LA PERVERSIÓN DE LA GRACIA

Porque algunos hombres han entrado encubiertamente, los que desde antes habían sido destinados para esta condenación, hombres impíos, que convierten en libertinaje la gracia de nuestro Dios, y niegan a Dios el único soberano, y a nuestro Señor Jesucristo. (Judas 4).

Desde el principio de la era de la Iglesia, Satanás ha querido, de múltiples formas y con variadas estrategias, pervertir la gracia de nuestro Dios. Una de las estrategias consiste en tergiversarla para engañar a los creyentes, llevándolos a vivir una vida en medio de la inmundicia del pecado y la depravación, haciéndoles pensar que esto ya no tiene consecuencias, después de haber sido rescatados de esa manera de vivir por el Señor. ¡Pero qué gran contradicción es esta!

Esta estrategia la ha levantado el enemigo haciendo un mal uso de la interpretación bíblica, la cual busca que el hombre ahogue su conciencia mientras peca, porque erradamente piensa que la gracia le da la “libertad” para seguir las tendencias de su carne, del mundo o, incluso, del mismo Satanás, sin que el corazón de Dios cambie para con él, dado que, según esta herejía, Dios mismo inspiró la gracia para rescatar al hombre a pesar de que permanezca pecando indiscriminadamente. Esto es un error que atenta, no sólo contra la correcta hermenéutica bíblica, sino contra la Persona misma de Dios, quien es Santo.

La advertencia de Judas 

Judas, en su epístola, nos avisa que esta maligna labor la realizan personas que, evidentemente, no han sido participantes de la salvación; son personas condenadas que niegan a Dios y a Su Hijo Jesucristo, y que entran de una manera solapada, sin levantar sospechas, enseñando el libertinaje como si fuera la verdadera libertad que trae la gracia de Dios, para falsificarla, y así arrastrar a los discípulos del Señor a aquello que los destruye y esclaviza, es decir, al pecado.

Desde el principio de la era de la Iglesia, Satanás ha querido, de múltiples formas y con variadas estrategias, pervertir la gracia de nuestro Dios. Una de las estrategias consiste en tergiversarla para engañar a los creyentes, llevándolos a vivir una vida en medio de la inmundicia del pecado y la depravación…

Esta misma estrategia la usó Satanás en el Edén, introduciendo un falso concepto de libertad para llevar al hombre al libertinaje, con el objetivo de separarlo de Dios, y así poder hacerlo esclavo del pecado y, por ende, esclavo del mismo Satanás. El maligno logra su objetivo de esclavizar al hombre cuando éste no está bien fundamentado respecto a la gracia de Dios y la verdadera libertad; es por esto que tiene que realizar su obra encubiertamente, aprovechando nuestra falta de agudeza, discernimiento y conocimiento de la gracia de Dios. De esta misma manera, introduciendo falsos maestros, Satanás había comenzado a infiltrar la Iglesia, por lo cual el Espíritu de Dios inspiró a Judas para dejarnos esta solemne advertencia, a fin de que velemos.

También nosotros debemos estar atentos a esta advertencia, pues, como en el pasado hubo esta clase de falsos maestros introducidos en la Iglesia del Señor para socavar la santidad de Dios en los creyentes, hoy también abundan en medio del pueblo de Dios quienes mancillan y pisotean la gracia de Dios con su falsa libertad.

El ejemplo de Israel 

Judas suma a su advertencia anterior, el ejemplo del pueblo de Israel cuando salió de Egipto: “Mas quiero recordaros, ya que una vez lo habéis sabido, que el Señor, habiendo salvado al pueblo sacándolo de Egipto, después destruyó a los que no creyeron.” (Judas 5); él recuerda a los creyentes, los cuales no ignoran la gran liberación que hizo Dios con el pueblo de Israel, cuan- do los libertó de su esclavitud en Egipto de una dura servidumbre (Ex. 1:14), de muerte (Ex. 1:16) y desesperación (Ex. 2:23). Mas aquellos del pueblo que no creyeron fueron destruidos por el Señor, ya que se volvieron de la libertad de Dios al libertinaje, a sus ídolos, murmuraciones, fornicaciones, codicias; y tentaron a Dios (1 Co. 10:6-10), quien les había dado la verdadera libertad de sus enemigos, y les había sacado para llevarlos a la Tierra Prometida. Dios había librado al pueblo de Israel en base a Sus promesas, las cuales son por gracia, y no por las obras de Israel en Egipto; mas el pueblo, no apreciando Su gracia, se volvió atrás en incredulidad, para hacer el mal contra quien les había libertado.

Judas hace este recordatorio a los creyentes, para que no olviden que han sido libertados de la esclavitud del pecado (Gá. 5:1), por lo cual deben permanecer en la ver- dadera libertad, la que es por la gracia de Dios. Nosotros, hoy en día, también debemos permanecer en esta gracia, sin volvernos atrás, en incredulidad, a lo que Dios aborrece, como si tuviéramos libertad para retornar a aquello de lo cual Él nos hizo libres.

El ejemplo de los ángeles 

Tenemos además el ejemplo de los ángeles, lo cual Judas también menciona (v. 6): “Y a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día…” Dichos ángeles habían recibido un lugar de honor en el servicio a Dios, pero deshonrando ellos su lugar y su llamado, abusaron de la libertad que Dios les dio, desvirtuándola, pervirtiéndose a sí mismos y llegando a cometer actos abominables, por lo cual fueron despojados de su lugar de privilegio, para ser encerrados hasta el día en que han de ser juzgados.

 El maligno logra su objetivo de esclavizar al hombre cuando éste no está bien fundamentado respecto a la gracia de Dios y la verdadera libertad; es por esto que tiene que realizar su obra encubiertamente, aprovechando nuestra falta de agudeza, discernimiento y conocimiento de la gracia de Dios.

Con estos ejemplos Judas advertía a los creyentes de antaño, y aún de hoy día, que debido a que hemos recibido ¡un llamamiento tan grande!, ¡una liberación tan gloriosa, y tan superabundante provisión de gracia en el Hijo de Dios!, no debemos descuidarnos, porque, siendo engañados, podemos acabar en un libertinaje que, seguramente, un día nos llevaría a ser juzgados por aquel Supremo Juez, nuestro Dios. El cristiano no debe ignorar – como lo hace notar Judas – que aunque ha sido perdonado por Dios y salvado por gracia (mediante Su Hijo Jesucristo), esto no lo exime de ser juzgado y disciplinado por el Señor, si llegare a volverse atrás, en pos de su pecado.

La enseñanza de los apóstoles 

Judas también nos dice: “Pero vosotros, amados, tened memoria de las palabras que antes fueron dichas por los apóstoles de nuestro Señor Jesucristo…” (Jud. 17). Ahí él hace referencia a laenseñanza apostólica con respecto a este importante tema. El apóstol Pedro decía: “Baste ya el tiempo pasado para haber hecho lo que agrada a los gentiles, andando en lascivias, concupiscencias, embriagueces, orgías, disipación y abominables idolatrías.” (1 P. 4:3); él exhorta a los creyentes a no permanecer en el pecado, ni volver a él, del cual fueron hechos libres, pues habían sido libertados del poder del pecado y la condenación, por medio de Cristo, quien sufrió por ellos, librándolos, por pura gracia, de su antigua condición (1 P. 4:2) para ya no volver atrás.

Juan, quien es llamado por muchos el apóstol del amor, afirmó: “Sabemos que todo aquel que ha nacido de Dios, no practica el pecado, pues Aquel que fue engendrado por Dios le guarda, y el maligno no le toca.” (1 Jn. 5:18). Con esto dejó sin justificación alguna a aquellos que tergiversan la gracia, quienes afirman que podemos vivir, al mismo tiempo, una continua vida de pecado y ser verdaderos creyentes en el Señor. Pero el mismo apóstol dice también: “El que practica el pecado es del diablo; porque el diablo peca desde el principio. Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.” (1 Jn. 3:8). Dicho texto revela la realidad de aquellos que dicen haber sido rescatados por la gracia de Dios, manifestada en la obra de Su Hijo a favor del pecador, pero siguen viviendo una vida sumergida en el pecado, demostrando que realmente son del diablo, y no de Dios.

El apóstol Pablo conoció a profundidad lo que es la gracia de Dios, no sólo como concepto doctrinal, sino como verdad y realidad experimental desde el mismo momento de su conversión y hasta su madurez espiritual. Conocía a profundidad el efecto santificador de la gracia; por eso, con autoridad y determinación genuina, e inspirado por el Espíritu Santo, enseñaba a la Iglesia así: “¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? En ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él? (Ro. 6:1- 2). El apóstol Pablo dice que los que hemos muerto al pecado – y esto sólo es posible mediante la obra de gracia del Señor, por Su Hijo, en nosotros -, no vivimos en el pecado. Es una tremenda contradicción para el apóstol que nosotros, que hemos sido libres del pecado, podamos, o incluso deseemos, vivir en el pecado, porque nuestra nueva naturaleza nos exige interiormente separarnos de todo lo pecaminoso. Vivir en el pecado no se corresponde con un verdadero hijo de Dios.

El versículo dice además: “En ninguna manera”; es decir, no existe ninguna posibilidad, ninguna forma, ni un pequeño permiso, ni opción, para alguien que habiendo experimentado la gracia, pueda vivir en el pecado.

Siempre el llamado de los apóstoles fue el de abandonar el pecado y caminar hacia la santidad a la cual nos llama Dios: “Así que, amados, puesto que tenemos tales promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios.” (2 Co. 7:1; He. 12:14). Ellos nunca enseñaron que, con la excusa de la gracia de Dios, tuviésemos licencia para permanecer en el pecado.

Las Palabras de Jesucristo 

Quien quiera usar la gracia para justificar una vida pecaminosa, sólo puede ser un hombre impío, no un hijo de Dios; no un salvo, sino un condenado; no un hombre libre por el Espíritu del Señor, sino un esclavo del diablo y de su obra. Por el contrario, un hijo de Dios, conocedor de la gracia, cada día conocerá más de la santidad de Dios. Un hijo de Dios, amante de Dios, amará entonces también Su santidad, y despreciará todo lo pecaminoso.

El cristiano no debe ignorar – como lo hace notar Judas – que aunque ha sido perdonado por Dios y salvado por gracia (mediante Su Hijo Jesucristo), esto no lo exime de ser juzgado y disciplinado por el Señor, si llegare a volverse atrás, en pos de su pecado.

El mismo Señor Jesucristo, por quien ha venido la gracia (Jn. 1:17), enseñó sobre la condición de quienes quieren seguir sumergidos en la inmundicia y el pecado. “Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado.” (Jn. 8:34). Si alguien, queriéndose amparar en la gracia del Señor, busca seguir en pecado, se engaña, y continúa en esclavitud; como afirmaría el apóstol Pablo más tarde, que si volvemos al pecado, habiendo sido rescatados por nuestro Señor, volvemos a esclavitud (Ro. 6:16).

Nuestro Señor, quien es Dios de toda gracia (1 P. 5:10), nunca fue indulgente con el pecado. “Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.” (Lc. 13:3). Él confrontó a todos aquellos que creían estar bien con Dios y creían gozar de Su favor, para recordarles que si no se arrepentían (dejando su pecado), perecerían. Por lo cual es imposible pensar que, con la excusa de estar en la gracia de Dios, se puede continuar en pecado, sin perecer y sin tener consecuencias por ello. En el Sermón del Monte (Mt. 5:1-29), nuestro Señor deja en claro que Su gracia no abroga Sus exigencias en cuanto a nuestra relación con Dios y el prójimo, y en cuanto al pecado, y las consecuencias que éste trae sobre los que ya son hijos de Dios por la fe en Jesucristo. Como en el caso del homicidio (Mt. 5:22), adulterio (Mt.5:28) o el divorcio (Mt.5:32). Aun el Señor nos habla acerca de cómo tratar con el pecado en la Iglesia, y la disciplina eclesiástica que se debe aplicar (Mateo 18:17), mostrando que en la Iglesia el pecado, con la excusa de la gracia, no debe ser tolerado.

La gracia y la disciplina 

Muchos quieren hoy argumentar que por causa de la gracia de Dios, el creyente puede pecar de manera deliberada, sin arrepentirse, sin dejar su pecado, y que esto debe ser tolerado con la excusa del amor de Dios y la salvación por gracia que nos ha dado en Su Hijo. Mas el Señor dijo: “Por tanto, si tu hermano peca contra ti, vé y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano.” (Mt.18:15). El Señor mandó reconvenir a aquellos que pecan contra un hermano para que se arrepientan, es decir, para que dejen su pecado y para que la relación sea restaurada. Por lo cual, aquellos que se excusan haciendo daño, estafando, defraudando a otros hermanos, no deben ser tolerados, por la gracia de nuestro Dios, sino exhortados al arrepentimiento para restauración; mas, de no arrepentirse ante esta instancia y ante la de los testigos (Mt.18:16), y aún rehusare hacer caso omiso a la Iglesia para arrepentirse y poder ser restaurado, entonces el Señor dice a la Iglesia: “tenle por gentil y publicano.” (Mt.18:17). Por lo cual, vemos que el Señor ha delegado a la Iglesia la autoridad para disciplinar a aquellos miembros que insisten en permanecer en el pecado, sin arrepentirse, mostrándonos lo poco indulgentes que debemos ser con el pecado con la excusa de la gracia de Dios, la cual realmente debe guiarnos a corregir y restaurar al desviado, y no a dejarle en su mal camino.

Las sectas y la gracia 

Pero el excusarse en la gracia para pecar no se limita sólo a individuos. Existen grandes movimientos, como la secta “Creciendo en Gracia”, del fallecido José Luis de Jesús Miranda, actualmente bajo el control de quien fuera su esposa en vida (Lisbeth). Allí enseñan la herejía de que, dado que Cristo al morir destruyó el pecado, ahora el cristiano aunque peque, su pecado ya no es contado como pecado, por lo cual, dicen ellos: “Podemos vivir en todo tipo de inmundicia, sin consecuencias”, con la excusa de que “por la gracia de Cristo todo nos será perdonado, aún sin que haya arrepentimiento”. ¡Qué absurdo! ¡Qué mentira más cruel! A la cual respondería el apóstol Juan, como lo hizo en el primer siglo: Si decimos que no tenemos pecado, nos engañamos a nosotros mismos, y la verdad no está en nosotros.” (1 Jn. 1:8). Estas herejías no son exclusivas de este tipo de sectas. También hoy en día hay muchas congregaciones en las cuales se predica un “evangelio” distorsionado, donde se da a entender que puedes venir a Dios, y permanecer en tu pecado, sin arrepentirte, sin dejarlo, y estar bien con Dios por causa de Su abundante gracia. Esta mentira, que tiene cauterizada la conciencia de muchos, hace que miles permanezcan en fornicación, adulterio, robo, mentira, idolatría…, creyendo (engañados) que están bien con Dios, y en realidad están caminando directamente al Lago de Fuego, sin que nadie les estorbe con el mensaje del Evangelio de la Gracia, que trae arrepentimiento y salvación por la fe en Jesucristo.

Si alguien, queriéndose amparar en la gracia del Señor, busca seguir en pecado, se engaña, y continúa en esclavitud; como afirmaría el apóstol Pablo más tarde, que si volvemos al pecado, habiendo sido rescatados por nuestro Señor, volvemos a esclavitud (Ro. 6:16).

Mas las Escrituras nos muestran que Dios no trata con indulgencia el pecado: “…Porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo.” (He. 12:6). El Señor de la gracia es también el Señor de la disciplina, pues son justamente Su gracia y Su disciplina las que nos guían al arrepentimiento y, como hijos, a la restauración (Ro. 2:4). Él mismo dice a la Iglesia que se desvía: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues, celoso, y arrepiéntete.” (Ap. 3:19), pues Su amor y Su gracia se manifiestan con Su reprensión y disciplina, a los creyentes que se desvían, para que su andar sea corregido.

Volvamos en arrepentimiento por Su gracia 

Si usted ha pecado, tanto individualmente o como Iglesia, aún si ha estado en una secta engañado por el falso “evangelio” del libertinaje, todavía hay esperanza, porque el Señor dice: “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.” (1 Jn. 1:9).

Arrepiéntase, ponga su fe en Cristo, crea en el Evangelio de la gracia de Dios que conduce a un cambio de vida, de la esclavitud del pecado a la libertad en la Santidad de Dios. No se engañe, no confíe en usted mismo, no se aferre a su pecado, abrace la fe en Jesucristo, confiese su pecado y arrójese en los brazos del Salvador, quien, por Su infinita gracia, le otorgará salvación, restauración, santificación y vida eterna en Él.

 

Orlando Salamanca y Alberto Rabinovici