“¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.”1Co. 3:16-17
Bíblicamente, cuando la Palabra habla de la Iglesia de Cristo, no se refiere a un lugar, ni a un templo, sino que se refiere a los santos que han creído en Cristo, y que son hechos piedras vivas en la edificación de la Casa de Dios, la cual es espiritual. No es un lugar, no es un salón, no es un templo.
1Pe 2:5 “vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo.”
Pablo también dice que Dios “…no habita en templos hechos por manos humanas” (Hch. 17:24). No hay ninguna referencia en el Nuevo Testamento mediante la cual Dios nos mande a edificar templos. Dios, en la antigüedad, cuando sacó a Israel de Egipto, le dijo a Moisés, en el desierto, que le edificara un tabernáculo. En los tiempos de Salomón mandó a edificar un templo. En ambos casos había un mandato directo de Dios para edificar estos lugares, y no sólo había un mandato, sino que también había un diseño para mostrar la manera como Dios quería que ellos lo hicieran.
Cuando la Palabra habla de la Iglesia de Cristo, no se refiere a un lugar, ni a un templo, sino que se refiere a los santos que han creído en Cristo…
Cuando tú llegas al Nuevo Testamento y lo lees, te das cuenta que no hay ningún mandato de Dios, por medio del cual Dios nos ordene edificar templos o lugares de adoración para Él. La mujer samaritana le dijo al Señor:
“Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar” (Juan 4:20). En otras palabras: “Señor, ¿dónde debemos adorar a Dios? ¿Acá en el monte de los samaritanos o allá en Jerusalén?” Y el Señor le responde a la mujer que ya Él no está buscando que se le adore aquí en este lugar o en aquel otro, sino que se le adore en espíritu y en verdad (Juan 21- 24).
Entonces, la verdadera edificación de Dios, la verdadera Casa de Dios, el verdadero templo de Dios, como le dice Pablo a los corintios, somos nosotros, casa espiritual de Dios, morada de Dios en el espíritu (1Co. 3:16; 2Co. 6:16). Entonces, la verdadera casa y el verdadero templo de Dios en estos tiempos somos nosotros. No hay tal cosa como que: “Vamos a la iglesia” ¡No! ¡Nosotros somos la Iglesia! La Iglesia la constituyen cada uno de los hermanos que han creído en el Señor. La iglesia no es un lugar. Hoy te preguntan: “Bueno, ¿y dónde queda tu iglesia?” Cuando nosotros le decimos: “No tenemos templo”, inmediatamente la gente piensa: “Son una secta ¿Qué es esto? ¿Cómo una iglesia cristiana no tiene templo? ¿Cómo es esa iglesia ‘sin templo’?” Pero eso es porque la gente piensa que la iglesia es un lugar.
En el Nuevo Testamento, la verdadera edificación que Dios está haciendo somos nosotros. Dios está trabajando en nuestras vidas, edificándonos juntos con nuestros hermanos, para que Él llegue a obtener Su Casa, y esa Casa, la cual ha de llegar a ser la Nueva Jerusalén, es la Esposa del Amado, y Ella es la Iglesia, todo el Cuerpo de Cristo, todos los hombres que han creído en Él, y han sido salvos. Ellos son el Templo, ellos son la Casa, ellos son la Iglesia del Dios vivo.
Entonces, si no tenemos templos, ¿dónde nos reunimos? Nosotros hemos visto y entendido que el cristianismo debe volver a la sencillez y a la pureza de las Escrituras. En el libro de Hechos se nos muestra que, inicialmente, la Iglesia de Jerusalén se reunía por las casas y en el templo; pero seguramente, después de la persecución, no pudieron volver al templo. Entonces el modelo que adoptó la Iglesia del Señor era reunirse en las casas de los hermanos o en cualquier lugar adecuado. El cristianismo es más sencillo de lo que la Iglesia espera hoy en día. Cristo, en los días de su carne, llegaba y moraba en las casas de sus siervos; moró en la casa de Pedro. Pablo llegaba a la casa de los discípulos, y se reunía en las casas de los discípulos. Así el cristianismo creció; se formó en medio de la vida de las familias de la Iglesia. Los hermanos abrían sus casas, y en las casas donde ellos vivían se hacían las reuniones de la Iglesia.
Entonces el modelo que adoptó la Iglesia del Señor era reunirse en las casas de los hermanos o en cualquier lugar adecuado. El cristianismo es más sencillo de lo que la Iglesia espera hoy en día.
Así también nosotros hoy en día. Nosotros no estamos interesados en edificar salones, en edificar templos. No nos reunimos con el deseo de recoger ofrendas para construir un salón cada vez más grande. Nuestra preocupación es otra; nuestra preocupación es nuestra vida espiritual y la vida espiritual de los hermanos. Y nos reunimos en las casas de aquellos hermanos que de todo corazón han abierto las puertas de sus casas, no sólo para recibir al Señor, sino también para recibir a los que son del Señor. Ese es el modelo que encontramos en las Escrituras: “…Aquila y Priscila, con la iglesia que está en la casa…” (1Co. 16:19); “…a Ninfas y a la iglesia que está en su casa” (Col. 4:15). “Saludad también a la iglesia de su casa” (Ro. 16:5).
La iglesia creció, se formó en un ambiente bastante familiar, y fue avanzando y conquistando todo el Imperio Romano. Las construcciones de grandes edificios llegaron con el tiempo. Los edificios surgieron cuando la iglesia llegó a apostatar del Evangelio, cuando a la iglesia se le dio un lugar preeminente en medio de la sociedad. Y esos lugares de cultos antiguos babilónicos paganos fueron adoptados como lugares de cultos cristianos. Pero, realmente, en la Palabra no hay un mandamiento, ni hay una necesidad de estos lugares. Podemos reunirnos dos o tres en cualquier lugar, como hacía Pablo, que tenía una escuela alquilada (Hch. 19:9-10); o como hacían las iglesias que se reunían en las casas de los hermanos. Y así el Evangelio iba creciendo, y el nombre del Señor iba prosperando. Así, la vida de iglesia se vuelve más sencilla, más común; conocemos a los hermanos, estamos en medio de sus hogares, conocemos sus familias, sus esposas, sus hijos, sus luchas. Ellos nos conocen a nosotros; comenzamos a vivir como una familia, a crecer como una familia, a ser edificados como una familia, estando juntos, comiendo juntos, alabando y adorando al Señor de una manera más sencilla, donde el Señor mismo es el centro, no otra cosa.
Si Dios hubiera tenido la intención de que el cristianismo surgiera, y su necesidad hubiera sido construir templos, como lo había hecho con Moisés o con Salomón, fácilmente nos lo hubiera mandado; tendríamos la ordenanza bíblica. Pero el hecho de que no hay un mandamiento de Dios, de que no hay una práctica en la Iglesia revelada en las Escrituras, nos muestra que no es una necesidad.
Si la iglesia crece en un lugar, y la iglesia considera necesario conseguir otro lugar más grande para reunirse, pues, ¡gloria al Señor!, mas ese no es el templo, esa no es la Iglesia.
Tristemente, hoy en día, tú te das cuenta de que hay muchas iglesias que están girando con la preocupación de levantar grandes edificios, y todos los domingos la predicación y el tema de la reunión es el templo, el nuevo terreno, y para eso se destinan todas las ofrendas de la iglesia. Y sin darnos cuenta hemos perdido el propósito como pueblo de Dios. Siendo un pueblo peregrino, que está de paso por esta tierra, no debería preocuparse por los bienes de este mundo, sino por los eternos.
Hoy en día, se cree que tener un gran ‘templo’, es sinónimo de que el reino de Dios está avanzando, pero en la ciudad en la cual vivimos (Bogotá), los edificios o los “templos cristianos” más grandes los tienen las llamadas iglesias de la prosperidad o algunas sectas con un falso Evangelio. Todos esos edificios no nos hablan de cristianismo, no nos hablan de que eso sea del Señor, ni que se predique al Señor, aunque tengan un título en la puerta que diga: “Iglesia cristiana.”
Nuestra preocupación es otra; nuestra preocupación es nuestra vida espiritual y la vida espiritual de los hermanos. Y nos reunimos en las casas de aquellos hermanos que de todo corazón han abierto las puertas de sus casas, no sólo para recibir al Señor, sino también para recibir a los que son del Señor.
La verdadera Iglesia Cristiana son los que han nacido de nuevo, son los redimidos en la sangre de Cristo, y esa Iglesia se formó, creció, y llenó del Evangelio a toda la tierra, surgiendo y moviéndose en los hogares de los hermanos. Entonces, nosotros nos reunimos en las casas. Y en los lugares donde la iglesia ha crecido, los hermanos han tomado la decisión de alquilar un lugar más grande para las Reuniones. Pero nuestro centro no son los edificios, no es el templo, no es la decoración, no son las luces, no es el espectáculo. El gran espectáculo de Dios es que Él está trabajando en nuestras vidas, y nos está transformando conforme a la imagen de su Hijo.
¡Que el Señor nos ayude a correr en pos de Él, en pos de lo que dice la Biblia, que es finalmente nuestra norma de fe! Lastimosamente, en nuestro tiempo se ven otras cosas, pero eso no quiere decir que aquel remanente que ha visto, que ha conocido, que ha entendido por la Palabra estos asuntos, no deba hacerlo, aunque por los demás seamos tildados de sectas o de raros, porque no tenemos ‘templos’, pero realmente la verdadera Iglesia es más que un montón de piedras decoradas, es un asunto más glorioso y profundo que lo que nuestros ojos ven.
1Co. 3:16-17: “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.”
Bogotá / Colombia
Pablo David Santoyo
Director y fundador del ministerio Tesoros Cristianos. Nacido en la ciudad de Bogotá donde vive actualmente. Predicador, escritor y servidor en la iglesia local donde reside desde hace 18 años. Bendecido por el Señor con un matrimonio conformado por su esposa Diana Ramírez y su hija Salomé.