“Sed imitadores de mí, así como yo de Cristo.” (1 Corintios 11:1)
La oración es una práctica cristiana que está incluida en aquello que llamamos ‘disciplinas espirituales’ o ‘medios de gracia’. Esta es una práctica por medio de la cual la gracia de Dios es derramada en nuestros corazones y, a través de ella, recibimos suministro divino para todas las circunstancias de la vida.
Pero, ¿qué es orar? De manera muy simple, orar es conversar con Dios. Cuando oramos abrimos nuestros corazones a Dios de manera sincera y exponemos delante de Él nuestra causa; buscamos conocer Su voluntad y someternos a ella; nos unimos a Él en oración con humildad y dependencia, sabiendo que Él es la fuente de cualquier asunto que necesitemos. También oramos llevando delante de Él a nuestros familiares, amigos y a todo hombre, poniéndonos en lugar de ellos, y pidiendo que Dios les perdone, salve y les acerque a Él. Debemos orar incluso por la menor necesidad, desde el sustento diario, hasta el mayor motivo que tengamos.
Nuestro objetivo en este artículo es aprender de las oraciones del apóstol Pablo registradas en sus epístolas. Este no será un estudio exhaustivo. Nuestro objetivo es entender el significado de las palabras de Pablo cuando oró, e imitarlo en estas prácticas con el intento de construir una vida de oración adecuada delante de Dios. Pablo tenía una clara comprensión de que si no oraba no podría vivir; él sabía que no hay vida cristiana sin oración. Un cristiano que no ora es una contradicción.
Acciones de gracias
Basándonos en el ejemplo de Pablo en sus epístolas, empecemos con las acciones de gracias. La acción de gracias es una respuesta del corazón por aquello que se ha recibido. Recibimos gracia de parte de Dios, lo cual hace que tengamos una respuesta de agradecimiento a Él. Aquel que recibe gracia debe responder a Dios con acciones de gracias. En 1 Tesalonicenses 5:18 y Efesios 5:20 tenemos recomendaciones claras de Pablo para dar gracias ‘siempre’ y ‘por todo’ a Dios, por medio de Jesucristo. Un pequeño análisis de estos textos revelará que tenemos un elemento temporal presentado en el ‘siempre’, y también el elemento circunstancial presentado en la palabra ‘todo’. Seamos agradecidos a Dios en todo tiempo y en cualquier circunstancia: en aquello que vivimos y que es una bendición, sin embargo, también demos gracias en aquello que sufrimos. ¿Cómo podemos hacer eso? Podemos hacer tal cosa porque reconocemos que todo lo que llega hasta nosotros es la voluntad de Dios; estamos bajo el gobierno de Dios y todo lo que pasa con nosotros está bajo Su dominio. Él nos concede gracia para creer, gracia para vivir y andar, y también nos concede gracia para padecer (Fil. 1:29). Estos son apenas algunos ejemplos. Pablo le daba gracias a Dios por los hermanos, le daba gracias a Dios por la Iglesia, por el Cuerpo de Cristo, por la familia de Dios. Él agradecía por la fe y el amor de los hermanos (Ef. 1:15-16; Col. 1:3- 4), porque por todo el mundo estaba siendo proclamada esta fe (Ro. 1:8), porque ellos habían sido enriquecidos en Cristo (1 Co. 1:4). Él estaba agradecido por la cooperación de ellos para la causa de Cristo (Fil. 1:3-5). La Iglesia, la obra de Dios en la Iglesia, la obra de Dios a través de la Iglesia, siempre era motivo de dar gracias a Dios.
La oración es una práctica cristiana que está incluida en aquello que llamamos ‘disciplinas espirituales’ o ‘medios de gracia’. Esta es una práctica por medio de la cual la gracia de Dios es derramada en nuestros corazones y, a través de ella, recibimos suministro divino para todas las circunstancias de la vida.
Con todo esto, aprendemos la necesidad de dar gracias en todo lo que se refiere a nuestra vida de manera individual, sea en las alegrías o en las dificultades. también a ser agradecidos con Dios por el regalo de ser parte de Su familia esparcida por toda la Tierra, por la expansión de Su obra, por la edificación de los santos y por la cooperación de ellos en la obra de Cristo.
Orando por los perdidos
La misión de la Iglesia en esta Tierra consiste en ganar a los perdidos y edificar a los salvos; para ambas tareas necesitamos la oración. No hay salvación sin oración; tampoco hay edificación sin oración. Dios decidió que fuera así, que participáramos de Sus propósitos como cooperadores en la oración y en la predicación y edificación. Cuando llegamos a 1 Timoteo 2:1-8, podemos notar las instrucciones de Pablo para que los hermanos orasen por la salvación de los hombres. En estos versos tenemos cuatro palabras para describir la oración. Estas palabras son: súplicas, oraciones, intercesiones y acciones de gracias. Todas ellas están ligadas a la salvación de los perdidos.
La palabra ‘súplica’ nos da la idea de alguien que reconoce una necesidad existente, sea carencia, escasez de dinero u otra cosa, y también reconoce que existe alguien que puede suplirla, entonces clama por ayuda. Noten que, por un lado, existe la clara necesidad, y por el otro, el entendimiento de quien puede suplirla. Sabemos de la pobreza espiritual del mundo sin Dios, y reconocemos que solamente Dios puede suplir dicha pobreza. Por eso suplicamos a Él en favor de los hombres.
La segunda palabra es ‘oración’ (término general para describir la oración). Esta palabra, en este contexto, tiene su enfoque en Dios, y exalta a Dios como quien escucha y atiende la oración, enfatizando el hecho de que Dios es capaz de llevar a cabo aquello que se ha propuesto hacer.
La tercera palabra es ‘intercesión’, la cual significa ‘ponerse en lugar de alguien’, ponerse en la situación del necesitado, en otras palabras, como se dice popularmente: “Poner sus pies en los zapatos del otro”. En este sentido, nos posicionamos junto a los que necesitan salvación, ya que no somos mejores que ellos. Suplicamos el perdón de Dios para ellos, como si estuviéramos junto con ellos pidiendo perdón a Dios. En la oración de Daniel por su pueblo (Dn. 9:4-19), vemos en Daniel un hombre que amaba al Señor y era amado por Él, mas, sin embargo, él oraba así: “…hemos pecado, hemos cometido iniquidad…” (v. 5), incluyéndose con el pueblo que había abandonado a Dios; ésta es una verdadera intercesión. Daniel amaba a Dios, confiaba en Él y tenía una vida íntegra delante de Dios, pero cuando oraba por el pueblo se incluía juntamente con ellos; eso es intercesión.
La cuarta palabra es ‘acción de gracias’. Cuando está ligada a la salvación de los hombres, tiene un significado de intensa gratitud por la salvación. Un Dios bendito y amoroso está ocupado en salvar hombres que no merecen Su favor; aun así, los rescata y perdona, los justifica y santifica, y trabaja en ellos. Esto es gracia, y a causa de ello elevamos ante Él infinitas acciones de gracias.
En este texto no vemos solamente la naturaleza de la oración; también podemos percibir el alcance de la oración. No hay límites, ni de tiempo ni de espacio, para la oración; ésta debe ser hecha en favor de todos los hombres, para el rescate de todos. Debe ser hecha en favor de reyes y de los que ejercen cualquier tipo de autoridad, para que haya un campo fértil y libre para la predicación del Evangelio. Después veremos el beneficio de estas oraciones: viviremos “quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad” (1 Ti. 2:2), o sea que habrá un ambiente propicio para el testimonio y la manifestación de la vida de Dios a través de Sus hijos.
No hay límites, ni de tiempo ni de espacio, para la oración; ésta debe ser hecha en favor de todos los hombres, para el rescate de todos. Debe ser hecha en favor de reyes y de los que ejercen cualquier tipo de autoridad, para que haya un campo fértil y libre para la predicación del Evangelio.
Ahora tenemos la razón de estas oraciones; es bueno y agradable delante del Dios Salvador. El deseo de Él es la salvación de todos, por lo cual ese debe ser también el deseo de Sus hijos. Estamos conscientes de que cuando oramos por la salvación de los hombres, estamos orando según la voluntad de Dios. Él envió a Su Hijo, el único que podría mediar tal salvación, Él ha provisto salvación para los hombres. Él nos dio la vida eterna, y esta vida está en Su Hijo; quien “tiene al Hijo, tiene la vida” (1 Jn. 5:12); quien no lo tiene, está perdido bajo la ira de Dios (Jn. 3:36). Debemos orar y anunciar la salvación de Dios, hablar la verdad y vivir la verdad, anunciar la verdad que vivimos. Nuestras oraciones deben proceder de una vida santa, sin ira y sin animosidad.
Entonces aprendemos a orar viendo la necesidad y al Proveedor de ella; percibiendo aquello que Él puede, quiere y proveyó para la salvación de los hombres. Estamos esclarecidos de la naturaleza de la oración, de su alcance, de sus beneficios y de la razón de la oración. Oremos siempre, en todo tiempo, creyendo que Dios es capaz de salvar.
La oración pidiendo conocimiento
Llegamos entonces a la oración pidiendo conocimiento. Tenemos esta oración en las cartas a los Efesios, Filipenses, y Colosenses. Son registros de las oraciones de Pablo por los hermanos para que ellos abundaran en el pleno conocimiento de Dios. Ahora todo encaja: aunque todo está disponible en Cristo, aun así, debemos utilizar este medio de gracia que Dios nos ha dado, la oración, para apropiarnos de estas riquezas en Cristo. Debemos buscarla más que aquellos hombres que buscan oro, plata o tesoros escondidos.
En Efesios 1:16-19, Pablo ora al Padre de la gloria. La gloria es la esencia insondable de Dios, la suma de todos Sus atributos en máximo resplandor. Cuando alguien tiene una visión de la gloria del Padre en el rostro de Cristo, su oración avanza a niveles más altos. Pablo ora para que el Bendito Padre de la gloria conceda a los hermanos “espíritu de sabiduría y de revelación”. Hay mucho que hablar con respecto a esto. Cuando el espíritu del hombre se une al Espíritu de Dios en oración, él experimenta la sabiduría y la revelación espiritual, y alcanza la capacidad de llevar a la práctica todo conocimiento. Mientras sabiduría habla de un juicio o discernimiento correcto que produce práctica, revelación habla de un conocimiento correcto de aquello que estaba escondido. Cuando esto nos es concedido en oración, somos capaces de conocer a Dios, como está escrito: “…en el conocimiento de él…” (v. 17) ¡Conocimiento pleno de Él! ¡Qué maravilla! ¡Qué bendición!
Pero Pablo no habla solamente lo que sucede, sino que él nos muestra el proceso de esta gracia en el hombre. Él nos muestra que cuando hay una real y viva unión con Dios por el Espírito Santo, en lo más profundo de nuestro ser brilla una luz; esta luz es capaz de iluminar y transformar nuestra mente, y aclararlo todo. Dios brilla dentro de nosotros, nuestro espíritu es iluminado, porque es la lámpara del Señor (Pr. 20:27). Esta luz brilla y escudriña todo nuestro ser interior, disipando todas las tinieblas y llevándonos a la claridad de pensamientos, emociones y sujeción de la voluntad, lo cual se vislumbra en la expresión “…alumbrando los ojos de vuestro entendimiento…”
Avanzando un poco, Pablo habla de tres áreas que debemos conocer de manera experimental:
- La grandeza de nuestro llamamiento.
- La riqueza de la gloria de la herencia de Dios en nosotros.
- La suprema grandeza de Su poder en los creyentes.
Estas cosas abarcan toda la vida cristiana desde el inicio hasta el fin. Querido lector: ¿Ya dedicaste tiempo para orar por esto? ¿Estás orando por conocer la grandeza de tu llamamiento, por conocer la gloria de la herencia de Dios en la Iglesia, por conocer el poder que opera en los hijos de Dios? Todo esto lo alcanzamos también por medio de la oración. Cuando oramos a Dios por estas cosas, seremos encaminados a las Sagradas Escrituras donde están estas verdades. Allí veremos el propósito de Dios para Sus hijos, veremos para qué nos llamó. Veremos también que hay una herencia bendita, incorruptible y llena de gloria en nosotros; y que nosotros somos herencia de Dios, Su propiedad. Veremos también que hay en nosotros un poder sin medida, el poder que resucitó a Cristo de los muertos; el poder que trae de la muerte a la vida opera en nosotros. Esta capacidad está en nosotros. En otras palabras, Dios nos está diciendo que todo ya está disponible. Tenemos un alto llamamiento, somos herencia de Dios y tenemos disponible toda la capacidad que necesitamos. Dios llevará a cabo Su obra en nosotros. Un cristiano sabe, por experiencia, que cuando es expuesto a dificultades, y percibe que sus fuerzas se agotan, la gracia que procede del Trono de la gracia (fuente de toda provisión y realidad de vida), empieza a fluir. Del Trono viene toda la provisión que él necesita para atravesar cualquier circunstancia de la vida (He. 4:16).
Perseverancia y longanimidad
En la carta gemela a los Efesios, la cual es Colosenses, Pablo tiene una oración muy semejante a la anterior (Col. 1:9- 12). Pablo ora para que los cristianos en Colosas conozcan y rebosen en el pleno conocimiento de la voluntad de Dios, que viene del Espíritu a nuestro espíritu y avanza dándonos sabiduría y conocimiento espiritual, llevándonos a vivir de un modo digno del Señor, haciéndonos agradables a Él, fructificando en toda buena obra y creciendo hasta la plenitud del conocimiento. En el verso 11 encontramos que el poder de Dios nos es dado en “…toda paciencia y longanimidad…” Realmente debemos orar para recibir de Dios esta capacidad para soportar las situaciones difíciles y tener “largo ánimo”, es decir, constancia de ánimo, con las personas difíciles. Esto no es algo que puede surgir de nosotros mismos, sino que viene de Dios.
Efesios 1:16-19, Pablo ora al Padre de la gloria. La gloria es la esencia insondable de Dios, la suma de todos Sus atributos en máximo resplandor. Cuando alguien tiene una visión de la gloria del Padre en el rostro de Cristo, su oración avanza a niveles más altos. Pablo ora para que el Bendito Padre de la gloria conceda a los hermanos “espíritu de sabiduría y de revelación”.
Por toda la Escritura podemos percibir la gran verdad sobre la incapacidad humana, así que no hay nada que podamos hacer que provenga de nuestro propio esfuerzo. Necesitamos ponernos delante del Trono de la Gracia para que de Dios podamos recibir este poder maravilloso que nos fortalece ante los sufrimientos de la vida, sean éstos por situaciones que nos hacen sufrir, tales como enfermedades, defunciones, o sean ellos por personas con las cuales necesitamos lidiar. Cuando tenemos dificultades en estas cuestiones, ¿a quién recurrimos? Comienza a buscar fuerzas en Dios a través de la oración. Una de las características a observar en la vida de nuestro Señor Jesucristo es una total perseverancia, además de una completa longanimidad. Él soportó todo, pasando por los sufrimientos más intensos. Él también tuvo una completa longanimidad con Sus discípulos, igual que con todos los hermanos en la historia de la Iglesia; y también la tiene para con nosotros todo el tiempo. Podemos estar a Sus pies, aprender con Él, ser llenos de Él, de la fuerza que viene por Su gracia para soportar cualquier situación.
La oración pidiendo amor en el conocimiento
En Filipenses 1:9-11 tenemos otra oración íntimamente relacionada a la oración anterior, pero con la añadidura de un elemento: el amor. Pablo ora por los creyentes en Filipos para que el amor de ellos aumente más y más. Siempre pensamos que existen límites para nuestro amor y, de hecho, nuestro amor es limitado. Ahora, cuando probamos del amor de Dios, descubrimos que… ¡en este Amor no hay límites! Necesitamos crecer en ese amor más y más; no es crecer un poco, avanzar de una etapa hacia otra y pensar que ya es suficiente. Crecer “más y más” significa que un día antes de nuestra muerte podremos amar más de lo que amábamos el día anterior, y menos de lo que amaremos en el último instante de nuestras vidas. Si nos ponemos delante de Dios en oración, el amor de Él crecerá en nosotros de manera ascendente, y sin barreras. ¡Qué maravilloso es este pensamiento! Pablo oraba por eso. También debemos orar para que eso suceda en nosotros y en nuestros hermanos.
Entonces, para dejar todo más seguro, Pablo vincula este amor al conocimiento y al discernimiento que había mencionado en las oraciones anteriores. Amor sin conocimiento real de Dios y sin discernimiento, no pasa de ser sino puro sentimentalismo. Conocimiento no experimental y sin amor, solamente lleva al orgullo (1 Co. 8:1). Necesitamos crecer en el amor, pero asociado al pleno conocimiento y también al discernimiento espiritual; sólo así seremos capaces de escoger el bien y abstenernos de toda especie de mal, y avanzaremos en dirección a Dios de manera completa, en nada deficientes; seremos sinceros y estaremos confiados en la Venida del Señor. Estaremos llenos del fruto de justicia producido en nosotros por medio de Jesucristo para la gloria de Dios.
Conclusiones
Ahora tenemos todo más claro delante de nosotros. Aunque sabemos que no hemos agotado el asunto de la oración, sabemos que hemos tratado cosas fundamentales de la vida de oración y lo que ella produce en nosotros.
Debemos tener claro en que no hay progreso en la vida cristiana sin oración. Verdaderamente, no hay vida cristiana sin oración. Si usted, querido lector, siendo cristiano, no ora, ¡no podrá vivir una vida agradable a Dios! La vida cristiana debe ser vivida en humildad y dependencia de Dios, reconociendo que sin Él nada podemos hacer y, al mismo tiempo, conscientes de que todo lo podemos en Él.
Es importante notar que para que haya equilibrio, el medio de gracia debe ser asociado con todas las otras disciplinas espirituales. Una de las características de los medios de gracia es que ellos no son suficientes en sí mismos, siempre deben ser asociados con los demás. Cuando avanzamos en uno de ellos, éste nos lleva al otro: Si oramos, seremos conducidos a las Escrituras; si leemos las Escrituras, seremos conducidos a la oración. Si oramos, seremos llenos de amor hacia los hermanos; si estamos con los hermanos seremos estimulados al amor y a las buenas obras. Si leemos las Escrituras, seremos conducidos a la oración, a la reunión de los santos; en la reunión seremos por ellos exhortados, consolados, edificados, estimulados a la oración, al ayuno, a la adoración. Cada una de estas cosas va llevando a la otra y produciendo en nosotros progreso de vida. ¡Qué cuadro tan maravilloso es este!
Organiza tu vida, tu tiempo, tus recursos, para aprender y practicar la maravillosa disciplina de la oración, sin la cual no podemos vivir.
Joinville, Santa Catarina / Brasil
Marcelo Vieira
Siervo de Jesuscristo, esposo, escritor, produtor musical. Vive en la ciudad de Joinville, Santa Catarina, en Brasil, lugar en el cual es servidor de la iglesia local. Felizmente casado con Thais, padre de una hermosa niña llamada Helena.