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En el plan de Dios quizá hoy debió ser el día más importante de nuestra vida, pero ha pasado como cualquier otro. El hombre cuyo hoy es igual a su ayer, no es sensible al reloj de Dios. Ningún siervo del Señor debiera contentarse con los logros presentes, pues estar satisfechos con ellos equivale a desperdiciar oportunidades. Supongamos que hoy el Señor pone en nuestro corazón el deseo de hablar con cierta persona, que en Su Providencia está destinada a ser, dentro de cinco años, un poderoso instrumento en Sus manos para la salvación de almas. Obedecerle en esto puede ser el acto de servicio más importante de nuestra vida. Pero si por miedo al frío, o por otra razón trivial, no lo hacemos, hemos dejado pasar una oportunidad, y quizá perdido un poderoso instrumento para Dios. El problema es grave, pues tales ocasiones no se detienen a esperarnos. Pasan velozmente. De modo que cuando Dios se mueve, movámonos nosotros con Él. No eludamos ninguna oportunidad que Dios nos presente.
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