la 1 Epístola a los Corintios, donde un creyente estaba cometiendo adulterio con la esposa de su padre; la exhortación del apóstol Pablo no fue que oraran por el transgresor, sino que debía ser echado fuera de la comunión y que fuera entregado a Satanás, no para que se perdiera, sino para que, por la disciplina de Dios administrada por la iglesia, fuera restaurado (1Co. 5).

Aún más, vemos continuamente en las Escrituras a Dios disciplinando a Sus hijos aun con la muerte, a fin de que no acaben en una situación más penosa. Podemos mencionar el pecado de Ananías y Safira, a quienes, como resultado de mentir al Espíritu Santo, Dios se los llevó en disciplina, lo cual resultó en que toda la congregación de los creyentes tuviera temor de Dios (Hch. 5:11), de modo que otros no osaran pecar de la misma manera que ellos.

Y también tenemos el caso de aquellos que comían la Cena del Señor, indignamente: “Por lo cual hay muchos enfermos y debilitados entre vosotros, y muchos duermen.” (1Co. 11:30). Debilitados, porque algunos, como disciplina, se habían enfermado; pero otros dormían, es decir, habían muerto como consecuencia de su ligereza y pecado contra Dios por su menosprecio de aquello que es santo para el Señor. Dios nos ha dado a los creyentes vida eterna por medio de Su Hijo, salvación eterna; pero ésta no nos libra de la disciplina amorosa de Dios, con la cual nos corrige, no para perdición, sino: “…para que no seamos condenados con el mundo.” (1 Co. 11:32). Por ello, debemos arrepentirnos, alejarnos del pecado, recibir la disciplina y crecer en santidad para estar de pie, sin nada de qué avergonzarnos, delante de Jesucristo, nuestro Juez y Señor.