ARGUMENTOS SOBRE LA PÉRDIDA DE LA SALVACIÓN

A aquel, pues, que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros delante de su gloria irreprensibles, con grande alegría. (Jds. 24)

Las discrepancias entre cristianos sobre ciertos temas son una realidad, ya que sobre un mismo tópico pueden existir numerosas opiniones, tantas que se podría llegar a pensar que jamás habrá un acuerdo entre ellos. Sin embargo, se puede descansar en el hecho de que es el Señor mismo quien edifica Su iglesia y que, ciertamente, de estas diferencias de entendimiento también se encargará Él. Pero es importante decir que, ante tales discrepancias, se debe tener una posición conforme a lo que la Escritura enseña e instruye.

Entre los muchos temas que generan diferencias entre los creyentes, se halla uno sobresaliente: El tema sobre la pérdida de la salvación. En cuanto a éste, hay quienes sostienen que la salvación no se pierde, pero también hay quienes están convencidos de la pérdida de la salvación. De este segundo grupo se puede hacer una breve clasificación:

  1. Los autoritarios

Grupo generalmente conformado por líderes, predicadores, pastores y otros, quienes utilizan la enseñanza de la pérdida de la salvación para infundir miedo, tomando algunos versículos aislados de la Biblia, y estructurando un andamiaje, sobre el cual son tan insistentes, que hacen que su audiencia tenga continuo temor de perder la salvación, o incluso, no tenga certeza de poseerla. Tristemente, esto tiene un trasfondo que descansa en asuntos financieros, cuyo fin es sustentar “ministerios” y “obras” de la carne, que buscan el gozo y deleite (temporal, por supuesto) de aquellos que ostentan posiciones de “autoridad”.

  1. Los ingenuos

Grupo de personas en medio del pueblo cristiano que se quedan fijados en lo primero que escucharon. Por ejemplo, si al comienzo de su vida de fe escucharon: “Hay que diezmar”, entonces lo dan por sentado, y se cierran a cualquier otra opción. Otro ejemplo: Si escucharon: “Las mujeres no deben cortarse el cabello”, entonces, siquiera ponerlo en duda, les resulta una gran ofensa. En este grupo hay todo tipo de posturas y creencias, no sólo en lo relacionado con la pérdida de la salvación. Son realmente pocos aquellos que, sin importar lo que escucharon al principio, continuamente vienen a la Fuente, a los pies de Cristo, para escuchar Su voz, para consultarle y replantear su posición sobre diversos asuntos, buscando tener la seguridad de estar marchando bajo Su preciosa instrucción.

  1. Los legalistas

Grupo de cristianos que concluyen que otros tuvieron que haber perdido la salvación, debido a que no hallan coherencia entre su confesión de fe y el hecho de que, pasado el tiempo o alguna circunstancia, han tropezado o se han alejado para volver al mundo, apostatando. Este grupo censura a aquellos que obran de manera diferente a sus criterios de comportamiento, y establecen parámetros dentro de los cuales sólo aquellos que los cumplen están amparados por la salvación; por tanto, todo aquel que difiere de su forma de pensar y de actuar, pierde la salvación. Estos son cristianos influenciados por un espíritu legalista, es decir, enfatizan un sistema de reglas y reglamentos. Sin embargo, en medio de este grupo también se encuentran quienes sinceramente se preocupan y se duelen por aquellos que han abandonado la fe.

  1. Los indoctos

Grupo de cristianos que son sinceros, pero que no tienen plena certeza de si la salvación es eterna o no, porque su conocimiento de las Escrituras es insuficiente y/o llevan poco tiempo en el camino con el Señor. Pueden ser personas que, a pesar de haber conocido al Señor, aún son presa de pecados que les avergüenzan, y sufren en su lucha en los primeros y más contundentes pasos hacia la santificación. No quieren decepcionar a Cristo, pero confían en sus propias fuerzas para ser aceptos y agradables al Señor. Creen que Él los salvó, pero que deben, por ejemplo, circuncidar su carne (es decir, obrar para salvación), y no su corazón, o se perderán para siempre.

Son realmente pocos aquellos que, sin importar lo que escucharon al principio, continuamente vienen a la Fuente, a los pies de Cristo, para escuchar Su voz, para consultarle y replantear su posición sobre diversos asuntos, buscando tener la seguridad de estar marchando bajo Su preciosa instrucción.

Dentro de estos grupos varía la manera de defender la postura frente al tema. Así vemos que para los legalistas y los indoctos, aquellos que tienen un conflicto o una sincera dificultad, están más dispuestos a contrastar su entendimiento del tema a la luz de la Escrituras.

Múltiples argumentos sustentan la pérdida de la salvación, pero generalmente están enmarcados en estos cuatro grupos. Se destaca el grupo de los legalistas, dentro del cual algunos se consideran dignos de salvación y capaces de señalar a aquellos que, a su juicio, no son salvos.

Algunos aspectos para tener en cuenta 

Para resolver cualquier diferencia doctrinal entre cristianos, debe tenerse siempre presente lo que Dios dice en Su Palabra: “La suma de tu palabra es verdad…” (Sal. 119:160). A menudo, la discusión se centra en los versículos que son polémicos, “oscuros” o en aquellos de difícil entendimiento, por lo que es necesario que dichos versículos sean aclarados por el Espíritu Santo a la luz de toda la Biblia. Sin embargo, en la intención de sustentar una doctrina basada en diferentes versículos bíblicos, se suele pasar por alto algunas porciones de las cuales se podría pensar que no están muy relacionadas con el tema tratado. De esta forma estamos fraccionando en nuestro entendimiento la centralidad de Cristo en toda la Biblia, y la conexión que cada palabra escrita tiene con Él.

A continuación, se presentarán algunas porciones bíblicas que pueden traer mucha paz al alma que sinceramente busca al Señor (grupo de los indoctos), o a aquella que ha sido afectada por funestos testimonios de algunos que se confiesan cristianos, tales como los legalistas. Al añadir estas porciones de las Escrituras, el entendimiento puede ampliarse y empezar a acostumbrarse a tener en cuenta cada porción bíblica como parte de un todo inseparable e inalterable. De esta manera entonces, trátese el tema que se trate, dejará de tenerse en cuenta sólo un contexto o una palabra clave, y se empezará a unir todo en un mismo hilo con “la suma de la Palabra”.

¿Puede un padre dejar de ser padre? 

Isaías 49:15-16 dice: “¿Se olvidará la mujer de lo que dio a luz, para dejar de compadecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo (Dios) nunca me olvidaré de ti. He aquí que en las palmas de las manos te tengo esculpida…” ¿No es esta Palabra muy reveladora de lo que hay en el corazón de Dios? No puede omitirse este versículo de una hermenéutica responsable y neutral. ¿Acaso de la abundancia del corazón no habla la boca? (Mt. 12:34).Y esto, ¿no se aplicará para Dios mismo? Cuesta pensar en mujeres que olviden lo que han dado a luz; incluso aquellas que han abortado voluntariamente, intentan de muchas maneras justificar su acto y descargar su conciencia (excepto aquellas que posteriormente han conocido a Cristo y ahora tienen paz), y aunque éstas olviden, ¡Dios no lo hará! ¡Nos tiene esculpidos en las palmas de Sus manos! El cristiano piensa en sí mismo desde que tiene conciencia. Dios, sin embargo, ha pensado en nosotros desde antes de la fundación del mundo. De entre todos los millones de personas que han muerto en la niñez, la juventud, por guerras y enfermedades, Dios ha cuidado de nuestra ascendencia en miras a la existencia nuestra, sabiendo que le conoceríamos y que le perteneceríamos. ¿Habría de hacer todo esto para que al final nos dejase perder de nuevo? Dios, con perfecta paciencia, ha esperado el momento en que seríamos de Él, así como la mujer que anhela tener un hijo, recibe la noticia de su embarazo y espera con ansias el momento de dar a luz. Una vez nacidos, el Señor no nos dejará perder. Nuestro Señor ha pagado un precio muy alto para después dejarnos perder nuevamente por nuestra insensatez. Por torpe que sea no se extraviará el que anda por este Camino (Is. 35:8).

Añadir a la obra redentora 

El ser humano es absurdo y pretencioso. Es parte de su naturaleza caída creer que por sus propios medios puede sumar algo a la salvación que Dios le ofrece. Hay una triste, pero tajante realidad: Le gusta la salvación de Dios, pero le disgusta la idea de no tener mérito alguno para obtenerla; busca entonces una manera sutil (y muy perjudicial, por cierto), para añadir lo propio a la obra redentora del Señor. Ignora totalmente la intención de la Ley de Dios de exponer su pecaminosidad, de mostrarle que lo único que necesita es a Dios, y que el Único que puede salvarle totalmente es Dios. Pero insiste en participar, quiere tener un poco, algún porcentaje, algo del crédito. Esto es un trasfondo muy importante en la doctrina de la pérdida de la salvación; es decir, hacer (o no) es determinante de si se es o se permanece salvo.

Para resolver cualquier diferencia doctrinal entre cristianos, debe tenerse siempre presente lo que Dios dice en Su Palabra: “La suma de tu palabra es verdad…” (Sal. 119:160). A menudo, la discusión se centra en los versículos que son polémicos, “oscuros” o en aquellos de difícil entendimiento, por lo que es necesario que dichos versículos sean aclarados por el Espíritu Santo a la luz de toda la Biblia.

No se anula con esto la libertad que tiene el hombre para recibir, y no rechazar, la salvación ofrecida por Dios en Su Hijo, el Señor Jesucristo, ni tampoco su responsabilidad una vez sea salvo. Lo que se quiere decir es que para que el hombre sea salvo sólo debe creer, porque en sí mismo no tiene nada que hacer ni nada que ofrecer. La justicia de Dios sólo puede ser satisfecha por Él mismo.

Si la salvación se perdiera no sería salvación 

Si la salvación se perdiera, todos la perderían; y si se volviera a ganar, ninguno la ganaría. Si así sucediera, se desmoronaría el Evangelio ¡Cómo se necesita entender esa expresión que en agonía nuestro Señor y Dios dijo: “Consumado es”! (Jn. 19:30). ‘Jesús’ significa ‘Dios salva’. De entre todos los nombres con los cuales Dios es mencionado en las Escrituras, el Padre escogió para Su Hijo éste precisamente. En las Escrituras encontramos muchos nombres de diferentes personajes haciendo alusión a lo que Dios es; entre ellos tenemos: Daniel: Dios es Juez; Abel: Dios es Padre; y otros. Hay, pues, muchas maneras en las que Dios mismo se presenta, y muchas de sus características se hallan plasmadas en los nombres de muchos hombres. ¿Elegiría Dios un nombre que no fuese contundente y digno de ser recordado eternamente? Meditemos y gocémonos en el nombre de Jesús.

Paz que descansa en la confianza 

En el Evangelio de Juan se lee la expresión: “La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.” (Jn. 14:27). ¿Podría el pueblo de Dios en verdad tener paz al saber que está en riesgo la salvación, al creer que podría ser arrebatado de la mano del Señor para pasar la eternidad en el infierno? El Señor a los suyos dejó Su paz. ¿Se entiende? ¿Se cree? Por nada sus hijos deben dejar que esa paz les sea robada. Muchos cristianos viven su cotidianidad, no con “temor reverente”, sino con continuo miedo. Piensan: “Pequé, está en riesgo mi salvación” ¡Están cargados y atribulados! Desconocen el poder de la Sangre derramada para limpiar sus pecados confesados, y aun sus conciencias. Si la vida cristiana no nos diese esa paz, que no sólo es de parte de Dios, sino que es la misma paz en la que Dios vive, entonces la persona pudiese pensar en que le hubiese sido mejor no haber conocido esa “salvación”. Mejor sería estar en el mundo y en su locura que en las manos del Dios que nos da conciencia de Sí mismo, para luego mantenernos en tortura por nuestra debilidad. Si así fuese, el mayor acto de amor demostrado en aquella cruz del Calvario, la más asombrosa obra jamás realizada, perdería su eterna gloria. Mas ¡cuán grandioso es nuestro Dios que nos da salvación y paz eterna en la única base de la obra consumada de nuestro Señor Jesucristo!

Al recordar la oración del Señor, en Juan 17:12, se puede tener plena confianza en Él: “Cuando estaba con ellos en el mundo, yo los guardaba en tu nombre; a los que me diste, yo los guardé, y ninguno de ellos se perdió, sino el hijo de perdición, para  que  la  Escritura  se  cumpliese.”  Evidentemente, Judas, el hijo de perdición, nunca nació de nuevo. Si David defendía a sus ovejas del oso y del león arriesgando su propia vida, ¿no defenderá, guardará y preservará Cristo para siempre a las suyas? Él es el Buen Pastor. Quien haya creído de todo corazón, tenga paz, pues es de Cristo.

Si el Señor no perdió ni un pan 

Cuando el Señor multiplicó los panes y los peces demostró su infinito poder, y que podía hacerlo cuantas veces fuera Su voluntad, y que el alimento que proveía para los presentes no dependía de Sus recursos económicos. En ese contexto, dijo algo glorioso. “Y cuando se hubieron saciado, dijo a sus discípulos: Recoged los pedazos que sobraron, para que no se pierda nada.” (Jn. 6:12). ¿Era necesario recoger los pedazos? ¡No! El Señor podía seguir multiplicando de ahí en adelante todo cuanto hubiese querido, así como pudo haber dejado al hombre perdido y volver a crear. Pero Él no es así, Sus palabras lo demuestran. No le agrada perder ni un pan ¿Cuánto más el Señor no hará (y ha hecho ya) para recoger nuestros pedazos? Si el Señor da importancia y valor a un pan, mucho más a nosotros, por quienes no dejó de derramar cada gota de Su preciosa sangre.

¿Sí ve el corazón de Dios? Él creó con amor, Él creó para vida, y no para muerte, Él no se alegra en la pérdida. Aquí tenemos un escenario que el Espíritu Santo quiso dejar registrado en los cuatro libros del Evangelio. Sus palabras, “que no se pierda nada”, muestran Su corazón: Que “…no se pierda, mas tenga vida eterna.” (Jn. 3:16). Judas 24: “Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría…” ¡Es verdad! ¿Lo cree usted?

Evidencia en las parábolas de búsquedas (Lucas 15) 

¿Se ha detenido a pensar en la parábola del hijo pródigo? Esta parábola está antecedida por otras dos: la de la oveja perdida y la de la moneda perdida, en las cuales hay una búsqueda asombrosa, a fin de evitar una pérdida o un detrimento. “Porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que se había perdido” (Lc. 19:10). Primero, hay una oveja perdida, la cual es buscada por su pastor, y al ser hallada, es colocada en los hombros de su gozoso pastor para ser llevada nuevamente al redil. El hombre la pudiese haber dado por perdida, diciendo: “Bueno, aún quedan noventa y nueve”; pero la “lógica” y la “matemática”, o sea, el amor Divino y la gracia Divina, son muy superiores a las del hombre.

Si la salvación se perdiera, todos la perderían; y si se volviera a ganar, ninguno la ganaría. Si así sucediera, se desmoronaría el Evangelio…

También está la mujer que busca la dracma (moneda antigua) perdida; a pesar de las muchas interpretaciones, no la deja extraviada, la busca exhaustivamente, la encuentra, y se goza al recuperarla. Por último, en esta serie de parábolas hay además un hijo perdido, cuyas malas obras y despilfarros pudieran haberlo hecho digno de una eterna separación del padre. Pero al regresar, nunca deja de ser tenido como hijo. ¡Es hijo! Cuando el padre lo ve regresando de lejos, es movido a misericordia, hace fiesta lleno de gozo porque su hijo muerto era, y ha revivido, porque su hijo perdido se ha hallado. Cada una de las ideas, parábolas y enseñanzas del Señor en las Escrituras están perfecta y cuidadosamente escogidas; no hay ejemplos inadecuados ni hay nada que esté de más. ¡No hay desperdicio! Si el que se hubiese ido, hubiese sido un jornalero, al Padre no le hubiese importado igual; su hijo, sin embargo, era nacido de él. Asimismo, nosotros hemos nacido de Dios. Si nosotros los hombres “buscamos y salvamos” algo, para no volverlo a perder, ¡cuánto más Dios!

Conclusión 

Quienes por gracia han entendido la perfección y gloria de la salvación de Jesucristo, viven en paz, tienen confianza y alegría, no se dan al libertinaje ni al pecado, descansan en Él cuando caen y pecan (una vez confiesen sus faltas), pues Su sangre y redención son mayores. Se gozan en el amor de Dios, y no dejan de tener temor reverente. Esa paz y alegría incalculables que buscan de corazón sincero todos los que creen en Cristo Jesús, pueden llegar a ser experimentadas.

Por otra parte, independientemente del grupo al que pertenezca aquel que cree que la salvación se pierde, de todas maneras es una persona sin paz.

El amor que nosotros expresamos a Dios y los unos por los otros no se basa en la imposición, sino en la firme confianza de una obra consumada para siempre por nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A Él sea la gloria, el agradecimiento y el perfecto servicio en amor, por los siglos de los siglos. Amén.

(Autor Anónimo)