“No penséis que he venido para abrogar la ley o los profetas; no he venido para abrogar, sino para cumplir. Porque de cierto os digo que hasta que pasen el cielo y la tierra, ni una jota ni unatilde pasará de la ley, hasta que todo se haya cumplido.”(Mt. 5:17-18)
Cristo y la Ley
Nuestro Señor Jesucristo es el mayor ejemplo de fe y obediencia; siendo el Hijo de Dios se sometió a la Ley por causa del testimonio de Dios; Su advenimiento, nacimiento, ministerio, muerte y resurrección no se apartaron ni en un punto de todo aquello que ya había sido anunciado por Moisés y los profetas. Ahora, fácilmente se podría concluir, como muchos lo hacen equivocadamente, que se debe vivir conforme a la Ley, siguiendo el ejemplo del Señor. Este tipo de pensamiento, sumado al gran desconocimiento acerca de este asunto en nuestros días, ha creado un peligroso caldo de cultivo que da lugar a un sinnúmero de movimientos que buscan llevar al creyente a vivir bajo prácticas judaizantes, poniendo en ellas su confianza, y no en el Señor. Es por esta razón que es de gran relevancia tener una mayor comprensión de lo que es la Ley: sus divisiones, sus implicaciones, su vigencia y su trascendencia.
La Ley y sus divisiones
Leyendo las Escrituras encontraremos continuamente la palabra Ley. Para muchos esta palabra, sin importar en cuál libro o contexto de la Biblia se encuentre, podría significar lo mismo, es decir, para ellos los Diez Mandamientos, las ordenanzas de Dios a Israel, todos los mandamientos que se encuentran en la Biblia, hasta incluso tradiciones orales y culturales posteriores. Esto ha causado mucha confusión, especialmente en aquellos que se acercan buscando a Dios, nuevos creyentes e incluso en creyentes de años que carecen de buenas bases doctrinales, por lo cual conocer las divisiones de la Ley en las Escrituras nos dará una mayor claridad en este aspecto.
Este tipo de pensamiento, sumado al gran desconocimiento acerca de este asunto en nuestros días, ha creado un peligroso caldo de cultivo que da lugar a un sinnúmero de movimientos que buscan llevar al creyente a vivir bajo prácticas judaizantes, poniendo en ellas su confianza, y no en el Señor.
Mientras que la palabra ley en griego, ‘nomos’, suele ser la más utilizada en el Nuevo Testamento para hablar de la Ley de Dios o ley en general, en hebreo es la palabra ‘Tora’, la que hace normalmente referencia al Pentateuco, que son los primeros cinco libros de la Biblia. Pero una mirada más precisa nos hará notar que la Ley en el Antiguo Testamento cubría diferentes ámbitos de la vida del pueblo de Dios: La ley moral, la ley civil/judicial y la ley ceremonial, todas dadas por Dios con distintas implicaciones:
La ley moral
Las leyes morales se refieren a la justicia y el juicio, y a menudo se traducen como ‘ordenanzas’. La ley moral refleja la naturaleza y el carácter Santo de Dios. Sus ordenanzas son justas, inmutables y santas; éstas no sólo dan testimonio del carácter Santo de Dios, sino que promueven el bienestar de todos los que las obedecen. Esta ley está escrita en el corazón de cada hombre, dándoles testimonio a su conciencia de lo que es moralmente bueno o malo (Ro. 2:15). La ley moral fue dada en forma escrita al pueblo de Israel en el monte Sinaí para asuntos como la reglamentación de la justicia, el respeto, la conducta sexual, la protección de la vida y la propiedad. La ley moral no tiene poder para salvar a las personas, no puede hacerlas justas, ni librarlas de su condición de esclavitud al pecado, más bien, a manera de lámpara, ilumina al hombre para que sea consciente de su pecado (Ro. 7:7) y sepa de su justa condenación por causa de su rebelión (Ro. 2:2). Sin embargo, es claro que el aspecto moral de la ley y su santidad son inmutables, ya que pertenecen al carácter de Dios, y Dios no cambia. Entonces los aspectos que se refieren a la moralidad y santidad de Dios siguen estando vigentes como la norma de santidad que deberían vivir aquellos que son considerados su pueblo. Ahora el creyente sigue entendiendo que matar, robar, mentir y todos aquellos aspectos que tienen que ver con la justicia y santidad de Dios siguen vigentes en el Nuevo Pacto.
La ley civil/judicial
La ley civil tenía una función muy importante en medio del pueblo de Israel; tenía que ver con asuntos civiles y enraizados en la cultura de la época. Estas leyes civiles regulaban la esclavitud (Ex. 21:1-11), leyes sobre el asesinato, la responsabilidad de los animales que son propiedad y los daños que éstos puedan producir, restitución de bienes (Ex. 21:12-36) y salud (Dt. 23:13). En el pueblo de Israel las leyes morales y civiles solían ser practicadas juntas dada la teocracia en que se vivía, siendo así que los Diez Mandamientos eran parte de las leyes de la nación. En nuestro tiempo, la ley civil varía según cada nación, y aunque sus principios siguen vigentes en cuanto a justicia, orden, preservación de la vida y libertad del hombre, no son aplicables en la misma manera en que las aplicaba Israel. Definitivamente, no podemos dudar de la sabiduría que había dado Dios a esta nación, ya que Él era su Rey, y Su Palabra regulaba todos los aspectos de la vida civil. Las naciones cristianas que han prosperado y se han hecho poderosas, como es el caso de algunas naciones europeas y los Estados Unidos de América, han aprendido de los mandamientos de la ley civil dada a Israel y los han aplicado a sus constituciones, cumpliendo así lo dicho por el salmista: “Bienaventurada la nación cuyo Dios es Jehová…” (Sal. 33:12).
Ahora el creyente sigue entendiendo que matar, robar, mentir y todos aquellos aspectos que tienen que ver con la justicia y santidad de Dios siguen vigentes en el Nuevo Pacto.
La ley ceremonial
La ley ceremonial era aquella que trataba con todos los asuntos que tienen que ver con la adoración a Dios y el culto terrenal ofrecido a Él. La ley ceremonial incluía asuntos que tenían que ver con el aspecto ritual, fiestas y conmemoraciones santas: el sacerdocio y su vestimenta; leyes de pureza ritual, sacrificios y el servicio en el tabernáculo y posteriormente, en el templo. Estas eran concernientes a la adoración y expiación por los pecados cometidos. Las festividades de la nación de Israel eran con el fin de preservar la memoria de las grandes obras y maravillas de Dios. Todos estos aspectos ceremoniales eran una figura y sombra que apuntaban a Jesucristo y a Su obra salvadora. El shabat (sábado o día de reposo), la circuncisión, la Pascua y la redención de los primogénitos, entre otras. La ley ceremonial con todos sus rituales, sacrificios y fiestas, venía a ser una manera ilustrativa de la obra salvadora de nuestro Señor Jesucristo. Esta ley era transitoria y apuntaba hacia el futuro y la obra de Cristo. Allí es donde más controversia hay en nuestros días, ya que hay distintos grupos de judaizantes que, no entendiendo el verdadero significado de la ley ceremonial, caen en prácticas que eran parte de la sombra y que apuntaban al futuro; prácticas que ya estando en la realidad se vuelven innecesarias, y que la Biblia nos advierte del peligro de volver a ellas. La Epístola a los Hebreos es una solemne advertencia a unos cristianos judíos que, habiendo conocido la verdad del Evangelio, estaban volviendo a los rituales del pasado, y en su conducta reprochable estaban pisoteando al Hijo de Dios y teniendo por inmunda la Sangre del Pacto, además de hacer afrenta al Espíritu de gracia (He. 10:29).
Cristo cumplió toda la Ley
El Señor Jesucristo cumplió toda la Ley; en lo moral, dice la Biblia que fue tentado en todo, pero no pecó (He. 4:15); en lo civil, se sometió en todo a las autoridades, incluso pagando el impuesto del templo (Mt. 17:24-27) y enseñando a dar al gobierno lo que es del gobierno (Mt. 22:21), y aun sometiéndose a ser arrestado y juzgado injustamente. En cuanto a la ley ceremonial, Cristo es el cumplimiento de toda ella. “Y les dijo: Estas son las palabras que os hablé, estando aún con vosotros: que era necesario que se cumpliese todo lo que está escrito de mí en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos.” (Lc. 24:44). Él es el verdadero Cordero que quita el pecado del mundo, de quien Dios el Padre dio testimonio: “…Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia.” (Mt. 3:17).Y aunque los fariseos procuraban ponerle a prueba y le acusaron de transgredir la Ley de Dios (Mt. 12:9-14), Él los reprendió duramente, porque eran ellos los que habían dejado la Ley de Dios por seguir tradiciones de hombres (Mt. 15:9). Realmente, nadie ha cumplido toda la Ley en todos sus aspectos, fuera de nuestro Señor Jesucristo.
¿En qué sentido Cristo cumplió la Ley?
- La cumplió personalmente por su impecable e insuperable justicia y por su constante obediencia en todos los mandamientos hasta la muerte de cruz (Fil. 2:8). Naciendo como judío, estaba sujeto a todos los mandamientos de la Ley de Dios, y sólo Él los cumplió todos cabalmente: “Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de ” (Gá. 4:4-5). Nuestro Señor nació bajo la Ley, y se sujetó a ella para poder redimir a todos los que estábamos bajo la Ley, pero ahora no- sotros los que creemos en Él ya no estamos bajo la Ley, sino en la gracia de Dios que es en Cristo Jesús, quien cumplió toda la Ley y nunca pecó (Ro. 8:3; He. 4:15). Ahora el creyente ha nacido de nuevo y se encuentra en la gracia de Dios, ya no más bajo la Ley. Cristo llevó el yugo para libertarnos de él. Cristo cumplió la Ley por nosotros para librarnos de ella e introducirnos al Nuevo Pacto por medio de la fe en Él.
Y aunque los fariseos procuraban ponerle a prueba y le acusaron de transgredir la Ley de Dios (Mt. 12:9-14), Él los reprendió duramente, porque eran ellos los que habían dejado la Ley de Dios por seguir tradiciones de hombres (Mt. 15:9). Realmente, nadie ha cumplido toda la Ley en todos sus aspectos, fuera de nuestro Señor Jesucristo.
2. El Señor Jesús cumplió la Ley por su muerte expiatoria en la cruz por nuestros pecados: “Porque primeramente os he enseñado lo que asimismo recibí: Que Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras; y que fue sepultado, y que resucitó al tercer día, conforme a las Escrituras…” (1 Co.15:3- 4). Nuestro Señor Jesucristo, sin haber pecado, tomó sobre Sí mismo los pecados de todos aquellos que estaban bajo la condenación de la Ley, y en lugar de ellos llevó su castigo recibiendo la pena más alta, que es la muerte (Is. 53:4-6). La justicia de Dios demandada por la Ley fue satisfecha para que la culpa por el pecado fuera expiada, y el pecador que ponga su fe en Cristo sea perdonado completa y gratuitamente, sin que Dios tuviera que ir en contra de Su justicia; por lo cual el cristiano ya no es condenado cuando no guarda la Ley para ser justificado delante de Dios, ya que esto es solamente por la fe en Jesucristo. Esto invalida todo intento humano de justificarse por el obrar o por guardar la Ley. Ya el cristiano no tiene que ofrecer sacrificios por el pecado como demandaba la Ley, porque Cristo “…con una sola ofrenda hizo perfectos para siempre a los santificados.” (He. 10:14). Ya el cristiano no tiene que celebrar fiestas “…porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros.” (1 Co. 5:7). El cristiano no tiene que celebrar el shabat, porque “… los que hemos creído entramos en el reposo…” (He. 4:3). Así que podemos decir confiadamente que todo lo que se demandaba en la ley ceremonial y ritual, Cristo lo cumplió en Su obra expiatoria para que ahora podamos celebrar Su victoria y el perdón de pecados. El pensar que algunos aspectos rituales deban seguirse practicando hoy en día es negar la eficacia y la plenitud de la obra de Cristo.
3. Cristo cumplió la Ley manifestando en Sí mismo todas las profecías anticipadas por la Ley referentes al Salvador prometido y Mesías anunciado de antemano en las Escrituras: “Felipe halló a Natanael, y le dijo: Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la Ley, así como los profetas: a Jesús, el hijo de José, de Nazaret.” (Jn. 1:45). La fe en Cristo para salvación confirma toda la revelación de la Ley en todos los asuntos para lo cual fue dada; “porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree.” (Ro. 10:4). Realmente, los cristianos son los únicos que han entendido verdaderamente el objetivo de la Ley, pues todos los sacrificios, todos los simbolismos, todas las figuras, como profecías, se cumplieron en Cristo Jesús.
Intentar perpetuar la observancia de rituales, ceremonias, sacrificios u ofrendas para cumplir la Ley, siendo que en Cristo todas estas figuras encontraron ya su cumplimiento, es una absoluta necedad y una ignorancia del objetivo real de la Ley. Cuando Cristo dijo que Él venía a cumplir la Ley, estaba apuntando a Sí mismo como el cumplimiento y fin verdadero de la Ley. No lo estaba diciendo como modelo para que ahora nosotros procuráramos cumplirla como Él. Pablo explica claramente esto: “De manera que la ley ha sido nuestro ayo, para llevarnos a Cristo, a fin de que fuésemos justificados por la fe. Pero venida la fe, ya no estamos bajo ayo…” (Gá. 3:24-25). La Ley nos llevaba a Cristo como su verdadero cumplimiento, mas habiendo venido Él, ya no estamos bajo la Ley. Esta es una solemne referencia a la libertad de la Ley que Cristo nos trajo.
Cristo magnifica la Ley
El Señor Jesucristo no sólo cumplió toda la Ley en Sí mismo, sino que la magnificó, llevándola más allá de la letra y las acciones hasta juzgar las mismas intenciones del corazón. “Jehová se complació por amor de su justicia en magnificar la ley y engrandecerla.” (Is.42:21). Este es el caso del adulterio, cuando ya no sólo cometer el acto es pecado, sino que será culpable de adulterio incluso aquel que con sólo la intención codicie otra mujer (Mt. 5:27-30); o el homicidio, que no sólo es quitar la vida al prójimo, sino que incluso el enojarse de manera desmedida con él, es contado como asesinato, y el insultarlo como digno del mismo infierno (Mt. 5:21-26). Moisés dio mandamientos que eran limitados y restringidos por la dureza y maldad del hombre. Pero ahora Cristo, habiendo resucitado y enviado Su Espíritu, ayuda a cada uno de sus hijos. Él mismo les capacita para vivir una vida extraordinariamente superior a la justicia de la Ley, y magnificar así la justicia moral y santa de la Ley resumida en el amar a Dios y al prójimo con todas sus implicaciones.
Este engrandecimiento de la Ley moral se debía a que aquellos que la habían recibido, al principio sólo podrían aplicarla de forma externa por causa de su condición, pero les era imposible cumplirla cabalmente (Ro. 8:3). Pero ahora en Cristo, la Ley es magnificada y engrandecida a un punto donde la carne no puede llegar, y lo externo no puede excluir lo interno. Ahora en Cristo, el creyente ya no tiene necesidad de procurar cumplir la Ley para justificarse, ya que la debilidad de la carne hizo imposible esto; así que Dios envió a Su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, quien sí la cumplió cabalmente; “para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.” (Ro. 8:4). Gracias a ello la Ley es ahora vida en el creyente por medio del Espíritu de Dios y ya no es más un compendio de ordenanzas que él debe intentar cumplir, fracasando una y otra vez, sino que ahora el Espíritu que habita en el creyente lo capacita para vivir la Ley (en su aspecto moral), no sólo como fue escrita, sino magnificada, y no como un medio para justificarse delante de Dios, pues ya no estamos bajo la Ley, sino en la gracia de Dios por medio de Jesucristo y motivados por el amor a Él.
La justicia de Dios demandada por la Ley fue satisfecha para que la culpa por el pecado fuera expiada, y el pecador que ponga su fe en Cristo sea perdonado completa y gratuitamente, sin que Dios tuviera que ir en contra de Su justicia; por lo cual el cristiano ya no es condenado cuando no guarda la Ley para ser justificado delante de Dios, ya que esto es solamente por la fe en Jesucristo.
Cristo como Dios es Señor de la Ley, y sólo Él pudo darle su verdadero lugar y profundidad delante de los hombres, que se quedaban en un entendimiento velado de ella, ya que, aunque el pueblo había recibido la Ley, nunca pudo guar- darla; ya que la Ley demandaba que se cumpliera íntegra- mente (Gá. 5:3), cosa que sólo Cristo ha hecho, y no sólo la guardó, sino que puso el estándar aún más alto, volviendo vano el intento, en nuestros días, de quienes procuran que el cristiano vuelva a vivir bajo las leyes externas de la Ley para agradar a Dios.
La perpetuidad de la Ley
Aún con todo lo anteriormente expuesto no queremos dejar de tocar el argumento judaizante de la perpetuidad de la Ley; los que dicen, como la Biblia enseña, que el día de reposo, la circuncisión, las festividades y otras leyes deben guardarse y observarse de manera perpetua, éstas deben seguir siendo guardadas hoy en día por los creyentes, ignorando que en Cristo se cumple toda la Ley; “porque el fin de la ley es Cristo…” (Ro. 10:4), no sólo ignoran el cumplimiento de la Ley en Cristo, sino que también en Él, ella continúa su cumplimiento, siendo magnificada en Cristo. Ejemplo de ello es el caso del día de reposo, donde los judaizantes insisten en su perpetuidad para nuestros días; mas ahora, para el cristiano el día de reposo sigue vigente en Cristo, siendo Él mismo nuestro reposo. En números 15, un hombre fue encontrado recogiendo leña en el día de reposo, ignorando el claro mandato de Dios de no trabajar; esta transgresión fue un pecado adrede, efectuado a pleno día, un claro desafío a la autoridad divina. “Y Jehová dijo a Moisés: Irremisiblemente muera aquel hombre…” (Nm.15: 35). Así se hará con aquel que rechace la provisión del reposo de Dios en Cristo. El que pone su fe en Cristo ha descansado de sus obras (He. 4:10), así como Dios de las suyas, pero el que endurece su corazón queriendo justificarse delante de Dios por las obras, y enseñando a otros que si no lo hacen transgreden la Ley de Dios, ha rechazado el único reposo provisto por Dios, que es en Su Hijo Jesucristo. Lo mismo pasa con la circuncisión, la cual sin duda sigue vigente, pero ya no en la carne de manera externa: “Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne.” (Fil. 3:3). Siendo ahora la circuncisión perpetua, la del corazón, hecha por el Espíritu de Dios en el creyente, mediante la fe en Cristo, no aprovecha ya para nada la circuncisión en la carne. En cuanto a las festividades, Cristo es el cumplimiento de cada una de ellas, nuestra verdadera Pascua sacrificada (1 Co. 5:7); Pentecostés, Su glorificación en los Cielos, por la cual envió Su Santo Espíritu a la Iglesia (Hch. 2), y la verdadera expiación del día solemne (He. 2:17; 9:26), siendo éstos sólo algunos ejemplos, podemos estar seguros de que Cristo es el perpetuo cumplimiento de las promesas de Dios y Su Ley.Y todos aquellos que en Él nos encontramos participamos de esta misma perpetuidad ahora en una vida en unión a Él. De esta manera, la perpetuidad de la Ley es vigente en Cristo y en todos los que han confiado en Él.
Conclusión
Concluimos, pues, que la Ley fue sin duda confirmada por nuestro Señor Jesucristo, quien no sólo cumplió en Sí mismo toda la Ley y la magnificó, lo que ningún otro habría podido cumplir (Stg. 2:10), sino que ahora la hace vida en el creyente, ya no por medio de mandamientos expresados en letras, sino por una vida regenerada, que ya no depende de la Ley para justificación, sino del nuevo régimen del Espíritu, quien hace posible en nosotros la verdadera justicia de Dios, que no es por la Ley, sino por la fe en el Señor Jesucristo (Fil. 3:9). Ya no vivimos más en la sombra de la Ley, sino en la realidad gloriosa de los hijos de Dios que han entrado en el verdadero reposo perpetuo, y son la verdadera circuncisión, y viven la Ley y los mandamientos de Dios, no en el esfuerzo externo de la carne, sino en la Ley del Espíritu, quien nos ha librado de la Ley del pecado y de la muerte para servir a nuestro Dios (Ro. 8:1-2).
Bogotá / Colombia
Alberto Rabinovici
Colaborador y escritor del ministerio tesoros cristianos. Nacido en Argentina, criado en Paraguay e Israel. Vive en Colombia hace 8 años donde sirve en la iglesia local donde reside. Felizmente casado con Daniela, y tiene un hijo: Natanael.