EDUQUE A LOS NIÑOS PARA CRISTO – II PARTE

“Y vosotros, padres, no provoquéis a ira a vuestros hijos, sino criadlos en disciplina y amonestación del Señor. (Efe. 6:4)

6. Mantenga una relación familiar cristiana con sus hijos. Converse con ellos tan libre y cariñosamente sobre temas cristianos como conversa sobre otros. Si es usted un cristiano próspero y cariñoso, le resultará natural y fácil hacerlo. Deje que la intimidad espiritual se entreteja con todas las costumbres de su familia. De esta manera, sabrá cómo aconsejar, advertir, reprender, alentar; sabrá también cómo van madurando; cuál es la razón de la fe que hay en ellos y, particularmente, para qué tipo de obra para Cristo tienen capacidad. Y si mueren jóvenes o antes que usted, tendrá usted el consuelo de haber observado y conocido el progreso de su preparación para “partir y estar con Cristo” (Fil. 1:23).

7. Mantenga siempre vivo en la mente de su hijo que el gran propósito para el cual debe vivir es la gloria de Dios y la salvación de los hombres. Hacemos mucho para dar dirección a la mente y formar el carácter del hombre colocando delante de él un objetivo para la vida. Los hombres del mundo conocen y aplican este principio. Lo mismo debe hacer el cristiano. El objetivo ya mencionado es el único digno de un alma inmortal y renovada, y prepara el camino para la nobleza más alta en ella; elevará su alma por encima del vivir para sí misma y la constreñirá a ser fiel en la obra de su Señor. Enséñele a su hijo a poner al pie de la cruz sus logros, su personalidad, sus influencias, riquezas, todas las cosas, y a vivir anhelando: “Padre, glorifica tu nombre…” (Jn. 12:28).

8. Elija con mucho cuidado los maestros de sus hijos. Sepa elegir la influencia a la cual entrega su hijo o hija. Tiene usted un objetivo grande y sagrado que cumplir. Los maestros de sus hijos deben ser tales que les ayuden a cumplir ese objetivo. Un carácter moral correcto en el maestro no basta; esto, muchas veces, viene acompañado de opiniones religiosas sumamente peligrosas. Su hijo debe ser puesto bajo el cuidado de un maestro consagrado, quien en relación con su alumno debe sentir: “Tengo que ayudar a este padre a capacitar a un siervo para Cristo”. En su elección de una escuela o academia, nunca se deje llevar meramente por su reputación literaria, su lugar en la sociedad, su popularidad, sin considerar también la posibilidad de que su ambiente no cuente con la vitalidad de una decidida influencia espiritual y que hasta puede estar envenenada por los conceptos religiosos erróneos de sus maestros. En cuanto a enviar a su hija a un convento católico para que se eduque, un pastor sensato dijo a un feligrés: “Si no quiere que su hija se queme, no la ponga en el fuego”. ¡Cuánto más se aplica esto al sistema de escuelas públicas con su educación sexual, evolucionismo y burlas de Dios! A cierta viuda le ofrecieron educar a uno de sus hijos donde prevalecía la influencia del Unitarismo. Ella rechazó la oferta, confiando que Dios la ayudaría a lograrlo en un ambiente más seguro. Su firmeza y fe fueron recompensadas con el éxito. Una señorita fue puesta bajo el cuidado de una maestra que no era piadosa. Cuando su mente se interesaba profunda y ansiosamente en temas espirituales, la idea “qué pensará mi maestra de mí”, y el temor a su indiferencia y aun, a su desprecio, influenciaron sus decisiones y contristaron al Espíritu de Dios. Padre de familia cristiano: Sus oraciones, sus mejores esfuerzos, pueden verse frustrados por un maestro que no sea espiritual.

Mantenga siempre vivo en la mente de su hijo que el gran propósito para el cual debe vivir es la gloria de Dios y la salvación de los Hacemos mucho para dar dirección a la mente y formar el carácter del hombre colocando delante de él un objetivo para la vida . Los hombres del mundo conocen y aplican este principio. Lo mismo debe hacer el cristiano. 

9. Cuídese de no echar por tierra sus propios esfuerzos por el bienestar espiritual de sus hijos. Ser negligente en algún deber esencial, aunque realice otros, lo causará. La oración sin la instrucción no sirve; tampoco la instrucción sin el ejemplo correcto; ni la oración en familia sin las serias batallas en la cámara de oración; ni todo esto junto, si no los está vigilando para que no caigan en tentación. Tenga temor de consentirlos con entretenimientos vanos. En cierta oportunidad, una madre fue a la reunión de sus amigas, y les pidió que oraran por su hija a quien aparentemente ella había permitido, en ese mismo momento, asistir a un baile, y justificaba lo impulsivo e inconsistente de su permiso, en sus propios hábitos juveniles de buscar entretenimientos. Si los padres permiten que sus hijos se arrojen directamente en “las trampas del diablo”, al menos, que no se burlen de Dios pidiendo a los creyentes que oren para que los cuide allí. Si lo hacen, no se sorprendan si sus hijos viven como “siervos del pecado”, y mueren como vasos de la ira.

Guárdese de ser un ejemplo de altibajos en la vida espiritual: Ahora, puro fervor y actividad; luego, languidez, casi sin hálito de vida espiritual. El hijo o hija perspicaz dirá: “La espiritualidad de mi padre es de saltos y arranques, de tiempos y temporadas. Es todo ahora, pero pronto no será nada, igual que antes”. Si usted anhela que sus hijos sirvan a Cristo con constancia, sírvalo así usted. Tema esa “espiritualidad periódica”, que de pronto brota de en medio de la mundanalidad e infidelidad, y en la cual los sentimientos afloran como “una corriente engañosa” o, como lo expresara un autor, “como un torrente de montaña, crecido por las inundaciones primaverales, encrespado, rugiendo, que corre con bríos, pareciendo un río portentoso y permanente, pero que, después de unos días, baja, se convierte en apenas un hilo de agua o desaparece dejando un cauce seco, rocoso, silencioso como la muerte”. La consagración más profunda es como un río profundo y lleno; silencioso, alimentado por fuentes vivas, que nunca desencanta, siempre fluye, fertiliza, embellece. Sea así la humildad, la constancia, el sentimiento, la laboriosidad del carácter cristiano activo, en el cual nuestros hijos vean que servir a Cristo es la gran ocupación de la vida, y se sientan constreñidos a hacerlo de todo corazón.

10. Cuídese de aceptar que sus hijos vivan “según la costumbre del mundo”, buscando sus honores, involucrándose en sus luchas ambiciosas, en sus costumbres y modas seculaladoras. Los hijos de padres consagrados no deben encontrarse entre los adeptos a la moda, emulando sus alardes y logros inútiles. “¿Cómo le roban a Cristo lo suyo?”, dijo un padre de familia cristiano. “He observado muchos casos de padres ejemplares, fieles y atinados con sus hijos hasta, quizá, los quince años. Luego desean que se asocien con personas distinguidas, y el temor de que sean distintos les ha llevado a dar un giro y vestirlos como gente mundana; hasta les han escogido sus amistades íntimas. Y los padres han sufrido severamente bajo la vara del castigo divino; sí, han sido mortificados, sus corazones han sido quebrantados por tales pecados, debido a las desastrosas consecuencias en lo que al carácter de sus hijos respecta.

11. Cuídese de los conceptos y sentimientos que promueve en sus hijos con respecto a los bienes En las familias llamadas cristianas, el amor por los bienes materiales es uno de los mayores obstáculos para la extensión del Evangelio. Cada año, las instituciones cristianas de benevolencia sufren por esta causa. Los padres enseñan a sus hijos a “apurarse a enriquecerse”, como si esto fuera lo único para lo cual Dios los hizo. Dan una miseria a la causa de Cristo; y los hijos e hijas siguen su ejemplo, aun después de haber profesado que conocen el camino de santidad y han dicho “no somos nuestros”. Se podrían mencionar hechos que, pensando en la Iglesia de Dios, harían sonrojar a cualquier cristiano sincero. Enseñe a sus hijos a recordar lo que Dios ha dicho: “Tu plata y tu oro son míos”. Recuérdeles que usted y ellos sólo son mayordomos que un día darán cuenta de lo suyo. Considere la adquisición de bienes materiales de importancia sólo para poder hacer el bien y honrar a Cristo. No deje que sus hijos esperen que los haga herederos de grandes posesiones. Deje que lo vean dar semanalmente “según Dios lo haya prosperado” (1 Co. 16:2), y ayudar a todas las grandes causas de benevolencia cristiana. Ellos seguirán su ejemplo cuando usted haya partido. Dejar a sus hijos la herencia de su propio espíritu devoto y sus costumbres benevolentes será infinitamente más deseable que dejarles miles en oro y plata. Hemos visto tales ejemplos.

Para ayudar en esto, cada padre debe enseñar a su familia a ser económica como un principio espiritual. Influya en ellos a temprana edad para que se decidan a practicar una economía altruista y entusiasta. Enséñeles que: “…Más bienaventurado es dar que recibir.” (Hch. 20:35). Enséñeles a escribir: “Santidad al Señor” (Ex. 28:36) en el dinero que tienen en el bolsillo, en lugar de gastarlo en placeres dañinos; a procurar la sencillez y economía en el vestir, los muebles, su manera de vivir y a considerar todo uso fútil del dinero como un pecado contra Dios.

La oración sin la instrucción no sirve; tampoco la instrucción sin el ejemplo correcto; ni la oración en familia sin las serias batallas en la cámara de oración; ni todo esto junto, si no los está vigilando para que no caigan en tentación. Tenga temor de consentirlos con entretenimientos vanos.

12. Cuídese de no frustrar sus esfuerzos por lograr el bien espiritual de sus hijos teniendo malos hábitos en su familia. Las conversaciones livianas, una formalidad aburrida y apurada en el culto familiar; conversaciones mundanas el día del Señor o comentarios de censura, provocan que todos los hijos de familias enteras descuiden la espiritualidad. Guárdese de ser pesimista, moralista, morboso. Algunos padres creyentes parecen tener apenas la “religión suficiente” para hacerlos infelices y para tener toda la fealdad del temperamento y de los “hábitos religiosos” que provienen naturalmente de una conciencia irritada por su infiel manera de vivir. Hay en algunos cristianos una alegría y dulzura celestiales que declaran a sus familias que la espiritualidad es una realidad, tanto bendita como seria, dándoles influencia y poder para ganarlos para la obra de Cristo. Cultive esto. Deje que “el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” pruebe constantemente a sus hijos que la espiritualidad es el origen del placer más auténtico, de las bendiciones más ricas.

13. Si desea que sus hijos sean siervos obedientes de Cristo, debe gobernarlos bien.  La subordinación es una gran ley de Su Reino. La obediencia implícita a su autoridad es como la sumisión que su hijo debe rendir a Cristo. ¡Cómo aumentan las penurias de su cristianismo conflictivo el hábito de la insubordinación y la terquedad! Muchas veces lo hacen antipático e incómodo en sus relaciones sociales y domésticas, en la iglesia termina siendo un miembro rebelde o un pastor antipático o, si está en la obra misionera, resulta ser un problema constante y amargo para todos sus colegas. Comentaba un pastor, con respecto a un miembro de su iglesia que había partido, y para quien había hecho todo lo que podía: “Era uno de los robles más tercos que jamás haya crecido sobre el Monte Sion”.

Cuando se convierte el niño bien gobernado, está listo para “servir al Señor Jesucristo, con toda humildad” en cualquier obra a la cual lo llama, y trabajará amable, armoniosa y eficientemente con los demás. Entra al campo del Señor diciendo: “Sí, sí, vengo para hacer tu voluntad, oh mi Dios” (He. 10:7, 9). Tendrá el espíritu celestial, “la humildad y gentileza de Cristo”, y al marchar hacia adelante de un deber a otro, podrá decir con David: “…Como un niño destetado está mi alma.” (Sal.131:2). “…El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agradado…” (Sal. 40:8). Y con ese espíritu encontrará preciosa satisfacción en una vida de exitosa labor para su Señor sobre la Tierra y “…en la esperanza de la gloria de Dios.” (Ro. 5:2).

Cuídese de no frustrar sus esfuerzos por lograr el bien espiritual de sus hijos teniendo malos hábitos en su familia.  Las conversaciones livianas, una formalidad aburrida y apurada en el culto familiar; conversaciones mundanas el día del Señor o comentarios de censura, provocan que todos los hijos de familias enteras descuiden la espiritualidad.

Si desea gobernarlos correctamente a fin de que sus hijos sean aptos para servir a Cristo, estudie la manera cómo gobierna un Dios santo. El suyo es el gobierno de un Padre convincente y sin debilidad; de amor y misericordia, pero justo; paciente y tolerante, pero estricto en reprender y castigar las ofensas. Ama a sus hijos, pero los disciplina para su bien; alienta para que lo obedezcan, pero en su determinación de ser obedecido es tan firme como Su trono eterno. Da a sus hijos razón para que teman ofenderlo; a la vez, les asegura que amarle y servirle será para ellos el comienzo del Cielo sobre la Tierra.

Hemos mencionado casualmente el interés de las madres en este asunto. A la verdad, el deber y la influencia maternal constituyen el fundamento de toda la obra de educar a los hijos para servir a Cristo. La madre cristiana puede bendecir más ricamente al mundo a través de sus hijos, que muchos que se han sentado sobre un trono. ¡Madres: La Divina Providencia pone a sus hijos bajo su cuidado en un período de la vida cuando se forjan las primeras y eternas impresiones!

Sea su influencia “santificada por la Palabra de Dios y la oración” (1 Ti. 4:5), y consagrada al alto objetivo de educar a sus hijos e hijas para la obra de Cristo.

 

Edward W. Hooker (1794-1875)

Tomado  de www.chapellibrary.org/spanish

Goshen, Connecticut / Estados Unidos

Edward W. Hooker

Nació en 1794. Fue pastor, autor, profesor de retórica e historia eclesiástica en el Seminario Teológico de East Windsor. Fue educado en el Middlebury College y en el Seminario Teológico Andover.