SALVOS SÓLO POR GRACIA

“…por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios, siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús…” (Ro. 3:23-24)

El Evangelio es el mensaje de salvación para todos los hombres, quienes, ajenos a su destino eterno, viven bajo la ira de Dios, en esclavitud del pecado y expuestos al castigo eterno. Sin embargo, Dios no ofrece Su salvación para que seamos justificados en base a nuestros propios méritos o al procurar guardar Sus mandamientos para justificarnos delante de Él, sino sólo por Su gracia.

La salvación por medio de la gracia de Dios es un estandarte de la fe de los cristianos. Esto nos diferencia de las religiones, las cuales predican una falsa salvación por méritos. Sin embargo, en nuestros días, después de veintiún siglos de historia cristiana, y de cinco siglos desde la Reforma Protestante, aún son muchos los cristianos que no entienden bien esta doctrina tan fundamental de la fe, poniendo su confianza más en sus méritos – sumados a su fe – como si así, de alguna manera, pudieran pagar a Dios, en alguna medida, por salvarles. Pero, como veremos, esta forma de pensar es un engaño, ya que Dios se agradó en salvar al pecador por pura gracia.

Llamados por medio de la Gracia Divina 

Dios nos ha llamado por medio de Su abundante gracia en Su Hijo Jesucristo, pero muchos en su caminar cristiano comienzan a deslizarse, a tropezar, y olvidan cómo fueron llamados por la gracia de Dios. Tal fue lo que sucedió en el caso de las iglesias en Galacia: “Estoy maravillado de que tan pronto os hayáis alejado del que os llamó por la gracia de Cristo, para seguir un evangelio diferente.” (Gá. 1:6). Las iglesias en Galacia se estaban alejando del llamado de Dios por la gracia de Cristo, para seguir un falso “evangelio”, basado en el mérito propio y en el esfuerzo para hacer las obras de la Ley.

La salvación por medio de la gracia de Dios es un estandarte de la fe de los cristianos. Esto nos diferencia de las religiones, las cuales predican una falsa salvación por méritos

Cualquier “evangelio” – que no sea el Evangelio glorioso de Jesucristo – que nos desvía del llamamiento por la gracia de Cristo, y nos lleva a confiar en nosotros mismos, en nuestras obras, en nuestra justicia, es un falso “evangelio”. Seguir un “evangelio diferente” nos aleja de Dios y de la gracia de Su Hijo. Para muchos es algo muy sutil, volviendo a rituales judaicos, guardando algunos mandamientos, procurando ser justificados por medio de ellos, y aun volviendo a prácticas supersticiosas disfrazadas de cristianismo. Y esto acontece a muchos, ya que no se han detenido a considerar el llamamiento de Dios por medio de la gracia de Cristo.

La Gracia y la Salvación 

Gracia, en su significado bíblico con respecto a la salvación, denota el favor o buena voluntad divina hacia aquellos que la reciben; es decir, Dios, por el puro afecto de Su voluntad, no por deuda o necesidad, sino libremente, decidió salvar a los hombres, aun a pesar de que éstos no merecieran la salvación, porque habiendo hecho ellos todo lo contrario a la voluntad divina, eran dignos de la ira de Dios y de recibir el castigo eterno. Por lo cual, la gracia es un don gratuito, un regalo, como el que se le da a un hijo por amor, sólo que en este caso es Dios dándole a los pecadores el regalo de la salvación en Su Hijo amado, siendo el hombre su enemigo y digno de su castigo. Mas Dios nos llama por Su Gracia, en Su Hijo, para ser librados de la condenación. ¿Y por qué decimos que este llamado es por gracia? Porque es el favor inmerecido de Dios; lo es porque realmente el hombre no merecía que Dios le salvase, que Dios enviara a Su Hijo en carne, sufriera humillación y oprobio, muriera a favor de la humanidad caída, y se levantase de los muertos para darles vida. Realmente, el hombre no es digno del Evangelio, pero Dios, por Su gracia, llama a los hombres, por medio de las Buenas Nuevas de Jesucristo, para que éstos hallen salvación en Él.

Desechando la Gracia de Dios 

Las iglesias en Galacia se estaban desviando del llamamiento de Dios por medio de la Gracia de Cristo, para seguir “otro evangelio”. Esto nos muestra que, aun siendo cristianos y habiendo creído en el Evangelio de Cristo, corremos el peligro de desechar la gracia de Dios: “No desecho la gracia de Dios; pues si por la ley fuese la justicia, entonces por demás mu- rió Cristo.” (Gá. 2:21). Los gálatas estaban en este peligroso camino, pues habiendo entendido que Dios los había salvado, no por sus méritos, sino por Su gracia, ahora querían agradar y acercarse a Dios por medio de volverse a la Ley, para justificarse a sí mismos. Esto es desechar, despreciar el sacrificio del Señor, Su don gratuito, para tratar, inútilmente, de ganar lo que Dios nos ha dado por gracia en Su Hijo, y lograrlo por medio de obras muertas que no tienen poder para justificar- nos o hacernos aceptos delante de Dios. Si por nuestras obras y méritos fuera la salvación, el perdón de los pecados, la justificación, entonces por demás murió el Hijo de Dios. Hubiera bastado con hablarnos desde los cielos: “Guardad todas las obras de la Ley”. O: “Sean buenas personas”. Pero no, Dios envió a Su Hijo para que por gracia nos salvase, muriendo en nuestro lugar en la cruz del Calvario.

De esto dice el autor de Hebreos: “¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia?” (He. 10:29) ¡Qué solemne advertencia para todos aquellos que menosprecian la sangre del Señor, la cual Él derramó por nuestros pecados, para que por Su gracia pudiéramos entrar en Su Pacto! Esto no es otra cosa, como dice el autor de la carta a los Hebreos, que una afrenta, un insulto, un menosprecio al Espíritu de Gracia del Señor, quien nos llama a confiar en Él, que ya ha hecho por nosotros lo que nadie por sus propios méritos hubiera podido lograr. Y también es un pisotear el sacrificio del Señor. Claramente, el que obrare así no quedará sin castigo, ha transgredido el Pacto, ha rechazado el regalo de Dios, y resiste al Espíritu de Dios, quien lo invita a recibir este regalo gratuito de la salvación por la fe.

 

Por lo cual, la gracia es un don gratuito, un regalo, como el que se le da a un hijo por amor, sólo que en este caso es Dios dándole a los pecadores el regalo de la salvación en Su Hijo amado, siendo el hombre su enemigo y digno de su castigo

Emprender este camino de osar querer justificarnos delante de Dios o querer agradarle por medio de las obras de la Ley, desechando así Su gracia, no sólo conlleva juicio y castigo más allá de lo imaginable, sino que nos desliga del mismo Señor: “De Cristo os desligasteis, los que por la ley os justificáis; de la gracia habéis caído.” (Gá. 5:4). No podemos pensar que afrentando Su Espíritu de Gracia y menospreciando Su Pacto, podremos continuar disfrutando de Su favor y bendición. Si queremos ganarnos por nosotros mismos la bendición de Dios, entonces realmente caeremos en desgracia y bajo maldición, pues la Ley misma dice: “Porque todos los que dependen de las obras de la ley están bajo maldición, pues escrito está: Maldito todo aquel que no permaneciere en todas las cosas escritas en el libro de la ley, para hacerlas.” (Gá. 3:10). En cambio, los que dependen de la gracia de Dios son admitidos por Él, gratuitamente, por medio de la fe que es en Cristo Jesús, el único que ha guardado toda la Ley y que tiene méritos propios por los cuales puede justificar a los que a Él acuden, limpiándolos y haciéndolos santos y sin mancha delante de Él.

Sólo por Gracia 

Lo que aconteció en las iglesias de Galacia no fue algo exclusivo de ellas. En los tiempos de Lutero, la iglesia ofrecía salvación a cambio de obras, de dinero, de rezos interminables y de misas. Pero junto a él, otros hermanos – que también fueron convencidos por las Escrituras de que la salvación es un don gratuito de Dios por medio de la fe en el Evangelio de Jesucristo –  proclamaron valerosamente por toda Europa que la salvación era sólo por gracia.

La Epístola a los Efesios declara acerca de esta salvación, que es sólo por gracia: “…aun estando nosotros muertos en pe- cados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos)…” (Ef. 2.5). Lo que el apóstol Pablo declara aquí es que antes de conocer al Señor, aun en medio de nuestros intentos vanos de alcanzar la justicia de Dios por medio de nuestras obras, estábamos muertos en nuestros pecados, pues la paga del pecado es la muerte (Ro. 6:23). Pero por medio de Su Hijo (no de nuestras obras muertas), nos dio vida juntamente con Él, y esto por gracia: “Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios…” (Ef. 2:8). Por Su Gracia, Su favor inmerecido, Su benevolencia insondable y abundante misericordia es que el hombre puede ser salvo, y de ninguna otra manera podrá serlo, pues es un don, un obsequio que Dios da a los hombres, gratuitamente, en Su Hijo, por la fe y el arrepentimiento.

Por lo cual, el hombre y sus muchas obras quedan excluidas de la salvación para que nadie confíe en sí mismo: “… no por obras, para que nadie se gloríe.” (Ef. 2:9). Dios decidió soberanamente que fuera por Su gracia, a fin de que ninguna carne pudiera decir: “¡Soy salvo por mi propia fuerza!” O: “¡Soy salvo por mi firme voluntad y por mis grandiosas obras!” ¡No! Nadie se podrá gloriar delante de Dios por la salvación, ya que ésta es un regalo gratuito de Dios, sólo por gracia. Como dice nuestro hermano Donald Carson: “La Cruz es el lugar donde Dios ha destruido de forma suprema toda arrogancia y pretensión humana”. Dios nos ha dejado sin nada de qué jactarnos delante de Él en cuanto a nuestra salvación. Esto no le gusta mucho a la carne, porque en la cruz no encuentra gloria, sino muerte. Mientras que el hombre que no confía en sí mismo, sino que confía en la obra de Dios hecha en Jesucristo, a favor de los hombres, en aquella cruz encuentra la gracia que por la fe le da vida.

Ejemplos de la Gracia de Dios 

Que Dios salve sólo por gracia a los hombres, y no por sus obras, no debería sorprendernos: Fue por gracia de Dios que Adán y Eva no perecieron al pecar contra Él, sino que, junto con el castigo, recibieron también la promesa de un Salvador (Gn. 3:15).

Fue por gracia que Noé fue escogido con su familia para preservación de la humanidad (Gn. 6:8).

Fue sólo por gracia que Abraham, quien acogió al Señor y sus ángeles, recibió la promesa de Isaac su heredero, de donde vendría, en la carne, el Salvador de la humanidad (Gn. 18:3, 10). Y José pudo hacer todo lo que hizo, porque la gracia y misericordia del Señor estaban con él (Gn. 39:4, 21), lo cual resultó en la salvación de Israel y sus hijos de la hambruna (Gn. 50:20).

Dios decidió soberanamente que fuera por Su gracia, a fin de que ninguna carne pudiera decir: “¡Soy salvo por mi propia fuerza!” O: “¡Soy salvo por mi firme voluntad y por mis grandiosas obras!” ¡No! Nadie se podrá gloriar delante de Dios por la salvación, ya que ésta es un regalo gratuito de Dios, sólo por gracia.

Y en el Nuevo Testamento, ¡qué ejemplo más precioso de la gracia de Dios tenemos en la vida del apóstol Pablo! Anteriormente llamado Saulo, nacido en Tarso de Cilicia, instruido en Jerusalén a los pies de Gamaliel, quien era un prominente maestro entre los fariseos (Hch. 22:3), y que, como relata a los gálatas: “… en el judaísmo aventajaba a muchos de mis contemporáneos en mi nación, siendo mucho más celoso de las tradiciones de mis padres.” (Gá. 1:14). Incluso declarando a los filipenses todas aquellas cosas en la carne en las cuales el apóstol aseguraba que tenía más de qué jactarse que otros en cuanto a la Ley, la carne y las tradiciones (Fil. 3:3-6). Él, más que nadie, llegó a tener razones para confiar en su propia justicia para salvación, pero de todas aquellas cosas terminó diciendo: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo.” (Fil. 3:7). Pablo llegó a decir también: “Pero la gracia de nuestro Señor fue más abundante con la fe y el amor que es en Cristo Jesús.” (1 Ti. 1:14). Pablo recordaba a Timoteo lo mucho que había abundando la gracia de Dios para con él, a pesar de haber sido blasfemo y perseguidor de la Iglesia (1 Ti. 1:13) ¡Qué esperanza nos dan estos pasajes para aquellos que hemos pecado contra Dios de tantas maneras! Pablo fue un ejemplo viviente de la gracia de Dios. Y continúa diciendo: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna.” (1 Ti. 1:15-16).

Con este testimonio, la Palabra de Dios nos está diciendo que, así como Pablo – un perseguidor de la Iglesia, un blasfemo, uno que consintió en la muerte de Esteban, siervo del Señor – pudo ser perdonado y admitido en Cristo Jesús el Hijo de Dios por medio de la fe en el Evangelio, sólo por la gracia de Dios, entonces, ¡todo pecador tiene esperanza! Y puede convertirse en un nuevo ejemplo de la misericordia y gracia de Dios, así como lo fue Pablo, que renunció a confiar en aquellas ventajas que tenía en su carne, y confió en Aquel que, por Su gracia, lo limpió de sus pecados. Asimismo, será admitido todo pecador, con tal de que se arrepienta de sus pecados y ponga su confianza en la obra de Cristo hecha por gracia a favor de los pecadores.

Recibamos el Don de Dios 

La gracia de Dios es Su favor inmerecido para la humanidad caída, por la cual ha proveído a Su Hijo como sacrificio perfecto, único, suficiente, para salvar a los hombres, aun a los que hayan cometido los pecados más escandalosos y vergonzosos. “…Concluimos, pues, que el hombre es justificado por fe sin las obras de la ley.” “…siendo justificados gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús…” (Ro. 3:28, 24).

La gracia de Dios es Su favor inmerecido para la humanidad caída, por la cual ha proveído a Su Hijo como sacrificio perfecto, único, suficiente, para salvar a los hombres, aun a los que hayan cometido los pecados más escandalosos y vergonzosos.

Así como el apóstol Pablo concluye que nuestra salvación no es por causa de mérito propio, sino sobre la base de la obra de Dios en Su Hijo Jesucristo, animamos al lector a entregarse al Señor, no confiando en sí mismo, sino en la obra de Dios que por gracia da salvación gratuita a los hombres, habiendo pagado Él mismo el precio por nosotros – precio que no podíamos pagar – para regalarnos la vida eterna en Su Hijo.

Y aun si habiendo ya comenzado a seguir al Señor, ha llegado a volver a confiar en los méritos propios, o en la justicia y justificación por medio de la Ley, no es tarde para volver al Señor, por Su gracia, y confiar sólo en Él, no sólo al comenzar, sino durante toda su vida como cristiano, confiando cada día en Su gracia, y no en los méritos propios; pues aquella gracia que hemos recibido es también la gracia en la cual debemos crecer y abundar cada día más (2 P. 3:18).Y tal como hizo el apóstol Pablo, defienda la verdad, que la salvación es por gracia, y no por obras; que el Evangelio que predicamos siempre recalque a los hombres que sí pueden llegar a ser salvos, pero sólo por la misericordia y la gracia de Dios.

¡Dios nos haga abundar en Su Gracia!

Bogotá / Colombia

Alberto Rabinovici

Colaborador y escritor del ministerio tesoros cristianos. Nacido en Argentina, criado en Paraguay e Israel. Vive en Colombia hace 8 años donde sirve en la iglesia local donde reside. Felizmente casado con Daniela, y tiene un hijo: Natanael.