“Desechando, pues, toda malicia, todo engaño, hipocresía, envidias, y todas las detracciones, desead, como niños recién nacidos, la leche espiritual no adulterada, para que por ella crezcáis para salvación…” (1 Pedro 2:1-2) ¿Cómo crecemos espiritualmente? ¿Cómo ocurre eso? Ocurre, dice Pedro, cuando deseamos la leche espiritual de la Palabra de Dios de la misma manera que un recién nacido desea la leche materna. Siempre hemos tenido niños alrededor de la casa de los MacArthur. Tenemos cuatro hijos y trece nietos. Hay una cosa muy clara con relación a los bebitos: Ellos desean leche. Una vez tenía cargado a uno de mis nietos cuando estaba recién nacido y tenía muchos deseos de tomar leche. Lamentablemente, deseaba alimentarse y su madre no estaba allí. Yo era del todo inservible para él en aquel momento. Por mucho que gritara, no había nada que yo pudiera hacer por él. Es que los niños esencialmente desean leche y nada más. No les interesa el color de sus ropas. No les importa el color de la cuna. Cuando tienen hambre, no les interesan los juguetes, ni las canciones ni ninguna otra cosa. “¡Sólo denme la leche!” Están muy bien orientados en lo que desean.
Es lo exclusivo y sencillo de ese deseo lo que es tan llamativo. Cuando el niño crece, ya comienza a querer más leche, más alimento. A medida que usted envejece, la vida se vuelve más compleja y sus deseos se vuelven más diversos. Pedro está diciendo que, si quiere crecer espiritualmente, tiene que volver a aquel sencillo apetito de un recién nacido y desear sólo una cosa: La leche espiritual de la Palabra de Dios. Ponga a un lado todo lo demás. Deje a un lado todo lo engañoso. Deje a un lado toda la hipocresía, toda envidia de otras personas y el hablar mal de otras personas. Despójese de todas esas cosas y concéntrese en una, el alimentarse de la Biblia, desearlo tanto como un niño desea la leche. Necesitamos dejar a un lado todas las otras cosas de las que pudiéramos estar hambrientos y que en realidad no nos ayudan a crecer. Tenemos que cultivar el apetito por la Biblia. Espero que comencemos a probar cuán maravillosa es la Palabra de Dios y a despertar más el hambre por ella. Cada vez que tenga la oportunidad de beber de esa leche espiritual, sea como un niño que llora y que anhela ser satisfecho y beba hasta saciarse. Así es como usted crecerá.