“ No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. 16 No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. 17 Santifícalos en tu verdad: tu palabra es verdad. 18 Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo..” (Juan 17:15-18).
La palabra joven siempre ha encerrado la idea de movimiento, dinamismo, creatividad y energía desbordante, pero cuando vemos a nuestros niños y jóvenes hoy en día, el contraste no pasa desapercibido. El estudio, los deportes, las actividades al aire libre, las interacciones sociales han ido dando paso al aislamiento, la pasividad y la falta de iniciativa. Seguramente muchas personas podrían explicar la situación actual diciendo: “Bueno, los tiempos han cambiado”, pero, ¿es sólo esto o tendrá la exposición tecnológica algo que ver con eso? Como lo han señalado muchas personas, la tecnología llegó para quedarse. Después de más de un año de pandemia, muchos de los servicios tecnológicos que existían, pero no usábamos, hoy están por todas partes, son omnipresentes y, en opinión de algunos de los expertos, después de la pandemia, su uso y sobreuso permanecerá. Son nuestros niños y adolescentes los más expuestos a esta nueva realidad, y la pregunta que debemos hacernos es: ¿Qué tan bueno o malo
podría resultar esto ahora y a largo plazo?
La fábrica de “cretinos digitales”
Uno de los estudios más completos y mejor documentados al respecto es el ensayo de Michel Desmurget, quien es doctor en neurociencia y director de investigación en el Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica de Francia. Es autor de una vasta obra científica y de divulgación, y ha colaborado en reconocidos centros de investigación, como el MIT (InstitutoTecnológico de Massachusetts) o la Universidad de California. Con “La fábrica de cretinos digitales” ha sido reconocido con el prestigioso premio Femina de las letras francesas.Vale la pena leer el libro completo, pero por ahora quisiera destacar algunos aspectos:
Los investigadores han observado en muchas partes del mundo que el coeficiente intelectual aumentaba de generación en generación. A esto se le llamó el “efecto Flynn”, en referencia al psicólogo estadounidense que describió este fenómeno. Pero, recientemente, esta tendencia comenzó a invertirse en varios países. Es verdad que el coeficiente intelectual se ve fuertemente afectado por factores como el sistema de salud, el sistema escolar, la nutrición, entre otros factores, pero si tomamos países donde los factores socioeconómicos se han mantenido bastante estables durante décadas, el “efecto Flynn” ha comenzado a reducirse.
En esos países, los “nativos digitales” (quienes tienen una fuerte relación de dependencia con las nuevas tecnologías) son los primeros niños que tienen un coeficiente intelectual más bajo que sus padres. Es una tendencia que se ha documentado en Noruega, Dinamarca, Finlandia, Países Bajos, Francia, entre otros.
El estudio, los deportes, las actividades al aire libre, las interacciones sociales han ido dando paso al aislamiento, la pasividad y la falta de iniciativa. Seguramente muchas personas podrían explicar la situación actual diciendo: “Bueno, los tiempos han cambiado”, pero, ¿es sólo esto o tendrá la exposición tecnológica algo que ver con eso? Como lo han señalado muchas personas, la tecnología llegó para quedarse.
Varios estudios han demostrado que cuando aumenta el uso de la televisión o los videojuegos, el coeficiente intelectual y el desarrollo cognitivo disminuyen. Los principales fundamentos de nuestra inteligencia se ven afectados: el lenguaje, la concentración, la memoria, la cultura (definida como un corpus – conjunto de datos destinado a la investigación científica- de conocimiento que nos ayuda a organizar y comprender el mundo). En última instancia, estos impactos conducen a una caída significativa en el rendimiento académico.
Implicaciones cerebrales
- La disminución en la calidad y cantidad de interacciones intrafamiliares, que son fundamentales para el desarrollo del lenguaje y el desarrollo del lenguaje y el desarrollo emocional.
- La disminución del tiempo dedicado a otras actividades más enriquecedoras (tareas, música, arte, lectura, entre otros).
- La interrupción del sueño, que se acorta cuantitativamente y se degrada cualitativamente.
- La sobre estimulación de la atención, lo que provoca trastornos de concentración, aprendizaje e impulsividad.
- La substimulación intelectual, que impide que el cerebro despliegue todo su potencial.
- Y un estilo de vida sedentario excesivo que, además de influir negativamente en el desarrollo corporal, también influye negativamente en la maduración cerebral.
El cerebro no es un órgano estable. Sus características finales dependen de la experiencia. El mundo en el que vivimos, los desafíos a los que nos enfrentamos, modifican tanto la estructura como su funcionamiento, y algunas regiones del cerebro se especializan, algunas redes se crean y se fortalecen, otras se pierden, unas se vuelven más gruesas y otras más delgadas. Se ha observado que el tiempo que se pasa ante una pantalla por motivos recreativos, retrasa la maduración anatómica y funcional del cerebro dentro de diversas redes cognitivas relacionadas con el lenguaje y la atención.
Las actividades relacionadas con la escuela, el trabajo intelectual, la lectura, la música, el arte, los deportes, entre otros, tienen un poder estructurador y nutritivo del cerebro mucho mayor que las pantallas recreativas. Pero nada dura para siempre. El potencial de la plasticidad cerebral es extremo durante la infancia y la adolescencia. Después, comienza a desvanecerse. No desaparece, pero se vuelve mucho menos eficiente. El cerebro se puede comparar con una plastilina: Al principio, es húmedo y fácil de esculpir, pero con el tiempo se vuelve más seco y mucho más difícil de moldear. El problema con las pantallas recreativas es que alteran el desarrollo del cerebro de nuestros hijos y lo empobrecen.
Temprano o tarde para la tecnología
“Siempre se está a tiempo, ya se tengan dieciocho, veinte o incluso treinta años, de aprender a utilizar Word (en una hora), Excel (en dos horas) o un motor de búsqueda (en cinco minutos)”. En cambio, si no se han activado lo suficientemente las aptitudes básicas de la infancia y la adolescencia, después será, por lo general, demasiado tarde para aprender a pensar, reflexionar, mantener la concentración, esforzarse, dominar la lengua más allá de las nociones elementales, jerarquizar los vastos flujos de información que produce el mundo digital o interactuar con los demás.
Una inmersión prematura nos apartará fatalmente de ciertos aprendizajes esenciales que serán cada vez más difíciles de adquirir, debido a que, con el paso del tiempo, las “ventanas del desarrollo cerebral” se van cerrando poco a poco.
No se encuentra un sentido positivo a todos los atributos psíquicos que, como sabemos ya desde hace tiempo, son sumamente nocivos para el rendimiento intelectual y que vemos en nuestros jóvenes después de pasar horas frente a las pantallas; entre esos atributos tenemos: la dispersión, el salto constante de una actividad a otra, la multitarea, la impulsividad, la impaciencia.
Tiempo frente a las pantallas
Cuando se pone una pantalla en manos de un niño o de un adolescente, casi siempre prevalecen los usos recreativos más empobrecedores. Esto incluye, por orden de importancia: la televisión, que sigue siendo la pantalla número uno en todas las edades (películas, series, clips, entre otros); luego los videojuegos (principalmente de acción y violentos) y, finalmente, en torno a la adolescencia, un frenesí de auto exposición inútil en las redes sociales.
Frente a las pantallas pasan casi tres horas al día para los niños de 2 años, cerca de cinco horas para los de 8 años y más de siete horas para los adolescentes. Esto significa que antes de llegar a los 18 años, nuestros hijos habrán pasado el equivalente a 30 años escolares frente a las pantallas recreativas o, si lo prefiere, expresado en otros términos: ¡16 años de trabajo a tiempo completo!
Antes de los 6 años, lo ideal es no tener pantallas (lo que no significa que de vez en cuando no puedas ver unos dibujos animados con tus hijos). Cuanto antes estén expuestos, mayores serán los impactos negativos y el riesgo de un consumo excesivo posterior. A partir de los 6 años, si se adaptan los contenidos y se conserva el sueño, se puede llegar hasta media hora al día, incluso una hora, sin una influencia negativa apreciable. Nada de pantallas por la mañana antes de ir a la escuela, nada por la noche antes de irse a la cama o cuando estén con otras personas. Y, sobre todo, ¡nada de pantallas en el dormitorio!
Frente a las pantallas pasan casi tres horas al día para los niños de 2 años, cerca de cinco horas para los de 8 años y más de siete horas para los adolescentes. Esto significa que antes de llegar a los 18 años, nuestros hijos habrán pasado el equivalente a 30 años escolares frente a las pantallas recreativas o, si lo prefiere, expresado en otros términos: ¡16 años de trabajo a tiempo completo!
En Taiwán se considera que el uso excesivo de pantallas es una forma de abuso infantil, y se ha aprobado una ley que establece fuertes multas para los padres que exponen a niños menores de 24 meses a cualquier aplicación digital y que no limitan el tiempo de pantalla de los chicos entre 2 y 18 años. En China, las autoridades han tomado medidas drásticas para regular el consumo de videojuegos por parte de menores: los niños y adolescentes ya no pueden jugar de noche (entre las 22 horas y las 8 horas) ni exceder los 90 minutos de exposición diaria durante la semana, 180 minutos -3 horas- los fines de semana y en las vacaciones escolares.
En una interesante investigación experimental se entregaron consolas de juegos a niños que iban bien en la escuela. Después de cuatro meses, se descubrió que pasaban más tiempo jugando y menos tiempo haciendo las tareas escolares. Sus calificaciones cayeron alrededor de un 5%, ¡lo cual es muchísimo en sólo cuatro meses!
En otro estudio, los niños tuvieron que aprender una lista de palabras. Una hora después, a algunos se les permitió jugar un videojuego de carreras de autos. Dos horas después se fueron a la cama. A la mañana siguiente, los niños que no jugaron recordaron alrededor del 80% de la lección frente al 50% de los jugadores. Los autores observaron que jugar interfería con el sueño y la memorización.
A menudo se dice que los “nativos digitales” saben de manera diferente. La idea es que, aunque muestran déficits lingüísticos, atencionales y de conocimiento, son muy buenos en otras cosas. Obviamente, son buenos para usar aplicaciones digitales básicas, comprar productos en línea, descargar música y películas, entre otros. Pero presentan unas pasmosas dificultades para procesar, clasificar, ordenar, evaluar y sintetizar las gigantescas masas de datos que se almacenan en las entrañas de Internet. Nuestros “nativos digitales” tal vez consigan saltar entre Facebook y Twitter, al mismo tiempo que suben un selfie a Instagram y envían un mensaje de texto. Pero cuando se trata de evaluar la información que circula por las redes sociales, resulta que son fáciles de engañar.
¿Qué podemos hacer?
Al igual que con otras muchas situaciones que enfrentamos, lo primero es reconocer los potenciales peligros, ya que usualmente, si no vemos ninguna consecuencia perjudicial, no intentaremos hacer nada para prevenirlo.
Es difícil decir a nuestros hijos que las pantallas son un problema cuando nosotros, como padres, estamos constantemente conectados a nuestros teléfonos inteligentes o a consolas de juegos.
Debemos involucrarnos con nuestros hijos en actividades de ocio saludables (deportes, lectura, manualidades, actividades al aire libre, entre otros); controlar los tiempos de uso de las tecnologías y ayudarles a desarrollar buenas habilidades sociales que les permitan el desarrollo de sanas relaciones interpersonales.
Las pantallas deben estar en los espacios comunes de la familia, y no en los cuartos, de este modo, facilitamos la interacción con los padres y la posibilidad de que éstos controlen indirectamente cómo, cuándo y con quién se juega; pactar con ellos la duración del juego y hacerles conscientes del tiempo que pasan jugando; informarse del nivel de violencia, la edad mínima y las habilidades requeridas para los programas de televisión, páginas visitadas y los juegos. Tampoco se debe utilizar la televisión mientras se está comiendo, sino aprovechar estos momentos para el diálogo familiar.
Nuestra responsabilidad como padres
Ese singular momento en la cama de los niños acompañándolos hasta que se queden dormidos, cuando como papás les leíamos la Biblia u otro libro de edificación y orábamos danto gracias por el día y por los sueños e impresiones durante las noches, se volvió una experiencia exótica. Hoy muchas familias se van a la cama cada uno por su cuenta, dejando a los niños y adolescentes con sus celulares visitando sus páginas favoritas, usando sus aplicaciones o conversando con sus amigos hasta altas horas de la noche. Ese nuevo panorama debería cuestionarnos seriamente en nuestro papel como padres e iniciar cambios radicales que permitan aprovechar de manera edificante los últimos momentos del día.
Estimado padre: Podrías hacer la lista de las páginas que más visitan tus hijos; quiénes son los ‘youtubers’ o influenciadores favoritos que ellos siguen; cuánta violencia o lenguaje inapropiado hay en los juegos y/o consolas favoritas; cuánto sexo o personajes LGBTI hay en sus series o películas de las plataformas de entretenimiento disponible; cuánto tiempo pasas con ellos y dispones para conversar con los contenidos que están viendo. El cuidado en la selección de contenidos apropiados y la influencia e impacto que logran en nuestros hijos es una responsabilidad indelegable de nosotros como padres. Y como, obviamente, no podremos estar todo el tiempo supervisando lo que nuestros hijos ven, debemos instruirlos con claridad sobre los principios y normas que rigen lo autorizado para ellos acorde para cada edad. Permítame hacer una observación personal: He visto una película que una plataforma señala como apta para mayores de 13 años, que creo que ni para los de 16 es apropiada, y como ésta deben haber muchos ejemplos más.
Las pantallas deben estar en los espacios comunes de la familia, y no en los cuartos, de este modo, facilitamos la interacción con los padres y la posibilidad de que éstos controlen indirectamente cómo, cuándo y con quién se juega; pactar con ellos la duración del juego y hacerles conscientes del tiempo que pasan jugando; informarse del nivel de violencia, la edad mínima y las habilidades requeridas para los programas de televisión, páginas visitadas y los juegos.
Nuestra responsabilidad como padres es levantar una nueva generación en el temor del Señor; mientras más temprano iniciemos esa labor, mejor y mayor será el impacto a largo plazo; esto no es una opinión, sino una afirmación de la Palabra del Señor; en Proverbios 22:6 dice: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”. La edificación en los primeros años gobernará el carácter en sus vidas de adultos y los fortalecerá en las tareas cuando construyan sus propias familias. Nuestro ejemplo como padres y el ejemplo de los hermanos mayores será más aleccionador que el más extenso de los discursos.
No podemos contrarrestar el efecto de horas y horas de las pantallas en nuestras mentes y en la de nuestros hijos con oraciones diarias de dos minutos y una reunión semanal de dos horas, a las cuales asisten con la atención dispersa, por obediencia o imposición, y la mayoría de las veces con su celular en la mano para, tristemente, continuar la distracción.
Los pensamientos generan sentimientos, y los sentimientos acciones, y las acciones que se repiten, se arraigan como hábitos que al final gobiernan la voluntad de la persona; por un lado, cuidar nuestros pensamientos es cuidar el primer eslabón de la cadena y, por otro lado, es necesario reemplazar un hábito gobernante por otros que sean edificantes y constructivos. Ante la pregunta llena de desesperación de muchos padres sobre qué hacer, la respuesta contundente incluye: El cultivo de la vida espiritual familiar, que incluye la oración, la lectura de la Palabra y los estudios bíblicos o altares fami liares, no sólo nos pueden ayudar a prevenir muchos de estos peligros, sino que nos permiten vivir y disfrutar los roles bí blicos como esposos, padres e hijos.
Jesús predijo que el amor de muchos se enfriaría, al responder a la pregunta de los discípulos: “… ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?” (Mateo 24:3). Y dijo Jesús: “…y por haberse multiplicado la maldad, el amor de muchos se enfriará.” (Mt. 24:12). Pablo amplía esta idea en 2 Timoteo 3:1-4 cuando describe los últimos tiempos.
“Y esto pido en oración, que vuestro amor abunde aun más y más en ciencia y en todo conocimiento, para que aprobéis lo mejor, a fin de que seáis sinceros e irreprensibles para el día de Cristo, llenos de frutos de justicia que son por medio de Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios.” (Fil. 1:9-11).
Exhortación final: Principios espirituales para el uso de la tecnología
Es fácil creer que lo que hacemos para el Señor se limita a levantar nuestras manos en alabanza o estudiar Su Palabra en alguna reunión cristiana. Algunos con una visión un poco más amplia incluirían las actividades académicas o laborales. Como bien señala la autora cristiana Nancy Pearcey en su libro “Verdad total”, la dicotomía de las sociedades modernas entre esfera privada y esfera pública no sólo ha rebajado el nivel de verdad, sino que los valores han quedado reducidos a decisiones arbitrarias.
Nuestra responsabilidad como padres es levantar una nueva generación en el temor del Señor; mientras más temprano iniciemos esa labor, mejor y mayor será el impacto a largo plazo; esto no es una opinión, sino una afirmación de la Palabra del Señor; en Proverbios 22:6 dice: “Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él”.
Colosenses 3:17 dice: “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él.” Y luego en Colosenses del 3:23- 24 repite: “Y todo lo que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres; sabiendo que del Señor recibiréis la recompensa de la herencia, porque a Cristo el Señor servís.” Ese “todo” de nuestras vidas incluye lo que pensamos, hablamos y hacemos e implica la presencia real de Dios frente al cual estamos.
A un Dios que nos anhela celosamente debemos dar cuenta también de cómo usamos nuestro tiempo de descanso y qué tipo de contenidos de entretenimiento consumimos en lo personal y, como padres, cómo guardamos a nuestros hijos de exposiciones inapropiadas. Hacer una larga lista de preceptos basado en la lógica o el sentido común ha mostrado poca utilidad a largo plazo, como bien señala Colosenses 2:20- 23: “Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres), cosas que todas se destruyen con el uso? Tales cosas tienen a la verdad cierta reputación de sabiduría en culto voluntario, en humildad y en duro trato del cuerpo; pero no tienen valor alguno contra los apetitos de la carne.”
El mismo texto muestra la opción válida: la vida de un creyente se basa en crecer en el entendimiento de su posición e identificación con Cristo en Su muerte y en Su vida de resurrección. Ni siquiera frente a las pantallas del entretenimiento vivimos para nosotros mismos. 2 Corintios 5:15 dice: “…y por todos murió, para que los que viven, ya no vivan para sí, sino para aquel que murió y resucitó por ellos.”
Palmira / Colombia
Pablo Andrés Moyano
Médico especialista en Medicina Familiar con 20 años de experiencia, escritor, docente y servidor en la iglesia local donde reside. Bendecido por el Señor con un matrimonio conformado por su esposa Sandra Vélez y sus dos hijos Natalia Andrea y David Andrés.