“Este es un momento en que se siente la forma frágil de este mundo. Los cimientos aparentemente sólidos están temblando. La pregunta que deberíamos hacernos es ¿tenemos una roca bajo nuestros pies?” (John Piper)
Mientras escribo estas notas, el mundo enfrenta una crisis global relacionada con una enfermedad respiratoria provocada por un nuevo virus de tipo coronavirus, el cual fue identificado por primera vez en China, en enero del año 2020. El número de contagiados y de muertos crece en una progresión geométrica, y genera temor el pensar hasta donde podrían incrementarse esas cifras. En el mundo, según las cifras de la Universidad Johns Hopkins de Baltimore, nos acercamos a los 3,4 millones de casos y a 240,000 muertes. Y mientras la ciencia investiga las mejores formas de tratamiento y una posible vacuna, los países aplican de diferentes maneras la única medida que en la historia antigua y reciente ha mostrado resultados para contener las pandemias: el aislamiento. Creyentes y no creyentes bombardeados por océanos de información, en un porcentaje incalculable de la misma sin fundamento, se hacen preguntas, y esperan respuestas. Cuestionan la ciencia y a las autoridades. Se cuestionan a sí mismos y cuestionan a Dios. ¿Qué puede decir el creyente frente a la pandemia por el Covid19?
Nada nuevo bajo el sol
Lo primero que vale la pena recordar es el hecho de que se han visto pandemias similares en el pasado, como muy bien resume John Lennox en su reciente libro: “¿Dónde está Dios en un mundo con coronavirus?”
“El caso más antiguo de los que se han registrado probablemente sea el de la peste antonina o plaga de Galeno, entre los años 165 y 180 d. C. No se sabe exactamente de qué enfermedad se trató, pero se cree que fue sarampión o viruela, y le quitó la vida a alrededor de cinco millones de personas. Más adelante ocurrió la plaga de Justiniano (541- 542 d. C.). Esta fue una enfermedad bubónica que pasó de animales (ratas) a humanos a través de las pulgas. Se calcula que murieron cerca de 25 millones de personas. Hubo otra plaga bubónica, conocida como la peste negra, en el siglo catorce (1346-1353), la cual se cobró la vida de entre 70 y 100 millones de personas que vivían en Eurasia, reduciendo la población mundial en casi un 20 por ciento. En los siglos diecinueve y veinte hubo varias pandemias de cólera en las que murieron más de un millón de personas. Una pandemia de gripe se cobró la vida de entre 20 y 50 millones de personas entre 1918 y 1920.Yo ya había nacido cuando murieron dos millones de personas por la gripe asiática entre 1956 y 1958, y otro millón de personas por la gripe de Hong Kong entre 1968 y 1969. El total de muertes por la pandemia de VIH/ Sida, que tuvo su pico entre el 2005 y el 2012, fue de unos 32 millones de personas. Todas estas se clasificaron como pandemias. Además, hubo muchas epidemias —como la de Ébola y la de SARS— que se mantuvieron confinadas geográficamente, y por eso no se califican como pandemias. Hace apenas 120 años, las personas de Occidente entendían que las epidemias —como la de tifus, de tuberculosis, del cólera y otras— eran parte de la vida cotidiana”.
¿Qué está haciendo Dios a través del coronavirus?
En uno de sus párrafos más conocidos, C.S. Lewis escribió: “El dolor es no sólo un mal inmediatamente reconocible, sino un mal imposible de ignorar. Podemos tranquilamente permanecer en nuestros pecados y estupideces, y cualquiera que haya observado a los glotones engullir los manjares más exquisitos, como si no supieran lo que estaban comiendo, admitirá que podemos ignorar incluso el placer. Pero el dolor insiste en ser atendido. Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra conciencia, pero nos grita en nuestros dolores: es su megáfono para despertar a un mundo sordo. Un hombre malvado feliz, es un hombre sin la menor sospecha de que sus acciones no ‘corresponden’, de que no están de acuerdo con las leyes del universo”.
Pero el dolor insiste en ser atendido. Dios nos susurra en nuestros placeres, nos habla en nuestra conciencia, pero nos grita en nuestros dolores: es su megáfono para despertar a un mundo sordo. Un hombre malvado feliz, es un hombre sin la menor sospecha de que sus acciones no ‘corresponden’, de que no están de acuerdo con las leyes del universo”.
Podríamos, a través del velo, atrevernos a considerar -a pesar de nuestro entendimiento limitado- algunas respuestas acerca de lo que Dios está haciendo.
Escribe el bloguero Josué Barrios: “Dios llama a nuestro mundo al arrepentimiento. La crisis actual nos despierta a esa verdad porque estábamos dormidos. Estábamos ensordecidos por el sonido de nuestro sentido de autosuficiencia y por el pecado. Nuestro mundo malvado y “feliz” en su rebelión contra el Señor necesita -aunque nos cueste admitirlo- ser sacudido como lo es ahora. El coronavirus es un megáfono de Dios”.
Continúa Josué Barrios: “El principal pasaje bíblico que viene a mi mente cuando pienso en esto se encuentra en los primeros versículos de Lucas 13:1-5:
“En este mismo tiempo estaban allí algunos que le contaban acerca de los galileos cuya sangre Pilato había mezclado con los sacrificios de ellos. Respondiendo Jesús, les dijo: ¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas,eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente. O aquellos dieciocho sobre los cuales cayó la torre en Siloé, y los mató, ¿pensáis que eran más culpables que todos los hombres que habitan en Jerusalén? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.”
Nos asombra que el coronavirus (o una torre que se cae y mata a personas) cause tanta muerte y dolor. ¡Pero Jesús nos enseña que debemos asombrarnos más bien de que algo más horrible todavía no nos haya acontecido! Si nos abruma el coronavirus, debería abrumarnos aún más que no estemos en el infierno justo ahora. Y si algo deben enseñarnos las calamidades que impactan al mundo es que nosotros, empezando por aquellos que afirmamos ser el pueblo de Dios, debemos arrepentirnos de nuestros pecados.
John Piper, en su libro “Coronavirus y Cristo” (el cual vale la pena leerlo completamente), avanza en esa dirección. Cito sus 6 respuestas a manera de índice:
-Dios le está dando al mundo en el brote de coronavirus, como en todas las demás calamidades, una imagen física del horror moral y la fealdad espiritual del pecado que menosprecia a Dios.
-Algunas personas se infectarán con el coronavirus como un juicio específico de Dios debido a sus actitudes y acciones pecaminosas.
-El coronavirus es un llamado de atención dado por Dios para estar listo para la Segunda Venida de Cristo.
-El coronavirus es el llamado del trueno de Dios para que todos nos arrepintamos y realineemos nuestras vidas con el valor infinito de Cristo.
-El coronavirus es el llamado de Dios a su pueblo para vencer la autocompasión y el miedo, y con alegría valiente hacer las buenas obras de amor que glorifican a Dios.
-Con el coronavirus, Dios está aflojando las raíces de los cristianos establecidos en todo el mundo, para liberarlos de algo nuevo y radical, y enviarlos con el evangelio de Cristo a los pueblos no alcanzados del mundo.
Piper termina su libro con este relato histórico: “El 9 de enero de 1985, el pastor Hristo Kulichev, pastor de la Congregación en Bulgaria, fue arrestado y encarcelado. Su crimen fue que predicó en su iglesia a pesar de que el Estado había designado a otro hombre como pastor, a quien la congregación no eligió. Su juicio fue una burla de la justicia.Y fue sentenciado a ocho meses de prisión. Durante su tiempo en prisión, hizo conocer a Cristo de todas las maneras que pudo. Cuando salió, escribió: “Tanto los prisioneros como los carceleros hicieron muchas preguntas, y resultó que allí teníamos un ministerio más fructífero de lo que podríamos haber esperado en la iglesia. Nuestra presencia en la cárcel sirvió mejor a Dios que si hubiéramos estado libres.”
Con el coronavirus, Dios está aflojando las raíces de los cristianos establecidos en todo el mundo, para liberarlos de algo nuevo y radical, y enviarlos con el evangelio de Cristo a los pueblos no alcanzados del mundo.
Citando nuevamente a Josué Barrios: “La pandemia expo- ne ídolos en nuestra vida que ni siquiera sabíamos que estaban ahí, por ejemplo, nos recuerda cuán pequeños y pecadores somos, y cuánto necesitamos que Dios tenga misericordia de nosotros”.
El juicio a nuestra idolatría
Según la Biblia, la idolatría es tratar algo en sí mismo como si fuese lo más valioso y necesario para vivir. Es despreciar a Dios buscando saciar la sed de nuestro corazón en otra fuente aparte de Él (Jer. 2:11-13).Y nada aparte de Él puede redimirnos, dar propósito a nuestras vidas, y satisfacer nuestros corazones.
Estos son algunos ídolos que la pandemia pudiera estar exponiendo en nuestras vidas:
-El ídolo del control y poder: Nos gusta sentir que somos soberanos. Nos gusta hacer planes como si todo estuviera en nuestras manos, y esta es una de las razones por las que oramos tan poco.
-El ídolo de la productividad: Muchas personas aman terminar de cumplir con una lista de tareas o una agenda; esto las hace sentir completas y útiles y, sin notarlo, a menudo permitimos que nuestra identidad y alegría dependan de las cosas que logramos durante el día, y no de lo que Jesús logró con su muerte y resurrección. Nuestra esperanza está en nuestras obras; así pretendemos justificar nuestras vidas ante Dios y sentirnos mejor con nosotros mismos.
-El ídolo de la salud: No importa cuánto procuremos el bienestar de nuestros cuerpos, algunas cosas, como la muerte y la enfermedad, son inevitables para nosotros. Somos más frágiles de lo que creemos, y esto debiera movernos a buscar al Señor (Sal. 90).
-El ídolo de nuestra familia: Nuestra felicidad a menudo depende más de nuestras relaciones familiares y circunstancias en el hogar que de nuestra relación con el Señor. Nuestros hogares necesitan al Señor más de lo que pensábamos, y nuestra familia no puede darnos la seguridad que más necesitamos.
-El ídolo del dinero: Para muchos de nosotros, la alegría dependía de los números en nuestras cuentas bancarias. Esta crisis evidencia la necedad de poner nuestro corazón en el dinero, y no en el Dios que cuida de las aves del cielo y prometió cuidar de nosotros (Mt. 6:24-34).
-El ídolo del ministerio: Ver cómo la Iglesia sigue existiendo a pesar de que muchos de nosotros no podemos servir en ella de manera presencial como antes, tiene poder para recordarnos que nuestra identidad no debe estar en las cosas que hacemos para Dios. Nuestra identidad real está en Él.
El ídolo de la salud: No importa cuánto procuremos el bienestar de nuestros cuerpos, algunas cosas, como la muerte y la enfermedad, son inevitables para nosotros. Somos más frágiles de lo que creemos, y esto debiera movernos a buscar al Señor (Sal. 90).
-El ídolo de una vida atractiva: La crisis actual nos recuerda que hay cosas más importantes que tener una ‘selfie’ en un lugar asombroso, compartir los lugares que visitamos, o tener miles de ‘like’. La clave para tenerlo todo, es tener a Aquel que tomó el camino menos atractivo de la historia y nos llama a vivir para Él (Mr. 8:31-37).
¿Puede salir algo bueno de todo esto?
Son innegables las repercusiones económicas, sociales y sanitarias de la pandemia, pero también debemos reconocer algunos beneficios. Además de la notable disminución de la contaminación del aire y de las aguas, con el resurgimiento de la vida silvestre, los medios de comunicación secular destacan otros beneficios del confinamiento por la pandemia.
Sólo para citar algunos: La solidaridad y el apoyo mutuo entre vecinos, el repensar nuestro consumismo, la disminución de la delincuencia, más cultura por medios virtuales y un aumento del tiempo dedicado a la lectura, explosión de creatividad al buscar y encontrar otras formas para hacer las mismas cosas (ejemplo de ello son los colegios, las universidades y los emprendimientos), la reivindicación de la dignidad del personal sanitario, la cultura del autocuidado, entre otros.
Diría que, como creyente, además de aprovechar este tiempo para cultivar nuestra vida de oración y de estudio profundo de la Biblia, y poder recrear nuestra vida familiar, tenemos la hermosa oportunidad de mostrar a los no creyentes la razón de la esperanza que hay en nosotros, lo cual no es algo nuevo; la Iglesia primitiva tiene mucho que enseñarnos al respecto.
Como muy bien destaca Moses Y. Lee, en su artículo: “Lo que la Iglesia Primitiva puede enseñarnos sobre el coronavirus” (publicado en Coalición por el Evangelio): “La iglesia primitiva no era ajena a las plagas, epidemias, e histeria colectiva. De hecho, según relatos cristianos y no cristianos, uno de los principales catalizadores del crecimiento exponencial de la iglesia en sus primeros años, fue cómo los cristianos respondieron a las enfermedades, al sufrimiento y a la muerte”.
Si la respuesta no cristiana a la plaga se caracterizó por la autoprotección, la autopreservación, y el evitar a los enfermos a toda costa, la respuesta cristiana fue todo lo opuesto. Según Dionisio, la plaga sirvió a los cristianos como “escolarización y prueba”. En una descripción detallada de cómo los cristianos respondieron a la plaga en Alejandría, escribe cómo “los mejores” entre ellos sirvieron honorablemente a los enfermos hasta que ellos mismos contrajeron la enfermedad y murieron.
El impacto de este servicio fue doble: (1) El sacrificio cristiano por sus hermanos creyentes sorprendió al mundo incrédulo al presenciar el amor comunitario como nunca antes lo habían visto (Jn. 13:35). (2)Y el sacrificio de los cristianos por los no cristianos resultó en un crecimiento exponencial de la Iglesia primitiva a medida que los sobrevivientes no cristianos, que se beneficiaron del cuidado de sus vecinos cristianos, se convirtieron a la fe en masa.
Citando al mismo Dionisio: “Se regocijaban por la oportunidad que presentaban tales circunstancias para probar nuestra fe: salir de nuestro camino para amar y servir a nuestros vecinos, difundiendo la esperanza del Evangelio, tanto en palabras como en hechos, en tiempos de gran temor”.
Hoy, seguramente, la primera línea de atención está en manos del personal sanitario, lo cual no nos exime de nuestra responsabilidad de estar atentos a las necesidades materiales, emocionales y espirituales de creyentes y no creyentes.
Resistencia al miedo, amoroso servicio y gloriosa esperanza
El mismo Moses Y. Lee nos ayuda con la aplicación: ¿Cómo podríamos poner en práctica esta postura frente al Covid19, distinguiéndonos del mundo en la forma en que respondemos a la creciente epidemia? Quizás podemos comenzar resistiendo el miedo que está llevando al pánico a varios sectores de la sociedad; en lugar de ello, podemos modelar la paz y la calma en medio de la creciente ansiedad que nos rodea.
Si Dios lidió severamente con el hombre debido a la muerte accidental de un bebé prenatal, ¿cómo cree que Él piensa sobre el homicidio deliberado, a través del aborto, de un bebé no nacido? La Biblia declara explícitamente el pensamiento de Dios: “…no matarás al inocente y justo; porque yo no justificaré al impío” (Ex. 23:7).
También podríamos tratar de servir sacrificialmente a nuestros vecinos al respetar prudentemente los consejos de profesionales médicos para ayudar a frenar la propagación de la enfermedad. Debemos priorizar la salud de la comunidad en general, en lugar de sólo la nuestra, especialmente la de los ciudadanos más vulnerables, ejerciendo mucha precaución, sin perpetuar el miedo, la histeria o la desinformación.
Citado por Lennox, el sociólogo y demógrafo religioso Rodney Stark afirma que “la tasa de mortalidad en las ciudades donde había comunidades cristianas pudo haber sido la mitad en comparación con las otras ciudades”.
“La motivación cristiana para buscar la higiene y la salud no surge de un deseo de autopreservación, sino de una ética de servicio a nuestro prójimo. Deseamos cuidar a los afligidos, lo que ante todo significa no infectar a los que están sanos. Los primeros cristianos crearon los primeros hospitales en Europa como lugares higiénicos para proveer cuidados en los tiempos de la peste, entendiendo que la negligencia que aumentaba la propagación de las enfermedades era, de hecho, asesinato”.
¿Cuál debe ser entonces nuestra posición como creyentes frente al coronavirus? De convicción y confianza en cuanto al futuro:
“Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse… Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo por venir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro.” (Ro. 8:18, 38-39).
Y termino con un pensamiento de Charles Haddon Spurgeon: “Dios es demasiado bueno como para ser cruel, y es demasiado sabio como para equivocarse. Cuando no pode- mos ver Su mano, debemos confiar en Su corazón”.
Palmira / Colombia
Pablo Andrés Moyano
Médico especialista en Medicina Familiar con 20 años de experiencia, escritor, docente y servidor en la iglesia local donde reside. Bendecido por el Señor con un matrimonio conformado por su esposa Sandra Vélez y sus dos hijos Natalia Andrea y David Andrés.