“Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.” (Jn. 1:17)
En nuestra última edición observamos varias cosas sobre los pactos descritos en las Escrituras.Vimos su significado, y la manera cómo Dios trata con nosotros hoy. Ahora, avanzando un poco más, vamos a hablar de la gracia de Dios en el Nuevo Pacto.
El contexto del versículo anterior nos muestra la preexistencia del Hijo de Dios, Su igualdad con el Padre. Él es revelado como siendo el agente de la creación, Aquél por el cual todas las cosas fueron hechas. En este contexto, vemos a Jesucristo siendo la misma vida, siendo la Luz que alumbra a todo hombre. Cuando llegamos a los versos 16 y 17, Él se nos presenta como el agente por el cual la gracia de Dios fue concedida, hasta podríamos decir, conforme al verso 17, que Él es la misma encarnación de la gracia Divina.
En toda la historia humana la gracia de Dios ha sido manifestada. Ella está presente suministrando las necesidades más básicas del hombre desde que fue creado. Pero sabemos que son solamente pequeñas figuras de esta gracia, pequeñas porciones, un derramar en dosis homeopáticas. Con eso no queremos decir que fue ineficaz; al contrario, la gracia actuó como salvadora a lo largo de toda la historia, pero llegaría el tiempo de su plena manifestación.
Dentro de la historia tenemos a Moisés, el gran siervo de Dios, que fue el mediador de una alianza; alianza que, aunque demostrara el carácter de Dios, no era capaz de capacitar al hombre para obedecerlo. Dicha alianza tenía como propósito revelar el pecado del hombre, llevándolo a percibir la necesidad que tenía de ser salvo por Dios.Ya en la manifestación de Cristo hay plenitud de vida para todos. En Él se cumple todo propósito de Dios.
En toda la historia humana la gracia de Dios ha sido manifestada. Ella está presente suministrando las necesidades más básicas del hombre desde que fue creado.
El Verbo Eterno un día se hizo hombre, se encarnó, tomó sobre sí naturaleza humana y llegó hasta nosotros. Siendo el Creador, se aproximó a nosotros. En la plenitud del tiempo Él se hizo hombre. En ese momento hubo una manifestación plena de la Gracia de Dios. Fue un gran océano de gracia, ahora derramado sobre toda humanidad; fue gracia sobre gracia, una inundación de la Gracia Divina.
Concedida antes de los tiempos eternos
“…quien nos salvó y llamó con llamamiento santo… según el propósito suyo y la gracia que nos fue dada en Cristo Jesús antes de los tiempos de los siglos…” (2 Ti. 1:9).
En su segunda epístola a Timoteo – carta que fue escrita para alentar a un joven obrero – Pablo dice que el Evangelio es algo de lo que Timoteo no debía avergonzarse, sino que él debía ser participante, debía avivar el don que había en él y cumplir su trabajo en el Señor. En este texto está escrito que Dios nos salvó y nos llamó con un llamamiento santo, y eso nada tenía que ver con nuestras obras, sino que fue por pura determinación y gracia suya. Él dice que esta gracia nos fue dada en Cristo Jesús “antes de los tiempos de los siglos”, y manifestada ahora por la encarnación de nuestro Salvador Cristo Jesús. Nos fue dada antes de los tiempos de los siglos en Cristo.
Esto significa que, en el principio, cuando solamente existía Dios, ahí estaba la gracia, ésta hace parte del Ser de Dios, Él es lleno de gracia, Él es la fuente de esta gloriosa bendición. ¿Y qué? Si Él estableció que así fuera, así será, nada puede cambiar Su santa determinación. Él nos ha concedido esta gracia desde la eternidad, todo estaba en la mente de Dios antes que existiera el mundo. Somos amados antes de la fundación del mundo. Somos elegidos en Cristo antes de todo. En Él nos fue dada gracia en la eternidad pasada, antes que hubiera mundo. Esto llena nuestros ojos de lágrimas y nuestro corazón de alegría en la presencia de Dios.
Predestinada en Cristo y profetizada por los profetas
“Los profetas que profetizaron de la gracia destinada a vosotros, inquirieron y diligentemente indagaron acerca de esta salvación…” (1 P. 1:10).
Es interesante también notar cómo Dios tiene el control de todo. Él gobierna sobre todo, todo está en Sus manos. Así es con nuestra salvación. Podemos notar que todos los profetas hablaron de esta gracia que vendría en Cristo Jesús. Al leer las Escrituras del Antiguo Testamento nos vamos a encontrar con la promesa de esta gracia que nos alcanzó en Cristo. Dios ha conducido toda la historia con el fin de alcanzar en Cristo a la humanidad que se había extraviado.
La manifestación de la Gracia de Dios en Cristo Jesús
“Porque de su plenitud tomamos todos, y gracia sobre gracia. Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo.” (Jn. 1:16-17).
“Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo…” (Tito 2:11-13).
Él nos ha concedido esta gracia desde la eternidad, todo estaba en la mente de Dios antes que existiera el mundo. Somos amados antes de la fundación del mundo. Somos elegidos en Cristo antes de todo. En Él nos fue dada gracia en la eternidad pasada, antes que hubiera mundo.
Como ya lo dijimos, siempre hubo la gracia de Dios en el mundo. Ella siempre ha existido, siempre ha estado ahí; pero ahora, en Cristo, la plenitud de la gracia tuvo su manifestación, ella vino a alcanzar su nivel más alto, es un océano de gracia. ¡Es gracia sobre gracia!
Es fácil notar en las Escrituras la aparición de la expresión “en Cristo”. A menudo nos encontramos con ésta en todas las páginas del Nuevo Testamento. ¿Por qué ocurre esto? Porque todo lo que Dios nos da es en Cristo Jesús, y nada separado de Él. Así también es con la gracia, ésta nos es concedida en Cristo, ha venido hasta nosotros a través de Cristo, en Él están todos los tesoros de Dios. Note que en el texto dice que la ley fue “dada”, pero la gracia “vino” por medio de Jesucristo.
Querido lector, el mundo a tu alrededor está lleno de un falso evangelio que promete recompensas si decides servir a Dios. No caigas en este engaño; Dios no nos da cosas, todo lo que Él nos da está en la Persona bendita del Hijo de Dios. Siendo así, no podría ser diferente con la gracia. En Cristo, la gracia se convirtió en un torrente de aguas que brotan inagotablemente de Él.
El Reino de la Gracia
“…para que así como el pecado reinó para muerte, así también la gracia reine por la justicia para vida eterna mediante Jesucristo, Señor nuestro.” (Ro. 5:21).
Cuando entramos por las puertas de la salvación somos introducidos en este Reino de Gracia. El Reino de la Gracia no es otro, sino el Reino de Cristo. Es el Reino del Hijo de Su amor (Col. 1:13). Cuando le confesamos a Él como Señor estamos diciendo que ahora tenemos un Soberano sobre nosotros, que Él nos gobierna y que estamos bajo Su dominio.
Este texto de la carta a los Romanos, desde el verso 12 hace un paralelo entre Adán y Cristo, ambos como cabezas confederadas, cada uno de un grupo. Adán es la cabeza de una humanidad caída en pecado; Cristo es la cabeza de una nueva raza. En Adán hay pecado, juicio, muerte; en Cristo hay vida, dádiva y gracia abundante. Uno está en oposición al otro.
Siendo así, existen aquellos que están en Adán, muertos en delitos y pecados, bajo el imperio de las tinieblas; y existen los que están en Cristo, liberados y redimidos bajo el Reino de la Gracia; éstos son salvos por la gracia, suplidos por la gracia, movidos por la gracia, son los que viven por la gracia de Dios y reciben diariamente gracia sobre gracia. En este Reino, Cristo es todo en todos, todo es por Él, por medio de Él y para Él. Ahora, después de ser salvos, nos encontramos en Cristo.
La abundancia y las riquezas de la Gracia en Cristo
“Pero el don no fue como la transgresión; porque si por la transgresión de aquel uno murieron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo.” (Ro. 5:15).
“…para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado, en quien tenemos redención por su sangre, el perdón de pecados según las riquezas de su gracia…” (Ef. 1:6-7).
Cuando entramos por las puertas de la salvación somos introducidos en este Reino de Gracia. El Reino de la Gracia no es otro, sino el Reino de Cristo. Es el Reino del Hijo de Su amor (Col. 1:13).
El verso 15 de Romanos 5 nos habla de la abundancia de la gracia en Cristo. A propósito, la expresión “mucho más” aparece muchas veces en ese contexto. Pablo pretende mostrar la superioridad de la gracia de Dios en Cristo, usando el contraste con la realidad del pecado y de la muerte en Adán.
Lector, la gracia es una fuente infinita; es inagotable. Por eso es que tanto en Romanos 5, como en Efesios 1, encontramos tantos superlativos. No es solamente gracia ¡Es abundancia de gracia! No es solamente algunas porciones ¡Son riquezas inagotables! ¡Es tesoro en mayor medida!
La importancia de la Gracia en la vida cristiana
Frente a todo esto, vemos la importancia y relevancia de la gracia divina en la vida cristiana. Por tanto, si debemos ser suplidos de la gracia de Dios en Cristo Jesús para crecer rumbo a la madurez, entonces busquemos conocerla, estudiar sobre ella, avanzar en esta realidad espiritual, percibir su necesidad, tanto en nuestra vida cristiana individual, como en la vida de la Iglesia. No hay necesidad más suprema que la gracia. En vez de ser arrastrados junto con aquellos que se burlan de Dios y de Su Venida; en vez de ser influenciados por aquellos que, abandonando al Señor, se entregaron a los placeres del mundo, debemos crecer en la gracia, en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo (2 P. 3:17-18). Que por medio de Jesús podamos estar siempre junto al Trono de la Gracia para buscar la provisión de vida para nuestra vida cristiana individual, y también para la vida de la Iglesia (He. 4:16). Que la gracia de Dios abunde en nosotros, que seamos buenos administradores de la multiforme gracia de Dios en la vida de nuestros hermanos en Cristo (1 P. 4:10). Sea en la devoción personal, sea en la vida familiar, sea en el trabajo, en las relaciones comunes de la vida, sea en la vida de la Iglesia o en el ministerio, para todo esto necesitamos que la gracia fluya para nosotros, en nosotros y a través de nosotros ¡Para esto fuimos llamados!
El gozo que proviene de la Gracia
Día a día en nuestro vivir cristiano necesitamos siempre traer a la memoria el privilegio que tenemos por habernos sido concedida la Gracia Divina. ¡Somos muy bienaventurados ya que podemos diariamente alegrarnos en Dios! Cristo ya vino, Él se encarnó; al hacer eso, Dios nos dio de Su gracia en Cristo, y como tenemos a Cristo, tenemos acceso a esta gracia en la cual estamos firmes ¡Podemos gloriarnos en esto!
Mencionamos que fuimos introducidos en el Reino de Cristo Jesús, llamado Reino de la Gracia. En este Reino hay plenitud de gozo; el gozo es la sustancia propia de este Reino. Es un Reino espiritual, y su sustancia es el propio gozo en el Espíritu Santo (Ro. 14:17). Por eso, para nosotros la alegría es un mandamiento (Fil. 4:4); el gozo de Jehová es nuestra fuerza (Neh. 8:10). “Grandes cosas ha hecho Jehová con nosotros…”, y por eso estamos alegres (Sal. 126:3). En Su Presencia siempre hay plenitud de gozo (Sal. 16:11). Los ojos del Señor están sobre nosotros, estamos seguros en Él. Ya Él nos dio todo por Su gracia, y en Él nos regocijamos y nos regocijaremos perpetuamente.
Por gracia Dios trabaja en nosotros
Dios enseña a Sus hijos. Él es el mejor de todos los maestros. Muchas veces Él nos coloca bajo muchas circunstancias difíciles para que no confiemos en nosotros mismos. Cuando somos arrogantes, Él nos resiste. Dios no permitirá que seamos orgullosos, Él nos resistirá. Él hará que nuestras habilidades y capacidades se agoten, para que podamos depender de Él y estar apoyados solamente en Él. Él sabe que, si no es así, jamás avanzaremos.
Mira el ejemplo de Pablo, piensa en la grandeza de las revelaciones que él recibió. Él vio al mismo Jesús resucitado (Hch. 9:3-5); él fue arrebatado hasta el tercer Cielo, hasta el Paraíso, escuchó palabras inefables, las cuales no era lícito mencionar. Asimismo, Su Maestro, Su Señor le permitió un aguijón en la carne, permitió algo sobre él que le trajo flaqueza, debilidad (aparentemente física). Pero en todo eso había un propósito. Pablo dijo que era “para que él no se exaltara”. El texto de 2 Corintios 12 dice que tres veces él pidió que el Señor lo librase de aquel mal; pero el Señor le contestó: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad…” ¿Qué debilidad era esta? ¡La de Pablo! ¿Quién le permitió tal debilidad? El mismo Señor. ¿Con qué finalidad? Para que él no se exaltara, para que en esta debilidad él fuera llevado a depender totalmente de la gracia de Dios. El Señor le dijo a Pablo: “Bástate mi gracia”. “Ella es suficiente para ti”. (2 Co. 12:1-10).
En vez de ser arrastrados junto con aquellos que se burlan de Dios y de Su Venida; en vez de ser influenciados por aquellos que, abandonando al Señor, se entregaron a los placeres del mundo, debemos crecer en la gracia, en el conocimiento de nuestro Señor Jesucristo (2 P. 3:17-18).
¿Quién pensaría que el mismo Dios puede permitir algo así? Mira que es una cuestión didáctica. Hoy muchos dicen que, si tienes una enfermedad, si estás pasando una privación o algo malo está pasando contigo, es porque tú estás bajo maldición. Dicen que la bendición de Dios se alejó de ti, y por eso tú estás en angustia. Esta es una gran mentira. Los siervos de Dios sufren, se enferman, tienen muchas pérdidas, las luchas son constantes en sus vidas. Dios nos prepara a través de ellas; en ellas podemos oír la voz del Maestro decir: “Bástate mi gracia”; ésta es todo lo que tú necesitas. Piensa cómo eso va en la dirección contraria de lo que hoy en día oímos en el evangelio secularizado.
Confiando solamente en la Gracia de Dios
Querido hermano: El pecado nos afectó profundamente; él es un enemigo con el cual tendremos que pelear hasta la Venida de Cristo. Es realmente una batalla. Día tras día nos hallamos buscando fuerzas en nosotros mismos, en nuestros recursos. Día tras día intentamos resolver las situaciones de manera que dejamos a Dios a un lado.
Pero la enseñanza bíblica es contraria a este hecho. La Biblia nos instruye a no pensar como si las cosas partieran de nosotros. Pablo nos cuestiona en 1 Corintios 4:7, preguntándonos: “¿Qué tenemos que no hayamos recibido? Y si lo recibimos, ¿por qué nos gloriamos como si no lo hubiéramos recibido?” Infelizmente, esa es nuestra situación a causa del pecado; por eso la necesidad de apoyarnos solamente en Dios. No somos capaces por nosotros mismos, ni aun de pensar alguna cosa excelente. Todo lo bueno que está en nosotros no proviene de nosotros, nuestra suficiencia viene de Dios (2 Co. 3:5).
Por eso, me gustaría alentar a nuestros lectores a poner toda su confianza en esta fuente de bendición llamada Gracia. La Gracia es donde encontramos toda la provisión que necesitamos. Jamás debemos confiar en nosotros mismos, o presumir que podemos hacer alguna cosa por nosotros mismos, o peor aún, pensar que de nosotros mismos puede surgir alguna cosa buena. Todo viene de Dios, toda nuestra suficiencia viene de Él. Muchos buscan salvarse por las obras de la Ley, por la obediencia a las ordenanzas; ellos encuentran en esto un falso medio de salvación; convirtieron al cristianismo en una “religión de méritos” más. La obediencia no es para salvación; la obediencia es fruto de la gracia concedida, es fruto de la salvación, y no una condición para ser salvo.
La gracia en las circunstancias, en las tribulaciones
Además, nosotros, los salvos, somos hombres y mujeres capaces de pasar por cualquier circunstancia. Si, por un lado, nada podemos hacer por nosotros mismos, por otro lado, todo lo podemos en Aquél que nos fortalece (Fil. 4:13). No hay ningún tipo de situación que no seamos capaces de enfrentar en Él. En toda la historia del mundo vemos a nuestros hermanos y hermanas siendo suplidos en medio de tribulaciones; sea frente a la muerte, sea en persecuciones, el relato siempre es el mismo: sobre ellos reposa el glorioso Espíritu de Dios (1P. 4:14). Este es el Espíritu de la Gracia derramado como un bálsamo sobre nuestras heridas. Él es un Amigo inseparable, un Amigo listo para socorrer. ¡Es Dios en nosotros! Cristo está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. En medio de todas las adversidades, le tenemos a Él, tenemos Su bendita gracia. Ella es fuente inagotable, manantial de vida, de bendiciones celestiales, que nos permite permanecer de pie.
Permanezcamos cimentados en Cristo, sustentados por la gracia, amparados por el Espíritu, hasta el glorioso día en el que estaremos frente a frente con nuestro Maestro.
“Mas el Dios de toda gracia, que nos llamó a su gloria eterna en Jesucristo, después que hayáis padecido un poco de tiempo, él mismo os perfeccione, afirme, fortalezca y establezca. A él sea la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén.” (1 P. 5:10-11)
Joinville, Santa Catarina / Brasil
Marcelo Vieira
Siervo de Jesuscristo, esposo, escritor, produtor musical. Vive en la ciudad de Joinville, Santa Catarina, en Brasil, lugar en el cual es servidor de la iglesia local. Felizmente casado con Thais, padre de una hermosa niña llamada Helena.