“Muchos hombres proclaman cada uno su propia bondad, Pero hombre de verdad, ¿quién lo hallará?” (Pr. 20:6)
Una visión cristiana del mundo debe incluir obligatoriamente una visión bíblica respecto al hombre y a la mujer. Creencias básicas sobre lo que cada sexo es, y cómo cada uno de ellos debería ser, son de gran importancia, no solamente en la propia evaluación de género, sino también en la formación y en la educación de hombres y mujeres jóvenes, en el éxito de los matrimonios, en la efectividad de la misión de la Iglesia en el mundo y aún en la estabilidad de la sociedad. Una comprensión sobre el hombre o sobre la mujer afecta el comportamiento, el carácter y la interacción del uno con el otro.
Si se compara desde el punto de vista de algunos aspectos fundamentales, los hombres y las mujeres son iguales, pero ellos no fueron creados para ser exactamente iguales;“…hombre y mujer los creó” (Gn. 1:27). Sin duda, hay opiniones opuestas sobre si existe alguna diferencia significativa entre los sexos, pero también sobre lo que realmente son estas diferencias. Ciertamente, los cristianos necesitan un entendimiento claro de lo que distingue a un hombre de una mujer, según su Creador.
Una comprensión sobre el hombre o sobre la mujer afecta el comportamiento, el carácter y la interacción del uno con el otro.
Imagina este tema siendo discutido en el campus de una de las universidades más prestigiosas de los Estados Unidos.
Las ideas expresadas serían tan variadas como las opiniones más frecuentemente encontradas allí. Uno ciertamente escucharía: “Un hombre debería ser macho y seguro de sí mismo”; mientras otro tal vez diría: “Un hombre debería ser interdependiente y sensible”. Otros tal vez insistirían: “Un verdadero hombre debe ser romántico”, mientras aun otros dirían: “Todos los niños deberían ser criados para ser buenos en los deportes con el fin de expresar su masculinidad y relacionarse con otros hombres”. Tal vez otro diría: “Un verdadero hombre se ve a sí mismo como un igual – alguien que no ejerce liderazgo, un compañero hombro a hombro”. Otro estudiante podría declarar: “Un hombre no es un hombre a menos que él pueda gobernar su familia sin ser cuestionado por ellos”. ¿Cómo pueden existir tantas opiniones en un ambiente de individuos supuestamente instruidos? Hay al menos dos claves principales para comprender ese cuadro: la iniquidad del hombre y la pérdida de valores absolutos.
La iniquidad afecta el concepto de masculinidad
La historia del concepto de masculinidad en el mundo es un triste resultado de cuán lejos el hombre se distanció de la intención original de Dios. Es una historia confusa y decepcionante. En el principio, evidentemente, Dios creó el hombre en su mejor forma – Adán. Él, siendo creado por el Creador perfecto, era el modelo de la verdadera masculinidad. Sin embargo, poco tiempo después de la creación de Adán, su alma y cuerpo fueron gravemente afectados por su elección de pecar (la caída: Gn. 3:1-8). A partir de ese momento, dejado por su cuenta, la depravación del hombre (como una tendencia natural para la iniquidad) lo llevó a perderse en todos los aspectos de la vida (Jer. 17:9). La masculinidad es solamente una de las áreas que fueron corrompidas. No es necesario mirar mucho más allá de la caída para ver los efectos de la depravación en el concepto de masculinidad.
En el principio, evidentemente, Dios creó el hombre en su mejor forma – Adán. Él, siendo creado por el Creador perfecto, era el modelo de la verdadera masculinidad. Sin embargo, poco tiempo después de la creación de Adán, su alma y cuerpo fueron gravemente afectados por su elección de pecar (la caída: Gn. 3:1-8).
Las ideas depravadas con respecto a lo que es ser varonil han afectado negativamente a hombres y mujeres a lo largo de los siglos. En el mundo antiguo encontramos de todo en el comportamiento masculino, desde el maltrato a la mujer hasta la barbarie en gran escala. En la cultura griega primitiva, el “verdadero hombre” miraba desde arriba hacia sus mujeres como simples amas de casa y quienes daban a luz a sus hijos. Ellos tampoco permitían la presencia de ellas en la mesa para cenar o en cualquier grupo. En la cultura romana, las mujeres no pasaban de ser los medios para tener hijos legalmente y de ser también fantasías temporales que serían descartadas por un capricho del hombre. En contraste, los hombres que vivían en una sociedad matriarcal eran absorbidos dentro de la familia de sus esposas, siguiendo el liderazgo de la madre o de la abuela, y desapareciendo del contexto.
A través de la historia, vemos algunas culturas que divisaron caminos más extremos para que el hombre joven pudiera demostrar su masculinidad o virilidad. No podemos concluir como siendo necesariamente equivocado que haya una ceremonia de rito de iniciación para los hombres jóvenes, pero que el hombre tenga que demostrar algo ha sido históricamente una idea realmente mala. En Estados Unidos, el movimiento feminista surgió, al menos parcialmente, en reacción a la actual injusticia de hombres contra mujeres. Con el pasar del tiempo, ese movimiento creció, y llegó a ser un catalizador de largo alcance, causando confusión, y hasta ha llegado a redefinir los tipos de géneros masculino y femenino.
La pérdida de absolutos
En la historia occidental más reciente, el creciente relativismo (la creencia de que no hay una verdad final) y el individualismo resultante (“solamente yo sé lo que es correcto para mí”) ha tenido un gran impacto en el concepto de géneros masculino y femenino. Esa mentalidad de “no-absolutos” significa que cada hombre es dejado a su propia “sabiduría” en el asunto de la masculinidad. Esa sabiduría, por supuesto, es totalmente subjetiva y ciertamente está basada en el propio deseo, cultura y/o entrenamiento educativo en campos académicos de psicología, sociología o antropología. El resultado final de esa educación cultural y filosófica ha llevado, lamentablemente, a la persona a alejarse cada vez más del proyecto ideal de Dios para el ser humano. En primer lugar, las propias ideas y deseos del hombre son, a menudo, egoístas y están al servicio de ellos mismos. En segundo lugar, la cultura históricamente ha seguido y alimentado la depravación del hombre. Tercero, el modelo americano contemporáneo de masculinidad consiste básicamente en personalidades patéticas, figuras deportivas inmorales, estrellas de cine y músicos de rock. Finalmente, los sistemas educativos más respetados en nuestros días están, en su gran mayoría, basados en el estudio de personas no salvas por personas no salvas. Como consecuencia, hay una gran renuencia de parte del típico americano en hacer cualquier declaración con respecto a lo que es realmente masculino. De hecho, la discusión que se levanta en las altas ruedas del ambiente académico actual es la hipótesis que puede ser considerada como la gran declaración post-moderna, de que cada hombre debe determinar para sí mismo lo que es la masculinidad, y vivir de acuerdo con la respuesta que él se da a sí mismo, sin imponer su creencia a otro. Ese principio podría muy bien ser respaldado por la idea de que la sociedad realmente no debería pensar en términos de masculinidad en general, sino de individualismo de género.
A través de la historia, vemos algunas culturas que divisaron caminos más extremos para que el hombre joven pudiera demostrar su masculinidad o virilidad.
Sabemos, tanto por las Escrituras como por la historia, que tanto la expresión “sin vergüenza”, como la actitud de indiferencia delante de la depravación, están creciendo continuamente, y el reconocimiento de la verdad de Dios está en declive (2 Ti. 3:1-5). J. I. Packer ve el declive de la sociedad de la siguiente manera: “La verdad es que, porque perdemos el contacto con Dios y su Palabra, hemos perdido también el secreto tanto de comunidad (porque el pecado elimina el amor al prójimo) como de nuestra propia identidad (por cuenta del profundo y deplorable estado de nuestra ignorancia de quiénes somos o por qué existimos)”.
El primer paso para la recuperación de una verdadera comprensión de masculinidad es reconocer que la sabiduría del hombre es engañosa. He aquí lo que dice la Biblia con respecto a la opinión personal: “Hay camino que al hombre le parece derecho; pero su fin es camino de muerte” (Pr. 14:12).
Los hombres no deben seguir el camino que les parezca correcto a ellos o a la sociedad. En realidad, seguir lo que parece correcto con respecto a la masculinidad es causarle gran daño a la vida de los hombres. Los hombres jóvenes están debatiendo y aferrándose a maneras equivocadas de expresar su virilidad. Los matrimonios también están pagando el precio. Incluso muchas mujeres cristianas están lamentando el hecho de que sus maridos o son tímidos o son violentos. Muchos hombres parecen estar pasando por depresión y están abandonando sus responsabilidades sociales durante su supuesta crisis de la mediana edad. En la iglesia parece haber una creciente carencia de ejemplos de liderazgo masculino. Además, complicando el problema en el ámbito del pueblo de Dios, está el surgimiento del feminismo cristiano, lo que claramente se aleja de las Escrituras y de la voluntad de Dios. En una escala amplia, la sociedad como un todo, ha experimentado una gran e infeliz pérdida del significado del género masculino en distinción al femenino; tanto, que es muy aceptable en nuestra cultura actualmente, incluso negar el propio género e intentar cambiarlo por otro.
La verdad de Dios nos guía en el verdadero camino
Sin una bandera que defienda el absoluto, la confusión con respecto a la masculinidad tiende naturalmente a empeorar. No hay cómo alimentar la esperanza de mejorar la tendencia depravada de las personas, a menos que ellas encuentren una salida dentro de esa confusión. La definición de Webster’s New Collegiate Dictionary es ciertamente un retrato exacto de la ambigüedad que rodea este asunto en nuestra cultura:
Masculino: a: Macho; b: Tener cualidades apropiadas y/o generalmente asociadas al hombre.
No hay un claro entendimiento de masculinidad en la sociedad porque ella a menudo ha olvidado el único absoluto confiable que existe, esto es, la Palabra de Dios. Los seres humanos necesitan saber lo que Dios ha dicho sobre el hombre y su masculinidad. La verdad de Dios es infinita y transcultural. Además, es completamente suficiente para ser la guía de transformación en el tipo de hombre que Dios tenía en mente (Sal. 119:105; Jn. 17:17; 2 P. 1:3). El hombre debe, en sumisión y obediencia, alinear su pensamiento y sus acciones con las Escrituras si desea realmente entender y vivir la masculinidad por la orientación correcta (la gloria de Dios).
Características bíblicas de la masculinidad
El entender la masculinidad debe empezar con el reconocimiento de algunas verdades muy básicas sobre los seres humanos encontradas en la Biblia. Estas características son verdaderas tanto para hombres como para mujeres. Un hombre no puede empezar a ser el hombre que Dios tenía en mente que él fuera, a menos que él reconozca completamente lo que es la raza humana. Cuando Dios creó al ser humano había un proyecto en su mente, y Él lo creó exactamente como lo había planeado. Los que niegan la creación, no reconociendo a Dios como su legítimo Creador, no tienen un parámetro estable y definitivo como referencia. Como resultado, nunca estarán completamente aptos para entender quiénes son ellos o qué deberían ser. Pero los que creen en un Dios perfecto, bueno y personal, y que han recibido un nuevo corazón por el perdón de sus pecados a través de Jesucristo, pueden aprender grandemente de algunas cosas básicas que Dios ha dicho sobre las personas. Hay al menos seis características básicas de los seres humanos, como Dios las describe, que tienen implicaciones específicas en relación al asunto de la masculinidad.
- El hombre fue creado a la imagen de Dios
Esto significa que él encuentra su identidad en la persona de Dios más de lo que en los animales. Él es racional, creativo y relacional. Diferente de los animales, él tiene un alma eterna que necesita encontrar su sentido y descansar solamente en Dios. Ser creativo y relacional es parte del privilegio de haber sido hecho a la imagen de Dios. Infelizmente, muchos hombres intentan escapar de estos aspectos de su virilidad, declarando tener cualidades femeninas. Además, si un hombre se ve a sí mismo como un simple animal, él puede aceptar todo tipo de comportamiento y pasiones descontroladas.
- El hombre fue creado como adorador
(Jn. 4:23; Ro. 1:21-25)
Por el hecho de haber recibido un alma, el hombre es por naturaleza un ser religioso. Él va a adorar algo. Teniendo en cuenta que le fue dada un alma con el propósito de adorar solamente a Dios, la depravación (discutida anteriormente) lo empuja en otras direcciones. Hasta que él doble las rodillas ante Jesucristo, él se adorará a sí mismo, o a otra persona, o al dinero, o al éxito, y todo lo que viene con estos falsos dioses (ídolos). Adorar algo o alguien, además de Dios, no es el objetivo para el cual el hombre fue creado. Este tipo de adoración no es ni siquiera varonil o verdadera. Por el contrario, es varonil buscar y amar apasionadamente al Dios de la Biblia.
Los hombres no deben seguir el camino que les parezca correcto a ellos o a la sociedad. En realidad, seguir lo que parece correcto con respecto a la masculinidad es causarle gran daño a la vida de los hombres.
- Desde la caída el hombre ha sido un pecador por naturaleza (Ro. 3:12)
El hombre no fue creado así inicialmente, sino que fue creado con la habilidad de escoger racionalmente. Luego, él adoptó esa característica básica con su elección de pecar yendo en contra de la única prohibición que Dios le dio. Por lo tanto, un hombre debe estar consciente, aún en contra de lo que su orgullo o la sociedad puedan decir, que él puede estar muy equivocado. En el centro de su propio ser hay una innata iniquidad e imperfección que estarán con él por toda su vida. Por el hecho de esto ser verdad, es ciertamente varonil admitir cuándo él está pecando en su pensamiento o con sus acciones, más que intentar esconder o negar eso. También debería ser mencionado aquí que, como resultado de la caída, la lucha contra la pecaminosidad latente del ser humano ha continuado, a través de los siglos, preocupando a hombres y mujeres, pues choca con la misión dada por Dios a cada uno de los sexos. Las Escrituras indican que la mujer “desearía” gobernar sobre el hombre. Pon esto junto con la pecaminosa inclinación del hombre de dominar o de esquivarse de responsabilidades, y el resultado es una gran dificultad, conflicto y distorsión del maravilloso plan de Dios (Gn. 3:16). Es solamente por medio de la redención y de una apropiación diaria de la gloria de Dios que alguien puede superar estos efectos del pecado.
- El hombre necesita de la gracia salvadora de Dios
(Jn. 3:16; Tit. 3:7).
Esto respalda la noción de que cuando Dios tomó a Eva y la dio a Adán, dejó claro que él debería amarla y liderarla, y Él también le daría una inclinación protectora o salvadora. A través de la historia, los hombres han protegido y venido en rescate de las mujeres, niños, sociedades y aún hasta de ideologías. Sin embargo, el hombre debe percibir que él también necesita de un Salvador y protector. Admitir su completa impotencia y necesidad de salvación es una experiencia doblemente humillante para un hombre valiente. Y aún cualquier hombre que espera algún día ser un verdadero hombre debe reconocer su necesidad de ser salvo por Dios. Él debe ser rescatado de sí mismo, del maligno (Satanás) y del consecuente juzgamiento por su pecado doblando sus rodillas a Jesucristo como el único Señor y Salvador de su vida.
- El hombre no fue creado autosuficiente, pero sí necesitado de Dios y de los otros
(Jn. 15:5; Gá. 5:14; He. 4:16)
Por el hecho de ser creado y un individuo decaído, es obvio que el hombre necesita de Dios. Él necesita de la fuerza duradera, dirección y sabiduría de Dios. También es obvio que Dios lo hizo necesitar de otros, como se puede ver en declaraciones como: “No es bueno que el hombre esté solo…” y “…le haré ayuda idónea para él” (Gn. 2:18). John MacArthur escribe: “En el matrimonio, los hombres no pueden ser fieles a Dios a menos que sean sinceramente y de todo el corazón dependientes de la esposa que Dios les dio”. Los más de treinta mandamientos en la Biblia referentes al “otro” refuerzan esta verdad evidente.
- El hombre fue creado para ser diferente de la mujer (Gn. 1:27).
El hecho de que Dios creó al hombre diferente de la mujer en apariencia, indica claramente que los dos son diferentes también en otros aspectos. En su sabiduría, Dios los hizo únicos de adentro hacia afuera, correspondiendo perfectamente a que ellos deben ser diferentes, y desempeñar sus funciones de manera diferenciada. No fue un deseo equivocado de Dios crear esa diferencia externa. La existencia pre-caída de Adán y Eva en el Jardín (antes que descubrieran que estaban desnudos y trataran de cubrir su desnudez) revela que Dios obviamente tenía en mente que hombres y mujeres fueran diferentes para sí mismos y para otros en apariencia externa. Hay escritos subsiguientes en las Escrituras que apoyan claramente este hecho (Dt. 22:5; 1 Co. 11:14-15). Un principio básico que se puede observar en todo esto es que Dios quiere individuos que expresen claramente el propio género que les fue dado. Actualmente hay menos diferencia en la apariencia entre hombres y mujeres, incluso actúan de la misma manera. Una vez que la cultura presiona para que todo sea unisex, hombres y mujeres necesitan vigilar para ser evidentemente diferentes del sexo opuesto en apariencia, gestos y conceptos culturales, apropiados para el comportamiento de cada género. Es posible que algunos hombres necesiten ayuda para reconocer su desvío comportamental y cambien hábitos afeminados que desarrollaron imprudentemente.
El hecho de que hombres y mujeres fueran creados con diferencias no significa que ellos son diferentes en todos los aspectos. Ambos géneros son personal y espiritualmente iguales. Es inadmisible que alguien argumente que las mujeres no deberían ser tratadas con igual aprecio y dignidad. Su fuerza y opiniones no deberían ser menospreciadas en los niveles social o familiar. Además, los sexos son parecidos en el sentido de que ambos son hábiles en comunicarse, y aun fueron creados para ser hechos uno en el matrimonio. Pero muchos quieren negar la existencia de la evidente diferencia entre ser hombre y mujer. En los años 1960 y 1970, el movimiento feminista asumió una postura nueva y radical que provocó un cambio en el concepto clásico de los roles del hombre y de la mujer, hasta el mismo concepto filosófico de masculinidad y feminidad. Muchos se proponen ir tan lejos como Shulamith Firestone, que insistió en la total negación de las diferencias de género. Inclusive, ella no está sola en su preferencia por una procreación artificial y la completadestrucción de la familia, sustituyéndola por un grupo que críe el ambiente para la educación de niños. Werner Neuer escribe apropiadamente en su libro “Hombre y Mujer”: “El movimiento feminista tiende a confundir la real igualdad de los hombres y de las mujeres con su ser idéntico”.
Muchos no se han percatado (o tal vez quieran negarlo) que las diferencias en el proyecto de Dios para los sexos van mucho más allá de la apariencia exterior. Estas diferencias son maravillosas y bellamente consistentes con los roles que Él nos presenta en las Escrituras. Neuer juntó hábilmente estas ideas mediante la compilación de evidencia científica e investigación, revelando las grandes diferencias psicológicas y personales entre hombres y mujeres. Tales diferencias incluyen estructura y constitución ósea, músculos, piel, órganos sexuales y funciones, constitución de la sangre, líquidos corporales, hormonas, estructura de cromosomas de la célula, función cognitiva, habilidades, visiones de mundo y relacionamientos. Hombres y mujeres son seres distintivamente diferentes. Con este gran plan de Dios en la mente, John Benton escribe: “Específicamente, la diferencia de género no es fortuita. No es producto de la casualidad. No es algo irracional o ilegible. No es algo para ser lamentado, o en contra del cual luchar. Es para ser grandemente aceptado como el gran regalo de un Dios amoroso”.
Un hombre nunca puede ser un hombre en el verdadero sentido de la palabra, a menos que él, en su mente, reafirme estas realidades básicas y dirija su propia vida por estas realidades y por Aquel que lo creó. La masculinidad entonces es una cuestión de mentalidad. Un hombre puede ir al gimnasio para ejercitarse y volverse un campeón de fisiculturismo, pero eso no le hará más masculino. Es importante tener en mente la declaración de A. B. Bruce: “La última palabra no viene de lo que está en el exterior del hombre, sino de lo que está dentro de él”.
Santa Clarita / California.
Stuar W. Scott
Profesor y miembro de la Asociación de Consejeros Bíblicos Certificados (ACBC), y se desempeña como director ejecutivo del Ministerio de Educación y Asesoramiento de los Ochenta (un ministerio sin fines de lucro que se asocia con iglesias locales para ayudarlos a equiparlos en el cuidado del alma).