EL FALSO ARREPENTIMIENTO

“Sino que anuncié primeramente a los que están en Damasco, y Jerusalén, y por toda la tierra de Judea, y a los gentiles, que se arrepintiesen y se convirtiesen a Dios, haciendo obras dignas de arrepentimiento.” (Hch. 26:20).

Desde el principio de la historia de la redención ve­mos que aparecen dos líneas que corren paralelas una a la otra: la verdad y la mentira. Podemos decir que desde el inicio Satanás intenta hacer algo artificial de la verdad de Dios, intenta imitarla con el objetivo de engañar a los hombres. Para todas las cosas verdaderas que encontra­mos en la Palabra de Dios tenemos imitaciones del enemigo. No significa que lo genuino y lo falso estén en el mismo nivel, que sean pares ¡No! Esto solamente demuestra que hay siem­pre un intento maligno de imitar las cosas santas.

Mientras vivamos en este mundo caído siempre veremos cosas con “apariencia de sabiduría”, “apariencia de piedad”, “apariencia de buenas obras”, “apariencia de santidad”, que son falsas, pero que querrán aparecer como verdaderas. Sa­tanás no necesariamente aprisiona a los hombres en pecados groseros; él puede engañarlos con imitaciones de la verdad. Así, entre estas imitaciones de la verdad está el falso arrepen­timiento.

El verdadero arrepentimiento

La palabra arrepentimiento viene de la palabra griega ‘metanoia’, que significa cambio de actitud, cambio de com­portamiento. Leamos las palabras de Carl G. Kromminga: “Podemos decir que metanoia significa cambio de ideas, de afectos, de convicciones y compromisos interiores enraizados en el temor a Dios; es la tristeza por las ofensas cometidas en contra de Él, que, cuando va acompañada por la fe en Jesucristo, resulta en una conversión externa del pecado hacia Dios y a su servicio en todas las áreas de la vida”. Vemos entonces que el arrepentimiento genuino con­tiene algunos elementos esenciales: Cambio de pensamiento, cambio de opinión, “tristeza que es según Dios” (2 Co.7:10) y cambio de comportamiento. Cuando verdaderamente nos arrepentimos, pensamos diferente con respecto a Dios, a no­sotros mismos y a todas las demás cosas; acontece un cambio radical. Todo aquello que ni siquiera veíamos, ni le dábamos la más mínima importancia, todo eso se vuelve de esencial importancia.

Mientras vivamos en este mundo caído siempre veremos cosas con “apariencia de sabiduría”, “apariencia de piedad”, “apariencia de buenas obras”, “apariencia de santidad”, que son falsas, pero que querrán aparecer como verdaderas.

La contrición, palabra utilizada en el Salmo 34:18: “…con­tritos de espíritu”, significa abatimiento, es un término utiliza­do para describir el verdadero arrepentimiento. R. C. Sproul lo describe así: “... es el arrepentimiento verdadero y piadoso. Es genuino. Incluye un profundo dolor por haber ofendido a Dios. La persona contrita confiesa franca y plenamente su pecado, sin ningún intento de justificarse o disculparse. Este reconocimiento del pecado es acompañado por un deseo espontáneo de hacer restitución, siempre que sea posible; es una decisión de abandonar el pecado.” Este es un arrepentimiento genuino, como el demostrado por David en el Salmo 51. 

El falso arrepentimiento

El falso arrepentimiento no es nada más que una repro­ducción artificial de la verdad descrita anteriormente. Es muy triste saber que, en los días que vivimos, muchas perso­nas profesan su fe en Jesucristo sin jamás haber experimenta­do un genuino arrepentimiento. Algunos se dicen cristianos hace más de 10 o 20 años, sin que nunca se hayan arrepentido verdaderamente. Nunca cambiaron su mentalidad, piensan como impíos; nunca experimentaron verdadera tristeza por sus pecados y sus ofensas hacia Dios; nunca cambiaron sus prácticas malignas. El falso arrepentimiento produjo en ellos una falsa conversión, no tienen la vida de Dios, no fueron regenerados. Son simplemente religiosos que tienen ciertas prácticas moralistas que no los librarán de la condenación eterna. Este es el motivo de tantos escándalos y mal testimo­nio del cristianismo para el mundo.

El remordimiento

Un término muy utilizado para referirse al falso arrepenti­miento es el remordimiento. El remordimiento es un falso y espurio arrepentimiento; involucra la culpa por el miedo del castigo o la pérdida de algo. Un ejemplo de remordimien­to es la actitud de un niño cuando es atrapado en flagrante delito robando dulces en el armario; este niño con miedo dice: “¡Lo siento, por favor no me castigue!” Estas palabras y falsas lágrimas son señales de un falso arrepentimiento; él solamente tiene miedo del castigo.

Un ejemplo bíblico claro de remordimiento fue el de Esaú (Gn. 27:30-46); él no se puso triste porque había pecado, sino porque había perdido el derecho a la primogenitura, ha­bía perdido la bendición; él estaba preocupado por lo que dejaría de recibir, y no por su pecado. Este es un ejemplo claro de falso arrepentimiento. Es un sentimiento ligado a la autopreservación, a la autoprotección, y no a la ofensa hecha en contra de Dios.

Características del falso arrepentimiento

  1. Falta de conciencia de pecado

La falta de conciencia de pecado es una característica cla­ra de un falso arrepentimiento. El arrepentimiento genuino ocurre cuando tenemos claridad de nuestra condición peca­minosa delante de Dios. Alguien que nunca ha visto su peca­do con toda su malignidad, no ha experimentado un genuino arrepentimiento.

“... es el arrepentimiento verdadero y piadoso. Es genuino. Incluye un profundo dolor por haber ofendido a Dios. La persona contrita confiesa franca y plenamente su pecado, sin ningún intento de justificarse o disculparse.

Y no es solamente tener conciencia de la condición caída, sino también conciencia de los hechos pecaminosos. Imagine a alguien que siempre que practica el pecado, nunca se siente acusado, entonces, cuando es advertido por otro que tal cosa es pecado, él contesta: “¡No tenía idea de esto! ¡Yo nunca consideré esto un pecado!” Esta ceguera es una característica de quien nunca experimentó la luz de Dios, y se ha manteni­do en tinieblas espirituales. Ha sido ciego, y sigue estando en esa condición ante Dios.

Vemos esta falta de conciencia de pecado en el ejemplo de Simeón, el mago (Hch. 8:9-24). Este mago engañaba a muchos; él era considerado como “el poder de Dios”.

Viendo él que muchos, a través de la predicación de Feli­pe, abrazaron la fe, aparentemente él también abrazó la fe y fue bautizado ¿Por cuáles motivos? No se sabe. Cuando este hombre vio que por la imposición de las manos de los após­toles era concedido el Espíritu Santo, intentó sobornarlos, ofreciéndoles dinero para que ese poder le fuera dado a él. Vea qué falta de conciencia del pecado, qué falta de realidad, no hubo arrepentimiento en este hombre; si él se hubiera arrepentido, jamás habría ofrecido dinero para recibir dádi­vas de Dios; él quería ser grande, quería ser visto, quería lo que los apóstoles tenían, quería ser poderoso; él no abando­nó sus viejas prácticas, no desistió de desear ser reconocido, quería continuar siendo el poderoso, quería ser “grande” de­lante de los habitantes de la ciudad; para eso pagaría el precio que fuera necesario; él pensó adquirir con dinero el don de Dios.

Entonces Pedro le recomendó que se arrepintiera de la maldad que estaba cometiendo. Siendo exhortado por Pedro, él percibió que había hecho algo malo. Esta percepción de­bería ser algo natural para él si se hubiera arrepentido, pero queda claro, por el hecho de la necesidad de ser avisado del mal que estaba practicando, que él no se había arrepentido genuinamente, pues no tenía la mínima conciencia de cuán pecador era, ni de su práctica pecaminosa. En él tenemos un ejemplo claro de alguien que verdaderamente no tenía con­ciencia del pecado.

  1. Falta de frutos dignos de arrepentimiento

Juan el Bautista dijo a los fariseos y saduceos que venían para ser bautizados por él: “… ¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera? Haced, pues, frutos dignos de arre­pentimiento…” (Mt. 3:7-8). Los frutos es aquello que produ­cimos y manifiestan lo que somos. Estos hombres buscaban el bautismo sin estar verdaderamente arrepentidos. No ha­bía en ellos una transformación, no había cambios, no había obras.

El falso arrepentimiento generalmente carece de obras. Las personas permanecen practicando las mismas cosas que siempre las caracterizaron. No abandonan sus viejas prácti­cas, nada cambia en su vida. No existe ninguna evidencia que testifique que sus vidas han sido transformadas. Y esto debe ser expuesto claramente, ya que “nuestras obras hablan más alto que nuestras palabras”. Jesús dijo “…que por sus frutos los conoceréis…” (Mt. 7:15-20). El hombre en Cristo, transfor­mado por el poder del Evangelio, da buenos frutos conforme a su arrepentimiento y fe.

La falta de frutos en la vida de una persona expone su verda­dera condición. Juan el Bautista decía: “¡Generación de víboras! ¿Quién os enseñó a huir de la ira venidera?” (Mt.3:7). Hay una maldad en la hipocresía religiosa que caracterizaba a las per­sonas que venían a su bautismo. Esta maldad los llevaba a bus­car huir de la ira venidera, sólo pensando que la aceptación de un rito externo era suficiente para justificarse delante de Dios. Hay un engaño cuando los hombres quieren ocultar su realidad espiritual, sólo pensando que un rito es suficiente, puede ser el bautismo (aun el bautismo cristiano) o tomar la Santa Cena o asistir regularmente a un culto cristiano. Sin frutos, todo esto no deja de ser sólo exhibicionismo carnal, hombres impíos ocultando su vida bajo la máscara de la tra­dición religiosa.

El Evangelio es poderoso para cambiar las vidas y producir una gran variedad de frutos en la vida del nuevo creyente, y cuando esto no sucede, podemos decir que estamos delante de una persona que nunca conoció el Evangelio, o si lo cono­ció, lo resistió y rechazó.

El falso arrepentimiento generalmente carece de obras. Las personas permanecen practicando las mismas cosas que siempre las caracterizaron.

Las palabras de Juan a esos dirigentes y a todos aquellos que se están acercando a la verdad del Evangelio son un re­proche, pero también una invitación: “Haced, pues, frutos dignos de arrepentimiento” (Mt. 3:8). Es como si les estuviera dicien­do: “Ustedes no han demostrado ninguna evidencia de arre­pentimiento, pero aún tienen la oportunidad de arrepentirse de verdad. Muestren con sus vidas, con sus caminos, con sus hechos, que se han vuelto de su malvada hipocresía a la pie­dad verdadera, y así serán dignos del bautismo”.

  1. La tristeza según el mundo

Ahora me gozo, no porque hayáis sido contristados, sino por­que fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados según Dios, para que ninguna pérdida padecieseis por nuestra parte. Porque la tristeza que es según Dios produce arre­pentimiento para salvación, de que no hay que arrepentirse; pero la tristeza del mundo produce muerte” (2 Co. 7:9-10).

Existe una tristeza que nos lleva al arrepentimiento, una tristeza verdadera, una tristeza necesaria para salvación, una tristeza santa producida por Dios. Pero también existe una falsa tristeza, una tristeza del mundo, una tristeza cuyo fin es la muerte, una tristeza basada tal vez solamente en las con­secuencias de los hechos, en el dolor, en la vergüenza, en la culpa. Esta tristeza está ligada a nuestros pecados y sus con­secuencias, pero no a Dios, ni a la fe, ni al arrepentimiento verdadero. Generalmente, esta tristeza no lleva al hombre al Evangelio, no lleva al hombre a la cruz a contemplar a su Salvador, sino que lo lleva a un camino de desesperación, an­gustia, depresión y muerte. Satanás es experto en esto: Des­pués de incitar a una persona a pecar contra Dios, vendrá sobre ella arrolladoramente para hacerle ver que sus pecados son tan grandes y tan odiosos, que ya no hay salida para ella, que ya no hay esperanza, que ya no hay perdón. Y esa culpa irá aumentando y aumentando, tanto que la misma perso­na sólo deseará la muerte como un medio para librarse del pesado fardo del pecado y de la culpa. Muchos son los que viven afligidos y atormentados por su adicción al alcohol, su dependencia de las drogas, su inmoralidad, y otros muchos pecados… ¡Pero no se arrepienten! Sólo sienten la culpa que los atormenta y destruye.

Podemos decir que fue este tipo de arrepentimiento el que sintió Judas (Mt. 27:3-5; Hch. 1:18). Judas no se arre­pintió para salvación, él no clamó a Dios, ni se volvió a Je­sucristo el Señor para que tuviera misericordia de él; antes escogió la horca para terminar con su vida. Este es un fuer­te ejemplo de falso arrepentimiento, caracterizado por una tristeza que no es según Dios, y que lleva a la muerte. Los actos de Judas, ciertamente condenables, lo llevaron a dejar de ver a su Maestro, y la obra del diablo en su corazón fue tan efectiva que él no halló ninguna salida para su vida. ¡Oh, querido lector! No siga el camino de Judas. La tristeza que es según Dios, al ver nuestros pecados, nos conduce a la cruz, a los brazos amorosos del Salvador, donde nuestro fardo por el pecado caerá, y el gozo de la salvación será nuestra porción.

No podríamos pasar sin advertir este peligro del falso arrepentimiento – cuya tristeza llega a ser mayor y más des­tructiva aún que el mismo pecado – cuando en realidad conta­mos con el amor de Dios, el cual es tan grande “…que siendo aún pecadores, Cristo murió por nosotros” (Ro. 5:8).

  1. Es temporal y forzado

Otra característica del falso arrepentimiento: Este es tem­poral, es decir, dura poco tiempo; luego todo vuelve a ser como era antes, no hay cambio por mucho tiempo. Al poco tiempo, la persona pierde toda conciencia de pecado, y vuel­ve a su antigua condición. No hubo un genuino arrepenti­miento, solamente una trasformación pasajera y superficial, aconteciendo después que “…El perro vuelve a su vómito, y la puerca lavada a revolcarse en el cieno” (2 P. 2:22). Pedro descri­be a los discípulos de los falsos maestros como personas que vuelven a sus antiguas prácticas malignas por causa de que no hubo cambio en su naturaleza. Estas personas intentan un cambio por sus propias fuerzas, basado en su propia justicia, no dependiendo de Dios, ni de su poder. Esto los lleva a una transformación solamente de hábitos externos que, a largo plazo, no son suficientes para evitar que regresen a su antigua manera de vivir. Su amor por el lodo cenagoso y su atracción por el “vómito” son mayores que su aparente profesión exter­na, y vuelven prontamente a ellos.

Podríamos decir que este fue el caso de Faraón, quien, ante las pruebas de las plagas, manifestó en algunas ocasio­nes un aparente arrepentimiento. Pero pasada la situación, al corto tiempo, su corazón volvía al engaño y al orgullo que lo caracterizaba. Su amor por su “vómito” espiritual era tan grande que fácilmente olvidaba los beneficios recibidos. Así es la falsa conversión: Las personas hacen una falsa profesión de piedad, pero después de haber pasado un tiempo aparen­temente como convertidos, simplemente abandonan la fe y vuelven a las mismas prácticas que tenían en el pasado, y aun a cosas peores.

No podríamos pasar sin advertir este peligro del falso arrepentimiento – cuya tristeza llega a ser mayor y más des­tructiva aún que el mismo pecado.

Esto es muy común cuando las personas están pasando situaciones difíciles. Muchos buscan a Dios cuando su econo­mía falla, cuando tienen problemas en sus matrimonios o con sus hijos, cuando tienen crisis o enfrentan alguna enferme­dad. Puede que algunos oren, se congreguen y hasta traten de cambiar. Pero cuando su problema se ha ido y ya no tie­nen dicha presión, pronto vuelven a su pecado y abandonan a Dios, a quien realmente nunca conocieron.

  1. Es basado en la justicia propia

El falso arrepentimiento también se manifiesta porque está basado solamente en la justicia propia, lo que la persona hace; y esto genera un orgullo, una gloria por su “mejora­miento espiritual”, como si la base fuera ella misma. Ella no confía en Jesucristo; ella dice que sí, pero con una rápida investigación se confirma que ella confía solamente en sí mis­ma y en aquello que por sí misma puede mejorar.

Esto es muy común en las personas que se adhieren a una secta o falsa doctrina. Ellas reciben un evangelio basado en las obras de la justicia propia, y cambian su vestimenta por un atuendo religioso, comienzan la práctica de guardar cier­tos días, son estrictos con su dieta religiosa, son celosos en sus ceremonias y fiestas. Y constantemente alardean de esto, porque confían en todo esto, pero todo ello es justicia pro­pia. Lo triste es que esta religiosidad produce un sentido de seguridad. Piensan falsamente que su futuro está garantizado por sus obras.

En Filipenses, capítulo 3, Pablo es muy claro al mostrar los prejuicios en esta cuestión de la justicia propia. En este capítulo, él deja claro que sus cualificaciones y sus esfuerzos religiosos eran “obras de la carne”, las cuales para Dios no tienen ningún valor, son sólo estiércol; que toda su justicia propia nada era, y no servía con respecto a su salvación. Al­guien que verdaderamente se arrepintió de sus pecados no confía en nada más que pueda hacer, ni se gloría en nada de lo que hace como si fuera por sí mismo. Un genuino arre­pentimiento es fruto de una conciencia de total inutilidad y pobreza personal. Tal arrepentimiento se basa solamente en aquello que Dios hizo, y confía totalmente en la obra reden­tora de Jesucristo.

Ningún hombre verdaderamente redimido por el Evange­lio de Jesucristo depositaría su esperanza en su propia bon­dad, ni en su propia justicia, mucho menos en sus propias obras, oraciones, iglesia, o en su guía espiritual. Sólo cree en Cristo, sólo espera en Él, y su certeza está basada en la justi­cia que Dios promete a los creen en el Evangelio. “…la justicia de Dios por medio de la fe en Jesucristo, para todos los que creen en él. Porque no hay diferencia, por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús.” (Ro. 3:22-24). 

Juzgándonos

Vimos apenas unas pocas características y algunos perso­najes que demuestran cuán fácil es caer en las garras del falso arrepentimiento. Estos aspectos mencionados son una gran advertencia y un solemne llamado para examinarnos.

La Palabra nos llama a evaluar cuál es nuestra verdade­ra condición. Dios permita que cada lector se pregunte a sí mismo:

  • Si ya experimentó un verdadero arrepentimiento.
  • Si ya tuvo conciencia de su condición de pecaminosidad.
  • Si su vida, su mente, su camino, sus obras, sufrieron un cambio visible.
  • Si nuestra visión de Dios y del Evangelio de Jesucristo nos ha transformado.
  • Si hemos dejado el pecado y estamos aborreciendo el mun­do.
  • Si hay frutos en nuestra vida como evidencia de nuestra trasformación.
  • Si tenemos el gozo de la salvación fruto de la verdadera tristeza que es según Dios.
  • Si hacemos parte de esa gran compañía de hombres que marchan hacia la Ciudad Celestial.

¡Que podamos juzgarnos a nosotros mismos, y ser halla­dos en la justicia y la nueva vida en Cristo Jesús, teniéndolo sólo a Él como la Roca de nuestra salvación!

Examinaos a vosotros mismos si estáis en la fe; probaos a vosotros mismos. ¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?” (2 Co. 13:5).

Marcelo Vieira

Siervo de Jesuscristo, esposo, escritor, produtor musical. Vive en la ciudad de Joinville, Santa Catarina, en Brasil, lugar en el cual es servidor de la iglesia local. Felizmente casado con Thais, padre de una hermosa niña llamada Helena.

Pablo David Santoyo

Director y fundador del ministerio Tesoros Cristianos. Nacido en la ciudad de Bogotá donde vive actualmente. Predicador, escritor y servidor en la iglesia local donde reside desde hace 18 años. Bendecido por el Señor con un matrimonio conformado por su esposa Diana Ramírez y su hija Salomé.