“Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras, no esclavas del vino, maestras del bien...” (Tito 2:3)
Es necesario que podamos abordar este tema con la mayor diligencia posible debido a la ausencia en el entendimiento de esta preciosa y profunda palabra: Reverencia. Cada generación ha tenido que luchar con sus propias corrientes y sus propios desafíos. Esta generación ha experimentado nuevos retos, cimentados en ideas que han traído, de manera camuflada, una aparente libertad; y sobre todo, nuestra generación más joven es la que ha tenido una enorme dificultad en discernir entre la verdad y el error. Ciertamente, la verdad bíblica es la columna vertebral de nuestra fe, de nuestro crecimiento y del avance en el conocimiento de Jesucristo. Ella es la que permite que se puedan corregir todas las áreas de nuestra vida. La doctrina bíblica es la que nos lleva a andar de manera agradable al Señor.
Pero la ideología basada en la falsa tolerancia, inmediatamente acusará este acto como legalista y, por tanto, no se atreverá a establecer diferencia entre lo que es correcto e incorrecto, entre lo que es santo y lo profano. Actualmente, con el advenimiento del postmodernismo, este se encargó de darle muerte al sentido común, de darle muerte al temor al Señor (el cual es el principio de la sabiduría),de darle muerte a la santidad; entonces, tan pronto el sentido común trate de sacar la cabeza, será acusado de legalista, siendo asesinado de nuevo. Hoy no sabemos la diferencia entre lo sano y lo insano, porque nuestra sociedad está tan enferma que lo insano es “normal”; entonces, si es normal, no puede ser juzgado como malo. Es así como la locura y la depravación moral es lo “normal”.
Reverentes
En Tito 2:3, hallamos al apóstol Pablo haciendo referencia a aspectos claves de la vida cristiana en cuanto a las ancianas, enseñándoles a que sean reverentes en su porte. En el diccionario, esta palabra ‘reverente’ está asociada a otras palabras muy importantes, tales como: respeto, veneración, tener una actitud decorosa, ceremonial y solemne; además, está asociada a la piedad, al pudor y a la modestia. Todos estos significados están involucrados con la palabra ‘reverencia’. Y Pablo escribe allí más adelante el motivo por el cual se debe enseñar reverencia; dice allí en el versículo 5: “…para que la palabra de Dios no sea blasfemada.” Se puede evidenciar que Pablo tiene la urgencia de que se enseñen estas cosas con el fin de que se pueda dar evidencia o testimonio al mundo de que la mujer cristiana, que goza de una vida verdaderamente convertida y transformada al Señor, refleje hacia los demás todas estas cosas. Evidentemente, la caída produjo en la mujer todo lo contrario: irreverencia, soberbia, descaro, irrespeto, altivez y amargura. Y con el tiempo todo ha venido creciendo, como una bola de nieve, a una velocidad que pareciera no poder detenerse.
Entender la importancia de este asunto para las mujeres que han sido llamadas a la piedad es sumamente trascendental y necesario. Miremos con detalle cómo este tema se aplica de una manera práctica en nuestras vidas.
– Reverencia a Dios
“Entonces Sara negó, diciendo: No me reí; porque tuvo miedo. Y él dijo: No es así, sino que te has reído.” (Gn. 18:15). Sara, al escuchar la promesa del Ángel de Yahveh para Abraham de que tendría un hijo en su vejez, reaccionó riéndose. Esta actitud en ella manifestó su corazón; tal vez los años de espera, la falta de cumplimiento de las promesas de Dios hasta ese momento, las circunstancias que estaban viviendo, las malas decisiones que habían tomado (con respecto a Ismael) y sus consecuencias, probablemente habían creado en ella una incredulidad secreta y una amargura en el corazón. Esto la llevó a una actitud de burla e irreverencia ante el Ángel de Yahveh y sus Palabras.
Esta generación ha experimentado nuevos retos, cimentados en ideas que han traído, de manera camuflada, una aparente libertad; y sobre todo, nuestra generación más joven es la que ha tenido una enorme dificultad en discernir entre la verdad y el error.
Sara, sin darse cuenta, se estaba riendo ante Aquel que todo lo ve, todo lo sabe, todo lo conoce. Él mismo se lo hace saber. “…Y él dijo: No es así, sino que te has reído.” Esto hace que nosotras tengamos conciencia que el suelo de nuestro corazón es sagrado y santo, sondeado constantemente por la omnisciencia de Dios. Esta verdad pone de manifiesto que la verdadera piedad que Dios busca en nosotras debe comenzar en lo interno, y no en lo externo, en lo invisible antes que en lo visible, en las recámaras de nuestro corazón, y no en el ambiente público. Por eso, toda actitud y manifestación de piedad en nuestras vidas debe tener una motivación mayor: la gloria y exaltación de nuestro Dios. Debemos poner candado a nuestros corazones y limitar todo designio de mal en ellos. Quizás las demás personas no valoren ciertas cosas, puede ser que hasta las ignoren y las tomen como retrógradas y religiosas; quizás podamos sentirnos poco valoradas por nuestras familias, esposos, hermanos y amigos, mas nuestra confianza y certeza está en que todo lo que vivimos y hacemos recibirá su recompensa de nuestro Señor.
– Obediencia al varón
Ahora bien, las mujeres tienen, en general, apariencia de ser más espirituales que los hombres, ya que se involucran con más facilidad en los asuntos del alma; sin embargo, casi nunca tienen que ver con el Espíritu de Jesucristo; comúnmente, estamos confiando demasiado en la intuición y en nuestros sentimientos, y pasamos por alto que tanto los sentimientos como la intuición están en constante cambio. Las mujeres son las que más frecuentemente tienden a invocar a Dios como su autoridad, aun cuando Dios no haya tenido nada que ver con su dirección. La esencia del asunto es que las mujeres “disfrutan” de la espiritualidad que brota de ellas mismas; aunque también es posible que haya hombres que sean completamente irresponsables en los aspectos espirituales.
Pero esa falsa sensación de espiritualidad” que tiene la mujer la lleva normalmente a despreciar la figura del varón y su autoridad. El asunto es que es Dios, y no el hombre, quien ha diseñado intencionalmente nuestras relaciones y roles para llevar a cabo Su propósito. “Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo.” (1 Co. 11:3).
Esta realidad espiritual debe llevar a la mujer piadosa a esforzarse en la gracia de Dios en todas las esferas de su vida, para no caer en el pecado de la irreverencia y del desprecio hacia el varón, sea en el hogar, con su padre; en el matrimonio, con su esposo; en el trabajo, con su jefe o sus compañeros; en la universidad, con sus profesores; en la iglesia, con sus líderes espirituales. La mujer de Dios debe tener cuidado de no caer en este pecado común. El éxito y la posibilidad de sobresalir en alguna área (espiritual, profesional, moral, familiar), muchas veces tiene un efecto negativo en el corazón de la mujer, y la vuelve rebelde ante Dios y ante el hombre. Y, como decíamos, todo comienza en el corazón, pero no queda en el ámbito de lo secreto, sino que tarde o temprano habrá de manifestarse externamente.
Querida lectora, siempre tendremos que considerar dos preguntas: ¿Qué hay en nuestro corazón? Y ¿Cómo nos estamos comportando en este mundo? Ninguna de las dos es contradictoria. Lo que somos ante Dios, lo manifestaremos ante los demás, sea la reverencia o la rebelión, el amor o la ira, la paz o el desespero. Entonces, cabe plenamente pensar y preguntarnos cuál es la imagen que estamos reflejando ante los demás. ¿Nos caracteriza el respeto al hablar? ¿Nuestros gestos son delicados y piadosos? ¿Nuestro lenguaje no verbal refleja un corazón reverente y alegre? ¿Nuestras relaciones son fraternales y reflejan un corazón paciente y bondadoso?
¿Transmitimos respeto, paz, alegría, gozo, reverencia en el ambiente donde Dios nos ha puesto? Si es así, esto es vivir verdaderamente el Evangelio de Cristo; si no, debemos considerar nuestra fe y volvernos en arrepentimiento a Dios para que Él transforme nuestro andar. No es de una mujer cristiana ser como Jezabel: mandona, impía, cruel, impaciente, iracunda, amargada, rencillosa y orgullosa. Si esto es común en tu vida necesitas arrepentimiento y tratar seriamente con tu pecado ¡Sí! ¡Esto es pecado! Y necesita ser expuesto y tratado cuanto antes, si no estaremos haciendo que la Palabra del Señor sea blasfemada con nuestra vida. No importa si eres joven, soltera, casada, viuda, anciana… eso no es lo relevante. Lo realmente importante es que, si confiesas con tu boca a Cristo, eso te pone en el camino de los justos y debes enderezar tus pasos en la medida que creces y conoces tu fe. La verdadera reverencia nos habla de la sujeción y respeto en sumo grado, brindar honra y honor. Y eso debe caracterizar a la mujer cristiana.
Recordar ejemplos como el de Ester, una joven sumisa, sujeta, reverente, temerosa de Dios, que hizo que el corazón del rey fuera conquistado, despertará el corazón de toda mujer para conquistar el corazón de Cristo con una vida llena del Espíritu Santo reflejada en todas las áreas. Esa es la muestra de una verdadera feminidad y una perla preciosa, pero escasa en nuestros días.
– Reverencia al esposo
El Señor Jesucristo desea ser conocido. Él quiere que tengamos una estrecha comunión con Él y que encontremos todo nuestro deleite en Él, sin importar cuál sea la situación o la jornada que estemos atravesando. Pero, por asombroso que parezca, Él estableció el matrimonio para reflejar el carácter de Cristo en nuestras vidas y manifestar el fruto de nuestra comunión con Él. La obediencia, sumisión y reverencia son actos que Dios espera ver reflejados en la mujer hacia su marido. Una mujer que no puede ser reverente ante su marido, el cual es la figura que representa a Cristo en su casa, ¿cómo lo puede ser delante de Cristo, a quien no ve? La reverencia no se basa en sentimientos, sino en una voluntad quebrantada y humilde.
Toda mujer debe volver su corazón hacia Dios, y pedir constantemente una dosis de gracia para poder reflejar, en todas las áreas de su vida, el dulce perfume de Cristo. Asuntos tan simples, como por ejemplo: la manera de dirigirme a mi esposo, mi actitud al responder en una situación donde no estoy de acuerdo, la postura que asumo al momento de tomar decisiones en mi familia, la manera como hablo a mi esposo ante mis hijos y los demás, todo ello refleja si somos o no reverentes.
Toda mujer debe volver su corazón hacia Dios, y pedir constantemente una dosis de gracia para poder reflejar, en todas las áreas de su vida, el dulce perfume de Cristo.
No importa si él no es un digno representante de Cristo; la fe nos debe llevar a mirar mucho más allá del hombre pecador, y ver a Cristo. Todas estamos siendo preparadas para ser la Esposa de Cristo, y nuestro matrimonio terrenal es un gran entrenamiento.
La mujer sabia conocerá el impacto que esto tendrá, no sólo sobre su vida, sino también sobre la vida de su marido e hijos. Una mujer reverente, respetuosa, alegre y humilde crea una atmósfera de paz y alegría en su hogar, que todo hombre amará, y el impacto sobre sus hijos abrirá camino para avivar un deseo profundo de conocer al Dios que su madre predica y vive.
Por otro lado, una mujer irrespetuosa, rebelde e iracunda, puede llevar al hombre a hacer a un lado la razón y el buen juicio, si se le presiona y se le hace sentir constantemente inconformidad e insatisfacción. Una mujer sabia puede fortalecer su hogar, o una necia, destruirlo en su necedad. La Palabra enseña que aun el hombre impío será profundamente impactado por el carácter cristiano de su esposa: “Asimismo vosotras, mujeres, estad sujetas a vuestros maridos; para que también los que no creen a la palabra, sean ganados sin palabra por la conducta de sus esposas, considerando vuestra conducta casta y respetuosa” (1 P. 3:1-2). La verdadera reverencia en la mujer hace que ella pueda ayudar a su marido en el camino de la salvación. En el caso de que él sea ya creyente, lo puede ayudar a crecer en su llamado y en el servicio otorgado por Dios. También la verdadera reverencia
guía a la mujer en la tarea de dirigir a sus hijos hacia la vida eterna, lo cual es una gran responsabilidad que sólo se podrá llevar a cabo a través del amor, sacrificio y perseverancia.
– La manera de vestir
Otra área donde la mujer es profundamente tentada a pecar en contra de la reverencia y modestia cristiana es en su manera de vestir. Infelizmente, vivimos en una generación donde el hombre, en su corrupción, ha llegado a pensar que la pornografía es entretenimiento, y la desnudez, una profesión. Los valores cristianos son perseguidos, ridiculizados, y poco conocidos, aun por los mismos cristianos. En este panorama tan sombrío, la mujer cristiana debe tener convicciones a la hora de vestir y comportarse. ¿Hacia dónde queremos llevar la mirada de los hombres? ¿Hacia alguna parte especial de nuestro cuerpo, y resaltar algún “atributo”? No podemos “pecar de inocentes”. Las mujeres, con su manera de vestir, pueden inspirar respeto; o, por el contrario, pueden despertar lujuria, llevando al hombre a tener pensamientos de lujuria, lo cual daría una imagen degradada del Evangelio.
Ahora bien, ser una mujer santa no es sinónimo de ser una mujer fea y mal arreglada. Una cosa es la piedad y otra cosa es andar como un harapo en pijama y sin bañarse todo el día. Hay una línea fina entre ser una mujer elegante, bien arreglada, y ser una mujer inmoral y exhibicionista. Y debemos tener mucho cuidado de no traspasar esa línea para que la Palabra de Dios no sea desacreditada debido a nuestra manera de vestir. Acudir a nuestros esposos, si los tenemos, o a hombres piadosos en la iglesia, para recibir cierta dirección en esta área, puede guardarnos en este asunto, en el cual la mayoría de mujeres de nuestra generación son altamente culpables ante Dios. Leer libros cristianos sobre la modestia y la manera de vestir es casi una obligación que toda mujer piadosa debe asumir.
Ahora bien, es claro que no sólo la vestimenta de la mujer debe ser considerada en este asunto de la reverencia; la Biblia también habla de la mirada de la mujer impía: “No codicies su hermosura en tu corazón, ni ella te prenda con sus ojos.” (Pr. 6:25). Los ojos pueden ser instrumentos de coquetería y lascivia, así como cierto tipo de palabras y actitudes. Una mujer reverente aprenderá a marcar distancia sabia con el sexo masculino, trazará siempre una línea de separación prudente. Nunca estará con hombres en lugares solitarios, no permitirá que ellos se sobrepasen en ningún sentido, evitará conversaciones de tono sexual, y no establecerá conversaciones privadas e innecesarias con hombres (cuando no existe el propósito del matrimonio), sino que ella será como una torre firme y santa. Esto aplica para las solteras y casadas; porque, así como es sumamente indecoroso para una mujer casada tener actitudes que despierten el interés en hombres que no son su marido, lo es para una soltera despertar el interés de un hombre sin la intención divina de casarse. No son pocas las mujeres que han destruido su testimonio, su futuro matrimonio, las promesas de Dios para su vida, una vida cristiana bendecida, un fructífero y útil ministerio, por ser irreverentes en el área sentimental y sexual. Muchas se volvieron la maldición de hombres que, al enredarse en sus faldas, cayeron presos en el pecado de la lujuria y fueron atrapados por la fornicación y el adulterio. Querida lectora, la mujer posee un poder comparado con el fuego, y el hombre es madera seca y lista para arder. Es necesario que Dios nos haga mujeres reverentes y santas en esta área, no sea que el juicio del Señor para las que hacen tropezar a los pequeños del Reino, caiga sobre nuestras vidas.
– La prudencia
Como venimos diciendo, la prudencia es sinónimo de reverencia. A muchas mujeres les falta la prudencia bíblica y el cuidado en sus relacionamientos.
Una mujer reverente aprenderá a marcar distancia sabia con el sexo masculino, trazará siempre una línea de separación prudente. Nunca estará con hombres en lugares solitarios, no permitirá que ellos se sobrepasen en ningún sentido, evitará conversaciones de tono sexual…
No son pocas las mujeres que se envuelven en chismes, murmuraciones y contiendas, por no saber evitar las malas amistades y las malas conversaciones. Ser prudente y reverente es vigilar lo que sale de nuestra boca y lo que entra a nuestros oídos. Una mujer reverente no debe estar asociada con malas conversaciones. Un límite en esta área hará que nuestra vida se vea libre de problemas innecesarios, pues la Escritura dice: “…Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo.” (Stg. 3:2). Todos sabemos lo destructivo y aborrecible que es encontrarnos con una persona que no sabe cuidar su boca, y los problemas que puede causar, además del daño irreversible de las palabras. Como lo dijo el conocido predicador Charles Spurgeon: “El chismoso despide un veneno triple, pues daña al que cuenta el chisme, al que lo oye y a aquel a quien se refiere”. Nadie quiere estar al lado de alguien así; de modo que la mujer cristiana reverente en su porte, debe evitar este pecado y mantenerse lejos de él, al igual que mantenerse alejada de aquellas personas que destilan veneno en sus labios, aunque se trate de una hermana en la fe, un familiar, una amiga en el trabajo, ¡sea quien sea! Hasta nuestra abuelita debe ser evitada si nos lleva a practicar este pecado. Evitar las lenguas venenosas que contaminan nuestro corazón es un acto noble y necesario en nuestra vida piadosa.
Las ancianas y su ejemplo
Cuando la Biblia exhorta a que las ancianas sean reverentes en su porte, nos está mostrando la importancia de tener mujeres visibles en la iglesia que encarnen lo que es la verdadera feminidad en un mundo sin valores, y cuyos modelos son una apología a la impiedad y el pecado. Deben existir mujeres que vivan contra la cultura y sean ejemplo para las nuevas generaciones de mujeres. Las nuevas creyentes, las jóvenes en la iglesia, nuestras hijas, necesitan referentes fuertes y firmes de la piedad para no ser arrastradas en un mundo donde ser bíblicamente femeninas y santas es odiado y aborrecido. ¡Que Dios tenga misericordia de Su Iglesia y obre en nosotras de tal manera que lleguemos a ser ancianas reverentes en el porte y maestras del bien!
Bogotá / Colombia
Diana Ramírez
Colaboradora y escritora del ministerio Tesoros Cristianos. Nacida en la ciudad de Florencia (Caquetá). Servidora en la iglesia local donde reside. Dichosamente casada con Pablo David Santoyo y bendecida por el Señor con su hija Salomé.